En un reciente artículo de Rebelión, Juan Torres señala algunas inconsistencias del concepto del decrecimiento, que ampliará en un futuro libro. Aunque hace referencia y guiños a Naredo, ambos autores esbozan sus críticas desde visiones económicas bastante diferentes y con escasa coincidencia, cuando no antagonismo total, en el asunto que nos parece central. Partiendo del […]
En un reciente artículo de Rebelión, Juan Torres señala algunas inconsistencias del concepto del decrecimiento, que ampliará en un futuro libro. Aunque hace referencia y guiños a Naredo, ambos autores esbozan sus críticas desde visiones económicas bastante diferentes y con escasa coincidencia, cuando no antagonismo total, en el asunto que nos parece central. Partiendo del enorme interés que tiene debatir sobre decrecimiento entre personas y colectivos tan cercanos en muchas cosas, vamos a señalar lo que consideramos inconsistencias o incorrecciones de estas críticas.
Primero conviene aclarar que no parece que exista un «corpus» único ni cerrado del decrecimiento, por lo que las opiniones aquí vertidas pueden coincidir o no con las de otras personas que defiendan el decrecimiento. Esto no debe significar un problema ya que el decrecimiento es una idea en construcción, y por otra parte también existen diferentes enfoques sobre el socialismo, comunismo, economía ecológica o keynesianismo, por poner algunos ejemplos.
La crítica más seria que se hace al decrecimiento es la de que, usando ese término, necesariamente se sitúa en el mismo marco conceptual que dice criticar, es decir el del crecimiento (Naredo y Juan Torres). Dice Juan Torres: «es innegable que cuando utilizan ese término están hablando de disminuir los indicadores que miden la dimensión cuantitativa y monetaria de la actividad económica y más concretamente el PIB«. Esta afirmación no es cierta. El decrecimiento se distingue por apostar claramente por la reducción del consumo de materia y energía y no plantea como objetivo la reducción del PIB para alcanzar ese objetivo.
Desde el decrecimiento se habla de superar el PIB como indicador de prosperidad y adoptar otros indicadores biofísicos y sociales que integren tanto la perspectiva ecológica como los llamados «bienes relacionales», dentro de los cuales los trabajos de cuidados realizados mayoritariamente por las mujeres tendrían que tener su relevancia.
Por tanto no se trata «disponer de un indicador que proporcione ese ‘cómputo final’ que nos indique lo que ocurre con ‘la economía en conjunto‘» como insinúa Juan Torres, sino de disponer de varios indicadores, lo que desde la economía ecológica se denomina «valoración multicriterio» (Joan Martínez Alier). Una de las grandes críticas que hacemos a la economía convencional es precisamente esa obsesión por valorar con un único indicador -el dinero-, la complejidad de las actividades económicas y sus interrelaciones.
Ahora bien, si en el marco económico actual, la reducción del consumo de energía y materiales implica que disminuya el PIB, eso es algo «externo» a la propuesta y aspiraciones decrecentistas. Economistas ecológicos (especialmente Óscar Carpintero en España) y también la Agencia Internacional de la Energía, han señalado que existe una clara correlación entre el consumo de energía y materiales y el crecimiento del PIB en el capitalismo actual. Y que a pesar de la llamada «desmaterialización», ésta es un mito que no ha llegado a producirse en las economías avanzadas. Esto tiene que ver con que en una economía globalizada, las externalidades de la economía se exportan mediante la deslocalización, y por lo tanto no se puede analizar por separado los impactos de la producción en una región.
Si se comparte que es imprescindible reducir el consumo de recursos, ya que hemos superado la capacidad de carga y de regeneración del planeta, parece inevitable (y necesario) que en los países y sectores más derrochadores disminuya el PIB a menos que se cambie de marco conceptual, que es lo que nos gustaría y por lo que apostamos los defensores del decrecimiento.
Por tanto la inconsistencia no se presenta desde el decrecimiento sino desde sus críticos. En este punto creo que la discrepancia con Juan Torres es más seria: «lo que necesita la inmensa mayoría de la sociedad que hoy día está insatisfecha… es que crezca la producción de bienes y servicios a su disposición, y no al contrario. Aunque eso haya que hacerlo, eso sí, con otro modo de producir, de consumir y de pensar«, ya que la constatación de las enormes desigualdades provocadas por el «capitalismo neoliberal» le lleva a reivindicar el crecimiento como única manera operativa de resolverlas. Ésta, seguramente sea la principal diferencia con algunos economistas progresistas: la de que el problema sólo es de distribución y del modo de producción capitalista.
El reto lo tienen los economistas que defienden esta postura ¿es posible que crezca la producción de bienes y servicios con un decrecimiento del consumo de energía y materiales? Si es así, ese modo de producir, de consumir y de pensar, es totalmente sinérgico con las propuestas del decrecimiento. Y si no es posible, ¿se puede seguir defendiendo el aumento del consumo de forma global dada la dimensión de la crisis ecológica?.
Lo que no se puede obviar es que, incluso con las enormes desigualdades existentes, la mayoría de la población de los países ricos tenemos una huella ecológica que excede con mucho la que corresponde a cada habitante del planeta. No podemos estar hablando de justicia, de igualdad y de solidaridad, sin reconocer que la consecución efectiva de esos ideales pasa por una disminución drástica de nuestro consumo de recursos materiales. Lo contrario es una quimera que no se puede sostener sobre ninguna base material ni productiva; simplemente porque el planeta no tiene recursos suficientes ni puede tolerar más contaminación sin consecuencias desastrosas especialmente para esas mayorías desheredadas. Lo que no significa que las reducciones tengan que ser iguales ni para todas las personas ni para todos los tipos de consumo.
Es sorprendente escuchar análisis económicos, marxistas o no, que ignoran las posibilidades y limitaciones de la base física material para hacer sus propuestas; más nos valdría ir pensando estrategias de lucha económica, sindical y laboral que incorporen esta realidad material acerca del estado del planeta y de sus límites y no estar prometiendo paraísos imposibles.
Aunque haya defensores del decrecimiento que no hablen de lucha de clases, otros si lo hacemos, y casi todos abogamos por una sociedad sin desigualdades, poniendo mucho énfasis en la redistribución de los bienes y servicios. Algunos defendemos que eso se puede hacer en el marco del socialismo, del comunismo o del anarquismo y otros no se pronuncian sobre el particular. Y en todo caso somos de la opinión de que defender el decrecimiento es total y absolutamente anticapitalista, ya que éste es un modelo económico y social que necesita del crecimiento continuo para poder realizar el proceso de acumulación del capital. Sin crecimiento, no hay capitalismo.
Otra serie de críticas señalan el poco «rigor» conceptual del decrecimiento ya sea porque éste no puede durar eternamente ni ser un «objetivo generalizado» y entonces lo que hay que hacer es una «reconversión del proceso económico» (Naredo); ya sea porque hay «que hacerlo operativo. Si se le dice a la sociedad que la solución a sus problemas es que decrezcan la producción y el consumo debe decírsele en qué cuantía concreta deben bajar porque, lógicamente, no puede dar igual que baje un 5 que un 50 o un 500%«(Juan Torres).
Tenemos que decir que no entendemos muy bien lo del «rigor» en una disciplina académica que se distingue por tener en su interior una cierta variedad de paradigmas, teorías y propuestas tremendamente contradictorias entre sí, que no suele ser muy «fina» a la hora de acertar en sus predicciones, y que provoca, en el caso del decrecimiento, que sea apoyado y rechazado a la vez por economistas de distintas «escuelas» e incluso de la misma «escuela».
Un primer error de estas críticas deriva, en nuestra opinión, de considerar el «decrecimiento» como una propuesta o teoría esencialmente económica, que aspirara a competir con otras propuestas alternativas (económicas o sociales). A día de hoy resulta difícil catalogarle: propuesta, proyecto, idea, palabra-bomba, eslogan, modelo de sociedad, provocación intelectual… Quizá no seamos capaces de definirle exactamente pero si podemos decir lo que no es. No es una teoría económica y no es un objetivo generalizado. ¿Por qué?
En primer lugar porque el decrecimiento ha inventado muy pocas cosas: simplemente bebe de un montón de ideas y teorías previas, especialmente del ámbito de la economía ecológica, de la ecología social y política y de las prácticas de muchos movimientos sociales diversos. Y creemos que su gran acierto ha sido precisamente ser capaz de aglutinar con un lenguaje común, además de poner en diálogo, a propuestas y prácticas que iban cada una por su lado sin buscar las sinergias. Desde esta óptica una definición o metáfora relevante para calificar al decrecimiento sería la de «paraguas» bajo el que conviven diferentes ideologías y perspectivas transformadoras. Algo similar a lo que está ocurriendo con el movimiento 15-M.
En segundo lugar, no puede ser un objetivo permanente porque eso es tan absurdo (hay un límite inferior para garantizar la vida) que ni habría que insinuarlo; el decrecimiento propone una reconversión del proceso económico y del modelo productivo que implique una disminución de la presión sobre la naturaleza hasta límites razonables.
Desde esta perspectiva el decrecimiento podría catalogarse como una «herramienta» temporal para ajustar la economía a los límites planetarios.¿Hasta dónde? Incluso en esto la respuesta del decrecimiento puede ser más precisa que la que suele demostrar la economía convencional: hasta ajustarnos a la capacidad del medio natural, sabiendo que habrá que alcanzar un equilibrio dinámico y variable en función de la evolución de las sociedades y la naturaleza.
Y si hay que poner números, podemos adelantar algún dato, dentro de la imprecisión de los conocimientos científicos y de los datos estadísticos económicos. Por los estudios de Huella ecológica (y la Evalución de los Ecosistemas del Milenio), sabemos que actualmente superamos en un 30% la capacidad del planeta. Este es un primer objetivo de reducción global. Pero también sabemos que nuestro Estado supera en bastante más (harían falta entre 2,5 y 3 planetas para que todo el mundo viviera como la media española) lo que nos correspondería si queremos garantizar a todos los habitantes del planeta lo mismo que para nosotros. Por contra, hay estudios (Rosa Lago e Iñaki Bárcena) que demuestran que se puede alcanzar un bienestar similar al español en los indicadores sociales básicos, consumiendo la cuarta parte de energía.
Los economistas progresistas deberían estar dedicando más atención a cómo hacer la reconversión para ajustarse a esos inequívocos datos físicos, en vez de seguir proponiendo soluciones que no abordan ese problema de fondo. Y deben hacerlo teniendo en cuenta el otro problema de fondo, la justicia y equidad para todas y todos, porque es posible armonizar los dos asuntos. Es más, creemos que no se podrá solucionar uno sin el otro.
E igualmente, si «es muy difícil, por no decir imposible, separar la producción y el consumo de ‘ricos y pobres’» (aunque la verdad no entendemos esta dificultad cuando él mismo hace propuestas para gravar en mayor cuantía a las rentas más altas, o cuando las estadísticas comerciales mundiales son lo suficientemente evidentes), lo razonable sería que los economistas se dediquen a elaborar o perfeccionar instrumentos analíticos para ajustar la economía a los recursos y no los recursos a los instrumentos analíticos que tenga la economía. Tampoco hay que empezar desde cero porque nos consta que en la economía ecológica, la economía ambiental o la ecología industrial, entre otros, hay ya suficientes instrumentos para caminar en ese sentido.
Dice Juan Torres: «El error que yo encuentro en el discurso de los partidarios del decrecimiento es que confunden la insostenibilidad que produce un mal modo de producir y una lógica desigual de reparto con un problema de cantidad. Se falla al caracterizar la realidad y entonces se aplica la terapia inadecuada«. Desgraciadamente, también hay un problema de «cantidad» absoluta , no sólo mala manera de producir o de repartir: el bloqueo de los ecosistemas, el agotamiento de recursos y la superación de los límites se produce al alcanzar unas cantidades determinadas y no por la forma en que se hayan alcanzado: los científicos del cambio climático advierten de que no conviene alcanzar una cantidad concreta de emisiones de gases de efecto invernadero; sabemos que hay cantidad más o menos definidas de recursos materiales accesibles; conocemos la cantidad aproximada de biomasa que es capaz de producir la biosfera a través de la fotosíntesis, etc.
El error de Juan Torres es confundir deseos con realidades y endosar al decrecimiento sus propias contradicciones. Porque desgraciadamente ha habido, hay y puede haber modelos con lógicas de distribución más igualitarias que también provocan insostenibilidad en su modelo de producción y consumo. No creemos que haga falta dar ejemplos pero podemos mirar en el Informe Planeta Vivo qué países tienen una huella por encima de las posibilidades de sus territorios para comprender que el problema es más serio que hablar sólo de distribución equitativa y justa. En cualquier caso, volvemos a señalar que el decrecimiento señala el asunto de la distribución como una condición esencial para un modelo de sociedad que tenga alguna posibilidad real de ser sostenible.
También se acusa al decrecimiento de ser un término que no convoca y que no puede conseguir adhesiones de mayorías para caminar hacia otro modelo de sociedad. Juan Torres argumenta todas esas críticas de esta manera: «Una propuesta desmovilizadora y políticamente inocua, aunque esté llena de buenas intenciones. El problema de confundir la naturaleza del capitalismo de nuestros días no solo lleva a proponer una estrategia inadecuada para resolver el problema objetivo de la destrucción ambiental y del mal uso de los recursos. Además, comporta un discurso que confunde a la población, que le impide entender la naturaleza del mundo en que vive y que, al proponerle medidas que nunca pueden resultar atractivas cuando a la mayoría de ella tiene insatisfechas la mayor parte de sus necesidades, no permite concitar apoyo ni generar movilización política suficientes para cambiar el estado de cosas actual.«
Vayamos por partes. Quienes llevamos años defendiendo el ecologismo social, la necesidad de un cambio de paradigma económico, la necesidad de cambiar los modos de producción y consumo, divulgando la economía ecológica, apostando por la justicia social a través de una redistribución de los recursos, promoviendo resistencias y luchas contra este modelo despilfarrador y desigual, hemos podido comprobar que, desde la irrupción del término «decrecimiento», el interés por nuestras propuestas ha crecido de manera muy significativa; vemos que gracias a esta «idea» colectivos alejados de esas preocupaciones han empezado a planteárselas y a interaccionar con nosotros; que muchos jóvenes que no ven futuro en este modelo de crecimiento se organizan y movilizan por otros valores y con otras perspectivas que si les ofrece salidas tanto personales como colectivas. Son paradigmáticos los aforos llenos o los colectivos que han surgido alrededor del término en diferentes ciudades del Estado.
Resulta triste que se acuse al decrecimiento de desmovilizador desde unas medidas y prácticas que en los últimos decenios no han sido capaces de movilizar casi nada contestatario, que apenas tienen capacidad de hacer propuestas alentadoras que -ellas sí-, se han mostrado inocuas y sin capacidad de salirse del marco económico institucional. Y decimos esto, compartiendo muchas de las propuestas que se hacen, y habiendo estado y estando intentando movilizar también desde esos espacios.
Cuando llegó el decrecimiento a nuestro país, las cotas de desmovilización y resignación eran inmensas, por lo que acusarle de desmovilizador es cuando menos temerario aparte de querer endosarle de nuevo las incapacidades de otros. No vamos a decir que el decrecimiento lleve en su seno una gran capacidad de movilización porque eso sería muy pretencioso y habrá que verlo, pero sí podemos afirmar que una parte importante de los jóvenes que participan en el 15-M y en otros movimientos sociales ven con mucha simpatía este tipo de propuestas; no hay más que ver la cantidad de asambleas que están montando charlas sobre el tema.
Si el asunto se reduce a hacer propuestas atractivas a la mayoría, la cosa evidentemente se complica. Es muy fácil prometer el oro y el moro y luego incumplirlo. Eso es lo que hacen el PP, el PSOE y demás partidos del sistema en cada campaña electoral. Tampoco parece que las propuestas de la izquierda transformadora resulten lo suficientemente atractivas para la población.
Si se parte de la idea de que la gente tiene muchas necesidades insatisfechas entramos en un terreno -las «necesidades»-, que la propia economía ha desterrado de su discusión, ya que uno de los grandes logros del capitalismo ha sido hacerlas infinitas, insaciables e incuestionables: la economía ha situado su objetivo en satisfacerlas sean cuales sean; desde el decrecimiento se considera imprescindible abrir ese debate y situarlo en el centro y origen de la discusión económica. Si desligamos las necesidades de las posibilidades materiales reales de satisfacerlas, estamos desviando el problema y engañando y confundiendo al auditorio.
Un gran revolucionario del siglo pasado decía «la verdad siempre es revolucionaria». ¿Porque suponemos que la gente será incapaz de entender que si los recursos son escasos, habremos de adaptarnos a esa escasez? Cuando las cosas se explican bien, la gente lo entiende y además, en nuestra experiencia, nos parece que justamente hablar de los límites y la imposibilidad de un modelo de crecimiento continuo, demuestra de manera mucho más clara y evidente la inviabilidad del capitalismo y la necesidad de luchar por un reparto más justo y equitativo si no queremos matarnos unos a otros.
Si la economía se define como «gestionar los recursos de la casa» según los griegos, o como «gestionar de manera óptima los recursos escasos» según la economía actual, ¿cómo es posible que los economistas ignoren la finitud y escasez de los recursos físicos para hacer proyecciones de producción y distribución disparatadas? Esas sí son estrategias inadecuadas y confundir la realidad del planeta (la casa) en que vivimos y la que se nos viene encima.
A fin de cuentas, lo que Juan Torres propone es la necesidad de seguir creciendo, más o menos con los mismos fundamentos que posibilitaron el «Estado de bienestar» en un número reducido de países países. Se trata del viejo mito de «hacer crecer la tarta» para que haya más que repartir. Sin entrar a valorar cómo fue posible que unos pocos países adquirieran tales cotas diferenciales de «desarrollo», lo que parece fuera de duda es que ha sido ese modelo el que ha adormecido, domesticado y desmovilizado a la mayor parte de la clase trabajadora a cambio de participar del festín consumista y despilfarrador. Ese modelo no puede ser una opción transformadora, al margen de que sea necesario y posible mantener y defender algunos aspectos del mismo (educación, sanidad, jubilación…)
Resumiendo, nos parece que el verdadero asunto no es que el decrecimiento no tenga en cuenta la variable social y política del sistema económico capitalista, sino que algunos economistas progresistas se niegan a introducir la base física material en sus ecuaciones y propuestas económicas. Y eso es algo suicida con el estado actual del planeta.
Toño Hernández pertenece a Ecologistas en Acción
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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