En una época muchos pedían que en beneficio del pueblo el socialismo superara en crecimiento económico al capitalismo. Los hechos demuestran que eso no es lo revolucionario. Se persiste, quizás con buenas intenciones, en la destrucción capitalista de la naturaleza haciendo más difícil el futuro humano. Una política revolucionaria en el presente tiene que dirigirse […]
En una época muchos pedían que en beneficio del pueblo el socialismo superara en crecimiento económico al capitalismo. Los hechos demuestran que eso no es lo revolucionario. Se persiste, quizás con buenas intenciones, en la destrucción capitalista de la naturaleza haciendo más difícil el futuro humano.
Una política revolucionaria en el presente tiene que dirigirse al problema cardinal de la especie en el mediano y largo plazo: la escasez y agotamiento de recursos naturales que significará inevitablemente el empobrecimiento de la economía.
Una vez que sea imposible la libertad de los capitalistas para explotar el medio ambiente las sociedades desarrolladas van a utilizar su fuerza para eliminar consumidores mediante el genocidio y conquistar la naturaleza de los países pobres.
Sin la menor duda adaptarán su codicia histórica a la reducción de bienes materiales.
El socialismo solidario por el contrario luchará por asegurar a toda la humanidad un consumo básico igualitario y un medio ambiente equilibrado que pueda sustentar todas las formas de vida en los cientos de millones de años previstos por la ciencia.
Este programa debe ser desde ya el de los intelectuales, movimientos y partidos revolucionarios.
Sus tareas actuales deben ser explicar la crisis, el decrecimiento y sus alternativas; empezar a idear formas de gestión global para ese momento. En la lucha política, crear organización popular para socializar la economía, planificar la producción y la población, distribuir en forma igualitaria los bienes esenciales mejorando a los pobres y limitando a otros sectores, establecer los servicios públicos necesarios, desarrollar las condiciones que permitan el goce general de bienes humanistas inmateriales como educación, cultura, arte, recreación, deporte.
Los revolucionarios tendrán que ir a contracorriente del consumismo dominante. El auto familiar, el turismo aéreo multitudinario, la renovación permanente de electrónicos, las casas de un piso consumiendo kilómetros de superficie, las modas planificadas para ser efímeras, los lujos, la sobrealimentación, son aspiraciones y prácticas muy difíciles de vencer. Sólo la crisis abrirá completamente las condiciones para que la mayoría acepte el programa de la nueva civilización y apoye a sus defensores en la disputa por el poder.
Quienes no persigan estas metas planetarias argumentando que por táctica optan por una etapa transitoria insustentable, objetivamente son parte del modelo destructor de bienes finitos.
Las nuevas exigencias implican revisar el uso de conceptos como revolución, socialismo, izquierda, anticapitalismo, antiimperialismo.
El camino no es fácil, es revolucionario