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La cáscara

Fuentes: Rebelión

Toda mujer, que ingresara en la cárcel de Les Corts, cruzaba la verja de la calle Molins nº 11 y topaba con una monja de toca con amplias alas blancas, con una Hija de la Caridad de san Vicente de Paul, que oficiaba el ingreso en la prisión y advertía: «Aquí dentro nada os pertenece […]

Toda mujer, que ingresara en la cárcel de Les Corts, cruzaba la verja de la calle Molins nº 11 y topaba con una monja de toca con amplias alas blancas, con una Hija de la Caridad de san Vicente de Paul, que oficiaba el ingreso en la prisión y advertía: «Aquí dentro nada os pertenece excepto lo que habéis comido, y no siempre, porque es posible que lo vomitéis» [i]

Sobre el palentino Antonio Vallejo Nágera tuve noticia tarde, como en general sobre el golpe militar del 36, origen de la dictadura entre nosotros. La historia aprendida en el bachillerato fue un cursillo acelerado del espíritu nacional, de la FET y las JONS. Quitarse un tatuaje es doloroso, cuesta y deja huella y yo tuve que desaprender, erradicar la soflama y cambiar de piel.

A medida que las mujeres han recuperado la voz y los autores han indagado en sus vidas de cárcel de posguerra y maltrato emocional la figura del psiquiatra militar Antonio Vallejo Nágera recupera todo su olor a podrido. El profesor Ricard Vinyes, de la Universitat de Barcelona, ha puesto empeño y detalle en descubrir ese mundo sórdido de cárcel y desprecio, que sufrieron las mujeres encarceladas durante y tras el golpe en número difícil de precisar. Si ya testimonios orales y escritos ofrecen cantidades distintas de encarcelados y presos, «en el tema de mujeres todo resulta más opaco». En cualquier caso estamos hablando de miles. Si bien «es preciso reconocer -y aceptar- que nada es seguro en este territorio de las cifras, y que más importante que disponer de una magnitud exacta es describir entornos, condiciones, torturas y violencias (y las respuestas a tales situaciones) en sus distintas facetas para comprender el alcance y los efectos de la represión, sus mecanismos, su perdurabilidad y su ubicación en el conjunto de la violencia y terror del fascismo europeo» [ii] . Y en ese penar de campo de concentración y escarnio destaca en crueldad el comandante psiquiatra Antonio Vallejo Nágera, «con poder institucional y ascendente moral e intelectual entre militares y psiquiatras antidemocráticos». Las estadísticas y la doctrina penitenciaria se constituyeron siempre con el argumento de criminalización, esto es, incorporando la actividad política a la delictiva, sobre la base pseudofilosófica de la inferioridad y la degeneración del disidente. El marxista y el republicano como un degenerado.

Desproveer al enemigo de condición humana ha sido siempre un requerimiento previo a su aniquilación, así sucedió en el nazismo, así ocurrió en el fascismo italiano con Cesare Lombroso, en el franquismo con este comandante psiquiatra y también hoy, con gente sumisa y a sueldo, correos empotrados en máquinas de tortura y guerra. Lo corrobora la respuesta de aquella señora burgalesa a la joven sirvienta de 25 años, Lola González, aún con restos de sollozo en el rostro: «¿Por qué lloras? Habéis nacido para ser esclavos; si estáis viviendo como estáis es porque habéis nacido para que nosotros vivamos, para ser nuestros esclavos». Su inferioridad era condición natural, no castigo. La deshumanización del otro. Probar bajo apariencia científica la inferioridad mental del disidente «constituyó una prioridad del Ejército llevada a cabo por el comandante y psiquiatra Antonio Vallejo Nágera».

El 10 del 10 de 2010 escribía en El País el periodista José Luis Barbería un artículo titulado «ETA se rompe en las cárceles», que viene a ser un tutti fruti, un revuelto en nuestros días de las viejas teorías aplicadas en las cárceles franquistas por el comandante psiquiatra Antonio Vallejo Nágera, sólo que él ahora pretende desde el periodismo y El País aportar al lector su vieja obsesión guardiacivilera y fascista de la degeneración social e histórica del adversario político, del abertzalismo, para de ese modo justificar y amparar acciones y actuaciones nítidamente criminales y de vulneración de derechos humanos por parte de instituciones del Estado español. Su lema, como entonces, hacer de la vida carcelaria un infierno. En su artículo el periodista Barbería Armendáriz de EL País guerrea hoy de nuevo por la hispanidad. Y al igual que en Guadalajara los guardias disparaban a los presos que se asomaban por los barrotes de las ventanas pidiendo los orines de los hijos de las presas para calmar la sed, hoy él busca con sus relatos de cárcel humillar a los presos por sus ideales y reivindicaciones; anhela y ansía el escarmiento y la delación de unos presos que buscan, luchan y defienden la independencia de un pueblo, el suyo, el pueblo vasco. Barbería es peón de ministerio del Interior que trata de inculcar entre los ciudadanos la identidad malvada de los cautivos, exigiendo en las cárceles el trato correspondiente a ese ser inferior embrutecido. Una presa de entonces cuenta que cuando llegaron a Amorebieta (Bizkaia) al bajarse del furgón del tren entre guardias civiles un chaval gritó extrañado: «¡Andá, dicen que eran presas y resulta que son mujeres!».

En las cárceles de Franco como en las de Juan Carlos y las del PSOE su objetivo sigue siendo el de antaño: transformar al preso político en nada, vaciar la persona por la sumisión forzada hasta la ausencia total de sí misma. El control absoluto de su pensamiento, escritura y sentimientos. Que otra persona te diga: «tú te estás aquí y tú te vas a desenvolver en dos losetas, y tú te vas a estar aquí encerrado y yo voy a tocar una corneta, y tú vas a formar y yo te voy a contar, y tú tienes que estar firme, y tú tienes que saludar, y tú tienes que cantar el himno». O, con otras palabras, que el preso se convenza de que su libertad, al igual que en la Edad Media , es un acto de piedad del gobierno criminal de turno. Su artículo viene a ser una especie de Libro de Actas de la prisión de Franco con cubiertas de cartón, inútil buscar en él un relato de la soledad, de la humillación del preso, de su control y desprecio, de los largos años de aislamiento en su celda de castigo, del alejamiento de la familia, de intentos de suicidio como el del basauritarra Txus Martín, quien de los nueve años que lleva encarcelado en el Estado francés cinco los ha pasado en aislamiento , de presos muriendo de enfermedad, de presos desatendidos y a los que se les impide cursar una carrera…

Entonces y ahora este trato tuvo consecuencias de muerte en el mundo penitenciario, en especial en el mundo de mujeres, como por ejemplo en la cárcel de Saturrarán (Bizkaia). «Daba pena ver cómo se mendigaba en toda la sala. Cuando alguien iba a comer una naranja, tenía siete u ocho a su alrededor pidiéndole la cáscara. A veces la que se la comía se guardaba la cáscara para más tarde, otras veces la daba; y si la tiraba a escondidas había quien la sacaba de la basura para comérsela».

Entonces fueron varias las presas que ante la insoportable presión y chantaje, como Matilde Landa, se suicidaron arrojándose desde la ventana. Entonces y también ahora.

La diferencia estriba en que somos ya muchos los que hoy sabemos que quienes tildaron de banda, de rojas, de prostitutas, de ratas de cloaca, de desnaturalizadas… a las presas de Saturrarán y demás cárceles franquistas eran gentes sádicas, putas monjas, esbirros y sumisos del poder, colaboradoras del terror y la barbarie, gentes alimentadas por bajos instintos, obsesionadas en criminalizar al adversario político y la disidencia. Las páginas de barbarie escritas entonces sonrojan hoy al ser humano. Hoy, al releer los relatos de aquellas presas y escuchar sus testimonios, descubrimos su excelencia de mujer. Su infierno se ha convertido en denuncia de inhumanidad.

Después y todo el caparrosino navarro José Luis Barbería no deja de ser un periodista empotrado en aparatos de guerra con cáscara de Antonio Vallejo Nágera. Para saber hoy algo sobre las cárceles y los presos en el Estado español hay que ir a otra parte, a otras fuentes. La tortura institucional no se narra y denuncia en sus escritos, al igual que tampoco se recogen en las actas de las Juntas de Disciplina de la cárcel de Franco. Por tanto nada extraño para un abertzale que en la festividad de la guardiacivil el ministro del Interior, en la España de hoy, condecore a los jueces de la Audiencia Nacional Fernando Grande-Marlaska y Ángela Murillo, estrechos colaboradores en el maltrato, tortura y condena.


 

 



[i] Mavis Bacca Dowden, Acusada d´espia a la Barcelona franquista, 1939-1943 , Pòrtic, Barcelona, 1994, pág. 172

[ii] Ricard Vinyes, Irredentas. Las presas políticas y sus hijos en las cárceles franquistas, pag. 32, Temas de Hoy, Ed. Planeta, Madrid 2010

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.