Estos días activos, cansados, festivos, alegres y, por fin, políticos, realmente políticos nos están dando mucho que pensar a todas y todos. No sólo nos están dando qué pensar sino que están retomando posiciones de filosofía política muy interesantes que ya parecían olvidadas por los comunismos platónicos y los anarquismos clásicos que últimamente habitan en […]
Estos días activos, cansados, festivos, alegres y, por fin, políticos, realmente políticos nos están dando mucho que pensar a todas y todos.
No sólo nos están dando qué pensar sino que están retomando posiciones de filosofía política muy interesantes que ya parecían olvidadas por los comunismos platónicos y los anarquismos clásicos que últimamente habitan en los debates punteros de lxs intelectuales. Y es que este movimiento con multiplicidad de nombres, cuya proliferación hace imposible encontrar si se llama 15-M, Toma la plaza, Democracia Real Ya, PCE, PCPE, CNT, FAI, etc.; quizá tenga todos esos nombres o ninguno. En ello encontramos lo principal de esta acción que por fin y conscientemente se denomina «sin sujeto», «sin representación», a favor de afirmar máximamente el acontecimiento, sin castrarlo de antemano, dejándolo bien sujeto en algún lugar de la estructura capitalista. Es un intento de ruptura con la cultura del individualismo, y una apuesta clara, por la recuperación del ámbito de lo político-comunitario. Es precisamente el espíritu lo que está consiguiendo la perseverancia en el lugar, después de la explosión inicial. Es la comunidad recientemente creada, la que nos liga, y a la que ya no queremos renunciar nunca más. La depresión no cabe en esta primavera. Sobra amor en las plazas. Las plazas se han convertido en templos donde lo sagrado sustituye, por el momento, las ansias de consumo ilimitado. Consumo, que nos configura, como miembros y cómplices de una sociedad, que se ha prostituido en el intento de garantizar su bienestar material, a través de la legitimación del despliegue global de la barbarie.
Si hacemos memoria acerca de palabras como «derecha e izquierda» o del concepto «representación», encontramos que su origen es un hecho histórico (y por tanto transformable). Este hecho se denomina Estado Nación o Estado Burgués, también Estado Moderno. Y es que, no es baladí que la representación tuviera el origen en la discusión entre Rousseau y Spinoza con Hobbes acerca de si el Contrato Social debe ser participativo (como se dice en Rousseau y Spinoza); o una cesión de todos los poderes al Leviatán (sea cómo sea su estructura) en el caso del Hobbes, es decir, representación. Tampoco es baladí que la diferencia entre izquierda y derecha se produjera en la Revolución Francesa donde los Girondinos conservadores se situaban a la derecha y los Jacobinos revolucionarios a la izquierda…ambos en una suerte de Parlamento ya altamente representativo, continuando la tradición del despotismo ilustrado ejercido por los reyes a quienes cortaron la cabeza (paso del Leviatán desde una Monarquía a una Asamblea de élites).
Si seguimos haciendo memoria, encontramos que entre las páginas más lúcidas de El Capital de Marx ya se asocia el Estado al Capital como forma que le da legitimidad pues se basa, como muy bien indican ya algunos de los contractualistas (no Rousseau ni Spinoza) en la sustentación de la propiedad privada y en el sufragio censitario dependiendo, única y exclusivamente, de esas mismas propiedades expropiadas originalmente.
Pero no se trata de una expropiación anterior en un tiempo cronológico, sino de una expropiación que se da cada vez que debemos comprar o alquilar una casa, cada vez que no nos dejan hablar, cada vez que nos dictan qué hacer, cómo producir, cómo pensar, qué decir o qué votar.
Y, si no nos equivocamos en nuestro diagnóstico, este acontecimiento político incipiente y frágil aún, pide eso exactamente: ¡que no nos expropien más!; que las gentes no necesitamos especialistas que nos digan qué es la política y cómo debemos actuar, que no nos vendan ni nos compren, ni nos saquen bonitas fotos en la prensa del poder que sólo distorsiona lo que HAY; que ningún partido político capitalice algo que no les pertenece pues no desea ser ideología, que no nos acallen de nuevo con las mil estructuras políticas pensadas de antemano que nunca atienden a lo que hay, a la vida, a la pluralidad de gentes, de plantas, de soles que HAY.
Por ello creemos que habría que establecer no negatividades sino algunos límites a la hora de que este movimiento pueda pensar y actuar, que pueda acontecer el acontecimiento y no muera sepultado en especialidades. Sólo evitar algunas malos hábitos que tienen mucho más que ver con el poder que con la potencia de cambio, alegría, vida, pensamiento y acción.
La primera de ellas es que nos acostumbremos a que la vida, lo que nos rodea, la lluvia y el sol no tienen sujetos. No son producidos por nadie que les tenga que dar impronta ni forma. Así que, ¿por qué lo va a tener la política que es el modo de relacionarnos en comunidad con otrxs y con lo otro: con el sol, con la tierra, con el agua, con las creencias, etc.? Propondríamos que evitemos lo más posible ponerle un solo nombre y un grupo de especialistas que lo canalicen de un solo modo. Lo bueno de este movimiento es que se declara sin consignas, sin ideología…y, por lo tanto, sin sujeto -ya sea éste individual o partido político-. Y, en el caso de que los haya, que se sepan tales, que se sepan reemplazables y no fundamentales ni verdaderos porque la única verdad es el acontecimiento mismo y la única responsabilidad es que no se muera asfixiado en pequeñas luchas de poder que lo quieren encerrar en las garras de algunxs, volviendo a expropiarnos lo que no era nuestro ni suyo pero nos concernía a todxs.
La segunda de ella está relacionada con la primera. Si hay sujeto, ya sea grupo de especialistas ya sea individuo que se proponga como sabio, no nos quedará otra vez nada más que la representación. Nos volverán a expropiar, ya no hablará nada a través de nosotros sino que hablaremos según los dictados de alguien. En cualquier caso los habrá…pero, volviendo a la misma prudencia anteriormente expuesta, tendremos que modular que haya los menos intermediarios posibles entre esas leyes buenas de las que habla Rousseau en el Contrato Social, leyes que provocan en las gentes la participación en su democracia, y las gentes mismas. O lo que es lo mismo, evitar de todas las formas que las leyes, a base de alejarse mucho de lo que necesitamos, se conviertan en «malas» para nosotros y despotencien la participación activa como viene sucediendo desde hace ya demasiado tiempo, de tal forma que ya nos cuesta imaginar una actividad continua en política simultaneada con nuestras vidas y problemas cotidianos.
La tercera de ellas, otro vicio al que ya estamos demasiado acostumbradxs y que siempre nos expropia, es la centralización y unidireccionalidad. Ni valen para todo lugar las mismas leyes, ni para todo tiempo, ni para toda la gente. Sería interesante probar un modelo de estructura que dejara márgenes para esta flexibilidad tan elástica como la vida misma. No se trata de adoptar la fosilidad aparentemente cambiante del Capital y sus bolsas y la variación de la deuda, sino sólo y una vez más, que nos demos cuenta de que ni nuestras vidas son nuestra propiedad privada, ni nuestras leyes, ni nuestras aguas, ni nuestrxs hijxs. Se trata de saber que es necesario el cuidado y que la democracia no es algo que se hace de una vez por todas en no se sabe qué origen de un Estado, sino que, al igual que la expropiación se da cada vez que nos callan y que nos dictan cuál es nuestro modo de habitar (nuestra ética, etología y política), la democracia deja de ser cuando no la cuidamos, la cultivamos, la hacemos ni la pensamos. Pensar la democracia como el espacio vacío, el ágora o plaza pública, el hueco de lo no dado nunca y donde todo es posible ser pensado.
La última de ellas es la ideología. La vida no tiene ideología. Desear vivir y cuidar-nos (a nosotrxs, entre nosotrxs, a favor de la democracia y en contra de la expropiación sistemática y continua). Por ello, ¿para qué encuadrar estas leyes básicas por ser primeras en un sistema u otro?, ¿por qué nos van a pensar nuestras gramáticas a pesar nuestro?, ¿por qué van a distinguir de antemano lo que es naturaleza, lo que es humano, lo que es inmigrante, lo que es autóctono, lo que es amigo, enemigo, mujer, hombre, etc?, ¿por qué no cambiarlas de mil formas como mil nombres tiene este movimiento? Éste es quizá el paso más difícil. Al igual que todos ellos es a largo plazo y, al igual que los anteriores será muy difícil y, cada vez que nos descuidemos, se nos colará la gramática hegemónica o alguna de sus colaterales. Pero, si hay sistemas que puedan hacerse cargo de su existencia, de la existencia de esas gramáticas del poder que impiden las acciones, los pensamientos, dictándoles de antemano qué hay que decir y hacer; se podrán tomar medidas creativas que acepten a los poetas dentro de la ciudad. Ya que poetas seremos todxs y cada unx y no se constituirá una comunidad como viene siendo la costumbre de las sociedades mal-acostumbradas: a base de enemigos, exclusiones o chivos expiatorios (la peor estructura de poder que ha habido nunca y que curiosamente se presenta con carta de naturaleza).
Por ello hay que cuidarse de la mera negatividad (forma ideológica con carta de naturaleza). Por supuesto debemos decir «NO», pero es más importante los diversos «Sí» que se pueden dar. Y si este movimiento no pasa a los síes plurales, puede morir en una pequeña descarga de queja sin cambiar nada.
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Lo queremos todo, pero también debemos estar dispuestos a darlo todo. Y es que, una acción política considerada como pertinente en un mundo agonizante huele demasiado a renuncias materiales, a dar la vuelta, a replegar las velas y dejar al enemigo que llevamos dentro, sin el rito sacrificial y lucrativo del cual se alimenta. Exorcismo en toda regla. Si no renunciamos a mantener nuestra posición privilegiada, dependiente absolutamente del sistema capitalista, pasaremos a ser conservadores y legitimadores del estado actual de las cosas, por poco que nos guste.
La satisfacción de supuestas necesidades materiales que se han convertido en aparentemente necesarias unido a la seguridad física que brinda el biopoder, nos esclaviza y a la vez, legitima un orden criminal del mundo, sin medida, que no quiere tener en cuenta las limitaciones del planeta, y que ha puesto toda la potencia creativa de la técnica al servicio de un expolio sistemático y multidimensional, donde no se aplica el mínimo principio de prudencia. No estamos ya sólo ante un escenario clásico de conflicto político, donde la lucha de clases ocupa todo el espectro ya que distintas problemáticas como la precarización de las condiciones de vida derivadas del deterioro medioambiental afectan a la totalidad de la población. La bio-aniquilación que promueve el propio avance del Capitalismo, va desplazando hacia la lucha por la supervivencia, el debate ideológico. Los últimos desastres nucleares, son un claro ejemplo.
Estos últimos años se ha entendido por dignidad, no el concepto que tenía que ver con el decoro y la urbanidad que se le acuñó durante siglos, sino al concepto con el que lo políticamente correcto lo ha imbuido, que no es otro que el de la capacidad de consumir. La capacidad de adquirir, proveer, ó poseer ha hecho que los individuos sean considerados dignos. El orgullo, que sería un paso más allá en ese periplo de la adquisición y en ese asentamiento de la dignidad como capacidad de consumo; sería lo consumido, lo ya adquirido, que además aumenta, y debe aumentar, de continuo. El orgullo de lo que se tiene (y hablo en presente), de lo consumido, adquirido, crecido y aumentado.
Si el movimiento de los Indignados es sólo una lucha por recuperar la dignidad (capacidad de consumir), seguiremos excluyendo a los marginados del tercer mundo, sobre los que levantamos el manipulado orgullo del haber consumido. Aún siendo necesario adscribirse a cualquier propuesta de las asambleas ciudadanas, sigue existiendo la preocupación por retornar a esa falsa dignidad acuñada por el capitalismo.
La sociedad capitalista, ha convertido a todas las formas de vida, en general, en medios para un lucrativo fin. En el caso del ser humano, en particular, le ha usurpado su dignidad y reventando las estructuras sociales que tradicionalmente han unido a las comunidades y sus pueblos. Nos han dejado huérfanos. La indignación, en las sociedades capitalistas, es inherente a la propia estructura de la sociedad. Y la frustración de aquellos que se reconocen como indignados, y a la vez, esclavizados por la riqueza, se convierte en enfermedad. Abrir la posibilidad a la perduración del acontecimiento, implica por lo tanto, dejar de obturar el emerger de la verdad. El totalitarismo al que aspira el poder económico capitalista, a través de la aniquilación de diferencias y la homogeneización de territorios, culturas y mentes, solamente puede ser contestado, saltando en marcha de su acelerada y nihilista carrera hacia el sin sentido. Al tomar suelo de este mortal hacia atrás, siempre nos encontramos en las plazas, entre «nosotros».
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Tras estas pequeñas e imprescindibles prudencias que se pueden denominar en afirmativo: con-vivir, actuar, construir, pensar. Creemos que debemos cuidar este acontecimiento que nos atraviesa: escuchar, aprender, hacer cada unx lo que pueda; a largo y corto plazo y no dejarlo morir en la desilusión o la asfixia que es la suya y la nuestra.
Lo que negamos y contra lo que estamos es esto: contra la repetición indiferente de los políticos (como clase); contra los banqueros; contra la burocracia y la gerontocracia, contra la violencia y la globalización de la guerra permanente en forma de circulación de naturalezas, humanxs, estudiantes, divisas, etc. Contra el funcionamiento corriente del Capital como lógica de la guerra y la venganza dialéctica de la enfermedad indiferente de la historia. Lo que afirmamos es la diferencia: por un lado la alteridad, la pluralidad de las culturas y de las diferencias enlazadas por las acciones participativas, cívicas que devuelven a la democracia su lazo social y su lenguaje vivo: en acción cotidiana. Y por el otro lado, en cuanto a la alteridad constituyente de la naturaleza viva (la phýsis) y de lo sagrado indisponible, afirmamos el reconocimiento y el cuidado constante de esa alteridad; de esa diferencia límite de lo humano, sin la cual no hay el misterio de lo divino inmanente. La traducción ecologista y común de esas tesis admite plurales registros y nombres pero no puede, en ningún caso, subordinar la diferencia, la alteridad y el límite a ninguna identidad universal o abstracta, ni tampoco disimular el primado de la solidaridad con los más débiles de entre nosotros, en todos los casos. Ello incluyendo el ser del acontecer mismo de la diferencia en los lenguajes y en el silencio. En lo común compartido, en la vida de los cuerpos, y en la creatividad abierta del espacio y el tiempo -por un lado telemático y por el otro cotidiano y próximo, más cerca de la cotidianidad y las comunidades de vecinos y más cerca del acontecer de lo sagrado y el misterio en la cotidianidad participativa-.
Que nadie nos represente, que nadie hable por nosotros y que estas palabras se unan a las palabras de muchxs de nosotrxs, actuales e inactuales o transhistóricos. Aquellxs que hablamos ahora a través de este acontecimiento y aquellxs que nos llaman desde el acontecimiento filosofía, por ejemplo. Filosofía no como un dogma sino como una petición activa de dejar ser, dejar pensar, dejar crear, dejar participar y compartir, desde el cuidado crítico de la diferencia.
Seguimos y seguiremos pensando y actuando, por lo tanto, este texto, las discusiones y las recepciones quedan siempre abiertas a la participación heterogénea y común.
Teresa Oñate y Zubía, Amanda Núñez García, María Luisa Pérez Pérez, José Luís Manchón Vera y Fernando son profesores de la UNED
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