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Esa cosa loca llamada chavismo

Fuentes: Rebelión

Me gusta imaginarme a los académicos y a los intelectuales en general intentando definir qué cosa es el chavismo, sobre todo cuando se trata de aquellos que militan en el antichavismo: escritores, opinadores, profesionales, nunca nadie les preguntó y sin embargo todos tienen algo que decir. Me gusta imaginármelos en su intimidad, dando tumbos, haciendo […]

Me gusta imaginarme a los académicos y a los intelectuales en general intentando definir qué cosa es el chavismo, sobre todo cuando se trata de aquellos que militan en el antichavismo: escritores, opinadores, profesionales, nunca nadie les preguntó y sin embargo todos tienen algo que decir.

Me gusta imaginármelos en su intimidad, dando tumbos, haciendo malabarismos, quebrándose la cabeza, los mismos que luego vemos alardeando de su incomparable capacidad para poner a funcionar la inteligencia, ejercer el universal derecho al más libérrimo albedrío y hacer gala de la virtud que supone pensar con cabeza propia, cuando la verdad es que están condenados a pensar la realidad que los rodea (esa realidad amenazante, opresiva) con categorías extrañas, inventadas para pensar otras realidades que poco o nada tienen que ver con la nuestra.

Me gusta cuando hablan y dicen ¡presente!, cuando, por ejemplo, se aprestan a enumerar las razones por las cuales no puede hablarse de un «pensamiento» chavista, de un ideario, de un cuerpo de doctrina, y se orinan en los pantalones de tanta risa, porque el chavismo no será jamás y nunca capaz de parir un Aristóteles, un Hegel, un Marx, un Carlos Raúl Hernández.

Me gusta cuando lo tratan como un accidente, una mancha, una rémora del pasado, una variación del totalitarismo, un heredero de nazismo, una encarnación del castro-comunismo, el regreso de los muertos vivientes, un experimento monstruoso, todos los malos y los feos reunidos bajo el mismo estandarte, lo innombrable, una falta, un exceso, un momento de locura, una secta, una pesadilla.

Me gusta particularmente cuando lo reducen a masa que sigue ciegamente a un hombre, porque suponen que el problema se soluciona eliminando al hombre. Me gusta el gesto, que se debate entre la audacia y la negación, de aquellos que sostienen que esa cosa loca llamada chavismo no existe. Me gusta porque no han entendido nada, absolutamente nada, a pesar de que crean saberlo todo. Me gusta imaginar la expresión en sus rostros, luego de leer lo que sigue: no seré yo quien se los explique.

No me gusta, es mi obligación decirlo, ese tono nostálgico con el que algunos «chavistas» hablan del chavismo en estos días de celebración. Como si el chavismo fuera un asunto del pasado, cuando vivimos en peligro, una cosa ya hecha, un hermoso recuerdo, una conquista y no una pelea, una meta y no un horizonte, un rosario de cruces y no una ferviente creencia, un discurso acompasado y no un reclamo histórico, un testimonio y no una vivencia cotidiana, un gobierno y no una revolución, un cuerpo uniforme y no un pueblo bullente, un objeto de culto y no un «nosotros», un acto oficial y no una fiesta.

No me gusta escuchar a los que se conforman porque con el chavismo todo cambió, de manera que el cambio revolucionario ya no sería necesario. Porque plantearlo así, incluso si lo hace alguien que ha luchado durante veinte años, sería traicionar al chavismo.
http://saberypoder.blogspot.com/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.