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Cronopiando

Diario íntimo de Jack el Destripador: El premio a la tolerancia

Fuentes: Rebelión

Tomado del libro «Diario íntimo de Jack el Destripador», de Koldo Campos Sagaseta y J.Kalvellido. Editado por Tiempo de Cerezas

Si alguna conducta humana es en verdad filosa como puñal e hiriente como cuchillo, esa es la ingratitud.

Yo disculpo al soberbio que, en ocasiones, sólo esconde un discreto ego, y al iracundo que protege un dulce corazón, pero me enerva el pecado de la ingratitud.

De ahí mi desazón, mi desconsuelo, cuando advierto que todos mis desvelos en el logro de la más larga carrera criminal que conozca la historia, no ha sido suficiente motivo para que el Gobierno de Madrid me tuviera en cuenta.

Cuando más que el paso, el peso de los años pesa y pasa la cuenta de los pasos… (no voy a beber más) atribulado advierto que Doña Esperanza Aguirre, presidenta de la comunidad de Madrid, decide que mis éxitos en Londres, mis destripamientos en sus calles, mi ejecutoria como asesino en serie, mi carrera en Santo Domingo, mis destrezas a lo largo del mundo, no son suficientes atributos como para merecer su galardón, ese Premio a la Tolerancia que mientras a mí se me niega, se entrega, sin embargo, a vulgares matones como Alberto Montaner.

¿Qué ha tolerado ese truhán del tres al cuarto que no haya tolerado yo primero?

¿Qué tolerante bondad puede haber esgrimido ese bastardo que yo no conociera?

Ningún otro delincuente en la historia del crimen ha tolerado tanto como yo, que he consentido infamias y calumnias, pruebas prefabricadas, testigos falsos, persecuciones, editoriales insultantes… Y todo para que venga ahora ese matachín de escaparate, conocido terrorista de la CIA, a llevarse el reconocimiento que a mi me corresponde. A mí, que nunca toleré ser parte de mafias criminales, que nunca toleré ser numerario de bandas de asesinos, que actué solo, sin amparos ni ayudas, sin esconderme tras el oficio de «escritor», arriesgando mi vida en cada crimen y consciente de que si me atrapaban no quedaría impune, a mí es que me debían haber dado el Premio a la Tolerancia.

Y para colmo, casi al cierre de este doloroso apunte de mi diario, vengo a enterarme que el Ayuntamiento de Cádiz también ha coincidido en honrar a sinvergüenzas de la peor ralea, otorgando el Premio a la Libertad al presidente colombiano Alvaro Uribe por sus «desvelos en pro de la libertad». Si todavía lo hubieran agasajado con alguna distinción que celebre el narcotráfico, la calumnia, el crimen u otros delitos semejantes, nada alegaría en mi favor. Al fin y al cabo yo nunca me he dedicado al tráfico de drogas y jamás he levantado falso testimonio. Si acaso, algunos destripamientos que poco pueden hacer frente a trayectorias criminales tan densas y sangrientas como la de ese asesino en serie que, en cualquier caso, se vale para ello de miles de delincuentes armados y de la impunidad de su cargo.

Valga como consuelo para tanto despropósito no tener que estrechar la nauseabunda mano de la Esperanza en Madrid ni padecer la halitosis de la Teófila Martínez en Cádiz.