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Cálculo de vidas

Fuentes: Atlántica XXII

He aquí un ejemplo de buena gestión de los recursos. Según el informe del diplomático irlandés Roger Cassement, en 1899 el gobierno colonial de su majestad Leopoldo II entregaba a sus soldados en el Congo un número determinado de cartuchos cuyo uso, al servicio de las compañías explotadoras del caucho, debían justificar estrictamente. Para demostrar […]

He aquí un ejemplo de buena gestión de los recursos. Según el informe del diplomático irlandés Roger Cassement, en 1899 el gobierno colonial de su majestad Leopoldo II entregaba a sus soldados en el Congo un número determinado de cartuchos cuyo uso, al servicio de las compañías explotadoras del caucho, debían justificar estrictamente. Para demostrar que no habían desperdiciado un solo tiro, al final de la jornada estaban obligados a presentar una mano derecha (sí, una mano humana) por cada bala que faltaba en sus fusiles. Algunos soldados, mal alimentados, hacían trampas: usaban uno de los cartuchos para cazar y luego cortaban la mano a un congoleño vivo, a modo de certificado de honestidad en el servicio. En solo seis meses habían sido asesinados o mutilados 6.000 congoleños, uno por cada disparo, o tal vez más, porque a fin de ahorrar munición -dice Cassement- «los soldados mataban a los niños a culatazos».

Otro caso más conocido de buena administración es el de Adolf Eichmann, oficial nazi ejecutado en 1962 por haber deportado a miles de judíos europeos a los campos de exterminio. Eichmann no abrió el gas asesino con sus propias manos ni torturó ni mató personalmente a ningún prisionero. Infatigable trabajador, incorruptible funcionario, riguroso organizador, dirigía desde su oficina el traslado de los hebreos con la precisión de un director de orquesta y la honestidad de un buen contable, «optimizando» la relación -diría la jerga económica- entre el número de vagones empleados y el número de seres humanos hacinados en ellos.

O tenemos también el testimonio de Freeman Dyson, uno de los más importantes físicos del siglo XX, quien en 1943 trabajaba en la oficina del jefe del comando de bombardeos de la RAF responsable de la «tormenta de fuego» sobre Hamburgo: «Permanecí en mi oficina hasta el final calculando meticulosamente la forma más económica posible de asesinar a otras 100.000 personas». Atormentado por la culpa, Dyson se comparaba a Eichmann y sus burócratas asesinos: «Estuvieron encerrados en sus oficinas redactando informes y calculando cómo asesinar de una forma eficaz, igual que yo. La única diferencia es que ellos terminaron en la cárcel o ahorcados por crímenes de guerra».

O podemos pensar, más recientemente, en las declaraciones del general Bernard Trainor en torno a los criterios aplicados durante la invasión y ocupación de Iraq a la hora de bombardear un objetivo: «La regla establecida era la de permitir «daño colateral» o víctimas civiles para los blancos de muy alto valor, siempre y cuando el número previsto no excediera de 30 muertos. Por encima de esa cifra, hacía falta la aprobación del propio Donald Rumsfeld». La muerte de decenas y decenas de inocentes dependía -como sigue dependiendo hoy en Afganistán o Palestina- del cálculo contable de diez o doce funcionarios impecables que, reunidos en lujosas oficinas, volcados sobre gráficos y mapas, establecen la mejor relación posible entre los altísimos intereses de las patrias y las empresas y la destrucción de cuerpos, casas y bosques.

Curiosamente es a este «cálculo» a lo que el economista ultraliberal Frederic Hayek llamaba «economía» en una entrevista concedida en 1981 al diario chileno El Mercurio: «Una sociedad libre requiere de ciertas morales que en última instancia se reducen a la manutención de vidas, no a la manutención de todas las vidas, porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto, las únicas reglas morales son las que llevan al «cálculo de vidas»: la propiedad y el contrato».

En resumen, si se trata de asesinar a congoleños, de gasear judíos o mutilar civiles es bueno confiar en la gestión de Leopoldo II, del III Reich y de la RAF o el Pentágono. En la misma medida -y si se nos permite un pellizco de demagogia- si se trata de beneficiar a las empresas y los bancos, abaratar el despido, precarizar el empleo, aumentar el paro, reducir el sector público, recortar los derechos civiles y laborales y desmovilizar políticamente a la población, lo mejor es confiar en la derecha. Por eso el PSOE se obstina en imitarla; y por eso los congoleños, los judíos y los mutilados la votarán en las próximas elecciones.

Fuente: http://www.atlanticaxxii.com/