Agradezco a los colegas y autoridades del Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos por invitarme a impartir esta conferencia de inicio de cursos, lo cual es un honor y una responsabilidad. Siempre es grato dirigirse a las y los jóvenes que ingresan o cursan la carrera de antropología desde la […]
Agradezco a los colegas y autoridades del Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos por invitarme a impartir esta conferencia de inicio de cursos, lo cual es un honor y una responsabilidad.
Siempre es grato dirigirse a las y los jóvenes que ingresan o cursan la carrera de antropología desde la experiencia de practicarla ya algunas décadas , no con el ánimo paternalista de mostrar el camino hacia un desempeño idealizado ni mucho menos estatista de l trabajo de los antropólogos en los campos de la teoría, la docencia y la investigación, sino más bien con la intención de reflexionar sobre otra antropología.
Estoy seguro de que la antropología no es una carrera universitaria que llevará a sus profesionistas a competir con Carlos Slim en la lista de los más ricos de Forbes, pero en cambio, es posible vivir o sobrevivir en un intenso contacto con las realidades sociales diversas y contrastantes de nuestro país y del mundo – en la mayoría de los casos- fuera de las rutinas y en ocasiones hasta de los horarios burocráticos.
La nuestra es una disciplina que ofrece un amplio margen para la educación autodidacta, ya que se fundamenta en buena parte en la capacidad y voluntad de quienes se embarcan en ella, de inquirir sobre la realidad circundante a través de la lectura permanente, la curiosidad intelectual y el compromiso social con los sujetos de estudio, más allá de las naturales exigencias que se establecen en el aula.
Antropología y culturología
La antropología social, sobre todo, es en buena parte, la ciencia de la otredad y la diferencia ; el análisis de la diversidad social, étnica, de género, grupos de edad; el examen de las relaciones conflictivas o armoniosas entre los heterogéneos componentes que conforman las sociedades humanas, las cuales, no obstante esa pluralidad, constituyen una sola especie que evoluciona a partir de su determinación o esencia social y la producción de cultura, mismas que superan su condición biológica.
El distinguido pero olvidado antropólogo estadounidense Leslie White ( 1900 – 1975 ), una singular y solitaria figura que tiene el valor de hacer un viaje a la Unión Soviética en 1929, en el contexto del adverso medio anticomunista que predominaba en Estados Unidos, distingue al ser humano por su capacidad para crear cultura y define este concepto como «el continuo temporal y extra somático (esto es, no biológico) de objetos y eventos que dependen de la capacidad humana de simbolizar» [iii] .
Leslie White
En el desarrollo evolutivo de los primates, el ser humano aparece cuando se desarrolla la habilidad de dar un significado abstracto a un objeto o suceso. El lenguaje articulado es la más característica y la más importante de las formas de simbolizar, única en esta especie. De esta manera, el ser humano es definido básicamente en términos de su expresión simbólica y, por consiguiente, por su capacidad concomitante para producir cultura.
White argumenta que la cultura, como instrumento extra somático, no puede ser explicada a través del factor biológico, siendo éste irrelevante para los problemas de interpretación de la diversidad y de la evolución de la cultura. Propone que la ciencia que estudia el fenómeno cultural sea llamada propiamente culturología y no antropología, y que las interpretaciones sobre esta realidad sean culturológicas y no sicológicas o biológicas. Pagando tributo a sus inclinaciones marxistas, explicablemente veladas, White afirma:
«De nuestra discusión sobre la interrelación de los sectores tecnológicos, sociales y filosóficos, podemos decir que la tecnología de una cultura determina de manera general, la forma y el contenido de los sistemas sociales y filosóficos; es la base sobre la cual el sistema cultural como tal descansa. Toda la vida humana y, consecuentemente, la cultura, depende de los medios materiales, físicos y químicos del hombre como una especie animal.» [iv
Hoy sabemos que la base económica influye y actúa sobre los procesos sociales pero que esa influencia o determinación no es mecánica ni directa sino mediada por la acci ón de sujetos socio-políticos y su capacidad para actuar y modificar sus propio s entornos .
El estigma colonial
Por otra parte, y para información de los estudiantes de nuevo ingreso es necesario confesar que nuestra disciplina nació con el pecado original provocado por la intensa relación de los antropólogos con la expansión colonial principalmente de las metrópolis europeas y Estados Unidos , y con los procesos nacionalitarios que tienen lugar con el capitalismo , que son igualmente violentos y etnocidas . En el libro de mi autoría, Antropología, etnomarxismo y compromiso social de los antropólogos (Ocean Sur, 2010), se cita la lapidaria frase de la antropóloga Kathleen Gough: » La antropología moderna, como disciplina universitaria, es una hija del imperialismo capitalista occidental « . [v] En 1972 se publ icaría un libro clásico sobre el tema escrito por Gerard Leclercq: Antropologie et colonialisme [vi] , en el cual se escudriña en torno a las relaciones peligrosas de los antropólogos con los afanes colonialistas de sus respectivos países metropolitanos.
Se podrá afirmar que esas relaciones son cosa del pasado y que actualmente la antropología esta liberada de la pesada carga del hombre blanco y, además, se argumentará con cierta razón: ¿Qué responsabilidad tenemos los antropólogos mexicanos con ese tipo de complicidades?: como se m uestra en uno de los ensayos de mi libro , hoy en día las brigadas de combate de las fuerzas de ocupación de Estados Unidos en Irak y Afganistán cuentan con el auxilio de equipos de antropólogos y cie ntíficos sociales de otras disciplinas que hacen su trabajo de interpretación de las culturas para fines de contrainsurgencia por el módico salario de mil dólares diarios, sin el menor rubor o remordimiento. La intelectual orgánica de este esfuerzo mercenario, la doctora Montgomery McFate, incluso se queja amargamente de que mientras sus honorables detractores de la academia estadounidense se encuentran encerrados en su torre de marfil , y más interesados en elaborar resoluciones en su contra, ella encuentra soluciones para que su país salga triunfante en esas guerras, que evidentemente tienen un claro carácter neocolonial.
Antropólogos trabajando en el ejército de ocupación de Estados Unidos
Recordemos que en 1946, Ruth Benedict ( 1887 – 1948) , dilecta discípula de Franz Boas (1858 – 1942), guro de la antropología estadounidense, publicó una obra titulada El crisantemos y la espada. Patrones de la cultura japonesa , [vii] producto de una investigación realizada durante la segunda guerra mundial, a petición de la Oficina de Información de Guerra, y más precisamente de su sección de Estudios de la moral extranjera , encaminada a la comprensión de la cultura de poblaciones «enemigas» para un mejor control y sometimiento «culturalmente» dirigidos.
Después de realizar investigaciones preliminares sobre Rumanía, los Países Bajos, Alemania y Finlandia, Benedict lleva a cabo su trabajo sobre Japón, con la intención, según Margaret Mead ( 1901 – 1978 ) , biógrafa de Benedict y una de las más traducidas antropólogas estadounidenses: » de contribuir al conocimiento de las potencialidades culturales que Japón podría ofrecer como parte de un mundo pacifico y cooperador.» [viii]
Con todo, Benedict se exponía en su obra objetivos menos idealistas que los señalados por Mead. A partir de su perspectiva mentalista, propia de la escuela de Boas, Benedict sostiene que cada cultura privilegia lo que llama una «configuración cultural» o «patrones culturales» , esto es, la idea o ideas que permean a la cultura en su esencia. Sobre esta base, Benedict establece que el principal problema para Estados Unidos en la guerra contra Japón estaba en la propia naturaleza del enemigo; » debíamos ante todo, –afirma la antropóloga– entender su comportamiento para enfrentarnos a él «. » Los japoneses -según Benedict- expresan una ambivalencia esencial que se simboliza en la espada y el crisantemo», ya que «son a la vez, y en sumo grado, agresivos y apacibles, militaristas y estetas, insolentes y corteses, rígidos y adaptables, leales y traicioneros, valientes y tímidos». De aquí que en su investigación pla n tee interrogantes de orden práctico relacionados con el desarrollo de la guerra, como: » ¿Qué harán los japoneses? ¿Se debe bombardear el palacio del emperador» ? ; o de naturaleza «humanitaria», como: » ¿Será el exterminio de los japoneses la única alternativa?» [ix] . Hiroshima y Nagasaki fue la respuesta del presidente Truman a la pregunta de la discípula preferida de Boas. [x]
Colonialismo interno
México también tiene su «estigma colonial», o lo que Pablo González Casanova definió con la categoría de «colonialismo interno» , que ya el sociólogo C. Wright Mills había utilizado en 1963 [xi] . Este colonialismo se expresa en la relación de dominación y discriminación que establecen los grupos de poder dominantes para con los pueblos indígenas.
En este sentido, desde los años treinta, del siglo pasado, n umerosos antropólogos en México trabajaron en la creación y el fortalecimiento de los mecanismos constitutivos de una política de Estado , el indigenismo, para enfrentar la diversidad étnico-lingüístic o-cultural de nuestra nación ; esto es, la otredad . De hecho, Manuel Gamio (1983 -1960), uno de los fundadores de la antropología mexicana , mantenía una perspectiva del indigenismo basada precisamente en la acción del Estado, al cual calificaba como el «arbitro juicioso de la sociedad» y, en consecuencia, consideraba al antropólogo como un agente estatal [xii] . A Gamio, le siguieron Alfonso Caso (1896 – 1970 ) , Alfonso Villa Rojas (1897 – 1998) , Gonzalo Aguirre Beltrán (1908 – 1996) , entre otros, en el desarrollo de lo que Caso consideraba como «una aculturación planificada y voluntaria» de los indígenas, «con la ayuda de un antropólogo social que se encargue de dirigirla» [xiii] –
Como reacción a esta corriente hegemónica de la antropología mexicana, desde la década de los sesenta y como expresión de una ruptura generacional, hemos sostenido que e l indigenismo, ya sea en sus vertientes integracionistas que pretendían asimilar a las distintas etnias a la nacionalidad dominante; o en sus variedades más sofisticadas de «participación», o «transferencia de funciones y recursos» a los pueblos indígenas desde los aparatos de Estado; o en su reconversión nativista con indígenas «por profesión» o «caciques ilustrados» como directores de burocracias indigenistas , o comisiones presidenciales, siempre será una política contrapuesta a los intereses de los pueblos y las comunidades indígenas.
Precisamente, u na de las conquistas del movimiento indígena encabezado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el Congreso Nacional Indígena (CNI) ha sido identificar en el debate nacional la naturaleza paternalista, autoritaria y enajenante del indigenismo del Estado mexicano .
Antagónico a los autogobiernos de pueblos y comunidades, el indigenismo se desarrolla a partir de contradictorias y complementarias perspectivas desde los aparatos estatales y mediado por grupos dominantes nacionales y regionales que -de acuerdo a necesidades y coyunturas económicas y políticas– afirman un integracionismo asimilacionista de las entidades étnicas diferenciadas a la nacionalidad mayoritaria «mexicana», o establecen un diferencialismo segregacionista que las mantiene en sus «regiones de refugio», según término de Aguirre Beltrán, siendo ambas políticas, en esencia, negadoras de las culturas indí genas y condicionantes del clientelismo y el corporativismo impues tos durante el régimen priísta y continuados por el panismo.
Manuel Gamio
La constatación de esta tesis en el movimiento indígena y el incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés de los tres poderes de la Unión provocan una ruptura con el Estado mexicano que da cauce a procesos autonómicos de p rofundidad histórica, como los municipios rebeldes y las Juntas de Buen Gobierno zapatistas y experiencias muy diversas en Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Jalisco, Chihuahua, entre otras entidades.
Los complejos étnicos
No ha sido el indigenismo el único tema de debate en la antropología mexicana . También se ha discutido sobre la naturaleza de los complejos étnicos, sosteniendo que éstos constituyen entidades sometidas al proceso histórico y cuyas bases socioculturales, condiciones de reproducción y formas de vinculación política, continuamente se modifican; de aquí la posibilidad de los pueblos indios de transformarse sin renunciar a su identidad contrastante. Es más, en la mayoría de los casos, las etnias no son producto de una continuidad milenaria, si no de las múltiples adaptaciones y refuncionalizaciones a la cambiante realidad colonial y nacional.
En esta dirección, el etnomarxismo sostiene que p or ser entidades h istóricas, los sistemas étnicos son al mismo tiempo fenómenos siempre contemporáneos; aún el pasado hay que verlo en función del presente y el futuro. Las etnias existen firmemente relacionadas con la estructura socioeconómica y política en que se insertan. De aquí que las entidades étnicas no sean «armónicas» o «equilibradas», o esencias que transitan por los procesos históricos incólumes, sino que se encuentran incididas por su integración en la matriz clasista, no son independientes de la misma. Por ello, la necesidad metodológica de ver a las etnias en sus contextos históricos y en sus contradicciones .
Fue en esta dirección que se da la confrontación con las corrientes etnicistas o etno populistas , según un término introducido por Javier Guerrero, y, en particular con Guillermo Bonfil (1935 – 1991) y su «México profundo» , ya que para el e tnomarxismo , los indígenas no enfrentan un mundo genérico «occidental» o «imaginario» sino a clases sociales específicas y sus representantes en el aparat o de Estado. A partir de la matriz clasista, el problema indígena constituye un fenómeno sociopolítico que no puede reducirse a lo cultural. Por su carácter sociopolítico, las etnias subordinadas se vinculan con otros sectores explotados de la sociedad, aunque sus reivindicaciones políticas conserven su especificidad.
Así, la cuestión étnica deviene en parte constitutiva de la cuestión nacional y, en consecuencia, las etnias o pueblos indígenas resisten a un proyecto nacional hegemónico que pue de ser confrontado con un proyecto nacional contra hegemónico alternativo . La solución de la problemática étnica requiere de la acción de los indígenas como sujetos históricos. El EZLN, con su proyecto de autonomías que se consolida con las Juntas de Buen Gobierno, cierra el ciclo de la dependencia y el paternalismo y, con ello, cancela toda relación de clientelismo y corporativismo que practicó el Estado mexicano, con la debida asesoría antropológica.
Es la rebelión zapatista la que empieza a desestructurar estas ideologías y perspectivas teóricas, que sitúan a los pueblos indios fuera del acontecer histórico, como rémoras del pasado que niegan su pot encial político en procesos democratizadores y de transformación social , todavía ancladas en prácticas sociales discriminatorias y con formas discursivas estigmatizantes.
Rodolfo Stavenhagen establece un paralelo entre las perspectivas neoliberales y las del marxismo ortodoxo sobre la cuestión indígena en América Latina, que a pesar de originarse en distint as tradiciones intelectuales y en diferentes análisis e interpretaciones de la dinámica social y económica, e n ambos caso s, los pueblos indios son observados como obstáculos para el desarrollo y destinados a desaparecer por la vía de la aculturación o la modernización, y aña diríamos, también por el obrerismo intrínseco en la tesis de la revolución vanguardizada por el proletariado.
Los reduccionismos
Aquí, cabe destacar sintéticamente las críticas a los considerados reduccionismos en la investigación y la práctica de la antropología: el monográfico, el burocrático-administrativo, el economicista, entre otros.
Metodológicamente, el error del reduccionismo monográfico es su concepción estático-funcionalista que observa la realidad social como un agregado de elementos cuya suma constituye el todo social. Se trata de estudios meramente descriptivos de una comunidad o grupo determinado, observándolos como una sociedad en sí misma y describiendo cada una de las partes a través de monografías en las que se privilegia el dato etnográfico. Se parte de la premisa teórica de no tener premisas teóricas, esto es, el empirismo meticuloso que registra toda información sin conexión alguna entre sí. En la ENAH de los sesentas se hizo célebre esta concepción con la frase de que » al campo había que salir con la mente en blanco».
De este empirismo que rechaza la engorrosa necesidad de explicar eventos y procesos sociales se deriva el reduccionismo burocrático-administrativo que sustenta los trabajos de «antropología aplicada», en los que la preocupación central es alcanzar la meta de lo que Manuel Gamio consideraba como antropología, esto es, «la ciencia del buen gobierno» que debiera facilitar un «desarrollo evolutivo normal», sin preguntarse sobre la naturaleza del trabajo a realizar, su impacto en los sujetos sociales y el entorno ecológico y, sobre todo, las características del Estado que lo propicia: por ejemplo, antropólogos han trabajado en desalojos de comunidades indígenas para la construcción de presas, o en proyectos de castellanización, así como en toda la gama de los programas indigenistas, asesorías a empresas, etcétera.
También se ubica el reduccionismo etnicista o culturalista ya mencionado : explicación o énfasis en factores étnicos sin ninguna relación con la matriz clasista; o como una realidad síquica, subjetiva o imaginaria que se volatiza en el ámbito simbólico; este también puede llamarse reduccionismo esencialista .
El economicismo o clasismo es la contraparte del etnicismo: invoca al marxismo como su marco de referencia, pero a partir de un énfasis desmedido a fenómenos como la proletarización y la tendencia a los procesos de integración capitalista. Se subestima la capacidad de los sujetos o actores para resistir con relativo éxito los procesos considerados como inmanentes y determinantes. Los riegos metodológicos de este reduccionismo en el análisis de la cuestión étnico-nacional, por ejemplo , es observar a clases despojadas de sus a tributos étnicos, de género, edad, grupos naciona les. También, en la conceptualización de la nación como un fenómeno de «formación de un mercado» o un mero «producto de la burguesía».
A manera de conclusión
Ciertamente que la humanidad vive tiempos difíciles que es imposible ignorar. En este contexto de inseguridad e incertidumbre de lo que el futuro depara para la jóvenes generaciones y en el que «la fortuna de 358 individuos más ricos del planeta es superior a los ingresos anuales sumados del 45 % de los habitantes más pobres de la Tierra» [xiv][xv] , l a antropolog ía no puede renunciar a una concepción totalizadora del mundo social que incluye una opción consciente del carácter de su vinculación con sus tradicionales y nuevos sujetos de estudio . E s posible que los antropólogos, desde su elección temática de investigación y guardando el rigor científico y la congruencia metodológica , acompañen de manera responsable los procesos de resistencia a la transnaciona lización capitalista neoliberal que pone en riesgo la sobrevivencia misma de la especie humana.
Notas Bibliográficas
[i] Conferencia de inauguración de cursos del Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, 25 de febrero de 2010.
[ii] El autor es Doctor en Antropología, investigador del centro regional Morelos del INAH.
[iii] Ver: Leslie A, White. The Science of Culture. A Study of Man and Civilization . Toronto: Farrar, Straus and Giroux, 1971.
[iv] White desarrolla una obra vasta en libros y artículos de los cuales destacan La Ciencia de la Cultura, ya citada y Evolución de la Cultura , hasta la fecha inexplicablemente sin publicar en México, a pesar de las propuestas hechas a varias editoriales para llevar a cabo esta tarea.
[v] Kathleen Gough: » World revolution and the science of man «, The Dissenting Academy , ob. cit., p. 139.
[vi] Gerard Leclercq: Antropologie et colonialisme , Librairie Artheme Fayard, París, 1972.
[vii] Editorial : Alianza Editorial, S.A. , 2003
[viii] Ver: Margaret Mead. Ruth Benedict. Columbia University Press, También: An Anthropologist at Work, Writings of Ruth Benedict . editado por Margaret Mead , Houghton Mifflin Co., Boston 1955,
[ix] Ruth Benedict. Ob. cit., p. 15.
[x] Ver: Gilberto López y Rivas. Antropología, minorías étnicas y cuestión nacional . México: Aguirre y Beltrán-Cuicuilco-ENAH, 1988.
[xi] Pablo González Casanova: » Sociedad plural, colonialismo interno y desarrollo «, América Latina. Revista del Centro Latinoamericano de Investigaciones en Ciencias Sociales , (M éxico) . Año VI, no. 3, julio-septiembre, 1963. Del mismo autor: La Democracia en México , Editorial ERA, México, 1965; y Sociología de la explotación , Siglo XXI, México, 1987. González Casanova es quien señala que el primero en usar esta expresión fue C. Wright Mills.
[xii] Ver: Gilberto López y Rivas. «Relaciones peligrosas: los antropólogos y el Estado», en Convenio. Centro de Investigación y Documentación de Ciencias Sociales para América Latina y el Caribe, Zurich, s/f. , pp. 45-49
[xiii] Alfonso Caso. Indigenismo. México: INI, 1958, p. 36.
[xv] Nestor Kohan. Marxismo en la historia del socialismo. Ocean Sur, 2008, p.1.