Nunca fue tan abultado el número de personas que sufre hambre. Por primera vez en la historia afecta a más de 1.000 millones. ¿Entonces? Las consideraciones de Antonio Onorati, miembro del Comité Organizador de los Foros Paralelos a las Cumbres Mundiales sobre alimentación.
Nunca hubo en el mundo tantas personas con hambre, por primera vez en la historia afecta a más de 1.000 millones. En 2009, Jacques Diouf, director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), reconoció que el combate contra ese flagelo aún no ha sido prioritario, tal cual merece serlo. Ello quedó demostrado con la ausencia de los Jefes de Estado de los países del G8 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Japón, Reino Unido y Rusia) durante la Cumbre Mundial de Seguridad Alimentaria, organizada por la FAO el pasado mes de noviembre en Roma. Esas ausencias fueron causa del fracaso del cónclave.
Para profundizar en torno a la crisis del hambre, APM entrevistó a Antonio Onorati, integrante de la Organización No Gubernamental (ONG) italiana Crocevia y del Comité Internacional de Planificación para la Soberanía Alimentaria (CIP), que organiza los foros de ONGs/Organizaciones de la Sociedad Civil (OSCs) paralelos a las cumbres mundiales sobre alimentación convocadas por la FAO.
El CIP promueve junto a Vía Campesina (movimiento internacional integrado por 148 organizaciones de campesinos, pequeños y medianos productores, mujeres rurales, comunidades indígenas, gente sin tierra, jóvenes rurales y trabajadores agrícolas migrantes de 69 países) la incorporación del concepto de Soberanía Alimentaria en las políticas de la FAO y señala la responsabilidad de gobiernos, instituciones internacionales y empresas transnacionales en la crisis alimentaria actual.
¿Se puede reformar la FAO?
No en un día. Se trata de una confrontación constante. Durante 10 o 15 años se repitió que la agricultura no era un problema, que no era una parte importante de la economía, que socialmente se resolvía con la eliminación natural de los pequeños, de los más pobres, de los marginales; hacia un modelo industrial de fuerte capitalización, que iba a funcionar solo con la liberalización del mercado mundial. Se equivocaron. Se daban elementos ideológicos, ligados al conservadorismo, al neoliberalismo y también a las elites académicas urbanas que no comprendían nada. Los únicos movimientos sociales que se opusieron al neoliberalismo fueron los campesinos organizados, no el sindicato obrero, no los radicales de la ciudad; los movimientos que se dieron cita en el Foro Social Mundial de Porto Alegre llegaron después. Sólo los movimientos campesinos han tenido más o menos la lucidez de ver como el liberalismo y el ajuste estructural es un problema total: social, económico y ambiental no sustentable.
Durante la Cumbre Mundial de la Alimentación del año 1996, en Roma, lo dijimos. Hablamos con años de anticipación sobre la crisis de intensificación agraria, sobre la inseguridad alimentaria que sería el resultado para cualquier país, también para los grandes exportadores como Argentina. El hambre en Argentina nadie lo puede explicar; o en Uruguay, el hambre en Montevideo, ¿quién lo puede explicar?, o en Brasil.
Con la gran crisis del 2008, que es una crisis alimentaria resultante de la especulación financiera, fue claro que los gobiernos dominantes no pueden controlar lo que han lanzado; no tienen instrumentos para arreglar el desastre que provocaron. La crisis financiera lo probó, no hay un instrumento para tomar decisiones, no para tomar decisiones conjuntas, sino para sentarse a tomar simples decisiones. Ni siquiera el Fondo Monetario Internacional (FMI) fue capaz de identificar la trayectoria de la crisis financiera que encabezó.
En la declaración de la Conferencia de Alto Nivel sobre la Seguridad Alimentaria Mundial que se hizo en Roma, en el 2008, es muy importante ver como los documentos técnicos de los burócratas de la FAO fueron cambiados. En septiembre de 2007, la FAO escribe que se daba un movimiento hacia una crisis de precios en la agricultura, causada por la liberación de los mercados y los instrumentos financieros especulativos. Cuando en el mes de junio de 2008 sale la declaración final de los Jefes de Estado, la palabra «financiera» no se nombra. Todo se resumía a que había un problema de manejo de mercado. No hay en la declaración final referencia a nada de lo que estaba escrito seis u ocho meses antes en los documentos mismos de la FAO.
En ese momento, se acusó duramente a la Argentina porque bloqueó exportaciones con criterio de control. En Bolivia, a Evo Morales le intentaron armar una guerra civil para desbloquear a los cinco grandes productores de soja, que estaban exportando al mercado mundial, intentando condicionar el ámbito interno al proceso del mercado global especulativo. La idea de los ultraliberales estadounidenses y europeos consistía en destruir el poco poder político que permanecía en la FAO, para imponer de manera no transparente un liderazgo global ligado a los organismos con sede en Nueva York. A ello se opusieron con lucidez los latinoamericanos, especialmente Lula da Silva, quién en una intervención muy fuerte afirmó: «este es un lugar en donde se discuten asuntos que son fundamentales para la humanidad, por eso hay gente especializada para la agricultura y la alimentación, la línea debe ser multilateral, y es el lugar en donde discutimos».
Finalmente se planteó aumentar el poder político de la FAO, asumiendo la idea de reformar el Comité de Seguridad Alimentaria (CFS). Eso lo propusieron el año pasado. En eso, el trabajo de la representante permanente de Argentina, María del Carmen Squeff, fue excepcional, al abrir la participación a la Sociedad Civil: al CIP, a Vía Campesina y a otras ONGs internacionales. Nosotros apoyamos firmemente el reformado CFS, ya que contrariamente a otros mecanismos establecidos al exterior del sistema de las Naciones Unidas, es un espacio que respeta la regla básica de la democracia «un país, un voto». Todos los fondos que se dispongan para apoyar soluciones a la crisis alimentaria deben ser puestos bajo la responsabilidad del renovado CFS.
Sin embrago, en lugar de demostrar su apoyo pleno al CFS, los países del G8 han optado por establecer un fondo fiduciario bajo el control del Banco Mundial (BM). Una propuesta proveniente de esa institución sugiere que el uso de esos fondos debe ser decidido por un comité compuesto por los mismos países donantes, por el coordinador del equipo técnico denominado Grupo de Tareas de Alto Nivel -designado por Ban Ki-moon, secretario general de las Naciones Unidas- y por el director de gestión del BM. En la práctica, eso significaría que dos burócratas junto con los países donantes serían los encargados de decidir donde debe ir el dinero.
Seguramente hacia el agronegocio…
Sí, pero tenemos esperanzas. El panorama muestra que Europa es la más grande y poderosa economía agraria del mundo, el más grande exportador de alimentos, el mercado más grande de consumo alimentario; tres veces más que Estados Unidos. Claro, eso no se ve, la gente piensa que los malos son los estadounidenses, pero no son sólo ellos. Las multinacionales europeas de agronegocios tienen un poder demasiado grande, una responsabilidad importante en torno la especulación de precios la tienen Londres y París, además de Chicago y Nueva York. A pesar de ello, en 10 o 15 años de trabajo hemos logrado interesar hasta la academia, esto quiere decir que aún siendo totalmente minoritarios se puede lograr un lugar hegemónico en la construcción de conocimiento.
¿Cuál debería ser el papel de los académicos?
Se necesita estudiar y profundizar en temas como la compra de contratos de producción por parte de bancos y de fondos financieros, que es un fenómeno muy complicado, pues se trata de actores nacionales y globales al mismo tiempo, porque el capital financiero no tiene patria. Serían estudios fundamentales, así como toda la temática sobre el uso y concentración de la tierra por parte de estos capitales. En un mismo sentido, hay que comprender que la cuestión agraria no es una cuestión de los campesinos, es una cuestión de la sociedad. Existen productores de alimentos que no son campesinos en sentido estricto, como los pueblos indígenas, los pescadores artesanales, los pastores. Una parte de esos productores de alimentos son pobres, muy pobres, con hambre. También nos encontramos con un conflicto fundamental, el que se registra entre la producción agraria y el consumidor pobre, la cuestión del precio, el valor. Por eso hay que construir alianzas, y ello lleva tiempo. Y para construir alianzas hay que conocer cómo funcionan. Porque sino todo termina en que Walmart o Carrefour abre otro hipermercado en Buenos Aires y los pobres compran la alimentación global. Son temas muy complejos. Es allí en donde la academia puede jugar un rol importante.
(*) Entrevista realizada con Leda Giannuzzi, coordinadora de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina.
Fuente: http://www.prensamercosur.com.ar/apm/nota_completa.php?idnota=4563