WASHINGTON, 14 sep (IPS) – Mientras la pena de muerte es objeto de debate en muchos estados de Estados Unidos, la voz de los familiares de víctimas de asesinato que se oponen al castigo extremo aporta una perspectiva profundamente personal a la discusión. IPS conversó con Renny Cushing, fundador y director ejecutivo de la organización […]
WASHINGTON, 14 sep (IPS) – Mientras la pena de muerte es objeto de debate en muchos estados de Estados Unidos, la voz de los familiares de víctimas de asesinato que se oponen al castigo extremo aporta una perspectiva profundamente personal a la discusión.
IPS conversó con Renny Cushing, fundador y director ejecutivo de la organización Familias de Víctimas de Homicidio por los Derechos Humanos. Su campaña sin tregua comenzó tras la muerte de su padre en 1988.
Cushing fue uno de los primeros en reunir organizaciones abolicionistas con las de víctimas de homicidio. Él sostiene que «llenar otro ataúd no devolverá a nuestros seres queridos, sólo dejará otra familia quebrada y dolida».
Además es uno de los autores de «Dignity Denied: The Experience of Murder Victims’ Family Members Who Oppose the Death Penalty» (Dignidad negada: La experiencia de los familiares de víctimas de asesinato contrarios a la pena de muerte) y «I Don’t Want Another Kid to Die» (No quiero otro muchacho muerto), un conjunto de testimonios de familiares contra el máximo castigo aplicado a menores de edad.
Cushing viaja por Estados Unidos y el mundo abogando por la dignidad universal y derechos humanos para todos.
IPS: ¿Cuál es la visión de su organización?
RENNY CUSHING: Familias de Víctimas de Homicidio por los Derechos Humanos fue fundada el 10 de diciembre de 2004, Día Internacional de los Derechos Humanos, por un grupo de familias con seres queridos muertos a manos de asesinos seriales, terroristas, «desaparecidos» o fallecidos en ejecuciones extrajudiciales.
Nos oponemos a la pena de muerte por una cuestión de derechos humanos y creemos que es un castigo que viola el derecho fundamental a la vida, artículos 3 y 5 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Estamos en Estados Unidos, pero comprometidos con el concepto de «abolición sin fronteras» y nos esforzamos en tener una presencia fuera del país para demostrar que somos solidarios con otras naciones y pueblos que luchan por derogar la pena de muerte.
IPS: ¿Cómo se expresa la solidaridad internacional?
RC: Nuestros representantes viajaron a Corea del Sur la semana pasada para conmemorar los 5.000 días sin ejecuciones. Es un país, nación y cultura con 5.000 años de antigüedad y, por eso, fue una maravillosa oportunidad para celebrar que, pese a que la pena de muerte está vigente desde su independencia en 1948, la moratoria impuesta en 1997 creó un estado, de hecho, sin ese castigo.
Desde la primera vez que viajamos a Corea de Sur en 2004 y nos reunimos con legisladores que habían redactado un proyecto de abolición, fuimos conscientes de la importancia de la solidaridad internacional, así como de sumar nuestras voces al creciente movimiento trasfronterizo.
Nuestra organización integra la Red para la Abolición de la Pena de Muerte en Asia y la Coalición Mundial contra la Pena de Muerte.
Una vez que te conviertes en un sobreviviente del asesinato de un familiar inmediatamente asumes una identidad social que puede volcarse a favor de los derechos humanos. Tenemos una participación importante en el proceso de decisión respecto de la pena capital y sobre la respuesta que da la sociedad ante un homicidio.
Hay diferencias culturales significativas cuando se trabaja en el ámbito internacional, pero también hay un elemento universal relacionado con el dolor y la pena que deben movilizarse en nuestra lucha.
IPS: ¿Cuáles son esos elementos universales?
RC: Trabajamos con víctimas, en particular en Corea del Sur, con sentimientos muy similares a los que tenemos quienes luchamos contra la pena de muerte en Estados Unidos, por ejemplo, en relación al peso que la sociedad pone en los sobrevivientes para buscar revancha.
Una mujer cuya hija fue asesinada me dijo que solían hacerla sentir como pecadora por luchar contra la pena de muerte aun cuando su propia hija había sido asesinada.
Otro hombre cuya madre, esposa e hijo murieron a manos de un asesino serial tuvo que mudarse y cambiar de número de teléfono para evitar las consecuencias sociales de su trabajo a favor de la abolición.
Hay un tremendo estigma hacia este tipo de activismo en nuestra sociedad y nuestra actividad suele aislarnos y condenarnos al ostracismo.
Nos consideran psicópatas o santos. La verdad es que somos personas que padecimos un horror indescriptible, con vidas que tuvieron un cambio drástico y llegamos a la conclusión de que llenar otro ataúd no nos devuelve a nuestros seres queridos, solo crea otra familia rota y dolida.
IPS: ¿Qué piensa de una sociedad que apoya la pena de muerte?
RC: La gente se tiene que dar cuenta que si se da al Estado el poder de matar a sus ciudadanos, lo hará. Si él puede hacerlo entonces las personas y las instituciones también tienen derecho a quitar la vida.
Las autoridades deben darse cuenta que el ejemplo de venganza nunca será un símbolo de democracia.
Creo que Sudáfrica es un gran ejemplo al respecto. Su líder máximo, Nelson Mandela, fue condenado a muerte y estuvo 27 años en prisión. Cuando salió no miró hacia atrás en busca de venganza. Comprendió que era mucho más importante terminar de una vez por todas con el peso del apartheid en su país. Cuando llegó a la Presidencia lo hizo en un nuevo estado, uno que había derogado la pena de muerte.
Sólo aboliendo la pena de muerte lograremos salvaguardar, respetar y defender los derechos de las personas.