Es cierto, que la visión que se ha creado sobre el islam, tiene una evidente carga negativa en la que subyacen una serie de estereotipos y prejuicios que alimentan el imaginario colectivo y donde especialmente las mujeres musulmanas somos clasificadas bajo la etiqueta de sumisas y carentes de derechos. Siendo objetivos, y teniendo en cuenta […]
Es cierto, que la visión que se ha creado sobre el islam, tiene una evidente carga negativa en la que subyacen una serie de estereotipos y prejuicios que alimentan el imaginario colectivo y donde especialmente las mujeres musulmanas somos clasificadas bajo la etiqueta de sumisas y carentes de derechos.
Siendo objetivos, y teniendo en cuenta las fuentes de las que se nutren la mayor parte de la sociedad, es lógico pensar así.
En reiteradas ocasiones sale en escena la realidad de mujeres lapidadas en Afganistan, quemadas en Pakistan, mutiladas en Ghana y un larguísimo etcétera de prácticas culturales que dejan en entredicho el concepto de justicia proclamado por el islam.
Sin la necesidad de traspasar las fronteras, los medios de comunicación se hacen eco de noticias, también reales, de situaciones cometidas en el territorio español, tales como la retirada de niñas del sistema educativo o los escandalosos matrimonios forzados de menores con hombres adultos en el país de origen, algo que, sin duda alguna, no hace sino corroborar esa imagen preestablecida.
Pero ¿es realmente el islam el causante de estas atrocidades? La opresión a la que se hace referencia, son el resultado de la aplicación de prácticas culturales ajenas al islam.
En este sentido, quisiera destacar una idea clave para comprender la diferencia entre la teoría y la práctica, entre el islam como religión, ideología y forma de vida; y la puesta en práctica y aplicación de esas directrices emanadas de las Fuentes Sagradas. Por lo tanto, el islam no es lo mismo que las personas musulmanas, porque no todo lo que hace un individuo musulmán es islámico y/o coránico.
Es cierto que el Coran pretende eliminar cualquier noción de inferioridad entre seres humanos, independientemente del sexo, cultura, origen o religión. Cualesquiera que sean sus atributos humanos, todas las personas son iguales, y especialmente en el caso de las mujeres, el islam vino a reconocer unos derechos que, por desgracia, parecen haberse aparcado en el baúl de los recuerdos.
Insistentemente, cualquier persona musulmana que pretenda defenderse de los ataques exteriores que acusan al islam como justificante de la inferioridad femenina, evocará a los tiempos del Profeta Muhammed (PyB) para demostrar que el islam vino a reconocer derechos y libertades para las mujeres. Pero ¿cómo hacer ver esa equidad cuando en la actualidad y en la práctica se han perdido muchos de esos derechos?.
Mencionaré algunos ejemplos:
Bajo el prisma del islam, la educación y la búsqueda del conocimiento, es considerado como un deber religioso, tanto para mujeres como para hombres. Quisiera insistir en el concepto de DEBER religioso y no de un mero derecho reconocido. Una persona que ha estudiado, que ha buscado el conocimiento, es libre y capaz de tomar las decisiones por sí mismo, sin necesidad de intermediarios y por lo tanto, capaz de discernir lo correcto de lo incorrecto.
El propio Sheikh nigeriano Othman dan Fodio, escribió en su libro Nur Al-Albab lo siguiente: «¡Cómo pueden dejar a sus mujeres, hijas y sirvientas en la oscuridad de la ignorancia y el error, mientras enseñan a sus estudiantes día y noche!. No persiguen más que fines egoístas; enseñan a sus estudiantes solo para exhibirse y por orgullo. Esto es un error».
Si por lo tanto, la educación y la búsqueda de conocimiento es considerado como un deber religioso ¿cómo se justifica el elevado grado de analfabetismo que se encuentran en muchos de las sociedades de religión musulmana y cuyos gobiernos se autodenominan islámicos?¿Cómo se puede privar a las mujeres de cumplir con una orden divina?.
Sin duda alguna, el ejemplo más evidente de mujer erudita lo encontramos en Aisha, que además de destacar en su gran sabiduría sobre el Din, proclamaba Fatuas. Numerosos hombres, recibían consejos y educación de ella. Mi pregunta es clara: ¿cuántas mujeres, hoy en día, tienen la posibilidad de realizar un Fatua?
Tampoco es fácil encontrar a mujeres que destaquen por impartir conferencias púbicas en temas amplios y diversos de carácter religioso, como lo hacía Shuhba Bint Abi Nasr Ahmad Al-Ibari en diversas Mezquitas de Bagdag. En las escasas ocasiones que se cuenta con la presencia de una mujer sabia, ésta suele ser requerida para hablar de «cuestiones femeninas», como si una mujer fuera incapaz de hablar de otros temas, también relevantes para la sociedad.
Otro punto a destacar, es el reconocimiento al derecho del trabajo fuera del ámbito doméstico. En la teoría, los conocimientos y fuerza de trabajo de las mujeres están claramente reconocidos, porque ella, es tan capaz como el hombre de llevar a cabo cualquier tipo de tarea.
Khadija, la primera persona en abrazar en el islam, destacó por ser una importante comerciante de la época, contratando a hombres para que trabajasen en su actividad comercial. Por lo tanto, aquí tenemos el primer ejemplo claro de una mujer musulmana capaz de generar riqueza, dirigir su propio negocio y contratar servicios masculinos que reciban órdenes de ella.
Curiosamente, éste es el ejemplo al que más haya tenido que recurrir para mediar en situaciones de conflicto dentro de empresas, cuando trabajadores de origen arabomusulman se han negado a recibir órdenes de una mujer, aludiendo a que «islámicamente una mujer no puede ser jefa de un hombre».
La riqueza histórica de la época de Medina, proclamada como la primera ciudad islámica, se caracterizó por contar con mujeres que ocupaban cargos diversos, como fue el caso de Samra’ Bint Nuhayk al-Asadiyya, que destacó como Muhtasib (Inspector de mercado) o Ass-Shifa Bint ‘Abdullah, nombrada Waliah (Primera Funcionaria de la Administración Pública).
De la misma manera, a pesar de que la representatividad política de mujeres musulmanas en la actualidad es más elevada que en países occidentales, éstas suelen ocupar cargos relacionados a la mujer, familia y sociedad, rompiendo de esta forma con el concepto de reconocer al género femenino como un ser capaz de dirigir un Estado.
El primer ejemplo que se constata de una mujer gobernante, se encuentra en el propio Corán. Bilqlis, más conocida como la Reina de Saba, destaca por su gran capacidad y astucia. De igual forma, otras mujeres siguieron su ejemplo, como ocurrió con Shajar Ad-Durr, que tomó el mando de Egipto a la muerte de su marido, dirigiendo la resistencia a Luis IX. No menos espectacular fue el trabajo desempeñado por Arwa Bint Ahmad, que dirigió Yemen y cambió la dedicación del país de las armas a la agricultura.
Son infinitos los ejemplos de mujeres que destacaron en los inicios del islam, tanto en el ámbito público como privado. Éstos deberían de servirnos como plantilla imprescindible para ser trasladada al tiempo y sociedad actual. Si las Fuentes Sagradas y los ejemplos de la época en vida del Profeta Muhammad (PyB) son claros en reconocer una serie de derechos y capacidades ¿cómo permitir que hoy en día se escapen de nuestra realidad?
¿Cómo pretender que no se nos señale, que no se nos etiquete y no se prejuzgue al islam cuando hay evidencias prácticas y visibles a nivel mundial que se han prostituido ante el sentido real y evidente de equidad de género?
Y es a partir de esta lógica, desde donde se debe empezar a trabajar duramente para erradicar cualquier forma de percibir a la mujer como ser inferior y por consiguiente, luchar por suprimir cualquier práctica que vulnere y destruya unos derechos reconocidos en clave de equidad.
Esta labor compete, en primera instancia, a las personas musulmanas, que deberíamos ser capaces de realizar un análisis autocrítico para detectar aquellas situaciones que corrompen y anulan esos derechos que hace quince siglos garantizaron la construcción de una sociedad democrática, justa e igualitaria.
Fuente: http://www.webislam.com/?idt=13925
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