Traducido por Guillermo F. Parodi
Lo que pasa hoy en los países árabes se asemeja, con algunas diferencias, a lo que pasó en los años cincuenta. En esa época, Gran Bretaña y Francia comenzaban a perder su posición hegemónica a escala mundial y su influencia directa sobre la mayoría de los Estados árabes. Fundándose sobre la base de una «alianza» con estos dos países, los regímenes árabes, que ya no tenían más que un apoyo exterior escaso o nulo, entraron en un callejón sin salida histórico ante los levantamientos de su pueblo. Las políticas árabes de dependencia frente a Gran Bretaña y Francia se hundieron. El mejor ejemplo fue la Nakba en Palestina con la instauración del Estado sionista y la expulsión de cerca de un millón de palestinos de sus viviendas, su ciudad, su pueblo y su tierra.
En los años cincuenta, el desequilibrio de las fuerzas mundiales y regionales abrió las puertas a levantamientos populares, a derrocamientos de regímenes por parte de militares y nacionalistas y a golpes de Estado fomentados por los Estados Unidos. Algunos países árabes corrieron a jurar lealtad a los Estados Unidos, que comenzaron a tomar el lugar de Gran Bretaña y Francia como potencia dominante del bloque occidental. Esto fue acompañado por la aparición de la Unión Soviética a escala mundial que, en los años sesenta, se convirtió en el segundo polo en la ecuación de la Guerra fría.
Lo que ocurre hoy está relacionado con el seísmo que se produjo en los años cincuenta que se materializó en los levantamientos populares, los derrocamientos de regímenes por militares, nacionalistas y la potenciación del movimiento de liberación árabe. En Egipto, el rey Faruk fue derrocado en 1952. En el Líbano, Bichara al-Khoury luego Camille Chamoun fueron obligados a dimitir en 1952 y en 1958. De 1949 a 1954, Siria conoció una serie de golpes de Estado militares que terminaron con la caída de Chichakli en 1954 y la formación de un Gobierno nacionalista que se desarrolló hasta la unificación con Egipto en 1958. El seísmo causó la arabización del ejército jordano en 1956 y la negativa a entrar en el Pacto de Bagdad de Jordania mientras que Irak salía de este pacto después de la revolución de 1958. Al mismo tiempo, la ocupación británica finalizaba en Sudán.
Esta fase de convulsiones que comenzó en los años cincuenta se caracterizó por el final de la colonización francesa de Túnez, Marruecos y Argelia y el final de la influencia británica sobre los Países del Golfo.
Actualmente, dos revoluciones populares triunfan en Túnez y Egipto. Estas revoluciones están acompañadas por un importante fervor popular en el mundo árabe en general. Las masas populares árabes recomienzan a sacudirse el polvo. El mundo árabe vive un nuevo seísmo. Sin embargo, hay dos diferencias entre la etapa de los años cincuenta y la etapa actual.
La primera se manifiesta por el desequilibrio de las potencias mundiales que tuvo lugar en los años cincuenta debido a la pérdida de influencia de Gran Bretaña y Francia. Este desequilibrio fue acompañado y seguido rápidamente por la transferencia de la posición dominante, a escala mundial, al gran Estado imperialista que son los Estados Unidos y por el cambio de la situación internacional con la instauración de dos polos, de dos campos, a principios de los años sesenta.
En los años sesenta, la situación llevó a que las revoluciones populares, los derrocamientos militares, nacionalistas y el movimiento de liberación árabe, debieron hacer frente a nuevas dificultades. A manera de introducción, en 1961 llegó a su fin la unión entre Egipto y Siria, luego tuvimos la agresión de nuestros enemigos (Israel, con el apoyo de los EE.UU., NdT.) en junio de 1967. Este fenómeno fue de carácter mundial ya que los ataques se dirigieron contra el conjunto del movimiento de los países no alineados.
La fase actual comenzó con el final de la Guerra Fría y el hundimiento de la Unión Soviética. Se caracterizó por la imposibilidad de establecer un nuevo orden mundial unipolar dirigido por los Estados Unidos. En la actualidad, se define por la pérdida de la influencia estadounidense sobre el mundo y la entrada del sistema capitalista mundial en una peligrosa crisis que sacude violentamente los pilares sobre los que se asienta.
Actualmente, el mundo se enfrenta a una importante convulsión de las relaciones de fuerza que permitió la aparición de nuevos polos mundiales y regionales. Esta convulsión permitió también la apertura de amplios horizontes para el triunfo de las resistencias y revoluciones populares y la aparición de Estados opositores. Eso constituyó un factor que favoreció, y una condición sine qua non, al desencadenamiento de las dos revoluciones, la tunecina y la egipcia, y a su victoria; y más tarde al desencadenamiento del seísmo popular árabe.
La diferencia significativa entre la fase de los años cincuenta y la fase actual es la ausencia de alternativas imperialistas y mundiales que sustituyan a los Estados Unidos para hacer abortar lo que hubo, y lo que puede haber como alternativas a nivel de levantamientos de pueblos o de Estados.
Mientras que están en una fase de decadencia, los Estados Unidos intentan reencontrar su fuerza y su influencia. Eso es extremadamente difícil y se asemeja a la tentativa desesperada de una persona anciana que intenta recuperar su juventud. ¿Y qué decir si su envejecimiento se acelera?
No hay ningún indicador que sugiera alguna posibilidad, para los Estados Unidos, de interrumpir la decadencia de su fuerza y su influencia, y que retorno a la posición que ocupaba en un pasado reciente.
Eso nos permite decir que el destino de lo que ya se realizó, y de lo que va a realizarse ahora, en lo que se refiere a los cambios en el pueblo y naciones, no estará en el mismo orden que las convulsiones ocurridas en los años cincuenta. En un futuro próximo, el mundo no está amenazado por el ascenso espectacular de un gran Estado imperialista capaz de dirigir un nuevo sistema mundial. Un Estado que sería una prisión para el pueblo como fue el caso en los años 1960, 1970 y 1980 del último siglo.
Así pues, es poco inteligente pensar que lo que pasará en la primera década del siglo XXI se asemejará a lo que pasó el siglo pasado, en los años 1960.
La nueva ecuación mundial que vivimos es radicalmente diferente de la anterior. En efecto, la principal potencia imperialista está en una situación que se degrada sin tener la capacidad de resolver sus problemas encontrando una alternativa, como consiguió hacerlo para Gran Bretaña y Francia en su momento.
Eso no significa que los Estados Unidos hayan salido definitivamente de la arena de la política internacional o que no intentarán recuperar su influencia. La confrontación está siempre vigente pero en condiciones y según criterios de fuerza decretados ajenos a los intereses estadounidense. La historia no se repite.
Los diez próximos años se abren sobre nuevos horizontes en el interés de los pueblos en general y en el de los Estados emergentes. También se abren sobre numerosas perspectivas que siguen siendo aún confusas, provenientes de golpes de Estado, combates y guerras.
La segunda diferencia se manifiesta en el desequilibrio de las relaciones de fuerza a escala mundial. Se expresó durante las dos últimas décadas y contribuyó a la aparición de resistencias contra los enemigos. Estas resistencias realizaron enormes hazañas en el Líbano, Palestina, Irak y en Afganistán, sobre todo en los once últimos años. El desequilibrio de las relaciones de fuerza a escala mundial comenzó a profundizarse para abrir amplios horizontes a los levantamientos y a las revoluciones populares en la mayoría de los países.
Este desequilibrio de las relaciones de fuerza, que condujo a un extenso despertar popular, no fue acompañado por iniciativas por parte de los ejércitos para que se produzca un cambio similar al de los años cincuenta.
En los casos de Túnez y Egipto, el cambio llegó por los levantamientos – revoluciones populares – en tanto que los ejércitos mostraban una posición que aparentaba una forma de neutralidad. Después de haber sido derrotadas, las fuerzas del orden salieron del campo de batalla y se pidió al ejército que se hiciese cargo. Éste se encontró enfrentado a una masa popular intolerante que se había transformado en un peligro que podía ser una amenaza de derrota para el ejército.
Conviene tener en cuenta la diferencia importante entre la posición de los ejércitos árabes en los años cincuenta y su posición en la actualidad. En aquella época, se confiaba en el ejército debido a su calidad de principal fuerza de protección del orden y el Estado. Ese concepto se aplicaba tanto a los ejércitos creados por los colonizadores como a los fundados por los países ya independizados. El papel de las fuerzas del orden era secundario con relación al papel del ejército.
Durante estos veinte últimos años, debido a la dependencia de los Estados Unidos y del abandono de la estrategia de guerra contra la entidad sionista, la tendencia fue la de crear fuerzas del orden cada vez más importantes que superaban la potencia del ejército. Las fuerzas del orden se volvieron el pilar del sistema, mientras que el ejército comenzó a perder peso y a ser marginalizado.
Cuando el pueblo venció a las fuerzas del orden en Túnez y Egipto, se recurrió al ejército que era mucho más débil. El ejército se encontró impotente y sólo supo usar algunas maniobras contra el pueblo. Eso hasta que se encontrara obligado a pedir al Presidente su dimisión con el fin de salvar el sistema de hundimiento total.
En los años cincuenta, los ejércitos eran jóvenes. Eran la principal fuerza de choque activa en los países árabes. En la actualidad, se los margina. Los Estados Unidos quieren que cambien su doctrina para que se reorienten en la lucha contra el terrorismo y que se conviertan en fuerzas del orden.
Antes del desencadenamiento de las dos revoluciones, los ejércitos árabes estaban en una etapa de decadencia y marginalización, incluso cuando oponían una cierta resistencia, en particular, en Egipto. Así pues, el ejército egipcio intentó combatir el plan estadounidense destinado a cambiar básicamente su doctrina militar. Sin embargo, dependía de los Estados Unidos en el armamento, la formación, las maniobras conjuntas y las relaciones interpersonales al más alto nivel. Pese a ello, no se conocía la amplitud de la corrupción de los dirigentes políticos siendo que era el sistema establecido por el régimen de Hosni Moubarak.
A la caída de Hosni Moubarak, el ejército se convirtió en la máxima la autoridad en una coyuntura difícil donde el futuro se acuñaba entre el martillo y el yunque. El martillo personificaba el anterior régimen, la presión americana y sionista, mientras que el yunque simbolizaba la revolución.
Vista la naturaleza de las cosas, es razonable pensar que la transición de la dirección política del país por parte del ejército hacia un comando político, generará en su seno más de una corriente, más de una iniciativa y más de una ambición.
Egipto está ahora en varias encrucijadas, tanto en lo referente a la política exterior como a la interna; sobre todo después de la abolición de la Constitución y la disolución de la Asamblea del Pueblo y del Consejo de la Choura.
En las fuerzas interiores, la revolución de la juventud y del pueblo aparece hasta ahora victoriosa y en posición de fuerza. Eso se confirmará en caso de éxito de las manifestaciones del viernes 18 de febrero, que atraerán millones de participantes, y si estas manifestaciones continúan semana tras de semana. Del mismo modo, esta posición de fuerza se confirmará también si los que quieren hacer abortar estas manifestaciones y que desean que el pueblo pierda la iniciativa y se «eyecte» del movimiento y de la calle, pierdan su apuesta.
Las condiciones que permiten continuar la lucha por el triunfo de la revolución son numerosas: por una parte, el pueblo con sus fuerzas vivas y la opinión pública árabe, islámica y mundial; por otra parte, el deterioro de la posición de los Estados Unidos y el duro golpe a los regímenes árabes que sostienen la posición del Imperio.
Fuente: http://ijtihad2007.skyrock.