Si algo ha caracterizado a la reciente cumbre del G20 en Londres es la grandilocuencia de las declaraciones de sus protagonistas, empeñados en dar trascendencia histórica a sus decisiones y en buscar frases de impacto. ¿Pero que hay detrás de los acuerdos anunciados y de las políticas seguidas por los gobiernos desde el estallido de […]
Si algo ha caracterizado a la reciente cumbre del G20 en Londres es la grandilocuencia de las declaraciones de sus protagonistas, empeñados en dar trascendencia histórica a sus decisiones y en buscar frases de impacto. ¿Pero que hay detrás de los acuerdos anunciados y de las políticas seguidas por los gobiernos desde el estallido de la crisis? En palabras del respetado geógrafo David Harvey «lo que están intentando hacer es reinventar el mismo sistema(…). El razonamiento fundamental que se están planteando es, ¿cómo podemos reconstituir el mismo tipo de capitalismo que hemos tenido en los últimos treinta años en una forma ligeramente más regulada y benevolente?».
Los acuerdos de la cumbre profundizan las políticas hasta ahora adoptadas por sus integrantes para hacer frente a la situación. La declaración final mantiene el compromiso del G20 con las bases del modelo de globalización neoliberal y sus instituciones. Se reafirma la necesidad de seguir impulsando la liberalización del comercio mundial y las inversiones en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y de evitar medidas que limiten la circulación de capitales.
Se señala la necesidad de dar un nuevo protagonismo al Fondo Monetario Internacional (FMI) receptor de la anunciada inyección de 500.000 millones de dólares. Esto supone el enésimo intento de restablecer la credibilidad y las funciones de uno de los símbolos y pilares institucionales del actual modelo de globalización. Reforzar el rol del FMI, en el ojo del huracán desde su nefasto papel en la crisis financiera asiática de 1997, es toda una declaración de intenciones.
En el terreno del sistema financiero los acuerdos anunciados están lejos de suponer cambios estructurales, a pesar del anuncio de más medidas regulatorias y de control que buscan evitar los desmanes recientes. Los rescates a entidades financieras continuarán como hasta ahora. La retórica y la presión contra los paraísos fiscales se endurece pero no se anuncian medidas concretas en dirección a su desaparición efectiva. Tampoco hay propuestas claras referentes a la regulación de los salarios de los directivos de las grandes empresas. Más allá de algunas medidas que puedan paliar la indignación popular ante situaciones escandalosas, lo cierto es que no se vislumbra ningún cambio sustancial de la dinámica que ha comportado la explosión por arriba de las remuneraciones de los altos cargos y el aumento espectacular del diferencial entre sus salarios y los de los trabajadores medios.
En definitiva, como señalan Éric Toussaint y Damien Millet, miembros del Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM), los acuerdos de la cumbre representan «un pequeño retoque de pintura en un planeta en ruinas (…). El G20 vigilará para que se preserve lo esencial de la lógica neoliberal. Los principios son de nuevo apuntalados, aunque su fracaso esté claro».
El sentido de las políticas de los principales gobiernos del mundo es claro: hacer pagar el coste de la crisis a los sectores populares e intentar apuntalar el modelo actual con tímidas reformas que aseguren su viabilidad. Frente a ello es necesario plantear otra agenda portadora de una lógica de ruptura con el actual orden de cosas. «Cambiar el mundo de base», como reza la conocida estrofa de la Internacional, aparece hoy como más necesario que nunca. La declaración de la asamblea de los movimientos sociales aprobada en el pasado Foro Social Mundial de Belem traza lo que pueden ser las líneas maestras de una agenda alternativa de salida a la crisis sistémica contemporánea: «Tenemos que luchar, impulsando la más amplia movilización popular, por una serie de medidas urgentes como: la nacionalización de la banca sin indemnización y bajo control social; reducción del tiempo de trabajo sin reducción del salario; medidas para garantizar la soberanía alimentaria y energética; poner fin a las guerras, retirar las tropas de ocupación y desmantelar las bases militares extranjeras; reconocer la soberanía y autonomía de los pueblos, garantizando el derecho a la autodeterminación; garantizar el derecho a la tierra, territorio, trabajo, educación y salud para todas y todos; democratizar los medios de comunicación y de conocimiento.»
Es el momento de profundizar y radicalizar las alternativas, en el sentido de ir a la raíz de los problemas, de apuntar hacia el «núcleo duro» del actual sistema económico, y no de conformarse con retoques cosméticos, la «moralización» del capitalismo o, simplemente, la domesticación de sus «excesos» neoliberales. Así ha quedado patente en las demandas de las manifestaciones celebradas en Londres y en todo el mundo en el marco de la Semana de Acción Global acordada en Belem.
Aunque Gordon Brown afirmara en vísperas de la cumbre haber entendido el mensaje de los manifestantes en Londres, en realidad entre las políticas del G20 y las demandas expresadas en las movilizaciones se enfrentan dos lógicas irreconciliables. En palabras de Daniel Bensaïd: «La del beneficio a cualquier precio, el cálculo egoísta, la propiedad privada, la desigualdad, la competencia de todos contra todos, y la del servicio público, los bienes comunes de la humanidad, la apropiación social, la igualdad y la solidaridad». Para nosotros la elección es clara.
*Josep Maria Antentas es profesor de sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona. Esther Vivas es miembro del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS)-Universidad Pompeu Fabra. Ambos son militantes de Izquierda Anticapitalista y de Revolta Global-Esquerra Anticapitalista.