El cuerpo teórico de lo que se conoce por economía neoclásica, o en términos más restringidos economía marginalista, comenzó su andadura en 1870 con lo que Maurice Dobb bautizó como revolución jevoniana. Tras la aportación tan importante de Jevons, se hicieron por varios autores, de distintos países y en años diferentes, contribuciones muy valiosas que […]
El cuerpo teórico de lo que se conoce por economía neoclásica, o en términos más restringidos economía marginalista, comenzó su andadura en 1870 con lo que Maurice Dobb bautizó como revolución jevoniana. Tras la aportación tan importante de Jevons, se hicieron por varios autores, de distintos países y en años diferentes, contribuciones muy valiosas que configuraron lo esencial de los principios de una escuela que dominó el pensamiento económico hasta 1936. Desde entonces no desaparece ni mucho menos, pero determinados supuestos se vinieron abajo con la crisis de los años treinta y con la aparición de la economía keynesiana. Su capacidad de supervivencia, en todo caso, es grande, pues sus supuestos básicos, aun cuando haya habido cambios y modificaciones, se siguen impartiendo en las facultades de economía de todo el mundo como el cuerpo teórico fundamental de la ciencia económica.
El edificio neoclásico es sólido y bien construido, tanto por la lógica de sus razonamientos, como por el aparato matemático y gráfico utilizado. Otra cuestión es si sus puntos de partida, sus desarrollos y sus conclusiones sirven para entender adecuadamente el funcionamiento real de las economías modernas. Como señala muy bien Pasinetti, para los marginalistas es el rigor lo que cuenta no la relevancia. Es aquí en donde se establece el debate, y de hecho desde su aparición hasta nuestros días ha sido sometida a críticas de diversa índole.
En algunos casos, las críticas son globales, en otros más parciales. Entre los que descalifican teóricamente a la escuela neoclásica se encuentran fundamentalmente los marxistas y la corriente poskeynesiana. Otras contribuciones como la de los institucionalistas, principalmente Veblen, de principios del siglo XX, la criticaban por ser excesivamente abstracta, y no tener en cuenta la historia ni las instituciones en su análisis, la que la condenaba a cierta inoperancia. Otros autores la critican parcialmente, como es el caso de ciertos keynesianos, por ejemplo Stiglitz. En todo caso, a pesar de los ataques recibidos, en los que se cuestionan muchos de los supuestos fundamentales, sin embargo se sigue impartiendo como la enseñanza principal de la economía.
A qué se debe el que después de un siglo siga siendo esto así, habida cuenta de las contribuciones teóricas realizadas y los cambios que han acaecido en la economía mundial, no es fácil de explicar, sobre todo teniendo en cuenta la relevancia y pertinencia de determinadas críticas. No es posible pensar que haya tantos economistas y académicos equivocados, y sobre todo cuando muchos de ellos han demostrado una gran capacidad, inteligencia y preparación. Se me ocurren, de todas formas, algunas explicaciones.
Por un lado, su éxito se debe a su rigor y a que ha conseguido una elegancia formal que le concede una apariencia científica similar a las ciencias experimentales. Asimismo el pensamiento neoclásico ha respondido a los nuevos desafíos haciendo todos los esfuerzos posibles para absorber los nuevos desarrollos dentro de la vieja teoría. Además, tiene un núcleo unificador que no resulta igual en las teorías que la tratan de combatir. Hay propuestas alternativas pero diferentes entre sí y a su vez debaten entre ellas. Todo lo cual le concede al pensamiento neoclásico una ventaja adicional muy considerable.
Por otro lado, otro hecho muy significativo es que la teoría neoclásica es cómoda para la sociedad en la que vivimos, y sobre todo para el poder establecido y la academia, al plantearse como neutra, no cuestionar el orden establecido y no entrar en consideraciones acerca de las clases sociales, relaciones de dominación y dependencia, subordinaciones y marginaciones, concentración económica, desigualdad, relaciones de poder, institucionales y estructurales. Estas cuestiones, entre otras, no se consideran objeto de la economía sino que son más propias de otras ciencias sociales, tales como la sociología, la política o la antropología. Todo lo cual nos conduce también a plantear cuáles son las fronteras de lo económico. La economía neoclásica las restringe demasiado.
Por último, hay que señalar que al tiempo que se establece como economía académica dominante consigue reproducir sus esquemas entre los estudiantes y discípulos, y ello es lo que le confiere estatuto académico, que sirve para hacer carrera. Nadar contra corriente resulta difícil, y se corre el riesgo de quedar marginado, o expulsado de la academia. Y en muchos casos excluido de proyectos de investigación y de la financiación de los mismos, así como de los honores académicos.
Lo que queda claro es que, aunque dominante, no es la única teoría existente, ni el único enfoque que se puede hacer. La controversia existe en la ciencia económica. El limitar el conocimiento económico sólo a la economía neoclásica restringe en exceso la capacidad de los economistas para entender la dinámica de la complejidad de lo real, así como dificulta la capacidad de predecir hechos como la crisis actual. Los fallos que en este sentido han tenido los economistas no son ajenos a su formación teórica, al igual que sucedió en los años treinta. De aquí se deduce que las proposiciones que se pueden hacer para salir de la crisis tampoco resulten muy acertadas desde estos planteamientos teóricos. Así que no es que tantos economistas se encuentren equivocados, sino que la academia suele ser muy conservadora ante las innovaciones, y sacrifica la relevancia y pertinencia de los temas por el rigor y la elegancia formal. Es una manera de ocultar las partes más negras y oscuras de la realidad, con la incomodidad que ello produce, y desarrollar una ciencia asentada sobre el conformismo social en la creencia de que si las cosas no van bien, es la realidad la que falla por no hacer las cosas como señala el marco teórico con mayor consenso en lugar de adecuar la teoría a los propios hechos.