Traducido por Griselda Pinero
Después de haber boicoteado la cumbre de la ONU sobre la crisis económica y financiera (24-25 y 26 de junio de 2009) convocada por el presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, Miguel D’Escoto Brockmann, los dirigentes de los ocho países más industrializados que forman el G8 1 se reunieron desde el 8 hasta el 10 de julio en la ciudad de L’Aquila, en Italia, para celebrar su gran ceremonia anual. Este club de países ricos ha estado, una vez más, a la altura de su (mala) reputación pero, evidentemente, no a la altura de la crisis global que golpea al planeta. Al mismo tiempo, más de un millar de altermundialistas están participando en el 7º Foro de los Pueblos organizado por CAD Malí (miembro de la red CADTM) en Bandiagara, en Malí. 2
Sin gran sorpresa, esta cumbre del G8 sólo anunció pequeñas medidas que se supone que son para luchar contra la crisis mundial. En respuesta a la crisis alimentaria, el G8 y algunos países emergentes se comprometieron a donar 20.000 millones de dólares en el lapso de tres años para luchar contra el hambre en el mundo. Esta suma puede parecer, a primera vista, consecuente, pero en realidad es manifiestamente insuficiente con respecto a la catástrofe humanitaria que se está desarrollando ante nuestros ojos. 1.000 millones de personas sufren actualmente el hambre, son 100 millones más que el año pasado. Este esfuerzo financiero muy mediático debe también ser relativizado en relación con las centenares de miles de millones de dólares que estos gobiernos no dudaron en desembolsar para salvar a los bancos privados. Además, el G8 no cuestiona la ideología liberal que condujo al estallido de las revueltas del hambre del año 2008. Por el contrario, para combatir la crisis económica, los dirigentes del G8 se reafirmaron en su adhesión al principio del libre mercado y a la voluntad de concluir en 2010 las negociaciones de Doha sobre la liberalización del comercio mundial.
En lo que concierne al aspecto ecológico de esta crisis global, los dirigentes del G8 fueron totalmente incapaces de adoptar objetivos cuantitativos a corto plazo para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Por otro lado, no anunciaron ninguna ayuda financiera para los países del Sur, primeras víctimas del recalentamiento del clima. Sin embargo, las Naciones Unidas indican que los países ricos deberían transferir de 50.000 a 70.000 millones de dólares por año a los países pobres para ayudarlos a hacer frente al cambio climático, 3 sin hablar de las sumas que tendrían que desembolsar para pagar la deuda ecológica que los países industrializados deben al Sur…
Finalmente, este G8 se contentó con reafirmar, como el año pasado en Hokkaio (Japón), sus viejas promesas que datan de Gleneagles (Escocia) de 2005: aumentar la ayuda oficial al desarrollo (AOD) en 50.000 millones de dólares, de la cual la mitad era para el África subsahariana, hasta 2010. Pero se está muy lejos de cumplir con este objetivo ya que, en 2008, faltaban cerca de 30.000 millones de dólares para ello. Peor aún, la AOD no aumenta desde 2005, según las cifras aportadas por la OCDE, e incluso debería bajar en el año 2009. 4 Como ejemplo, Francia anunció que no dedicaría más del 0,39 % de su PIB a la AOD. En cuanto a Italia, recortó en un 56 % su presupuesto para la cooperación al desarrollo y su AOD representa actualmente solamente el 0,18 de su PIB.
Y eso no es todo: los países del G8 contabilizan dentro de su AOD los gastos que sólo sirven a aumentar artificialmente su volumen, como los alivios de la deuda. Es así como Francia, que se jacta del aumento de su AOD en un 0,01 % entre 2008 y 2009, incluye dentro de su ayuda la suma de las anulaciones de deuda de Nigeria e Iraq.
Mientras una nueva crisis de la deuda está a punto de estallar en el Sur, como consecuencia directa de la crisis económica, cuya responsabilidad es exclusiva de los países ricos del Norte, el G8 se mantuvo en silencio sobre esta cuestión. Este silencio no es malo en sí, si recordamos los efectos publicitarios producidos por la falsa anulación total de la deuda de los países pobres anunciada en Gleneagles en 2005. Recordemos que esta anulación «histórica» concernía sólo las deudas de 18 países en vías de desarrollo contraídas con el FMI, el Banco Mundial y el Banco Africano de Desarrollo. 5 Una gota de agua comparado con los 1,35 billones de dólares de deuda pública externa, cuyo reembolso los acreedores del Norte continúan reclamando, a pesar de la crisis y del carácter ilegítimo de las deudas. Recordemos, en efecto, que una gran parte de estas deudas es el legado de dictaduras o de regímenes corruptos que en su momento fueron apoyados activamente por los prestamistas occidentales.
Frente a esta interconexión de crisis (alimentaria, social, económica, ecológica, migratoria, de gobernanza mundial) que genera la violación de los derechos humanos fundamentales, es urgente cambiar radicalmente de lógica, adoptando alternativas radicales como las presentadas en la Universidad de verano del CADTM Europa.h 6 Ya que el G8 es incapaz de responder a este desafío, la respuesta debe venir de otros países y principalmente de los del Sur. Una primera medida indispensable es el repudio unilateral de todas las deudas ilegítimas. En efecto, es en vano esperar del G8, como lo hace el presidente egipcio Hosni Mubarak, una congelación provisoria de las deudas africanas. 7 En consecuencia, los gobiernos de los países en vías de desarrollo no tienen otra opción que encarar el problema de la deuda sin contar con una concertación con los acreedores, realizando auditorias sobre la deuda, como lo hizo Ecuador y como lo alienta el nuevo informe del Experto independiente de las Naciones Unidas sobre la deuda externa. 8 Estas auditorías permitirán identificar y declarar la nulidad de todas las deudas ilegítimas. Y este es un derecho inalienable de todos los Estados.
Por fin, una nueva arquitectura financiera internacional, con el reemplazo del Banco Mundial y el FMI, respetuosa de los derechos humanos y del marco de la ONU, debe en forma imperativa ponerse en marcha. Con este motivo, la Asamblea General de las Naciones Unidas es la única instancia legítima realmente existente. El G8, el G20, o incluso el G14 que quieren crear los presidentes Sarkozy y Lula son, por supuesto, sólo clubes autoproclamados que carecen totalmente de legitimidad.
Renaud Vivien es jurista del CADTM Bélgica
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