El pago de la deuda externa de los países del Sur es uno de los principales instrumentos de sometimiento de éstos a la globalización neoliberal en manos de las elites políticas y económicas globales y nacionales. Se trata de un lastre que condena a la pobreza a centenares de miles de personas que ven como […]
El pago de la deuda externa de los países del Sur es uno de los principales instrumentos de sometimiento de éstos a la globalización neoliberal en manos de las elites políticas y económicas globales y nacionales. Se trata de un lastre que condena a la pobreza a centenares de miles de personas que ven como los bienes y los recursos naturales de sus países son expoliados, privatizados, exportados… en aras de pagar una deuda que para nada repercute en el bienestar de la población.
Un monto que aumenta día a día. Si sumamos el dinero transferido por parte de estos países desde los años 80 hasta la actualidad, observamos que la suma inicial de la deuda ha sido pagada con creces, diez veces más, pero, paradójicamente, estos países están cinco veces más endeudados. Es lo que el movimiento contra la deuda externa ha llamado «la espiral de la deuda», una lógica de dependencia Sur-Norte que reporta importantes beneficios tanto a instituciones internacionales como nacionales. En el año 2005, por ejemplo, los países del Sur transfirieron al Norte en concepto del pago de la deuda casi 551.000 millones de dólares, cinco veces lo que los países del Norte les prestaron como Ayuda Oficial al Desarrollo, unos 100.000 millones de dólares.
El aniversario, estos días, de los diez años de la organización de la Consulta Social por la Abolición de la Deuda Externa, que tuvo lugar el 12 de marzo del 2000, y que movilizó a miles de personas en el Estado español recogiendo un millón de votos contra el pago de la deuda, nos recuerda que hoy, como antes, es necesario seguir exigiendo la anulación incondicional de esta deuda ilegítima. Así como reivindicar el fin de las condicionalidades impuestas por las Instituciones Financieras Internacionales y plantear el pago de una deuda ecológica, social e histórica que los países del Norte deben al Sur fruto de siglos de expolio y explotación de sus recursos naturales.
El movimiento contra la deuda externa lleva más de diez años denunciando el impacto del pago de esta deuda en las poblaciones más desfavorecidas de los países del Sur y desde sus orígenes hasta hoy ha conseguido mucho y muy poco a la vez. En el terreno de lo simbólico se han hecho avances importantes: deslegitimar a las instituciones internacionales e identificarlas, junto con los países miembros del G8, como los máximos responsables de la situación de endeudamiento actual; situar la cuestión de la deuda en la agenda política; y sensibilizar a amplias capas de la población sobre su impacto en los pueblos del Sur.
En lo que se refiere a logros concretos, el balance es mucho más exiguo. A pesar de las declaraciones de buenas intenciones realizadas en distintas cumbres internacionales, los países del G8 prácticamente no han realizado acciones concretas de condonación. En la cumbre de Colonia, en junio de 1999, los jefes de Estado de los países más ricos del planeta se comprometieron a anular el 90% de la deuda bilateral y multilateral de los 42 países más endeudados. Pero, a pesar de estas afirmaciones, las cifras del comunicado del G7, setenta mil millones de dólares, equivaldrían sólo a un 3% de la deuda total de los países del Sur. En reuniones anteriores, los líderes del G8 ya habían realizado promesas en la misma dirección: en la cumbre de Nápoles, en 1994, prometieron la anulación del 67% de la deuda; en la cumbre de Lyon, en 1996, del 80%; y, posteriormente, en la cumbre de Gleneagles (Escocia), en 2005, llegaron a prometer la cancelación del 100% de la misma. Pero las cifras hablan por sí solas: desde 1999 la deuda global de los 42 Países Pobres Altamente Endeudados lejos de reducirse ha seguido aumentando.
Esta contradicción entre promesas y realidad, pone de relieve el interés de los países del G8 para seguir siendo acreedores de esta deuda y mantener un mecanismo permanente de transferencia de riqueza del Sur a los capitalistas del Norte. Los países que ocupen una posición geoestratégica relevante o que se muestren más dóciles seguirán recibiendo medidas de reducción de la deuda, pero que no les servirán de nada para liberarse del yugo neoliberal. La deuda es un claro ejemplo de la dominación Norte-Sur y las elites políticas y económicas no renunciarán fácilmente a ella.
Pero se han abierto oportunidades políticas para el movimiento contra la deuda. En América Latina, gobiernos como el de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador han llevado a cabo unas políticas de ruptura parcial con el imperialismo y el neoliberalismo, devolviendo al Estado un mayor papel de regulador social y con un aumento del control público sobre los recursos naturales, recuperando el concepto de soberanía nacional. En concreto, los pasos dados por gobiernos como Correa en Ecuador son ejemplos de que es posible decir «no» al pago de la deuda, como hizo en su momento Argentina después de la crisis de 2001. La denuncia de las deudas odiosas e ilegítimas y la suspensión del pago de las mismas es un acto legítimo que todo gobierno soberano debería estar dispuesto a realizar en favor de sus pueblos.
Esther Vivas es autora de En pie contra la deuda externa (El viejo topo, 2008).
+ info: http://esthervivas.wordpress.