Si alguno se preguntara por qué martillamos sobre el tema como herreros irredimibles, insistiríamos en que tal vez en la palestra internacional no haya asunto más importante que la guerra financiera con que aparece ante nuestros ojos, cual otra advocación de una misma divinidad, la honda crisis estructural del capitalismo. Guerra entre cuyos signos más […]
Si alguno se preguntara por qué martillamos sobre el tema como herreros irredimibles, insistiríamos en que tal vez en la palestra internacional no haya asunto más importante que la guerra financiera con que aparece ante nuestros ojos, cual otra advocación de una misma divinidad, la honda crisis estructural del capitalismo.
Guerra entre cuyos signos más reveladores se ha colado por derecho propio la cruzada de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos en pro de que China reevalúe su moneda -el renmimbi o yuan-. Al decir plañidero de los «agraviados», la subvaluación de la divisa abarata las exportaciones de la potencia emergente y se convierte en causa del enorme déficit fiscal de la Unión.
Aunque, en opinión de los analistas, el consiguiente proyecto de ley, que deberán sancionar el Senado y el presidente Obama, cuenta con pocas probabilidades de triunfar, pues la Casa Blanca no desea tamaña confrontación comercial, lo cierto es que el mero hecho de pergeñarlo y exponerlo muestra el arraigo de la prepotencia imperial. No en balde se dirige contra cualquier país «manipulador del valor de su divisa». Y, como apostilla el colega Hedelberto López, calzaría la tradicional idea de que solo Washington está «autorizado» a hacer lo que desee con su moneda.
La dificultad en la aplicación del punitivo anhelo parlamentario se ve reforzada por un rotundo anuncio del Departamento de Comercio y de 36 importantes compañías norteamericanas. De concretarse, se reduciría la recuperación y aumentaría el desempleo, además de que se violarían los compromisos en el ámbito de las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que estipula el cálculo de impuestos antidumping y los tipos de subsidios sujetos a derechos compensatorios.
Además, es en aras de la mismísima supervivencia que Beijing mantiene su moneda subvaluada frente a la gringa (el último ajuste, de junio, situó el cambio en 6,7980 yuanes por dólar), como coinciden diversos observadores. Un despegue acelerado del renmimbi haría menos competitiva la industria del gigante asiático, perjudicaría su mercado laboral, al elevarse los precios de sus mercancías, así como disminuiría la demanda y, consecuentemente, la cantidad de productos para la exportación.
Pero incluso el Tío Sam anda con las manos esposadas. Sucede que China sostiene su nivel cambiario con la compra de dólares, parte de los cuales ha colocado en el mercado de deuda norteamericano, mediante los llamados títulos del Tesoro -posee unos 900 mil millones-. Por si fuera poco, tampoco a China le conviene que el dólar caiga en picada. Recordemos que a principios de 2010 sus reservas en divisas alcanzaron los 2,4 billones, o sea, más del 30 por ciento de la totalidad del orbe. Una depreciación del «billete verde» resultaría perjudicial tanto para el sistema financiero y la economía globales como para ambas naciones.
Ahora, si EE.UU. está aherrojado por razones como una deuda externa de 13 billones de dólares y, en aras de mantener sus abultadas importaciones, las exigencias diarias de miles de millones que recibe mayormente de China -también de Japón, Corea del Sur, varias naciones petroleras del Oriente Medio-, ¿por qué las presiones sobre Beijing? Elemental. Se trata de impedir a todo trance la continuidad del impetuoso despegue de un país que en cerca de 20 años podría convertirse en la primera potencia, y de apuntalar al dólar como la principal moneda de intercambio a escala planetaria.
En este contexto, especialistas como Joseph Halevi (Il Manifesto) coinciden en que nadie puede creer seriamente que basta con revaluar el yuan chino o el yen japonés -el euro también registra subidas- para resolver los desequilibrios estructurales, tan ubicuos ellos. La imposibilidad de los EE.UU. de limitar la dependencia del déficit exterior radica en su sistema económico, que ha envuelto al mapamundi en las subcontrataciones. La revaluación del yen, por ejemplo, no cambiaría el estado de cosas, porque las fases de producción extendidas no se pueden volver a transferir a Norteamérica. La moneda japonesa «aplastaría las ganancias y las inversiones de la producción que exporta China», claro está; pero «las empresas tipo Walmart y posiblemente muchas industrias militares estadounidenses -de una investigación del Congreso surge que han subcontratado ampliamente en China- se verían (muy) afectadas».
Entonces, ¿qué pretenden los congresistas con tanta alharaca sobre un proyecto de ley que dispone castigos comerciales para el gigante asiático? Precisamente eso: alharaca. Soberbia de un imperio venido a menos, y que más pronto de lo temido podría ver el humo azulado de la locomotora asiática perdiéndose en el horizonte… Ah, caramba, si cada vez los ferrocarriles chinos despiden menos humo ¿Acaso no son los reyes del tren bala?
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