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La actual crisis internacional

Fuentes: El Ortiba

1. La naturaleza sistémica de la crisis actual La continua profundización de la crisis sistémica internacional pareciera que sorprende a la mayoría de los analistas y políticos. Los centenares de miles de millones de dólares y euros entregados como salvataje al sistema financiero en USA y la UE no resuelven el problema y las caídas […]

1. La naturaleza sistémica de la crisis actual

La continua profundización de la crisis sistémica internacional pareciera que sorprende a la mayoría de los analistas y políticos. Los centenares de miles de millones de dólares y euros entregados como salvataje al sistema financiero en USA y la UE no resuelven el problema y las caídas de las bolsas de todo el mundo lo siguen evidenciando. De repente, todos comienzan a comprender que los postulados teóricos y de política económica del neoliberalismo son culpables de la situación y, como respuesta, sólo atinan a volver la vista a Keynes y al New Deal de Roosvelt, pasando por alto los cambios estructurales ocurridos durante las más de 7 décadas transcurridas entre aquellos años 30 del siglo XX y este final de la primera década del siglo XXI. Un conjunto de elementos se esgrimen como argumentos explicativos pero sin una estructura teórica general que los englobe. Así, se compara la actual crisis con la de 1929, se discurre sobre el estallido de la burbuja inmobiliaria, se menciona con espanto el fantasma de la deflación, se comenta el sonado fracaso de la concepción neoliberal sobre la presunta optimalidad autorregulatoria de los mercados, se señala acusadoramente a la globalización, …

Para poder dar respuestas eficaces a la crisis es imprescindible tener una idea clara de su naturaleza. No estamos ante una crisis nacional ni ante muchas crisis nacionales que el azar de las circunstancias hizo coincidir en el tiempo. Estamos ante una crisis sistémica global. La solución no puede ser una política nacional ni muchas políticas nacionales coincidentes en el tiempo. Los componentes de un sistema (en este caso, los subsistemas económicos nacionales) no tienen vida autónoma independiente del sistema. Los sistemas no son una sumatoria de partes, son una organización compleja de partes. Se ha montado un sistema global, con mercado financiero globalizado, con mercados de bienes y servicios globalizados y, aunque con severas restricciones, con un mercado de trabajo globalizado. El sistema global no es una sumatoria de sistemas nacionales. Por eso, las soluciones sistémicas no pueden ser una sumatoria de neokeynesianismos nacionales, puesto que eso no sería más que una sumatoria de soluciones parciales.

Por otra parte, tampoco puede considerarse que estamos simplemente ante una «crisis económica» pensando que la economía es una realidad autosuficiente. Una de las más grandes debilidades de la ciencia económica actual es la presunción de que existe un equilibrio general económico autónomo en el campo de la economía pura. Esto supone que «lo económico» forma un sistema independiente, capaz de autorregularse y autorreproducirse.

Pero el sistema económico puro es una abstracción ahistórica. La única realidad humana parecida a un sistema económico sin sistema político son las tribus paleolíticas de cazadores – recolectores en la prehistoria.

Quien escribe estas líneas sostiene la tesis de que la economía y la política son subsistemas de un Sistema Político – Económico. En las realidades sistémicas de la historia, los precios no son independientes de la distribución de la renta y la distribución del excedente económico no es independiente del poder político y el marco institucional.

La determinación de un equilibrio dinámico estable del subsistema económico depende de la existencia de los servicios del poder institucional para imponer el acatamiento social a una distribución de los excedentes decidida políticamente. Si se modifica la distribución de los excedentes, también cambia el uso que se hace de los mismos.

La eficiencia económica dependerá de la eficiencia del subsistema politico y viceversa. Cualquier modelo institucional podría, en teoría, garantizar el equilibrio económico a condición de que obtenga el consenso de los agentes socioeconómicos en la asignación y uso de los excedentes. Desde el punto de vista de la eficiencia económica sistémica, los costos serán mínimos cuando el consenso sea máximo. Cuando el consenso es nulo, los costos son insostenibles y el sistema estalla.

La eficiencia sistémica es consecuencia y causa retroalimentadora de la sostenibilidad social, de la sostenibilidad económica, de la sostenibilidad ecológica y de la sostenibilidad política.

La crisis internacional actual evidencia la disfuncionalidad entre un ciclo tecnológico de larga duración que ha agotado sus capacidades de expansión (el ciclo del tándem automotor-petróleo) pero que aun se perpetúa en el poder institucional, y un nuevo ciclo tecnológico que está en la base infraestructural de la actual globalización (las llamadas Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación – TIC) pero que no ha generado aun las instituciones globales necesarias. Estos ciclos de larga duración, conocidos como ciclos Kondratieff, pueden estudiarse a partir de la revolución industrial de fines del Siglo XVIII y tienen una duración media de unos 54-56 años, con una fase llamada «onda larga ascendente» y otra llamada «onda larga descendente», que tienen aproximadamente la misma duración cada una, o sea, unos 27-28 años.

2. Interpretación del ciclo mundial de posguerra como el Kondratieff automotriz

La evolución económica mundial a partir de la segunda posguerra puede interpretarse, desde nuestra perspectiva, como el cuarto ciclo Kondratieff. Este se habría iniciado aproximadamente en 1940 en los Estados Unidos, (y, quizás, poco después en la URSS), e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial en el resto de las potencias capitalistas.

El ciclo largo de posguerra está dominado por la tecnología de la industria metalmecánica de bienes durables, teniendo a la industria automotriz como principal producción de bienes finales destinados al consumo masivo, y, como complemento necesario, la producción de energía barata basada en el petróleo. Pero el desarrollo de la fase ascendente del ciclo no depende solamente de la nueva tecnología, sino también de la nueva regulación institucional de las finanzas, el comercio y el orden social, político y militar.

En julio de 1944, en la localidad norteamericana de Bretton Woods, New Hampshire, los representantes de 44 países habían acordado las bases institucionales del nuevo sistema financiero internacional, basado en el patrón convertible oro, (patrón dólar), para el nuevo sistema monetario internacional. Allí se crearon el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. En 1945, Churchill, Roosevelt y Stalin se reunieron en la conferencia de Yalta, localidad ucraniana a orillas del mar Negro. Allí se pactó una paz por 50 años para el mundo que se estructuraría terminada la guerra. El 26 de junio de 1945, en San Francisco, Estados Unidos, se firma la carta de la ONU. Una nueva institucionalidad internacional sustituye así a la Sociedad de las Naciones, que se había establecido durante el tercer Kondratieff, con la firma del Tratado de Versalles en 1919.

Podemos considerar para el sistema mundial el inicio de la fase ascendente en 1944-1945, cuando se institucionaliza el nuevo orden mundial. Recién entonces se estructura la organización sistémica funcional al crecimiento económico bajo la hegemonía de los Estados Unidos, como la principal potencia representativa de la tecnología que dinamiza el ciclo automotor – petróleo. La fase ascendente dura poco más de 25 años. En el año 1971 comienza «oficialmente» la fase descendente. La crisis se instala en el orden financiero del sistema mundial establecido ya desde finales de los años 60. Pero el hito histórico se produce cuando el presidente Nixon declara unilateralmente la inconvertibilidad del dólar en oro en 1971.

El 24 de abril de 1972 los países de la CEE tratan de defender de la crisis a su comercio comunitario; a tales efectos instauran un compromiso cambiario entre sus monedas, definido por un sistema de tipos de cambio fijos con una banda de fluctuación para las paridades ajustables, denominado «la serpiente en el túnel». Pero en el contexto de desestabilización internacional imperante, (en febrero de 1973 el dólar había sufrido una nueva devaluación), esta experiencia europea dura poco, ya que el 19 de marzo de 1973 desaparecen las bandas de fluctuación con respecto al dólar; aunque se iba construyendo el camino de la Unión Monetaria Europea. Desaparece así completamente el sistema de Bretton Woods, asentado en el principio monetario del dólar como divisa clave convertible, denominado patrón cambio oro, y los tipos de cambio fijos.

Cuando la OPEP pone el dedo en la llaga de la fuente energética en 1973 (después de la ocupación ilegal israelí de los territorios árabes en la guerra de 1967), entonces, la multiplicación del precio del petróleo junto con un dólar sin respaldo oro y la volatilidad de los tipos de cambio, desequilibran definitivamente el sistema financiero mundial del ciclo automotor – petróleo. Pero esto es sólo el aspecto financiero de una crisis de la capacidad de acumulación y expansión del paradigma productivo que caracteriza al cuarto Kondratieff. El fenómeno integrado, que refleja a las crisis financiera y productiva como dos caras de la misma moneda, recibió el nombre mixto de estanflación, es decir, estancamiento + inflación. Las recurrentes crisis petroleras (en 1979 la revolución iraní vuelve a afectar al mercado mundial del petróleo), más allá del carácter episódico casuístico de cada una de ellas, señalan la existencia de la crisis en uno de los aspectos centrales de todo ciclo Kondratieff, que es la forma de producción de energía. Los crecientes enfrentamientos por superposición en los mercados entre las grandes firmas automotrices del mundo, en particular las norteamericanas contra las japonesas, señala la crisis de expansión en la industria central de bienes de consumo masivo que caracteriza a este ciclo.

Comienzan, entonces, a acumularse grandes capitales que no encuentran formas suficientemente rentables de reinversión productiva, los cuales van creando un nuevo circuito puramente financiero por donde circular, a la espera de una nueva oportunidad de «sobretasa» de beneficios, es decir, de cuasirrentas tecnológicas, para la reinversión masiva en la producción industrial. Sin embargo, esta acumulación financiera no sólo no es una «espera neutral» de la nueva oportunidad para invertir, sino que se convierte en causa de la profundización de la crisis del sistema mundial, que ha entrado en su largo ocaso de la onda larga descendente, a la vez que va generando la acumulación de capitales para la expansión del ciclo siguiente.

Es expresión de esto el surgimiento, a principios de los años 80, de la crisis de la deuda externa de los países del tercer mundo, (con el estallido de la deuda externa mexicana en 1982), y el simultáneo empobrecimiento de sus pueblos. Esto está generado por la circulación financiera de los capitales excedentarios que no encuentran oportunidades de reinversión industrial rentable en el ciclo que caduca. Esta circulación financiera genera una crisis de subinversión productiva, con la consecuencia del empobrecimiento de quienes no reciben esas inversiones creadoras de nuevas fuentes de trabajo pero sí pagan intereses a la circulación financiera del capital.

La fase descendente del Kondratieff automotriz dura poco más unos 25 años, llegando hasta la segunda mitad de la década de los años 90. Esto explica también la preeminencia de la profundidad y duración de las crisis (recesiones), en relación a los auges, a lo largo de los ciclos cortos, durante las últimas décadas del Siglo XX.

3. La hipótesis de un ciclo Kondratieff telemático

Sostenemos como plausible la hipótesis de que hemos vivido el fin del cuarto y el inicio de un quinto ciclo Kondratieff a mediados de los años 90. Las nuevas tecnologías dominantes nos llevan a denominar el ciclo actual como el Kondratieff telemático, que hipotéticamente se extendería desde aproximadamente 1995-1996 hasta el 2048-2050.

Es importante dejar sentado que de ningún modo se debe interpretar que esto implica una predeterminación tecnológica. La expansión de la producción y el consumo dentro de las potencialidades y restricciones de una tecnología admite muchas formas de estructuración institucional, las cuales no resultan determinadas sino sólo condicionadas por las restricciones tecnológicas. Así, un ciclo telemático de larga duración puede ser tanto un salto cualitativo favorable para la calidad de vida de los seres humanos de todo el planeta, cuanto la destrucción de la humanidad en forma bélica nuclear o en forma de un nuevo equilibrio ecológico no apto para nuestra supervivencia como especie. No existe un futuro inexorable. El futuro depende de la evolución política dentro de las restricciones técnicas y de recursos naturales.

Vale la pena reiterar que la tecnología, junto con los recursos naturales, define la conocida restricción denominada Frontera de Posibilidades de la Producción. En cambio la política es y seguirá siendo la administración de los grados de libertad que tiene el sistema, a través de los cuales se decide en qué dirección se reinvierten los excedentes económicos; según la aplicación que se haga de estos excedentes variará la evolución futura del sistema; no dará el mismo tipo de evolución histórica reinvertir los excedentes en nuevas tecnologías, en mayor consumismo o en guerras de conquista. Por lo tanto, las decisiones político/institucionales sobre la asignación y uso de los excedentes económicos son la determinante de última instancia de la evolución socioeconómica del sistema.

Hecha la aclaración, podemos afirmar que la crisis de la fase descendente del ciclo «automotor – petróleo» comenzó a ser superada por la expansión económica derivada de la explotación rentable de las naves espaciales, propulsadas con combustibles sólidos, y los satélites de telecomunicaciones conectados con las computadoras personales a través del sistema telefónico de fibra óptica en red mundial on line.

Tal como se ha evidenciado en los ciclos anteriores – y con bastante claridad en el inicio del cuarto Kondratieff -, puede existir cierto desfase entre los inicios del ciclo en diferentes países centrales. Así, es probable que la nueva fase ascendente haya empezado en los Estados Unidos a mediados de los años 90, antes que en el resto de los grandes centros industriales. Veamos la descripción de la economía norteamericana que realizaba Edward Luttwak en 1996, desde una perspectiva completamente alejada de la hipótesis que estamos sosteniendo aquí y sin ninguna intención apologética, sino, al contrario, de crítica: «…la economía americana estaría viviendo un boom arrollador cuyo motor sería la espectacular explosión de los Nuevos Titanes de la era informática: los legendarios gemelos Microsoft e Intel y sus émulos de menor calibre como Apple, Novell, Cisco, Oracle, Bay Neh, Sun Microsystems, Sybase, Adobe System, Amgen, Cirrus, Informix, Intuit, Cordis, Am Online, Autodesk, MBC Soft, Picturetel, Peoplesoft, etc.

» Hace veinte años, la mayoría de estas empresas no existía. Hoy su valor en la bolsa global, con más o menos fluctuaciones, es muy superior al valor de aquellos imbatibles viejos gigantes industriales como General Motor, Ford, Dupont o Kodak. A lo largo de esta ascensión fulgurante, los Nuevos Titanes fueron artífices de la fortuna de los primeros inversionistas (en millones, e incluso en miles de millones de dólares) enriqueciendo también a un considerable número de accionistas y poseedores de fondos de pensión».[1]

Podemos aceptar que, a mediados de los años 90, esta nueva tecnología comienza a ser realmente la más dinámica en la rentabilidad económica, a raíz de que es la que abre nuevos mercados con la generación de cuasirrentas tecnológicas, desplazando a las tecnologías asociadas al ciclo automotor – petróleo. Ejemplo claro de esto es que el hombre más rico del mundo dejó de ser un magnate petrolero y su reemplazo fue Bill Gates.

De todos modos, también hay que recordar que el capitalismo, como el zorro, pierde el pelo pero no las mañas; así, el cambio estructural-tecnológico de las industrias dominantes no dejó de ser una nueva ocasión para una burbuja bursátil especulativa, la burbuja de «las punto com», que estalló en el 2001 y que está en el origen de la posterior burbuja inmobiliaria global.

Así como existe cierta coincidencia de opiniones acerca de que el cuarto Kondratieff empezó en Estados Unidos hacia 1940, resulta público y notorio que los ajustes institucionales, tanto económicos como políticos, para la imposición de aquel ciclo sólo se concluyen en 1944 – 1945, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial. Algo semejante (con mayor retardo) está ocurriendo ahora, puesto que parece claro que en 1996 la economía norteamericana habría dado muestras claras del desarrollo del ciclo telemático, mientras que resulta absolutamente público y notorio que el mundo carece, al día de hoy, casi quince años después, de una nueva institucionalidad de la globalización, tanto en los aspectos económicos como políticos.

No ha sido establecido todavía el acuerdo de un nuevo statu quo global, a semejanza de los resultados de la conferencia de Yalta; de hecho, puede observarse la clara contradicción existente entre el G7/G8 y el Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas. Tampoco se ha producido ninguna nueva conferencia mundial que haya tomado las riendas de la crisis financiera para constituir un nuevo sistema monetario internacional, estableciendo acuerdos del tipo de los de Bretton Woods. El dólar ya no es la divisa clave del sistema monetario mundial, pero el euro tampoco lo sustituye. El FMI y el BM no fueron pensados como reguladores de la liquidez mundial y mucho menos como prestamistas de última instancia globales y, además, el fracaso del Consenso de Washington los cuestiona políticamente como instituciones reguladoras de una globalización sostenible. Si bien se ha producido un cambio significativo desde el GATT hacia la OMC, la Ronda de Doha está estancada. La conformación de los nuevos mercados comunes regionales / continentales distan de ser un proceso acabado y el modelo más desarrollado, que es la Unión Europea, se ha encallado en el fracaso de la llamada Constitución Europea.

En conclusión, podemos decir que el quinto Kondratieff exhibe con relativa claridad sus rasgos tecnológico – energéticos, pero aún no tiene definido su perfil institucional global. La preeminencia durante las últimas décadas del modelo neoliberal y el famoso Consenso de Washington no tuvo status institucional global, ni consenso político universal, ni perspectivas realistas de fundar un nuevo orden mundial.

Si no se toma conciencia de que estamos en un nuevo ciclo Kondratieff (cada ciclo de larga duración es más «globalizado» que el anterior), tampoco se puede advertir que estamos ignorando ciertas características de sus regularidades observadas históricamente. Por lo tanto, no cabría esperar políticas racionales de gestión consciente del proceso de cambio, para encauzar la sostenibilidad global de la fase ascendente del nuevo ciclo (que ya ha vivido la mitad de su probable existencia). Esto significa que lo lógico sería esperar que se repitieran, bajo formas peculiares, aquellas características regulares de los ciclos largos observadas en el pasado.

El problema es que, entre las regularidades observadas en los ciclos anteriores, figuran las dos guerras mundiales del Siglo XX, como disputas catastróficamente sangrientas de la hegemonía política, financiera, tecnológica y de control de mercados durante la fase ascendente del ciclo de larga duración.

Si no hay una gestión concertada internacionalmente de una evolución integralmente sostenible de la globalización, cabría esperar todavía nuevas y peligrosas tensiones mundiales en la configuración económica, social e institucional de la misma, con riesgos que no querríamos ni siquiera imaginar.

4. La responsabilidad de la gestión política de la solución de la crisis

La crisis no es meramente económica y no tiene solución con simples recetas técnicas.

La crisis afecta al orden sistémico de la globalización y evidencia el fracaso del dogma neoliberal de que los mercados (en este caso globales) se autorregulan óptimamente, es decir, la crisis evidencia la ausencia de instituciones globales que regulen los mercados globalizados.

La crisis evidencia el fin del modelo industrial-energético de la posguerra; pero la supremacía de las nuevas tecnologías no surge sólo de sus ventajas económicas, sino que han faltado las decisiones políticas que firmaran el certificado de defunción de la supremacía de los intereses metalmecánicos-petroleros.

La crisis evidencia que sin guerras petroleras y otros artificios especulativos inflacionarios, la globalización neoliberal genera un cóctel letal de deflación con burbujas financieras.

La crisis evidencia que la súbita inyección de centenares de miles de millones de las principales divisas en las principales potencias son lo mismo que nada (los argentinos ya sabemos mucho acerca de la eficacia de estos «blindajes financieros»). No se puede postergar por más tiempo la exigencia de asumir la responsabilidad política de fundar un Nuevo Orden Internacional Integralmente Sostenible.

En defensa de la paz mundial, la justicia social, la sostenibilidad de nuestro ecosistema y la calidad de vida de todos los habitantes de este único planeta que tenemos para vivir, es preciso debatir, clarificar y formular propuestas que procuren una solución mundial negociada para encauzar el desarrollo en las próximas décadas, dentro de la lógica del ciclo tecnológico dominante y tomando conciencia de todas las inviolables restricciones a la sostenibilidad social, económica, ecológica y política. El modelo para un desarrollo integralmente sostenible debe inscribirse, necesariamente, en las exigencias, restricciones y posibilidades que ofrece el nuevo ciclo de larga duración, el ciclo Kondratieff telemático. Ello implica tener muy claro que cualquier modelo nacional de desarrollo es inviable si no existe un modelo viable de globalización sostenible.

Hoy ya no es posible hablar de Proyecto Nacional sin hablar simultáneamente de Proyecto Global.

[1] LUTTWAK, E., ¿Un mundo sin empleos?, en Archivos del Presente, Año 2/ Número 6/Buenos Aires, octubre/diciembre 1996, (p. 13 – 14)