El capitalismo «made in Spain» se corresponde netamente con el modelo mediterráneo de obtención de la plusvalía. Italia, Grecia, Portugal y el Estado Español comparten unas características lamentables que aquí, desde dentro, se quieren ocultar pero que saltan a la vista de cualquier persona informada y dotada de una cierta mentalidad comparativa. El modelo europeo […]
El capitalismo «made in Spain» se corresponde netamente con el modelo mediterráneo de obtención de la plusvalía. Italia, Grecia, Portugal y el Estado Español comparten unas características lamentables que aquí, desde dentro, se quieren ocultar pero que saltan a la vista de cualquier persona informada y dotada de una cierta mentalidad comparativa.
El modelo europeo mediterráneo está, claramente, a años luz del africano más cercano, igualmente mediterráneo: el magrebí. El nivel de renta, de instrucción, de industrialización es varias veces mayor que aquel. Por otro lado, en los aspectos culturales y en las inercias étnicas de los países de ambas orillas, tradicionalmente la orilla «cristiana» y la orilla «musulmana», no difieren tanto como se nos quiere dar a entender.
Pero volvamos a esta Europa del sur.
Las revueltas graves de Grecia hace unos pocos meses parecen muy olvidadas. Y sin embargo allí, en un país tan semejante a la España mediterránea, la juventud desesperada ha luchado contra un sistema estatal que no funciona en todos los aspectos esenciales. El «estado del bienestar» que se convirtió en un clásico en los países nórdicos, centroeuropeos, e incluso en Francia, sencillamente sufrió un aborto en Grecia. No funciona la educación. No funciona la lucha contra la corrupción. No hay coberturas sociales dignas de ser consideradas como tales. El paro llena las calles. No hay futuro ni esperanza para un@ chaval@ que está en la edad de ser, de pies a cabeza, futuro y esperanza, precisamente. ¿Les suena de algo? Aplíquese el cuento a Italia, a Portugal. Dígase lo mismo de España…
La integración en la Unión Europea no fue panacea en modo alguno para este tipo de países. Son estados que han conocido el fascismo y/o la dictadura militar recientes. Son pueblos que no han tenido muchas oportunidades para generar una cultura democrática, que han ido pasando de generación en generación bajo una bota, generalmente una bota militar. Y claro, es difícil crecer bajo una bota. En otro orden de cosas, el caso español es más parejo al italiano en lo que respecta a la fusta vaticanista. Aquí, como allí, el Vaticano es mucho más que un quiste para-estatal dentro del estado de los ciudadanos. Es un imperio dentro del imperio. El Papa fue el agente obstaculizador de la unidad italiana, y sigue siendo el agente que hipoteca la vida de esta república junto con otras logias y hermandades, sangrientas muchas de ellas, como se sabe y conectadas con esta corporación privada religiosa. El clero también es en el Estado Español el principal condicionante de la política.
El Reino de España en el siglo XIX nunca cuajó como estado en sentido moderno y se quedó simplemente en eso, en un solar para los borbones y en un templo de esencias católicas para los integristas. Mucha de la sangre derramada en este siglo, desde la guerra a Napoleón hasta las carlistadas, no fue por «España», fue por el Trono y el Altar. Cuando hay demasiado fervor por el Trono y por el Altar, no hay Nación, propiamente dicha, ni hay República tampoco.
La presencia dominante, abusiva, de una corporación privada como es la Iglesia Católica, en los decursos políticos de un pueblo acaba por provocar el aborto de éste. Su nacimiento en el sentido republicano, como federación de hombres y naciones libres es algo que no puede suceder por culpa de las intervenciones ensotanadas. La Iglesia ha provocado el aborto de Italia, de España. Ha sido siempre un contrapeso a la creación de ciudadanos autoconscientes de que deben (algún día) dejar de ser súbditos. Esto ha provocado, evidentemente, una proliferación de caciquismos, mafias, logias y clubes que se arrogan la representación y la dirección del estado y de todas las demás instancias de poder público. Lo público, según el modelo mediterráneo que venimos comentando ya ha nacido «privatizado». Es por ello que encontramos en estas sociedades mediterráneas un acendrado individualismo, un escaso sentimiento de decencia pública, una absoluta falta de sentido del «servicio a la comunidad». Descaradamente, uno está en política «solamente por el dinero», como pudo registrar presuntamente una grabadora al señor Zaplana. En la diputación de Castellón y en la Generalitat de Valencia, del lado del PP, o en el régimen chavista de Andalucía, por el lado del PSOE, nos encontramos con esa democracia neofeudal, de baja calidad, formada por «barones» y mafias locales y regionales que, en ausencia de una sociedad civil fuerte que los controle, se corresponde a la perfección con el modelo mediterráneo.
Modelo del que ya he hablado largamente en otros textos. Se basó durante 15 años en un régimen de trabajo neo-esclavista. Labriegos analfabetos en el sur, habituados a comer ratas y desperdicios de los basureros, llegaron a comprarse automóviles de alta cilindrada, mansiones de ostentoso estilo californiano y harenes de rubias eslavas. ¿Cómo fue el milagro? Esos pobretones transformados en «empresarios», vale decir, negreros… Murcia, Almería, Málaga, Alicante… son provincias que saben de esto. La fachada de la Europa del Sur pasó de ser la fachada pobre de Occidente, el erial que un día el turismo de playa y sol comenzó a salvar (pero también a destrozar) a ser otra cosa bien diferente: un inmenso campo de esclavos.
Quizás debiéramos cambiar el término para ser más exactos. En vez de «esclavos» vamos a hacer referencia a los «neo-esclavos». Son seres humanos a los que la Frontera Sur de Occidente trata como sub-humanos, como no-ciudadanos. La ósmosis del Frontex (una militarización de la falla que de facto hay entre norte y sur), la ósmosis de la alambrada de Ceuta y Melilla, etc., permite periodos de mayor o menor permisividad en la vigilancia según las necesidades de los empresarios gárrulos que controlan las diputaciones, ayuntamientos y gobiernos autonómicos. No hay «control de la emigración»: hay válvulas de acceso a subempleos regulables a voluntad de la patronal, a cuyo servicio trabajan el gobierno, la policía, la guardia civil, etc.
El Estado Español no es en absoluto homogéneo. Como mínimo posee dos costas, una atlántica y otra mediterránea. No tengo el menor reparo en sostener que ese estado no es una nación, sino un conglomerado de pueblos. Podría parecerle a más de un lector que quiero salvar de este comentario a los políticos y patronos de la zona norte, por ejemplo de mi país, Asturies. No es el caso. Lamentablemente los pueblos del norte -políticamente- viven bajo la bota de superestructuras sureñas (es decir católicas, neoesclavistas, individualistas…) desde hace muchos siglos y su milenaria pertenencia a otras órbitas productivas es cosa que va diluyendo por un proceso de honda aculturación (me refiero a asturianos gallegos, vascos). El estilo gárrulo y canallesco del capitalismo meridional les va llegando. La corrupción, el abuso contra el extranjero y la mujer, el pelotazo y el parasitismo se extienden como las manchas de aceite precisamente por tener que compartir «un estilo».