El coro ya comenzó su himno a la recuperación económica. La pradera está llena de nuevos brotes verdes y el año que viene retornará el crecimiento. El espectro de una posible gran depresión fue conjurado. La crisis misma será rebautizada como el gran pánico de 2008, como si se tratara de un fenómeno imaginario, algo […]
El coro ya comenzó su himno a la recuperación económica. La pradera está llena de nuevos brotes verdes y el año que viene retornará el crecimiento. El espectro de una posible gran depresión fue conjurado. La crisis misma será rebautizada como el gran pánico de 2008, como si se tratara de un fenómeno imaginario, algo que sólo existió en la cabeza de unos pocos dementes, manejadores de fondos de cobertura. Y los economistas neoclásicos explicarán todo lo que pasó con sus nociones de fallas de mercado o información asimétrica. Todo regresará a la normalidad.
Pero las cosas no son tan sencillas. Es cierto que la caída de la economía estadunidense en el segundo trimestre fue solamente de 1.7 por ciento, en contraste con 5.8 por ciento en el primero. Pero los efectos del apoyo fiscal que se necesitó para lograr esto no son agradables. La nueva cifra estimada para el déficit pasa de 1.2 a 1.5 billones (castellanos) de dólares, aproximadamente 10 por ciento del PIB. La misma Casa Blanca está anunciando que el viaje por la dulce pradera de la recuperación no va a ser tan fácil.
Pero la semana pasada, cuando reconfirmó a Ben Bernanke para un segundo periodo al frente de la Reserva federal, Obama lo presentó como el héroe que salvó a la economía de una gran depresión como la de 1930. La verdad es que una buena parte del déficit fiscal tendrá que ser cubierta con recursos de la Reserva Federal, es decir, debe ser monetizado, lo que se consideraba tabú en los años anteriores a la crisis. Ya el balance de la Reserva Federal se ha incrementado de manera vertiginosa por las compras de los títulos chatarra de diversos agentes en Wall Street, y ahora resulta que deberá absorber otros 2 billones (castellanos) de dólares para sacar a flote al presupuesto federal. El total puede llegar a los 4 billones en los próximos dos años, generando importantes expectativas inflacionarias.
¿Cómo se porta el mercado residencial? Según los optimistas, la caída en los precios de casas ya no es tan severa como antes. Pero, por otro lado, hay un indicador alarmante. Hace dos años, cuando el dueño de una casa se atrasaba en los pagos de su hipoteca, había 45 por ciento de probabilidades de que se recuperara. Esa llamada tasa de curación es de 6 por ciento. Hoy son muy altas las probabilidades de que los titulares de créditos hipotecarios no se recuperen y pierdan su casa. Por supuesto, todo esto empeora con la altísima tasa de desempleo. Pero casi todo mundo ya se resignó a que ese indicador alcance el nivel de 10 por ciento este año.
El freno en la caída económica se debió a que el gobierno se lanzó a los rescates bancarios y los estímulos fiscales como nunca. Pero los efectos del rescate bancario siguen siendo inciertos: la agencia federal de garantías de depósitos bancarios (la FDIC) anunció la semana pasada la lista de bancos con problemas de capitalización y cartera vencida. El número subió de 305 en marzo a 416 en junio, lo que constituye el número más alto desde 1994.
El consumo se fortaleció con programas de estímulo que son temporales. Las encuestas sobre planes de los consumidores concuerdan: viene una reducción importante y duradera en los niveles de consumo de toda la sociedad estadunidense. Eso es, por cierto, un comportamiento racional: las familias saben que sus ingresos se apretarán en el futuro próximo y deben incrementar su ahorro. Ese parco nivel de consumo y menor endeudamiento será parte del paisaje macroeconómico de ahora en adelante. Así que para mantener la máquina económica funcionando se va a necesitar un estímulo adicional y una cadena de déficit fiscales insostenible.
En estas condiciones, es muy probable que la economía estadunidense ingrese en un largo proceso de estancamiento. Ese proceso podría durar unos cinco o seis años, y después cualquier predicción estaría entrando en territorio desconocido.
Para el modelo neoliberal mexicano eso es un desastre, pues lo único que lo salvaría es la recuperación estadunidense. Las consideraciones anteriores muestran que eso puede ser como apostarle al Titanic. A decir verdad, aquí lo que se requiere es la reconstrucción de una economía que ha sido devastada por 20 años de neoliberalismo. Por eso ninguna de las recetas tradicionales de política macroeconómica funcionaría, porque todo está desarticulado y patas arriba. Esto tiene sin cuidado a las autoridades monetarias y hacendarias: para ellas lo único que cuenta es el tipo de cambio (y aún eso seguirá descosiéndose).
Nuestra economía necesita cirugía mayor. Pero eso plantea una discusión política de primera magnitud. Ni la elite económica-financiera ni la clase política quieren oír hablar de ello. La amenaza de aumentos en los impuestos sobre energéticos, alimentos y medicinas es la prueba más reciente de que las autoridades económicas duermen en un mundo torcido. Cuando despierten, México estará festejando el centenario de la Revolución. Quizás sea una celebración en grande.
Alejandro Nadal es economista. Profesor investigador del Centro de Estudios Económicos, El Colegio de México, y colabora regularmente con el cotidiano mexicano de izquierda La Jornada.
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