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Libertad de expresión, el «efecto silenciador» de los grandes medios de comunicación

Fuentes: Carta Maior

Traducido del portugués para Rebelión por Marga Durán

La prohibición del debate verdaderamente público de cuestiones relativas a la democratización de las comunicaciones por los grandes grupos dominantes de los medios, funciona como una censura disfrazada. Este es el «efecto silenciador» que el discurso de los grandes medios provoca exactamente en relación a la libertad de expresión que simulan defender.

Desde la convocatoria de la 1ª Conferencia Nacional de Comunicación (CONFECOM), en abril de 2009, los grandes grupos de los medios y sus aliados decidieron intensificar la estrategia de oposición al Gobierno y a los partidos que lo sustentan. En esa estrategia -asumida por la presidenta de la ANJ y superintendente del grupo Hoja – uno de los puntos consiste en alardear públicamente de que el país vive bajo la amenaza constante de la vuelta a la censura y de que la libertad de expresión, [que es, sin más, la libertad de prensa] corre un serio riesgo.

Además de la satanización de la propia CONFECOM, son ejemplos recientes de esa estrategia la violenta resistencia al PNDH3 y el carnaval hecho en torno de la primera propuesta del programa de Gobierno entregado al TSE por la candidata Dilma Roussef ( ver, por ejemplo, la cubierta, el editorial y la materia interna de la revista ‘Veja’, edición n. 2173).

La libertad – el eterno tema de combate del liberalismo clásico – está en el centro de la «batalla de las ideas» que se frena día a día, a través de los grandes medios, y se transforma en poderoso instrumento de la campaña electoral. A veces, parece incluso que volvemos, en Brasil, a los superados tiempos de la «guerra fría».

El efecto silenciador

En este contexto, es oportuna y apropiada la relectura de «La ironía de la Libertad de Expresión» (Editorial Renovar, 2005), pequeño y magistral libro escrito por el profesor de Yale Owen Fiss, uno de los más importantes y reconocidos especialistas en la «Primera Enmienda» de los Estados Unidos.

Fiss introduce el concepto de «efecto silenciador» cuando discute que, al contrario de lo que pregonan los liberales clásicos, el Estado no es un enemigo natural de la libertad. El Estado puede ser una fuente de libertad, por ejemplo, cuando promueve «la robustez del debate público en circunstancias en las que los poderes fuera del Estado están inhibiendo el discurso. Puede tener que asignar recursos públicos – distribuir megáfonos – para aquellos cuyas voces no serían escuchadas en la plaza pública de otra manera. Puede incluso tener que silenciar las voces de algunos para que se oigan las voces de los otros. Algunas veces no hay otra forma» (p.30).

Fiss usa como ejemplo los discursos de incitación al odio, la pornografía y los gastos ilimitados en las campañas electorales. Las víctimas del odio tienen su autoestima destrozada; las mujeres se transforman en objetos sexuales y los «menos prósperos» quedan en desventaja en la arena política.

En todos esos casos, «el efecto silenciador viene del propio discurso», esto es, » la agencia que amenaza el discurso no es el Estado- Corresponde, por tanto, al Estado promover y garantizar el debate abierto e integral y asegurar que el público oiga a todos los que debería oír, o más aún, garantice la democracia exigiendo «que el discurso de los poderosos no entierre o comprometa el discurso de los menos poderosos».

Específicamente en el caso de la libertad de expresión, existen situaciones en las que la «medicina» liberal clásica de más discursos, al contrario que la regulación del Estado, simplemente no funciona. Los que supuestamente podrían responder al discurso dominante no tienen acceso a las formas de hacerlo (pp.47-48)

Creo que el ejemplo emblemático de esa última situación es el acceso al debate público en las sociedades en donde (todavía) está controlado por los grandes grupos de los medios de comunicación

Censura disfrazada

La libertad de expresión tiene como fin asegurar un debate público democrático en donde, como dice Fiss, todas las voces sean oídas.

Al usar como estrategia de oposición política la repetición de la amenaza constante de volver a la censura y de que corre riesgo la libertad de expresión, los grandes grupos de los medios transforman la libertad de expresión en un fin en sí mismo. Además escamotean la realidad de que, en Brasil, el debate público no sólo (todavía) es regulado por los grandes medios como una inmensa mayoría del pueblo que no tiene acceso él, y del que históricamente está excluido.

Nuestra prensa tardía se desarrolla en los marcos de un «liberalismo antidemocrático» en el que las normas y procedimientos relativos a otorgamientos y renovaciones de concesiones de radiodifusión son responsables por la concentración de la propiedad en mano de las tradicionales oligarquías políticas regionales y locales (nunca tuvimos cualquier restricción efectiva a la propiedad cruzada), e impiden la efectiva pluralidad y diversidad en los medios de comunicación.

La interdicción del debate verdaderamente público de cuestiones relativas a la democratización de las comunicaciones por los grupos dominantes de los medios, en la práctica, funciona como una censura disfrazada.

Éste es el «efecto silenciador» que el discurso de los grandes medios provoca exactamente en relación a la libertad de expresión que simulan defender.

Fuente original: http://www.cartamaior.com.br/templates/colunaMostrar.cfm?coluna_id=4728