La crisis griega refleja lo que ocurre cuando las autoridades políticas derivan su responsabilidad en entidades sin ningún control como las agencias de calificación, escribe el economista galardonado con el premio Nobel Amartya Sen.
Europa ha sido el estandarte mundial en la práctica de la democracia. Resulta, por tanto, preocupante que hoy en día los peligros frente al gobierno democrático, que se cuelan por la puerta trasera de las prioridades económicas, no reciban la atención que merecen. Hay que afrontar asuntos de gran calado sobre cómo podría verse socavado el gobierno democrático de Europa por el papel inmensamente desproporcionado que juegan las instituciones financieras y las agencias de calificación, que ahora tratan con prepotencia algunos ámbitos de la política europea.
Es necesario distinguir entre dos asuntos. El primero atañe al lugar que ocupan las prioridades democráticas, incluyendo lo que Walter Bagehot y John Stuart Mill veían como la necesidad de un «gobierno por discusión». Supongamos que aceptamos que los poderosos jefes de las finanzas entienden de manera realista qué acciones necesitan emprenderse. Esto reforzaría la necesidad de prestar atención a su opinión, manifestada dentro de un diálogo democrático. No obstante, no es lo mismo que permitir que las instituciones financieras y las agencias de calificación dispongan del poder unilateral de imponerse sobre gobiernos elegidos democráticamente.
En segundo lugar, resulta complicado vislumbrar que esos sacrificios que los gestores financieros han estado exigiendo a los países en situaciones precarias les permitan alcanzar una cierta viabilidad y, así, garanticen la continuidad del euro, todo ello dentro de un patrón sin reformar de homogeneización financiera y una afiliación sin modificaciones al club del euro.
Matar a la gallina de los huevos de oro
El diagnóstico de los problemas económicos que las agencias de calificación proporcionan no es la verdad absoluta que ellas propugnan. Merece la pena recordar que en el expediente de las agencias de calificación que certificaron instituciones financieras y empresas antes de la crisis económica de 2008 se aprecian diferencias abismales. Por ello, el Congreso de Estados Unidos debatió seriamente si podían ser encausadas.
Desde que gran parte de Europa se ha comprometido a lograr una rápida reducción del déficit público a través de la drástica reducción del gasto público, es crucial analizar pormenorizadamente de manera realista cuál será el impacto previsible de dichas políticas, tanto para las personas como para la capacidad de generar ingresos públicos a través del crecimiento económico. Los altos estándares morales del «sacrificio» tienen, por supuesto, un efecto pernicioso.
La filosofía del corsé «adecuado» es: «Si la señora se encuentra cómoda dentro, entonces, con toda seguridad, necesita llevar una talla menos». Sin embargo, aunque las exigencias de hacer lo correcto económicamente se vinculen de manera directa a los recortes inmediatos, el resultado puede significar matar a la gallina que pone el huevo de oro del crecimiento económico.
Lecciones de la historia que aprender
Esta inquietud se aplica a toda una serie de países, desde el Reino Unido a Grecia. La extensión de la estrategia de «sangre, sudor y lágrimas» para la reducción del déficit da alguna aparente credibilidad a lo que se está imponiendo a países más precarios como Grecia o Portugal. Pero también hace más complicado tener una voz política común en Europa que sepa estar por encima del pánico generado en los mercados financieros.
Además de ser necesaria una visión política de más alcance, hace falta un pensamiento económico más claro. La tendencia a ignorar la importancia del crecimiento económico para generar ingresos públicos debería ser un asunto de capital importancia para ser puesto bajo examen. La importante conexión entre crecimiento e ingresos públicos ha sido puesta de manifiesto en muchos países, de China a la India y de los Estados Unidos a Brasil.
Aquí también hay lecciones de la historia que aprender. La importante deuda pública de muchos países cuando terminó la Segunda Guerra Mundial originó una gran preocupación, pero la carga de la misma disminuyó gracias a un crecimiento económico rápido. De forma similar, los importantes déficits a los que el presidente [de los Estados Unidos] Clinton hizo frente cuando llegó al poder en 1992 se diluyeron durante su mandato, proceso que fue facilitado por un crecimiento económico acelerado.
¿Cómo se han metido en este lío los países de la eurozona?
El temor de una amenaza a la democracia por supuesto que no se aplica al Reino Unido, puesto que esta política han sido elegida por un Gobierno elegido en elecciones democráticas. Incluso aunque la revelación de una estrategia que no se hubiera dado a conocer públicamente en el momento electoral puede ser una buena razón para la reflexión, este es el tipo de libertad que un sistema democrático permite a los que resultan ganadores en las elecciones. Pero esto no elimina la necesidad de una mayor discusión pública, también en el Reino Unido. Y también es necesario reconocer cómo las auto-impuestas políticas restrictivas en el Reino Unido parecen dar credibilidad a las aún más drásticas políticas que se impongan sobre Grecia.
¿Cómo se han metido en este lío los países de la eurozona? La singularidad de crear una moneda única sin una mayor integración política y económica tiene ciertamente una parte importante en la explicación, incluso aunque se tomen en cuenta las infracciones financieras que sin duda han cometido en el pasado países como Grecia y Portugal (y aquí resulta interesante añadir la importante opinión de Mario Monti de que una cultura de «deferencia excesiva» en la UE haya dejado que estos incumplimientos hayan pasado desapercibidos). Hay que reconocer al Gobierno griego- y a Yorgos Papandreu, el primer ministro, en particular-que está haciendo lo que puede a pesar de la resistencia política, pero la dolorosa disposición de Atenas para cumplir no elimina la necesidad de que Europa examine la de los requerimientos-y el calendario-que se está imponiendo a Grecia.
Me opuse firmemente al euro
No me resulta agradable recordar que me opuse firmemente al euro, a pesar de ser muy favorable a la integración europea. Mi preocupación sobre el euro estaba en parte conectada con el hecho de que cada país iba a abandonar la soberanía sobre su política monetaria y los ajustes en la tasa de cambio de sus monedas, pues ambos aspectos han ayudado en gran medida a países con dificultades en el pasado, y evitado la necesidad de una enorme desestabilización de vidas humanas mientras se hacen desesperados esfuerzos para estabilizar los mercados financieros.
Esa libertad monetaria puede ser abandonada cuando existe también integración fiscal y política (como la que tienen los Estados dentro de los Estados Unidos), pero la casa a medio construir de la eurozona ha resultado ser la mejor receta del desastre. La maravillosa iniciativa política de una Europa democrática unida se hizo para incorporar un programa precario compuesto por una amalgama financiera llena de incoherencia.Rehacer la eurozona costará muchas dificultades, pero los asuntos complicados tienen que ser abordados con inteligencia, impidiendo que Europa se deslice hacia turbulencias financieras alimentadas por un pensamiento de corto alcance.
El proceso tiene que comenzar por hacer frente y restringir el ilimitado poder de las agencias de calificación para emitir informes de forma unilateral. Resulta complicado disciplinar a estas agencias a pesar de su pésimo papel, pero una bien meditada iniciativa de legítimos Gobiernos puede aumentar la seguridad financiera mientras se buscan soluciones, especialmente si las instituciones financieras internacionales prestan su apoyo para ello. Poner término a la marginalización de la tradición democrática europea resulta una urgencia, y esto no constituye ninguna exageración. La democracia europea es importante para Europa – y para el mundo.
La ayuda a Grecia es una violación de la democracia
Cuando un Gobierno fracasa, se le puede revocar. Pero ante el impresionante fracaso de la UE en la crisis griega, ¿contra quién se puede votar?, se pregunta la revista alemana Stern. Los europeos carecen de un derecho fundamental: el del voto. Por ello es imposible realizar una ayuda financiera democrática de la UE hacia los griegos. Porque, o bien son la canciller alemana Angela Merkel y el presidente Nicolas Sarkozy los que gobiernan Grecia violando su soberanía, o bien se ayuda a los griegos aceptado la pérdida de control sobre nuestras finanzas. Pero en cualquiera de los dos casos, se quebrantan los principios democráticos. Ahí se encuentra el dilema: si ayudamos a los griegos, somos inevitablemente malos demócratas. Y si no les ayudamos, somos malos europeos. Por lo tanto, la solución sería una unión política, elegida por los ciudadanos europeos.
http://www.presseurop.eu/es/content/article/739861-amartya-sen-recuperemos-nuestra-democracia