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Sobre la persecución y detención franquista del autor de «Les dones i els dies» (I)

Fuentes: Rebelión

A mediados de los cincuenta, cuenta Carlos Barral en el segundo volumen de sus memorias [1], el acontecimiento de cada martes era «la competición de seductores [2] entre Manolo Sacristán y Gabriel Ferrater. Ambos hablaban por turnos para los jóvenes, los desprevenidos y los inhabituales». También para sus respectivos entusiastas, también para los ya seducidos. […]

A mediados de los cincuenta, cuenta Carlos Barral en el segundo volumen de sus memorias [1], el acontecimiento de cada martes era «la competición de seductores [2] entre Manolo Sacristán y Gabriel Ferrater. Ambos hablaban por turnos para los jóvenes, los desprevenidos y los inhabituales». También para sus respectivos entusiastas, también para los ya seducidos. Luis Marquesán, amigo íntimo de Jaime Gil de Biedma, era, según Barral, un sacristanista sin matices, y Oriol Nicolau, un compinche de aventuras náuticas y submarinas del propio Barral, un «ferrateriano convicto».

Usaban retóricas muy diferentes, prosigue el que fue poco después senador real: brillante y basadas en excursos anecdóticos el uno (Ferrater); eticista e ideológico el otro (Sacristán), «tendentes respectivamente a la paradoja y a la contundencia». Sin embargo, habían aprendido a respetarse y «a darse mutuamente la razón aunque fuera para asentar una afirmación contraria».

Barral traza un curioso apunte sobre las mejores noches de aquellos encuentros: «[…] Las mejores noches eran aquéllas en que la conversación dominante se encajonaba en temas en los que todos los demás éramos legos y en que nadie llegó nunca a saber en qué grado eran competentes ellos, como la matemática. La literatura o la historia, en cambio, daban pie a las arias de todos».

Los sucesos del cincuenta seis y del cincuenta siete, señala el autor de Metropolitano, pusieron punto y final a la etapa de los martes. Barral se refiere a la «aventura policíaca» de Gabriel Ferrater. Final de etapa, no porque hubieran dejado de participar en la tensión política ni de apasionarse por «el cambio de sentido de la historia universitaria», sino porque la detención de Gabriel Ferrater clausuró esas semanas «de nerviosa y expectante atención»: «[…] De los hechos nos excluían nuestra casi general desvinculación de la Universidad y nuestra actitud política meramente crítica. Precisamente aquellos acontecimientos engendraron en algunos propósitos de militancia» [el énfasis es mío].

Carlos Barral cuenta así lo sucedido. Cuando se produjeron las detenciones de estudiantes universitarios y de amigos del grupo, además, claro está, de cuadros y dirigentes del PSUC, Gabriel Ferrater se encontraba en La Nava de la Asunción, en la casa familiar de Jaime Gil de Biedma. Allí estaban también el poeta y el pintor filipino Fred Aguilar. Gabriel Ferrater estaba de vacaciones. Había estado en Madrid, trabajando para Seix Barral, buscando documentación gráfica para una historia de la pintura española moderna que estaba escribiendo. Llevaba con él el manuscrito del ensayo y unos cuadernos de su diario personal.

Gil de Biedma regresó a Barcelona directamente desde el pueblo segoviano. El pintor filipino y Ferrater pasaron por Madrid y se alojaron en un hotel. A la llegada del autor de Moralidades, señala Barral, «ya habían cesado las detenciones mientras el clima de represión y de exageración oficial de la importancia de los hechos se recrudecía». Sin embargo, el mismo día de le llagada de Gil de Biedma a Barcelona, según Barral, empezó la caza de Gabriel Ferrater.

Desde la casa de La Nava de la Asunción les avisaron que varios jeeps de la Guarda Civil habían rodeado la casa de noche. Un oficial reclamó la presencia del «señor Ferrater». Luego supieron que la noche anterior la policía había estado en la casa barcelonesa de la madre del poeta. Habían registrado minuciosamente libros y papeles. «[…] Contaba su madre -señala Barral- que los funcionarios habían hecho astutos comentarios al tropezarse con una gramática y un diccionario de lengua rusa».

Al día siguiente, miembros de la Brigada Político-Social, la DINA del franquismo, fueron a la casa de Jaime Gil de Biedma en Barcelona, a última hora de la tarde. Le interrogaron. El poeta les explicó que Ferrater no había regresado, que se había quedado en Madrid, pero que no sabía dónde se alojaba. Preguntó por las razones de la búsqueda. No lo sabían, le respondieron, pero, señalaron, era por un asunto importante. Se marcharon sin más explicaciones, pidiendo excusas por la molestia. La casa de los Gil de Biedma pareció impresionarles. Jaime Gil, señala Barral, no tenía entonces ficha policial. Nacería probablemente con aquella visita.

¿Por qué la búsqueda, se preguntaron Barral y sus amigos? Ninguno de ellos, a excepción de Sacristán, estaba muy comprometido políticamente. Ferrater, según el propio Barral, era el menos comprometido del grupo. Tenían dos indicios: la relación de Ferrater con algunos estudiantes de un colegio universitario próximo a su domicilio (Salvador Clotas y Manuel Vázquez Montalbán, entre ellos) y su amistad con Antonio de Senillosa, un monárquico convencido, «a lo sumo liberal» según Barral, a quien Ferrater aconsejaba en la compra de cuadros.

Sabían como contactar con Ferrater por las noches. El domicilio de los Barral en San Elías se convirtió «en una cita permanente para hablar con él» a esas horas. Su hermano, Joan Ferraté, entonces profesor en Santiago de Cuba, era la persona más adecuada para convencerle. La cosa, aunque absurda, iba en serio. Le recomendaron que regresara en tren o de otra forma pero no en avión como tenía pensado, para entregarse voluntariamente a la policía fascista. No fue fácil convencerle. Ferrater se resistió durante varios días. Con tazón. Finalmente le convencieron. Acordaron que tomarían un tren del día siguiente y que le aguardarían en la estación principal de los ferrocarriles barceloneses, seguramente la estación de Francia.

No llegó a Barcelona. La policía, o la Guardia Civil, no puedo precisarlo, lo detuvo en el tren, en Guadalajara, y lo trasladó a la Dirección General de Seguridad, a los temibles calabozos de la Puerta del Sol madrileña, la sede de los torturadores fascistas, el lugar donde ahora, sin placa que indique el negro y fascista pasado, se ubica alguna dependencia importante del gobierno de la Comunidad de Madrid.

No le interrogaron ese día. Tampoco al día siguiente, dos de octubre, el día del Ángel de la Guarda. Ese día, según Barral, la policía no tortura ni pregunta. Será eso tal vez. Al tercer día, esposado, trasladaron a Ferrater a Barcelona.

Los interrogatorios se iniciaron de inmediato. ¿Qué relación tenía con tal o cual persona, nombres de guerra que Ferrater no conocía desde luego? ¿Cuál era su misión y su papel en la Universidad? ¿Dónde se veía con Antonio de Senillosa? Ferrater lo negada todo, no sabía nada, no tenía ni idea de lo que le estaban preguntando.

Finalmente la policía le mostró algo que debía conocer, que no podía negar: un artículo, apunta Barral, con su firma. Ferrater leyó y releyó el artículo negando su autoría y señalando, apunta Barral, «que él era incapaz de una prosa tan cursi tan orteguiana». Además, Alberti no era un poeta de su devoción. Efectivamente, el artículo que la policía mostró a Ferrater era «Humanismo marxismo en la Ora marítima de Rafael Alberti» [3]. El temible Creix, uno de los Creix, un policía fascista de tristísimo recuerdo, feliz de haberse conocido y de haber torturado o mandado torturar día sí, noche también, durante largos años a ciudadanos y ciudadanas antifranquistas, decidió concederle unas horas de reflexión. A la mañana siguiente, le espetó, usaría procedimientos más convincentes.

Durante la noche, Gabriel Ferrater llegó a la conclusión de que el autor del texto era Manuel Sacristán. Según Barral, «decidió no decirlo sino en el último extremo». Por la mañana, fue su hermano, Joan Ferraté, quien se presentó en la Dirección General de la policía barcelonesa, en Vía Laeitana. Habló con Creix y le señaló que también él, por el apellido, podía ser autor del artículo. Él era, además, profesor de literatura. Creix, según Barral, empezó a dudar de la consistencia del expediente abierto.

El poeta volvió a ser interrogado de nuevo. Las preguntas se centraron en el escrito de Sacristán. El poeta esgrimió argumentos estilísticos para mostrar las diferencias en las formas de citar del artículo y el manuscrito de su ensayo sobre la pintura española en manos de la policía.

Barral apunta que no supo si el nombre de «Manolo» salió en esta nueva sesión de tortura. Sea como fuere, prosigue el editor, advertido por Joan Ferraté, Sacristán se presentó espontáneamente a la comisaría central de la policía barcelonesa, confesándose autor del texto. No era cualquier cosa. El expediente de Creix se hundía por momentos. Barral narra así los pasos finales de la «aventura policíaca»: «Excarcelados esa misma noche, tras una inesperada sesión paternalista en la que la confesión de Manolo convirtió el previsto careo, nos llamaron a San Elías, donde seguíamos acuartelados, y nos reunimos en casa de Gabriel. Entre vodka y vodka, el héroe [Ferrater] contó la historia con mucho ingenio y lujo de pormenores».

Seguramente los mismos pormenores, parte de ellos cuando menos, que usó Barral para explicar lo sucedido. Ferrater, según Barral, parecía emocionado por el gesto de Sacristán, ya entonces en las filas del PSUC. «De su relato -prosigue Barral- que poco a poco iba entrando en las aguas de la fabulación, se desprendía que [Ferrater] había hablado innecesariamente de cada uno de nosotros y que, a partir del presupuesto, totalmente infundado, de que la policía lo sabe todo de antemano, había contado chismes y anécdotas que revelaban detalles irritantes y molestos para algunos, o incluso peligrosos».

A Jaime Gil de Biedma, lógicamente, esta parte chimosa de la historia no le hizo ninguna gracia. A Sacristán, según Barral, tampoco. «Gabriel, por su parte, no hubiera admitido nunca que cometió indiscreciones».

A partir de lo sucedido, los martes de San Elías cambiaron de tono. Suma de casualidades. No sólo por Sacristán, que dejó de ser frecuentador asiduo, sino también por otros asistentes como Juan Goytisolo que, según Barral, se ausentó al terminar el servicio militar.

Sea como fuere, remarca el autor de Los años sin excusa y Años de penitencia, y es importante retener este vértice, la relación de Sacristán «con cada uno de nosotros no se vio en absoluto debilitada desde entonces».

Poco después de la publicación del segundo volumen de las memorias de Barral, Sacristán, que lo ojeó al menos, fue entrevistado por Josep-Miquel Servià. Su ensayo sobre Gabriel Ferrater [4], que publicó en 1978 y estuvo prologado por Josep María Castellet, ganó el III Premio Gaziel de periodismo.

Conviene detenernos en las declaraciones del traductor de Quine, Marx y Pascoli, y en los posteriores comentarios, una vez fallecido Sacristán, del hermano del poeta detenido y torturado.

Notas:

[1] Carlos Barral, Los años sin excusa. Memorias II. Barral editores, Barcelona, 1978, página 81 y siguientes

[2] Recuérdese el título del reciente ensayo de Josep M. Castellet, Seductors, il.lustrats i visionaris. Sis personatges en temps adversos. Ediciones, Barcelona, 2009.

[3] Barral titula así el trabajo de Sacristán «El humanismo marxista de Rafael Alberti» y afirma que fue un artículo aparecido «en un boletín didáctico para universitarios del partido», el nombre del cual, desde luego, no cita.

[4] Josep-Miquel Servià,. Gabriel Ferrater, reportatge en el record. Editorial Pòrtic, Barcelona, 1978 (pròleg de Josep M. Castellet).

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