Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El 30 de junio, al mismo tiempo que las tropas de combate estadounidenses se replegaban a los alrededores de las ciudades iraquíes, se daba comienzo a las bien orquestadas celebraciones. El gobierno iraquí pro-estadounidense declaró el «Día de la Independencia» mientras vehículos policiales deambulaban por las calles de un Iraq extenuado por la guerra en una muy poco convincente muestra de regocijo nacional. Los medios dominantes estadounidenses se unieron al coro, como si se estuviera conmemorando el fin de una era.
Mientras tanto, altos funcionarios del ejército y la administración estadounidense han recomendado a los iraquíes que se mantengan alerta. «Biden advierte a Iraq acerca de una vuelta a la violencia sectaria», se lee en un titular del New York Times. «¿Qué se necesita para salir adecuadamente de Iraq?», se preguntaba en un análisis el Kansas City Star. Ni en los titulares ni en los comentarios de las noticias aparecía indicación alguna de la directa responsabilidad estadounidense por la tragedia acarreada a Iraq.
¿Cómo puede uno afirmar que las ambiciones de EEUU en Iraq han cambiado si sigue percibiéndose el actual legado más como un error estratégico que moral?
Hay una constante que permanece: la arrogancia que ha impregnado las relaciones estadounidenses con Iraq. «El presidente y yo apreciamos que Iraq ha avanzado mucho desde el pasado año, pero hay un duro camino por delante si Iraq se ha decidido por una paz y estabilidad duraderas», dijo el Vicepresidente Biden durante una visita efectuada a Bagdad el 3 de julio. Los comentarios de Biden estaban saturados de la insolencia que caracterizó la actitud de la anterior administración hacia Iraq.
«La historia no ha terminado aún», dijo Biden. Tiene razón. Para que termine, las tropas estadounidenses tendrían que retirarse completamente de Iraq, poner fin a la intromisión extranjera y despedir a los políticos corruptos que han socavado la identidad nacional a favor del sectarismo.
Una mayoría de estadounidenses acepta ahora que la guerra de Iraq se defendió a base de mentiras. Culpan con toda presteza al ex presidente Bush por meter al país en una guerra muy costosa que nunca debería haberse iniciado. La llegada del presidente Obama anunció, al parecer, un nuevo discurso de honestidad e introspección nacional.
Pero EEUU sigue mostrándose reacio a salir del país despedazado por la guerra. Hay pocos acontecimientos sobre el terreno que puedan acallar los sentimientos antibelicistas o motivar que los comentaristas respetables dejen de cuestionar las intenciones estadounidenses.
Los términos «salida» y «estrategia de salida» dominan ahora el discurso de los medios en relación a Iraq. Algunos atribuyen este cambio en el lenguaje a la nueva administración. Pero el reciente repliegue del ejército estadounidense no es un invento de la administración Obama, sino una disposición del acuerdo de noviembre de 2008 firmado entre el gobierno iraquí de Nuri al-Maliki y la administración Bush. Antes de la llegada de Obama ya se hablaba de que había que salir de Iraq. La nueva administración estadounidense se ha limitado a respetar los compromisos contraídos por su predecesor. Según los comunicados oficiales, se espera que EEUU retire 50.000 tropas más en agosto de 2010, y una gran parte de las que queden a finales de 2011.
Así pues, ¿presenciará el año 2012 un Iraq completamente independiente? Sería un error pensar así. «Muchos de los que estudian Iraq creen que EEUU acabará negociando con Bagdad para establecer un par de bases militares permanentes», escribe Matt Schofield. «Las que sean esenciales para dejar atrás un gobierno estable, un ejército leal a la nación capaz de defenderla y un país que cuenta con el apoyo de su pueblo».
Lo que tan engañoso lenguaje trata de ocultar es que una presencia militar y permanente estadounidense equivale a una ocupación permanente. EEUU no tiene por qué estar presente en cada esquina de cada calle para ocupar oficialmente el país. La policía y el ejército sectarios iraquíes -armados y entrenados por EEUU- se ocuparán de cumplir los deseos estadounidenses en Iraq (con la excusa de combatir a los terroristas), mientras, EEUU «estará preparado, si se le pidiera y fuera de utilidad, para ayudar en ese proceso», como Biden explicó.
Iraq desparecerá de los titulares, dejando espacio para la nueva escalada en Afganistán, también en nombre de combatir el terror, llevar la democracia y todo ese bla, bla, bla. Nos ocultarán los rostros de las víctimas para no herir nuestras sensibilidades. Se manipularán las cifras de muertos y en ocasiones se culpará a los terroristas por esconderse entre los civiles. Es decir, EEUU llevará el espíritu de su guerra de Iraq a Afganistán, permanecerá en Iraq -intentando pasar tan desapercibido como pueda-, para así seguir manteniendo sus logros militares estratégicos y, cuando sea necesario, culpará a ambas naciones de sus crecientes infortunios.
Sin embargo, antes de que quitemos nuestros ojos de Iraq, los estadounidenses deben comprender su responsabilidad por lo que allí se respira. Los activistas antibelicistas y la gente con conciencia no deben olvidar que 130.000 soldados estadounidenses permanecen en el país; que EEUU tiene el control total sobre el espacio aéreo y marítimo iraquí; que no hay ningún motivo para celebrar nada y que hay que seguir luchando. Incluso aunque uno sea tan confiado que se crea el relato del ejército y de la administración acerca de su futuro en Iraq, uno no debería olvidar los comentarios hechos por el Almirante Mike Mullen el pasado febrero: «El Sr. Obama piensa dejar detrás una ‘fuerza residual’ de decenas de miles de soldados para que continúen entrenando a las fuerzas de seguridad iraquíes, capturen las células terroristas y protejan las instituciones estadounidenses».
No podrá establecerse un Iraq soberano, democrático y estable si se reprime la verdad y el sentido común.
Enlace con texto original: http://weekly.ahram.org.eg/