¿Por qué bienaventurados? Pues porque pudieron dormir tranquilos al menos el (breve) lapso en que las fanfarrias del capitalismo norteamericano sonaron, con arrestos de carnaval, proclamando la «convalecencia» de la crisis, dado el incremento de la mayor economía del mundo en 3,7 por ciento durante el primer trimestre de este terrible año de 2010. (Terrible, […]
¿Por qué bienaventurados? Pues porque pudieron dormir tranquilos al menos el (breve) lapso en que las fanfarrias del capitalismo norteamericano sonaron, con arrestos de carnaval, proclamando la «convalecencia» de la crisis, dado el incremento de la mayor economía del mundo en 3,7 por ciento durante el primer trimestre de este terrible año de 2010. (Terrible, sí. En Rusia, los incendios forestales amenazan incluso polvorines militares y centrales nucleares; Paquistán, China y otros sitios del orbe se ahogan, literalmente; los sismos son tantos, que escapan de la memoria…)
Ahora los crédulos podrían estar abriendo los ojos. Al término de su más reciente reunión de política monetaria, la Reserva Federal de los Estados Unidos informaba que «el ritmo de la recuperación se ralentizó en los últimos meses». En el centro de la atención, el Banco Central situaba la persistencia del desempleo y la no reactivación del consumo, como reseñan desde el elitista The Wall Street Journal hasta la insurgente IAR Noticias. Casi todos los medios de comunicación, que algunos prefieren dormir.
Dormir o expandir el sueño, sin reparar lo suficiente en hechos tan sintomáticos como una tasa de desempleo instaurada desde hace más de un bimestre en 9,5 por ciento. Y el que, en junio, el déficit comercial volviera a crecer drásticamente, en 19 por ciento, el nivel más alto en casi dos años, situándose en 49 mil 900 millones de dólares, frente a los 41 mil 980 reportados en mayo.
Así que nuestros ex incautos, si definitivamente cambiaron, habrán de coincidir con Germán Gorraiz López (sitio web Rebelión) en descalificar la euforia de la bolsa de Wall Street tras los llamados test de estrés de las entidades financieras realizados por la Casa Blanca y en considerar que «el goteo de datos económicos inferiores a las más pesimistas previsiones (deben de haber ayudado) a la sobreponderación de los brotes verdes de la economía (aumento del 3 por ciento del PIB para 2010 y notable mejora de los resultados de la Banca y Wall Street)».
A no dudarlo, la crisis mundial no da señales de resolverse, ni siquiera de amainar; sino que, por el contrario, los sobresaltos en los mercados financieros y las malas noticias en los sectores reales de la economía hacen que algunos analistas comiencen a preguntarse abiertamente si el planeta no se encamina hacia una réplica de la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado.
Y no es que uno peque de agorero. No, señor. Es que convencen colegas como Alejandro Nadal (La Jornada) al aseverar que la crisis actual concita peor pronóstico entre otras razones porque no se origina simple y llanamente en el mercado de las hipotecas chatarra. Las raíces son más profundas. Se enclavan en la compresión salarial detonada en los años 70, fenómeno que terminó con la llamada fase dorada del capitalismo (1945-1970), caracterizada por tasas de crecimiento sostenido, remuneraciones al alza y una notable reducción de la desigualdad social. La única manera de mantener niveles adecuados de demanda agregada, entonces, fue el endeudamiento, que desde la mencionada década cobró un impulso desmedido.
Como impulso ganó el intento de los trabajadores de compensar el estrangulamiento salarial y la pérdida del poder de compra con más deuda, así como el desplazamiento de las operaciones del gran capital hacia países con mano de obra barata, lo cual provocó el desmantelamiento de la planta industrial en EE.UU. y la consiguiente incapacidad de generar empleos. Y con el paro, se sabe, la demanda pierde «hemoglobina», así como la pierde la economía íntegra.
Solo que, al parecer, los incautos parecen haber copado incluso los más altos puestos de la administración estadounidense, porque se abstienen olímpica, desenfadadamente, de armas como la socialización de la inversión, tan keynesianas y probadas, sin ver o sin querer ver que la crisis financiera -por ende el alza del desempleo y la baja de los salarios, del consumo- se está trasmutando en una crisis social que podría dar al traste con el sistema en toda su extensión mundial… Aunque, no, de ingenuos pecaríamos nosotros si no apreciáramos la comprensión por el Imperio de esa catástrofe. ¿Acaso en «previsión» de ella los Estados Unidos de América no siguen hoy al frente del orbe en gasto militar, con un acrecentamiento calculado por el Instituto de Investigación para la Paz (Suecia) en 65 por ciento, equivalente a unos 661 mil millones de dólares, el 4.3 por ciento de un producto interno bruto que, conforme a plausibles previsiones, será alcanzado por el de China en el cercano 2030?
Nada, que, en el caso de los capitanes políticos y económicos del Imperio, quizás «incautos» no sea el término. ¿No vendría mejor llamarlos desesperados? ¿Impotentes?
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