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¿Matar a Franco?

La supresión del Film Council, una medida que nos empobrece a todos

Fuentes: Sin Permiso

¿Cómo pueden afectar los desmedidos recortes presupuestarios del gobierno liberal-conservador británico a una película en torno a un atentado contra Franco? ¿Y es posible que un productor de cine norteamericano no sepa quién era el tal Franco? A estas y otras preguntas responde el escritor Ronan Bennett en su análisis de los destrozos que en […]

¿Cómo pueden afectar los desmedidos recortes presupuestarios del gobierno liberal-conservador británico a una película en torno a un atentado contra Franco? ¿Y es posible que un productor de cine norteamericano no sepa quién era el tal Franco? A estas y otras preguntas responde el escritor Ronan Bennett en su análisis de los destrozos que en el terreno cinematográfico puede causar la política restrictiva aplicada en el Reino Unido.

Iba camino de casa de vuelta de una reunión con David Thompson en Origin Films en torno a un proyecto titulado Granny Made Me an Anarchist [ La abuelita me hizo anarquista ] cuando me enteré de la intención del gobierno de abolir el Film Council [Consejo del Cine]. En lo que primero pensé fue en la gente del Film Council que iba a perder su trabajo, lo que no resulta una perspectiva agradable y, en estos tiempos, bastante más desagradable. Lo que pensé a continuación – y esto lo compartirán prácticamente todos los escritores, directores y productores que conozco en el Reino Unido – fue: ¿qué supone esto para mi proyecto? Porque, dicho de manera sencilla, de no haber sido por el Film Council, no existiría el proyecto.

Hará cosa de hace 18 meses, mi amigo, el periodista Duncan Campbell, me persuadió de que las memorias de Stuart Christie [1] Granny Made Me an Anarchist eran ideales para convertirlas en una película. Viajé a Nueva York, a las oficinas de una productora conocida no sólo por conseguir hacer películas sino por hacer las de un cierto cariz y riesgo: el tipo de filmes que tiende a poner nerviosos a los estudios. Un ejecutivo de la productora – un treintañero de excelente formación y que sabía de cine – me había tanteado sobre dos proyectos anteriores y, aunque los había rechazado, seguíamos en buenos términos y en contacto.

Ya sea en un almuerzo en un restaurante de campanillas o en la mesa de café de una oficina, vender una película tiene su ritual. Se empieza por lo general charlando informalmente sobre el mundillo, con un par de anécdotas sobre un director o actor conocido de ambas partes, seguido por preguntas sobre los proyectos de cada uno. Luego hay un poco de coba mutua: te dicen lo mucho que les ha gustado tu guión por esto y lo otro, y tú le dices lo mucho que admiras una o varias de sus películas. Y después, cuando todo el mundo está relajado, te pones al negocio.

Hay escritores que preferirían arrancarse las uñas de los pies antes que tener que hacer esas ventas. Yo no iría tan lejos. Para la mayoría de nosotros depende de cómo parece que va la idea. Si va bien, si tienes la impresión de que se palpa el interés o la emoción por lo que estás contando, tiendes a encontrar las palabras para lo que tienes que decir. Por el contrario, la apatía puede hacer que parezca que estas defendiendo una guerra muy larga y muy perdida.

Esa tarde en Nueva York, hice un resumen de lo esencial: «La historia sucedió de veras, y transcurre en los años 60. Trata de un chico de Glasgow, de 18 años, que viaja a Madrid para asesinar al general Franco». Me zambullí en ello, recalcando los elementos que pensaba que formarían parte del atractivo de la película: tendríamos una estupenda banda sonora; sería una historia parte «road movie» [«película de carretera»], parte historia insólita de cómo hacerse mayor. Habría idealismo, política, humor, sexo…

Lo que noté no fue apatía, fue otra cosa: confusión. El ejecutivo empezaba a parecer preocupado. Me interrumpió: «Este chico, Stuart, ¿va a asesinar a quién?».

«Al general Franco.»

Me miró. Hubo una pausa. «Ya sé que debería saberlo», empezó a decir, inseguro, «pero, ¿quién es el general Franco?».

Le expliqué que el general Francisco Franco fue uno de los brutales dictadores fascistas que llegaron al poder en Europa en la época de entreguerras. De los otros dos – amigos de Franco como Hitler y Mussolini – se dio buena cuenta. Franco, sin embargo, siguió vivo y su régimen se erigió sobre el terror, la tortura, las ejecuciones masivas y el apoyo de Gran Bretaña, los Estados Unidos y Occidente. Un puñado de organizaciones anarquistas y comunistas ilegales y continuaron la resistencia contra Franco. Muchos de quienes les apoyaban murieron en terribles condiciones en las cárceles y cámaras de tortura de Franco. En 1963, Stuart Christie, inspirado por una mezcla de Orwell, las Brigadas Internacionales y una abuela que le había inculcado la importancia de defender a los desamparados, se vio envuelto en una conspiración desesperada y bastante de aficionados encaminada a lograr un cambio de régimen en España haciendo saltar por los aires a su detestado dirigente y figura principal.

El ejecutivo asintió lentamente. «¿Cómo decías que se llamaba este tipo?»

«Franco.»

«Franco, vale.»

Comprendí que estaba en el sitio equivocado.

De regreso a Londres, llamé a Tanya Seghatchian, del Film Council del Reino Unido. Duncan y yo nos reunimos poco después con ella en las oficinas del Film Council en la calle Little Portland, junto a sus ejecutivos, Chris Collins y Bradley Quirk. No hizo falta explicarles quién o qué era Franco. Lo que Tanya, Chris y Bradley querían saber es cómo enfocaríamos el material subyacente en el libro de Stuart, qué forma daríamos a la narración, cómo evitaríamos explicaciones, cómo engancharíamos al público, las cosas habituales de las que hablas cuando discurres la viabilidad de la idea para una película. Poco después, recibimos del Film Council una oferta formal de una cantidad para desarrollarla. Duncan y yo nos pusimos a escribir y el proyecto disfruta ahora del saludable apoyo de Tessa Ross, de Film4.

Ayer, con todo, a los pocos minutos de mi última reunión sobre el final de la película, ya estaba recibiendo llamadas, mensajes de texto y correos electrónicos de amigos y colaboradores de la industria. Todo el mundo se hacía las mismas preguntas: ¿qué nos traerá la supresión del Film Council? ¿Qué supondrá para nuestros proyectos? ¿Qué significa para la industria del cine del Reino Unido? ¿Seguirán usándose fondos de la lotería para subvencionar al cine británico? Si es así, ¿quién los administrará y cómo? ¿O tiene intención el gobierno de recortar por completo las subvenciones?

No he hablado con nadie que se sienta alentado por la línea expresada por el ministro de Cultura, Jeremy Hunt, en una declaración en la que afirma: «Los cambios hoy propuestos ayudarán a conseguir una cultura, unos medios de comunicación y un deporte fantásticos, a la vez que aseguran a la opinión pública el valor de los fondos invertidos y la transparencia allí donde se recurre al dinero de los contribuyentes».

¿Es que nos toman por idiotas? Esto es doble lenguaje. Es evidente que tengo razones personales para estarle agradecido al Film Council – de hecho, tengo un segundo proyecto con ellos – pero no soy el único. Todos los escritores, directores y productores de este país que conozco consideran esencial al Film Council para hacer cine en Gran Bretaña. Junto a BBC Films y Film4, el Film Council ha sido el principal puerto de refugio de aquellos que tratábamos de conseguir que nuestros largometrajes levantaran el vuelo, sobre todo si esas películas tendían a estar, como Granny… , alejadas del gusto masivo.

Su personal no estaba compuesto por burócratas sino por gente que había hecho películas, que le gustaba el cine, que conocía a los directores y comprendía sus batallas. Y eran buenos en lo que hacían, como demuestra cualquier lista de las películas respaldadas por el Film Council: Vera Drake , The Last King of Scotland [El último rey de Escocia] , My Summer of Love , [Malas compañías], Bend it Like Beckham , [Quiero ser como Beckham], Fish Tank , por no mencionar más que unas pocas. Por cada libra esterlina que invertimos todos a través de fondos de la lotería, las películas británicas generan 5 libras en taquilla.

Una crítica a los recortes presupuestarios que propone la coalición es que su severidad provocará una recaída en la recesión. Con la supresión del Film Council, mueven la alfombra bajo los pies del sector. Económicamente, todo el mundo, de escritores a servicios de comida, de actores a eléctricos, de productores a taxistas, notará las consecuencias. Culturalmente, esta medida insensible, restrictiva, intolerante nos empobrece a todos.

NOTA T.: [1] Como es bien sabido, el atentado no llegó siquiera a realizarse. Stuart Christie (1946) fue arrestado en agosto de 1964, al tiempo que su compañero Fernando Carballo Blanco, de Defensa Interior, la organización anarquista que planeó el magnicidio. Ambos fueron condenados a muerte por un Consejo de Guerra, pena que le fue conmutada a Christie por la de 20 años, (30 en el caso de Carballo). Christie fue liberado en 1967 gracias, entre otras, a las presiones de Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre. Desde entonces se consagró como escritor, traductor, editor (en la Cienfuegos Press) y publicista a la difusión de la causa del anarquismo.

Ronan Bennett (1956) nació y se crió en Irlanda del Norte. En 1974, todavía en el colegio, fue acusado del asesinato de un inspector de policía, lo que llevó a la cárcel hasta ser absuelto al año siguiente. Simpatizante del nacionalismo radical irlandés y de sus grupos armados, pasó otros 16 meses en prisión por una nueva acusación sin fundamento de la que se defendió con éxito él mismo en los tribunales. Doctor en Historia por el King´s College de Londres, escritor sobre ajedrez, acreditado guionista de cine y televisión, y periodista en la prensa británica e inglesa, Bennett es autor de cinco novelas, la más célebre de las cuales es The Catastrophist, situada en el Congo belga en la época del ascenso y caída de Lumumba; la última publicada es Zugzwang.

Fuente:http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3520