Cuando se creó el euro, parecía que estaba llamado a competir con el dólar como moneda de reserva. La crisis desencadenada por la desconfianza que generaron los activos tóxicos estadounidenses contribuyó en principio a reforzar la posición y la cotización del euro, pero esta evolución acabó invirtiéndose. Una mezcla de carencias institucionales, de dejación y […]
Cuando se creó el euro, parecía que estaba llamado a competir con el dólar como moneda de reserva. La crisis desencadenada por la desconfianza que generaron los activos tóxicos estadounidenses contribuyó en principio a reforzar la posición y la cotización del euro, pero esta evolución acabó invirtiéndose. Una mezcla de carencias institucionales, de dejación y de políticas miopes de la propia UE contribuyeron a desprestigiar el euro como moneda de reserva mundial, al tratarlo como una moneda más cuya cotización se vincula pura y simplemente al equilibrio en el comercio exterior de bienes y servicios de los países que la respaldan.
Por el contrario, el dólar sube como la espuma y sigue ejerciendo como moneda de reserva que todo el mundo valora, sin reparar en los enormes déficits y deudas de EEUU. ¿Cuál es la diferencia que hace que los mercados apliquen criterios de valoración tan diferentes, que fuerzan a Europa a apretarse el cinturón, mientras que permiten que en EEUU la obesidad siga imperando sin problemas?
La presencia del poder en el escenario económico es fundamental para comprender el distinto rasero con el que se mide el riesgo de los países. Mientras a los países pobres se les exige que cuenten con balanzas comerciales y presupuestos bien saneados para asegurar al pago de sus deudas, no ocurre lo mismo con los países más ricos y poderosos. Estos pueden ejercer como atractores del ahorro del mundo, que compra de buen grado los pasivos que emiten en forma de dólares, acciones o títulos de diverso pelaje. Este es el caso de EEUU -que es el país más endeudado del mundo, pero al que nadie exige sus deudas- porque existe un poder político-militar y un consenso internacional que apoyan y hacen creíble la hegemonía del dólar como moneda de reserva y sus derivados.
No ocurre lo mismo con el euro, cuando con la crisis han aflorado desavenencias e indecisiones políticas que hicieron dudar de la cohesión de los países que lo respaldan, alimentando la desconfianza de los mercados que culmina en el caso de la economía española. Esta había jugado a emular a EEUU como atractora de capitales del resto del mundo a base de vender activos financieros e inmobiliarios que ahora encuentran difícil salida, cuando, para colmo, la UE le urge nada menos que a equilibrar sus cuentas apoyándose en el comercio de mercancías y sin poder devaluar la moneda. ¡Difícil tarea!