La crisis económica por la que atraviesa el mundo desarrollado no tiene en modo alguno una naturaleza azarosa. No ha sido un suceso impredecible y tampoco ha sorprendido a todos los economistas. La actual crisis es, de hecho, producto de decisiones económicas concretas que son fácilmente identificables y que responden a ideologías muy bien definidas. […]
La crisis económica por la que atraviesa el mundo desarrollado no tiene en modo alguno una naturaleza azarosa. No ha sido un suceso impredecible y tampoco ha sorprendido a todos los economistas. La actual crisis es, de hecho, producto de decisiones económicas concretas que son fácilmente identificables y que responden a ideologías muy bien definidas.
Sin embargo, pocos economistas han sido capaces de alertar acerca de los peligros que se gestaban en las economías desarrolladas, mientras que sí han sido muchos los que se han pasado años repitiendo que en realidad todo iba viento en popa. No obstante, si atendemos a los desiguales efectos que en las distintas capas sociales han provocado las políticas de los últimos años, comenzamos a comprender por qué algunos prefirieron mirar hacia otro lado a sabiendas de lo que podía ocurrir. Más aún, si analizamos la composición de los planes de estudio que se siguen en las facultades de economía encontramos la razón que explica el resto, es decir, la absoluta incapacidad de la mayoría de los economistas a la hora de analizar la realidad económica y de prever que una crisis de la magnitud de la que estamos empezando a sufrir pueda tener lugar.
En efecto, la inmensa mayoría de los recién licenciados en economía son incapaces de comprender la crisis actual y los mecanismos que la originaron porque, sencillamente, jamás tuvieron oportunidad de aprender cómo funciona realmente una economía capitalista como en la que vivimos. Las sucesivas reformas en los planes de estudio, que próximamente y a instancias del proceso de Bolonia volverán a cambiar, han ido deteriorando la calidad de la enseñanza hasta el punto de que algunas facultades carecen hoy en día de asignaturas que en otro tiempo fueron consideradas esenciales.
Así, actualmente los estudiantes se encuentran en clase frente a modelos matemáticos, levantados sobre unos supuestos absolutamente irreales, que en nada ayudan a comprender la realidad en la que se ancla la economía. Y es precisamente para facilitar el estudio de dichos modelos por lo que los estudiantes reciben también una gran cantidad de clases de matemáticas, estadística y econometría. En este marco, las asignaturas que analizan las estructuras económicas, las historias económicas y las historias del pensamiento económico han pasado a segundo plano si es que no han desaparecido directamente.
De este modo, los nuevos economistas son capaces de desarrollar modelos analíticos, así como de llevar la contabilidad y de calcular costes y beneficios de actividades económicas concretas, pero son por lo general incapaces de comprender la dinámica del sistema económico capitalista y sus mecanismos fundamentales. Y sin las herramientas adecuadas, los nuevos economistas tienen muy difícil contrastar las distintas opciones en materia de política económica, de la misma forma que carecen de los conocimientos históricos suficientes para encontrar fenómenos similares en el pasado que ayudarían a entender muy bien lo que está pasando en la actualidad.
Y, en estas condiciones, es muy probable llegar a la conclusión de que las crisis son accidentes temporales debidos a una mala regulación o gestión y no, como demuestra la historia, fenómenos cíclicos que se producen en el marco de un sistema económico sujeto a una determinada lógica y que tiene que soportar sus propias contradicciones y limitaciones.
La actual crisis está poniendo de relieve también la incompetencia de muchos de los profesores, que durante años han explicado ficticios modelos de competencia perfecta con mercados que en condiciones de libre competencia se ajustan automáticamente, y que ahora tienen que vérselas con la difícil realidad ante las preguntas de los alumnos: ¿Por qué el dinero no fluye hacia la economía real? ¿Por qué con bajos tipos de interés no mejora el consumo y la inversión? ¿Por qué los paraísos fiscales se persiguen ahora mientras que antes abogábamos por hacer del mundo un gran paraíso fiscal? ¿Por qué nadie nos ha hablado de modelos productivos y nos ha avisado de los riesgos de la especialización en la construcción y el turismo? ¿Por qué para salvar la economía las autoridades tienen que recurrir al Estado, esa misma institución que en las clases se dice no debería tener apenas capacidad de intervención? ¿Por qué si la razón de ser de la rentabilidad de las inversiones es el riesgo asumido en ellas, cuando ese riesgo se materializa el Estado salva a proteger con el dinero de todos a quienes lo han corrido? Preguntas éstas, como muchas otras, que los profesores no saben responder al formarse muchos de ellos también con planes de estudio similares a los vigentes.
Visto lo visto muchos de estos profesionales deberían ser acusados de negligencia grave, porque su actividad está impidiendo que los nuevos economistas sean capaces de afrontar los duros retos que impone la realidad. Y eso tiene unos costes sociales altísimos en muchas formas: desempleo, desigualdad, pobreza, marginación, conflictos sociales… En suma, una gran destrucción económica y social.
Es necesario, por lo tanto, cambiar esta situación de raíz. Hay que finalizar la deriva pseudo-científica de la ciencia económica y volver a situarla sobre la realidad de la economía capitalista. Para ello es urgente reformar los planes de estudio, pluralizando las posiciones ideológicas que implícitamente se encuentran tras los modelos económicos, rescatando la preferencia por las asignaturas estructurales e históricas y estableciendo nuevos nexos con otras ramas de la ciencia social. Ésta es la única manera de lograr que los economistas de las generaciones venideras sepan comprender, explicar y denunciar los riesgos que conllevan determinadas políticas y sistemas económicos, sin que esto sea únicamente un ejercicio ideológico carente de fundamento. Que es, como se ve a la luz de los hechos, lo que sucede hoy en día.