I Al reventar de nuevo el problema del enfrentamiento del estado y los terratenientes (orden constituido y capital) contra la resistencia del pueblo Yukpa en la Sierra fronteriza de Perijá (ese pueblo que quiere producir su propio orden de liberación) salen a flote problemas de fondo que trascienden de hecho el enfrentamiento local como tal […]
I
Al reventar de nuevo el problema del enfrentamiento del estado y los terratenientes (orden constituido y capital) contra la resistencia del pueblo Yukpa en la Sierra fronteriza de Perijá (ese pueblo que quiere producir su propio orden de liberación) salen a flote problemas de fondo que trascienden de hecho el enfrentamiento local como tal y muestran sin querer elementos que están en el centro de los conflictos gruesos a nivel nacional. No queremos hacer ningún recuento de las cosas que muchos documentos han precisado con exactitud.
Simplemete precisemos dos cosas: existe aquí un primer problema histórico que se manifiesta fundamentalmente en la lucha por la tierra, entre el capital terrateniente expropiador y el espacio vital y ancestral defendido por los pueblos Yukpa, Bari y Wuayu. El problema llegó al punto de convertir este despojo violento propio de toda acumulación originaria de capital en un hecho cumplido, produciendo de hecho «un nuevo orden» donde los pueblo indígenas pasaron en el mejor de los casos a ser objeto de reconocimientos y misericordias y los terratenientes los verdaderos sujetos de derecho que han de ser atendidos desde el punto de vista del respeto al productor necesario a los intereses nacionales. Estos son la nación real y hegemónica los otros la basura marginal que la historia nos ha dejado.
Esta situación comienza a variar con la caída del la IV república y el advenimiento de la esperanza que ha significada lo que llamamos «revolución bolivariana». Efectivamente la luchas de siempre empiezan a tener nuevos bríos y la resistencia indígena, apoyando plenemente el «gobierno de la revolución», se lanza al rescate de su espacio vital del cual ha sido despojado, contribuyendo además con un cambio radical de visión sobre la utilidad, modos de vida, perspectivas y modos productivos de una futura tierra recuperada por los indígenas. En otras palabras, los indígenas junto a quienes han acompañado sus luchas palmo a palmo, vierten todo un nuevo imaginario sobre esa tierra liberada de explotadores que no es otra cosa que la forma particular en que el pueblo indígena sueña la propia revolución bolivariana.
Aquí estamos todavía dentro de un clásico problema histórico que se repite por todo el territorio nacional y que de hecho se transformó en una de las razones principales de la ofensiva popular que comienza con el mismo siglo: la recuperación de la tierra, la creación de un nuevo proyecto de apropiación territorial y de nuestra soberanía, que logra en alguna medida ser reconocido en el nuevo sistema legal tanto a nivel constitucional como a nivel de la nueva ley de tierras (argumento por cierto que sirvió de inicio a la reacción fascista de aquellos primeros años) conviertiéndose a lo largo de estos diez años y de manera fragmentaria en conquistas reales logradas al menos por una franja del campesinado, mientras la mayoría de las comunidades indígenas aún esperan pasivas la reivindicación de sus derechos territoriales.
Sin embargo estamos todavía a nivel en un conflicto que se mueve sobre tierra, sobre el suelo, sobre aquella parte visible del territorio que se transparenta a nuestra vista y que además delata el gran conflicto por la tierra desde la conquista hasta hoy. Un conflicto que además, por lo general, no solamente en el Perijá, confronta una clase campesina o indígena con franjas relativamente secundarias del capitalismo nacional, por la poca fuerza que este tiene dentro de nuestra realidad petrolera y rentaria. Razón por lo cual, aún con mucha sangre de por medio, el gobierno efectivamente se ha dispuesto a apoyar a las clases oprimidas y expropiar con cualquier catidad de «pacíficas y lucrativas negociaciones» a los capitalistas nacionales.
La pregunta entonces es obvia ¿pero entonces si en alguna medida han habido avances a nivel campesino y el problema de la tierra agraria, porqué carajo no pasa lo mismo en el Perijá, se termina de expropiar a los expropiadores y se le otorga a los indígenas los derechos que ya son constitucionales y ya?. En el discurso de ultraizquierda que se dió hace unos días nuestro tierno ministro del interior lo único que faltaba es una llamada de Chávez donde a la final, como ha hecho en otras ocaciones, el comandante decide llevar a efecto esas expropiaciones y las anuncia con bombos y platillos bajo la algarabía de todos. ¿Y porqué no se da esa llamada que estaría en perfecta lógica con el discurso «proletario», «indigenista» y «antiterrateniente» que se estaba echando el amigo Tarek.
Es que aquí entramos en el problema sustancial. Lo que era el lugar del conflicto principal y ancestral nuestro, la tierra en su superficie, hoy en día, aún con todas las razones para avanzar en ese conflicto en todos los planos, urbano, rural, indígena, y ser de alguna manera el conflicto cardinal en la cotidianidad de millones de compatriotas: su espacio vital, su espacio de expansión comunitaria, autogobernante, productiva, sin embargo, este pasó a ser una contradicción donde todavía no estamos viendo el problema fundamental que se juega en nuestra tierra. Ese conflicto no está sobre la superficie terrestre está en el subsuelo territorial. No está directamente en los medios de producción porque no hay muchos o están muy desgastados, y pasa directemente al subsuelo, continuado lo que ha sido nuestra condición de «tierra de saqueo desde la invasión de los Welser en el siglo XVI hasta la era petrolera, solo que ahora se extiende a gasífera, auríferera, uránica, carbonífera, etc, etc. Es un conflicto que además ya no enfrenta al capital nacional y el pueblo sino directamente al pueblo con el capital transnacional sobretodo de las neopotencias del mundo ( grandes capitales rusos, chinos, brasileños, europeos y también gringos) y su nuevo gran aliado, parido en estos años revolucionarios: el estado corporativo burocrático y militarizado que como proyecto ya domina gran parte del poder constituido incluido el gobierno.
El problema del porque entonces no le dan su tierrita, se les reconoce su derecho a su territorio nacional, a los Yukpas, tiene algo que ver con los intereses terratenientes que influyen sobre el gobierno y tuercen posiciones en favor generalmente de la reforma territorial y agraria, pero el conflicto mayor está bajo el suelo. Ese suelo que ahora lo custodian unos terratenientes o «bolivarianísimos» pequeños propietarios pero que serán igualmente barridos de allí el día en que se transparente el verdadero lío que está bajo «sus» tierras y se impogan los que realmente dominan el mundo capitalista y globalizado de hoy. El gran pecado de los indígenas en el Perijá no está entonces en haber enfrentado intereses de unos capitalistas marginales, el gran pecado es que en el medio de su lucha por la tierra sacaron a flote el problema del subsuelo, primeramente oponiéndose a la explotación de más minas de carbón y luego develando lo que son los grandes planes de explotación previstos en superplanificaciones continetales a imagen y semajanza de los grandes intereses transnacionales como es el caso del Tratado del IRSA, ya suscrito por Venezuela. En otras palabras, el problema sustancial o la contradicción principal se desplaza de su lugar histórico terratenientes-indígenas a ubicarse fundamentalmente en la contradicción entre ese estado corporativo y transnacionalizado en formación y aquella franja del pueblo como es el caso de los Yukpas, que aspiran construir su propio orden autogobernante.
Por ello es tan representativo del conflicto de clases plantado a nivel nacional este caso del Perijá. No hay problema para el estado de atacar ciertos intereses oligopólicos y monopólicos nacionales, convirtiéndolo en reivindicación revolucionaria y socialista, y de allí cualquier cantidad de adornos discursivos. Pero por favor no se me metan con el gran negocio del subsuelo, ese es el gran negocio de este país y la cosa está bellísima porque todos los días aparecen más riquezas. Si decimos por ejemplo que no sería nada raro que el gran proyecto «capitalista» del Perijá no tiene nada que ver con estos fascistas ganaderos y sus sicarios, sino con la posibilidad de hacer de ese terriorio el punto de partida de una burguesía ligada a la explotación de la energía nuclear, no estamos en mal camino. Para ello no tenemos ninguna prueba concreta, pero es un escenario completamente factible ratificado por los anuncios ya hechos por Chávez y su juego con Lula en la creación de un continente «nuclerizado» y dirigido por la gran burguesía brasileña. Vaya igual con el carbón y la generación de acero, etc, etc. ¿Cómo se entiende carajo que un tipo tan requete identificado con estos intereses del «subsuelo» y tan atacado por todos los frentes populares como Martínez Mendoza, siga siendo el gran representante de gobierno en el Zulia y jefe de Corpozulia?. Porque ese es el hombre clave de estos intereses en la zona e impuesto por ellos. ¿o no es así la situación de todo estado capitalista?. Es exactamente lo mismo que pasa en Guayana y el gran gobernador «bolivariano» que dirige ese estado, perfecto traidor de las luchas del 2002, pero gran representante de los intereses del «subsuelo» en aquella zona. Imaginen lo que esto supone a nivel del problema de las reivindicaciones territoriales indígenas…sigo después
Constatamos por tanto que es bajo el subsuelo donde se juegan los grandes intereses estratégicos del capitalismo en tierra venezolana, mientras el suelo visible de la superficie sirve de escenario directo a las confrontaciones tácticas y directas, físicas si se quiere, entre capital y trabajo, entre comunidad, burocracia y burguesía urbana, entre las clases trabajadoras (obreros, campesinos, indígenas, artesanos, trabajadores informales, trabajo ligado al comercio y la economía de servicios) y los grandes propietarios de capital, incluido en este caso el propio estado capitalista que busca a como de lugar un sitial clave de control como gerente inmediato de una gran catidad de medios de producción, distribución y comercialización que pasan ahora a su disposición, pero que a su vez necesita compartir con grandes capitales transnacionales que le darán parte del capital que no tiene para desarrollarlos (bajo el esuqema «Venezuela gran potencia latinoamericana), insumos para el uso y la venta y la tecnología que controlan en forma absoluta.
El proyecto de un estado corporativo (es decir, de un estado-nación entendido como cuerpo único y complejo -incluida la llamada «sociedad civil»- gobernado en todas sus partes desde un centro jerárquico condensado alrededor del presidente y de la burocracia civil y militar que gravita sobre este centro) y que a su vez se identifique con valores libertarios, antimperialistas y socialistas (al menos desde la retórica-guía del comandante y presidente Chávez) como puente necesario para conservar su capacidad de mando y dirección ante a unas clases populares que apuestan en buena parte a un desenlace revolucionario y socialmente emancipatorio de toda esta historia, a la final se queda bloqueado bajo un cuello de botella infranqueable. Efectivamente, como proyecto «republicano» toda su retórica y hasta cierto punto gran parte de su desenvolvimiento como sujeto cultural y promotor de mensajes y valores, tenemos delante un banquete utópico que seduce a cualquiera, incluidos tod@s nosotr@s, los que hemos tirado al menos dos piedritas en favor de esta historia. El Estado distribuye de esa manera mensajes de liberación que comparte con el movimiento popular y con una izquierda mundial y sobretodo continental también seducida por el componente liberador emitido. Puede darse el lujo incluso de viabilizar determinados flujos democráticos y participativos que den la sensación de una historia que empieza a ser protagonizada por las clases más oprimidas de la sociedad, como en efecto ha pasado teniendo como consecuencia una multiplicación geométrica de los campos de organización popular. Igualmente pasa a nivel de leyes donde se promueven nuevos estatus legales y constitucionales que igualmente dan la sensación de un formateo republicano tendiente a la expansión continua de los derechos populares. Todo esto se mueve sobre un plano de «superestructuras» como dirían los clásicos y se afianza alrededor de la dirección del líder y el principio de una nación soberana, libre e igualitaria. De allí el inmenso apoyo que ha tenido este proyecto empezando por los indígenas del Perijá.
El problema infranqueable viene cuando toda esta burbuja de sueños paridos desde lo mas noble de la «patria buena» y redireccionados desde el aparato cultural de gobierno hacia un proyecto que ahora llaman «socialismo bolivariano», se infla y empieza a estallar hasta el punto de cuestionar de manera concreta y material las miles de esferas en que se estructura el orden constuido, pasando por el estado mismo, la propiedad de la tierra y los medios de producción, las relaciones estado-sociedad y finalmente radicalizar la exigencia lógica de que estos cambios a nivel de la esfera material de la sociedad sean decididos y protagonizados desde la imprescindible autonomía política y organizativa que han de tener quienes han sido las víctimas históricas de este orden, colonizante, represor y capitalista. Aquí ya llegamos al límite de todo este asunto, el mismo lugar por cierto donde centenares de revoluciones en el mundo entero y autonombradas con lo más rinbombante del diccionario libertario de los pueblos, se han desmoronado. En nuestro caso esto es lo que tiene histérico y totalmente confundido y llenándose de una inmensa rabia a una incontable cantidad de nucleos locales de lucha popular que no entienden porqué después de tanta retórica y sueños vendidos e inflados hasta la locura en tanto mitin y propaganda, a ellos mismos, los que han adorado y defendido día a día en un interminable trabajo militante hecho con el puro corazón, los patean como perros sarrnosos acusándolos de traidores, anárquicos y contrarevolucionarios, cuando intentan precisamente llevar a los hechos el sueño compartido e inflado. Pateados además por una burocracia que no solo es tan arrogante y bu-ro-cra-ta como su esencia, sino mas ladrona que las gorditas amantes de CAP. En una situación así donde la distancia entre orden real y el discurso de quienes administran ese orden es tan abismal, esto tenía que llegar tarde o temprano, diríamos que mas bien llegó un poco tarde para lo que prometían los movimientos pop’ulares entre los años 2002 y 2004.
Hoy todo el movimiento obrero está en una crisis que lo ha puesto contra la pared entre entregarse a un nuevo orden sindical y sumiso a la nueva burocracia o el jugar el rol revolucionario que le corresponde como clase en esta circunstancia histórica. Las clases campesinas, las más mimadas de esta historia, siguen aplastadas por un sicariato que nunca ha dejado de tener en las policías regionales, nacionales, burócratas a su servicio y jueces (es decir, el estado) sus mejores puntos de apoyo. El problema está claro, estas dos clases o sectores claves de las clases trabajadoras tienen permiso «sobre el suelo» de afectar únicamente algunos puntos decadentes de las clases burguesas y vertientes golpistas de la oligarquía monopólica, para servir además de pase a control de estado de los espacios productivos y tierras que le interesen estratégicamente al estado corporativo, con el resto si quieren inventan «comunas», o cooperativas pero por favor siempre chiquito y fuera de los bordes de los grandes escenarios económicos y de acumulación. Porque sin van más allá, si tocan elementos del capital nacional aliado y ni se diga del transnacional, si meten con las jugosas tierras del centro de las metrópolisis, o peor, si entran en contradicción con la concepción verical, estatista, desarrollista y tecnocrática con que se concibe el desarrollo y socialización de los medios y espacios de vida y producción reapropiados por el pueblo, entonces hay guerra y se decreta el quiebre. Empieza entonces la criminalización del movimiento popular ya como política oficial; luego, Sabino va preso, acusado de choro, criminal y conspirador.
Hasta ahora toda esta criminalización y límites estrictos del cambio se ha justificado con la idea de «proceso», de la «revolución pacífica», del conservar la «paz necesaria», el «estado de derecho», imponiendo desde allí una clara frontera entre «revolución» y «ultrismo», «anarquismo», «sectores manipulados por el imperialismo», etc que pretenden romper el ritmo y convertir esto en una supuesta «rebelión sin dirección» haciéndole un divino juego a la derecha. Argumentos que pueden ser muy injustos, incorrectos en su definición y algunos hasta ridículos, pero aún así pueden sonar sensatos dentro de los límites objetivos del mundo de hoy si no fuera que muchos de quienes los argumentan no conocen ni un barrio y otros ya viven regodeados de la sana paz de los restaurantes de Altamira o de Moscu. Pero aún con esta plaga encima diciendo soquedas, «al carajo con los perros corruptos y pequeño burgueses, los verdaderos revolucionarios desde la lucha interna los derrotaremos, derrotaremos a esa corrosión de la derecha endógena», manteniendo los ritmos posibles del «proceso» y de esa manera bloqueamos cualquier movida a los intereses de la derecha. Por ese camino se han deslizado centenares de colectivos militantes que al menos han tenido éxito en lo que al final no termina siendo sino una «táctica de sobrevivencia». Pero es sólo un sobrevivir (algunos con suculentos usufructos, pero dejemos de lado este asunto), sobrevivir paralizados y en silencio mientras son testigos de como esa «derecha endógena» es el único capítulo político de esta historia que efectivamente acumula y expande magestuosamente su poder. Parece que algo no aclarado pasa, algo mucho más oscuro está de por medio y por lo cual estas tácticas entristas y de autocensura han sido un sendero por donde nadie o casi nadie acumula fuerzas, muchas veces hasta resta y destruye lo que costó articular orgánica y teóricamente en décadas de trabajo militante y guerrero. Algo pasa que no funciona esa fórmula paciente por medio de la cual una revolución que avance rápido y radicalmente en el plano superestructural y muy lenta y midiendo muy bien las cosas en el plano estructural de la sociedad y el estado (conciencia antes de transformación), no está funcionando; Sabino está preso.
La resistencia indígena en el Perijá en ese sentido ha jugado un papel clarificador enorme. Nadie en su caso ha jugado al «loquito rebelde» y ultroso, sencillamente antes de sobrevivir para terminar de objeto mediático y propagandístico de algun jerarca del gobierno hablando en su nombre y recibir la lástima dadivosa del ministerio de asuntos indígenas, han decidido afianzarse en sus derechos y develar los intereses estratégicos que se juegan bajo su territorio. Tarea lógica y consecuente del pueblo organizado dentro de cualquier revolución. Han reivindicado su derecho y han dicho su verdad. Esta condición de radical autonomía, única fuente posible de una verdadera revolución social, y aún cargando con las propias debilidades del movimiento indígena en un país como el nuestro, desmonta todo el juego del estado corporativo y la «revolución pacífica», demostrando la imposibilidad del estado de trasgredir las reglas impuestas por una casta burocrática que no va a aceptar jamás ser cuestionada en el centro mismo de sus intereses: el manejo a discreción de las riquezas del subsuelo y su aprovechamiento en el mercado internacional siguiendo el norte nacionalista de la «Venezuela potencia continental». No se trata entonces de las limitantes objetivas de una revolución «a ritmo lento» sino de cualquier orden de revolución donde se repita y priorice en todos sus discursos la alabanza a un estado-nación que se ve a sí mismo no como un territorio lleno de visiones, intenciones liberadoras, culturas diversas, saberes, organizaciones, espacios de construcción de nueva sociedad, gente y sujetos construyendo su historia, sino como una cosa repleta de riquezas naturales fáciles para su buena venta y cuando mucho el aprovechamiento industrial propio. El «estado corporativo-burocrático-militarizado-transnacionalizado» que se está imponiendo como proyecto se delata a sí mismo, incapáz de establecer cualquier orden de diálogo horizontal y directo con las víctimas reales de la historia, y menos con unos «salvajes» guiados por «grupitos ultrosos» que supuestamente «se quieren tomar todo el estado Zulia». El único «sujeto nacional» es él mismo como proyecto, jamás estos salvajes. Igual pasa si es por otro lado donde algunos obreros o comunidades radicalizadas guiadas por «loqueteras anárquicas», buscan apropiarse del terreno de los ricos o establecer un verdadero control obrero. «Yo soy la revolución, yo soy el pueblo». Ya esto no atañe solo a Chávez, ahora atañe a toda una burocracia cada vez más arrogante que perdió todo diálogo y disolvencia dentro del movimiento popular real. Nuevamente sobre el suelo podemos negociar algunas cosas, eso sí, poniendo por delante el silencio, la obediencia y la aceptación de la guiatura del estado, -hasta allí «el proceso»- pero del suelo hacia abajo que ni me lo toquen, ni me discutan, y menos impidan su bárbara explotación ya preestablecida y justificada bajo argumentos nacionalistas, desarrollistas, nuestramericanos, socialistas, etc. Llegamos al cuello de botella que preside la historia hasta hoy de la revolución bolivariana que es el mismo cuello de botella de aquellas tácticas de sobrevivencia que solo se refieren a una tal «derecha endógena», sin nunca precisarla y menos aún develar el horroroso proyecto de orden y república que la inspira.
El movimiento indígena de esta manera devela el estado burocrático corporativo gracias a su movilización, su entereza, su peso simbólico en este continente y el trabajo de investigadores y militantes que lo han acompañado, empezando por el lugar ganado por hombres como Lusby Portillo que ya no criminalizan sencillamante odian…cierto Mario, cierto Tarek, cierto Carrizales…Podríamos decir incluso que es un movimiento, en el caso de los Yukpas por lo menos, que ha podido en algún momento buscar alguna alianza táctica con los pequeños productores y ciertos sujetos ubicados a la izquierda de este mismo proyecto corporativo. Cosa en el primero de los casos imposible por la propia contextura fascista y racista de estos individuos en su inmensa mayoría. Y en el segundo caso se trata de una táctica infinitamente probada y avanzada con determinados sujetos que ni nombramos por su seguridad, pero que ya a estas alturas su buena pro en favor de la causa del Perijá los pone contra la pared hasta con el mismo Chávez.
No queda otra salida que probar la creatividad política de un movimiento ya obligado a actuar solo, pero también obligado a encontrarse con el resto de las resistencias populares conscientes de la historia que está avanzando. Para ellos no hay ni siquiera la posibilidad de establecer un puente de comunicación y solidaridad con sectores militares «bolivarianos» que deberían ver en el indígena de frontera uno de los pilares de nuestra seguridad nacional. Nuevamente estos salvajes no son sujeto para ello, el estado corporativo solo cree en sí mismo y sobretodo en la autosuficiencia estratégica de las FFAA como componente central del tal proyecto de estado y república tanto a nivel de la seguridad nacional como del mando burocrático de estado. De allí el desprecio y otra vez odio hacia los indígenas de parte de los militares que han ejercido mando en la frontera del Perijá. Que absurdo, que derroche de irracionalidad y de irresponsabilidad contrarevolucionaria sobretodo ahora que se triplica la potencia militar del estado paramilitar colombiano con las bases gringas. Para esta mentalidad militarizada -quitando incluso los intereses oscuros que allí se juegan- en el fondo siguen siendo «los guerrilleros» el problema, pero cuando se topan con la verdadera penetración imperial dentro del mundo indígena como es el caso de los evangélicos que reinan aún en buena parte de Amazonas y Bolívar, allí sí vale el amor y la total complicidad. ¡qué patriotismo!. ¿Dónde está la verdadera FA bolivariana?…Viva sabino, viva la resistencia indígena del Perijá.