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EE.UU. y China

Uno pierde, el otro gana

Fuentes: Rebelión

Traducido por S. Seguí

Introducción

El capitalismo asiático, en particular el de China y Corea del Sur, está en competencia con EE.UU. por el poder mundial. El poder asiático global es impulsado por un crecimiento económico dinámico, mientras que EE.UU. aplica una estrategia de construcción del imperio por medios militares.

Lectura de un número del Financial Times

Incluso una lectura superficial de un solo número de The Financial Times -el del 28 de diciembre de 2009- ilustra acerca de las divergentes estrategias de construcción del imperio. En la página uno, el artículo principal sobre EE.UU. trata de los conflictos militares en expansión y su «guerra contra el terror», bajo el título «Obama pide una revisión de la lista de organizaciones terroristas». En contraste, hay dos artículos, en la misma página uno, sobre China, en los que se informa de la inauguración en este país del tren de pasajeros más rápido del mundo y de su decisión de mantener su moneda vinculada al dólar de EE.UU. como un mecanismo para promover su dinámico sector de exportación. Mientras que Obama se centra en la creación de un cuarto frente de batalla (Yemen) en la «guerra contra el terror» (después de Irak, Afganistán y Pakistán), el Financial Times informa en la misma página de que un consorcio de Corea del Sur ha ganado un contrato de 20.400 millones dólares para el desarrollo de centrales nucleares para uso civil, en los Emiratos Árabes Unidos, superando a sus competidores de EE.UU. y Europa.

En la página dos del FT hay un artículo más largo sobre la nueva red de ferrocarriles china, destacando su superioridad sobre el servicio ferroviario de EE.UU. El ultramoderno tren de alta velocidad chino transporta a los pasajeros entre dos ciudades importantes, a 1.100 kilómetros de distancia, en menos de tres horas, mientras que el tren «Express» de la compañía Amtrack, de EE.UU. «tarda tres horas y media para cubrir los 300 kilómetros entre Boston y Nueva York.» Mientras el sistema ferroviario de pasajeros estadounidense se deteriora por la falta de inversión y mantenimiento, China gastó 17.000 millones de dólares en la construcción de su línea de alta velocidad. China planea la construcción de 18.000 kilómetros de nuevas vías de su ultramoderno sistema para el año 2012, mientras que EE.UU. gastará una suma equivalente en la financiación de su ofensiva militar en Afganistán y Pakistán, así como para abrir un nuevo frente bélico en el Yemen.

China construye un sistema de transporte que une a los productores y los mercados laborales de las provincias del interior con los centros de fabricación y puertos de la costa, mientras que en la página cuatro del FT se describe cómo EE.UU. sigue aferrado a su política de enfrentar la «amenaza islamista» en una «guerra sin fin contra el terror». La ocupación y las guerras contra los países musulmanes han desviado cientos de miles de millones de dólares de fondos públicos hacia una política militarista sin ningún beneficio para el país, a la vez que China moderniza su economía civil. Mientras que la Casa Blanca y el Congreso subvencionan y satisfacen al Estado militarista-colonial de Israel, con su insignificante base de recursos y mercado, alejándose de 1.500 millones de musulmanes (FT, pág. 7), el producto interno bruto (PIB) de China se multiplicó por diez en los últimos 26 años (FT, pág. 9). Mientras que EE.UU. asignó más de 1.400 millones de dólares a Wall Street y los militares, aumentando el déficit fiscal y de cuenta corriente, duplicando el desempleo y perpetuando la recesión (FT, pág. 12), el gobierno chino lanza un paquete de estímulo dirigido a los sectores interiores de las manufacturas y la construcción que ha producido un crecimiento del 8% del PIB, una reducción significativa del desempleo y el «relanzamiento de las economías vinculadas» en Asia, América Latina y África (FT, pág. 12).

Mientras EE.UU. malgastaba su tiempo, recursos y personal en la organización de «elecciones» para sus corruptos estados satélites de Afganistán e Irak, y participaba en las inútiles mediaciones entre su intransigente socio israelí y su impotente cliente palestino, el gobierno de Corea del Sur apoyó un consorcio liderado por la Korea Electric Power Corporation en su exitosa puja de 20.400 millones de dólares para la instalación de la central nuclear, abriendo con ello el camino a otros contratos multimillonarios en la región (FT, pág. 13).

Mientras EE.UU. gastaba más de 60.000 millones de dólares en vigilancia interna y multiplicación del número y el tamaño de sus organismos internos de seguridad en busca de potenciales terroristas, China invertía más de 25.000 millones de dólares en consolidar sus intercambios energéticos con Rusia (FT, pág. 3).

Lo que nos relatan los artículos y noticias de una sola en la edición de un solo día del Financial Times refleja una realidad más profunda que ilustra la gran división en el mundo de hoy. Los países de Asia, encabezados por China, están alcanzando el estatus de potencias mundiales, a base de grandes inversiones nacionales y extranjeras en la industria manufacturera, el transporte, la tecnología, y la minería y el procesamiento de minerales. En contraste, EE.UU. es una potencia mundial en declive, con un deterioro de la sociedad resultado de su construcción del imperio por medios militares y de su economía financiera especulativa:

1. Washington busca clientes militares de menor importancia militar en Asia, mientras que China amplía sus acuerdos comerciales y de inversión con importantes socios económicos: Rusia, Japón, Corea del Sur y otros.

2. Washington drena su economía nacional para financiar las guerras en el extranjero. China extrae minerales y recursos energéticos para fomentar su mercado interior de trabajo en la industria.

3. EE.UU. invierte en tecnología militar para luchar contra insurgentes locales que se enfrentan a sus Estados satélites; China invierte en tecnología civil para crear exportaciones competitivas.

4. China comienza a reestructurar su economía para desarrollar el interior del país, y asigna un gasto social mayor a la corrección de sus grandes desequilibrios y las desigualdades, mientras que EE.UU. rescata y refuerza el sector financiero parasitario, que saqueó la industria (reduciendo sus activos por medio de fusiones y adquisiciones), y especula sobre objetivos financieros sin impacto sobre el empleo, la productividad o la competitividad.

5. EE.UU. multiplica las guerras y la acumulación de tropas en Oriente Medio, Asia Meridional, Cuerno de África y Caribe; China ofrece inversiones y préstamos de 25.000 millones de dólares para la construcción de infraestructuras, la extracción de minerales, la producción de energía y la construcción de plantas de montaje en África.

6. China firma acuerdos comerciales de miles de millones de dólares con Irán, Venezuela, Brasil, Argentina, Chile, Perú y Bolivia, con lo que se asegura el acceso a la energía estratégica y los recursos minerales y agrícolas; Washington proporciona 6.000 millones de dólares en ayuda militar a Colombia, consigue del presidente Uribe que les ceda siete bases militares (para amenazar a Venezuela), apoya un golpe militar en la pequeña Honduras, y denuncia a Brasil y Bolivia por diversificar sus vínculos económicos con Irán.

7. China aumenta las relaciones económicas con las dinámicas economías de América Latina que representan más del 80% de la población del continente; EE.UU. se asocia con el Estado fallido de México, que tiene el peor desempeño económico del hemisferio y en el que poderosos cárteles de la droga controlan amplias regiones y han penetrado profundamente en el aparato estatal.

Conclusión

China no es un país capitalista de excepción. Bajo el capitalismo chino, se produce la explotación del trabajo, las desigualdades de riqueza y acceso a los servicios abundan, los pequeños agricultores se ven desplazados por megaproyectos de embalses, y las empresas chinas extraen minerales y otros recursos naturales en el Tercer Mundo sin demasiadas contemplaciones. Sin embargo, China ha creado decenas de millones de empleos en la industria, y ha reducido la pobreza con más rapidez y para más personas en el lapso más breve de la historia. Sus bancos financian sobre todo la producción. China no bombardea, no invade ni saquea otros países. En contraste, el capitalismo de EE.UU. se halla enfeudado a una monstruosa máquina militar mundial que drena su economía nacional y reduce los niveles de vida del país para financiar sus interminables guerras en el extranjero. El capital financiero, inmobiliario y comercial socava el sector manufacturero, y obtiene sus beneficios de la especulación y las importaciones baratas.

China invierte en países ricos en petróleo; EE.UU. los ataca. China vende bandejas y tazones para los banquetes de boda afganos; EE.UU. bombardea las celebraciones con sus aviones teledirigidos. China invierte en industrias extractivas, pero, a diferencia de los colonos europeos, construye ferrocarriles, puertos, aeropuertos y proporciona crédito accesible. China no financia ni arma guerras étnicas, ni organiza «revoluciones de colores» como la CIA estadounidense. China autofinancia su propio crecimiento, su comercio y su sistema de transporte; mientras, EE.UU. se hunde bajo una deuda de varios billones de dólares para financiar sus guerras sin fin, rescatar sus bancos de Wall Street y apuntalar otros sectores no productivos, mientras que muchos millones de personas permanecen sin empleo.

China crecerá y ejercerá poder a través del mercado, EE.UU. entrará en guerras sin fin en su camino a la bancarrota y la descomposición interna. El crecimiento diversificado de China está relacionado con interlocutores económicos dinámicos; el militarismo de EE.UU. se ha vinculado a narcoestados, regímenes dirigidos por señores de la guerra, supervisores de repúblicas bananeras, y al último y peor régimen racista y colonial declarado: Israel.

China atrae a los consumidores del mundo; las guerras globales de EE.UU. producen terroristas en el interior del país y en el extranjero.

China podrá hallarse ante crisis e incluso ante rebeliones de los trabajadores, pero tiene los recursos económicos para darles solución. EE.UU. está en crisis y puede enfrentarse a una rebelión interna, pero ha agotado su crédito y sus fábricas están en el extranjero, mientras que sus bases e instalaciones militares representan pasivos, no activos. Hay menos fábricas en EE.UU. que vuelvan a contratar a sus trabajadores desesperados: un levantamiento social podía mostrar a los trabajadores estadounidenses ocupando los esqueletos vacíos de sus antiguas fábricas.

Para convertirnos en un Estado «normal» tenemos que empezar desde el principio: cerrar todos los bancos de inversión y las bases militares en el extranjero, y regresar a América. Tenemos que comenzar la larga marcha hacia la reconstrucción de una industria al servicio de nuestras necesidades nacionales, a vivir dentro de nuestro propio entorno natural, y a abandonar la construcción del imperio en favor de la construcción de una república socialista democrática.

¿Cuándo vamos a tomar el Financial Times, o cualquier otro diario, y leer acerca de nuestra propia línea de alta velocidad que transporte pasajeros estadounidense de Nueva York a Boston en menos de una hora? ¿Cuándo van nuestras propias fábricas a suministrar nuestras tiendas de ferretería? ¿Cuándo vamos a construir generadores de energía eólica, solar y oceánica? ¿Cuándo vamos a abandonar nuestras bases militares, y vamos a permitir que los señores de la guerra los traficantes de drogas y los terroristas hagan frente a la justicia de su propia gente?

¿Llegaremos a leer acerca de todo esto en el Financial Times?

En China, todo comenzó con una revolución…

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El escritor estadounidense James Petras es profesor emérito ¡de Sociología en la Binghamton University, State University of New York.

S. Seguí es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística