Recomiendo al lector que antes de leer este artículo lea el trabajo de Joseph Stiglitz publicado en Rebelión el 8 de octubre de 2011 y titulado Para curar la economía. En varias ocasiones he defendido la necesidad de que la izquierda radical se alíe a la izquierda reformista -socialismo burgués -con el fin de frenar […]
Recomiendo al lector que antes de leer este artículo lea el trabajo de Joseph Stiglitz publicado en Rebelión el 8 de octubre de 2011 y titulado Para curar la economía. En varias ocasiones he defendido la necesidad de que la izquierda radical se alíe a la izquierda reformista -socialismo burgués -con el fin de frenar a la derecha burguesa. De momento eso no es posible, sencillamente porque la izquierda radical carece de representación parlamentaria y, por consiguiente, carece de poder político. Esta circunstancia hace que las inconsecuencias de la izquierda reformista sean mayores que en el caso de que existiera una izquierda radical con representación parlamentaria.
A mi me están cansando las explicaciones de la crisis que se inició en 2007. Me cansa que la izquierda reformista no quiera ir más allá. Estoy oyendo lo mismo y lo mismo. Falta sin duda la crítica abierta y sin ambages y falta sin duda también la acción. El propio título del artículo de Stiglitz, Para curar la economía, da a entender que la economía es una esfera de la vida neutral y carente de determinación histórica y de determinación de clase. Habla como si esta economía, la economía capitalista, debiera durar para siempre o tuviera por esencia la eternidad. Usa las categorías económicas, no como expresión de las relaciones sociales entre los hombres, sino como expresión de mecanismos económicos. Nos da a entender que sólo con modificar los mecanismos mediante actuaciones estatales el mundo podría ser feliz. Y siempre pasa por alto lo decisivo, lo importante, lo crucial: la propiedad privada sobre los medios para producir la riqueza como principal causa de los grandes males que azotan a la humanidad.
Nos enumera las cusas básicas de la crisis: la productividad de la manufactura que generó paro, el excesivo crecimiento del sector inmobiliario, el gasto superior a los ingresos en el sector mayoritario de las familias, la baja de la tasa de ahorro, la globalización que generó desigualdad, y la excesiva cantidad de reservas acumuladas por los países emergentes. La productividad de por sí no genera paro; si al tiempo que aumenta la productividad se disminuye la jornada laboral, no se produciría paro. El excesivo crecimiento del sector inmobiliario es una de las consecuencias del libre mercado capitalista, no es nuevo, la desproporción entre los sectores de la economía atraviesa toda la historia del capitalismo. Si las familias gastan más de lo que ingresan, esto se debe, en parte, a la actividad bancaria y a los dueños del capital monetario que sólo piensan en ver multiplicado su dinero. Que los gastos hayan superado a los ingresos también se ha debido al crecimiento especulativo de los precios de los bienes inmuebles. Y con respecto a la desigualdad, ¿qué esperaba? El régimen capitalista, como todos los regímenes basados en la explotación del hombre por el hombre, se basa en la desigualdad. El capitalista sólo piensa en enriquecerse lo máximo posible, sea estadounidense, alemán, sirio, ruso o chino. No conoce otro abecé. Y si el capitalismo nacional se basa y crece sobre la desigualdad, lo lógico es que en su etapa globalizadota esa desigualdad haya ido a mayores, como así ha sido.
El artículo de Joseph Stiglitz lo encabeza la siguiente cita del propio autor: «La causa subyacente del colapso financiero es la creciente desigualdad; la solución son fuertes gastos gubernamentales». Aquí se hace más que evidente la inconsecuencia del pensamiento reformista. La solución de la desigualdad debe estar en acabar con las causas que la generan, que no es otra que los excesos de enriquecimiento. No podemos pensar en paliar solamente algunos de los efectos de la desigualdad, sino en acabar con ella, al menos en los casos donde hay manifiesta desmesura. ¿Cómo se le ocurre a Stiglitz ver la solución de la desigualdad en el aumento de los gastos gubernamentales? Eso significaría que el Estado se tendría que endeudar más. Y si aumenta su cuota de endeudamiento, mucho más quedará a merced del capital monetario.
Lo que le sucede a Stiglitz, como a todos los economistas de pensamiento reformista, es que son incapaces de pensar en un mundo que no sea el capitalista. Y les falta a todos ellos valentía, les falta oponerse con radicalidad a los grandes causantes de los males del mundo moderno: los grandes capitalistas. No debería caber en la cabeza de ninguna persona racional que haya personas en el mundo que tengan un patrimonio personal que vaya más allá de los 12 millones de euros, que ya es un montón de dinero. No debería caber en la cabeza de nadie que haya personas que controlan las grandes empresas, incluidos los grandes bancos, y sean los verdaderos dueños del mercado mundial. No hay otra opción de fondo, si la causa de la crisis es la desigualdad, que acabar con las grandes fortunas. Y no se cometería con ello injusticia alguna, todo lo contrario, se restablecería la justicia. Toda riqueza es signo de trabajo. Y por mucho que haya trabajado, por ejemplo, Bill Gates, es imposible que haya sido su trabajo la causa de que su fortuna personal ascienda a 39.000 millones de euros. Esa fortuna equivale al sueldo que ganarían 39 millones de trabajadores al mes, suponiendo que cada trabajador gane 1000 euros. Esto es lo que les falta ver a Stiglitz y a todos los reformistas, hay algo en el sistema capitalista que permite a los pocos apropiarse de cantidades ingentes de trabajo ajeno de los muchos. Ahí está la causa de la crisis y ahí es donde habría que actuar con radicalidad. No querer ver esta insultante injusticia, como hace Stiglitz y todos los economistas reformistas, no atreverse a pensar desde la economía la irracionalidad de esta situación, y hablar, sin embargo, de un supuesto consumidor o agente económico racional, es demasiada inconsecuencia, demasiada apología, demasiada cobardía. Los economistas reformitas son, sin duda, culpables de los crecientes males que ocasiona a la humanidad el capitalismo globalizado.
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