El naufragio de las instituciones financieras de los países ribereños del Atlántico norte, que comenzó el 13 de septiembre de 2007 con la nacionalización de la Northern Rock Bank en Inglaterra, pero en particular con la quiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008, provocó la recesión económica más grave que hayan padecido […]
El naufragio de las instituciones financieras de los países ribereños del Atlántico norte, que comenzó el 13 de septiembre de 2007 con la nacionalización de la Northern Rock Bank en Inglaterra, pero en particular con la quiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008, provocó la recesión económica más grave que hayan padecido las potencias desde la gran depresión de los años ’30. Los gobiernos reaccionaron incrementando de manera significativa el gasto público, en más de 10 puntos del PIB, y bajaron las tasas de interés hasta casi el 0 por ciento para sostener la demanda; pero, además, la Reserva Federal, el Banco Central Europeo y el Banco de Inglaterra incrementaron de manera gigantesca la masa monetaria, en billones de dólares, para impedir la asfixia del sistema financiero. La gravedad de la situación impuso la necesidad de una nueva política económica que Keynes hubiera calificado, con voluptuosidad, de herética, donde la política fiscal expansiva se conjugó con una política monetaria activa.
En la Argentina, el incremento del gasto público, la llamada «caja», permitió sostener el nivel de la actividad económica e impidió que se agudizaran las tendencias recesivas generadas por la baja de los precios y de los volúmenes de los productos primarios de exportación. Pero una política económica anticíclica implica no sólo un incremento del gasto público sino que, además, debe ser apuntalada con el manejo adecuado de las otras variables macroeconómicas. La tasa de interés y la tasa de cambio tienen que adecuarse para acompañar el repunte de la economía.
Sin presentar propuestas alternativas, la oposición política y los sectores económicos y mediáticos enrolados en el neoliberalismo se opusieron, y se oponen, a que se aplique una política económica de apuntalamiento de la demanda, y cual sirenas de La Odisea llaman a estrellar la economía en los arrecifes del estancamiento. Si alguna vez una política económica redistributiva y de crecimiento pudo aparecer como antagónica a otros proyectos neoliberales, hoy es evidente que estos últimos son la expresión del nihilismo económico.
La recuperación del manejo de las variables macroeconómicas por parte del Estado aparece así como indispensable para proseguir con la estrategia de desarrollo económico.
Viciosos y virtuosos
La complementariedad de las tres variables de la política económica, que son el gasto público, la tasa de interés y la tasa de cambio, fue por primera vez evocada por Keynes en la Teoría General en 1936, y formalizada por Robert Mundell, Premio Nobel en 1999, en el teorema que lleva su nombre, de la manera siguiente: si se fija el nivel de una de las variables llamada exógena, las otras dos, endógenas, quedan automáticamente determinadas. La interacción puede ilustrarse de la manera siguiente: el gobierno aumenta el gasto público que tiene un efecto multiplicador en el ingreso global. El Banco Central compra dichos títulos de la deuda pública en moneda local, lo cual incrementa la masa monetaria y disminuye la tasa de interés, y esto permite un aumento de la inversión.
El incremento del ingreso provoca un aumento de las importaciones y un consiguiente deterioro de la balanza de pagos que traerá aparejada una caída de la tasa de cambio, lo cual favorecerá a los exportadores. Pero seguidamente el incremento del precio de las importaciones provocará a su vez una baja de éstas, lo cual ampliará la demanda para los productos locales y engendrará un aumento adicional del ingreso.
Se muestra así que un incremento del gasto permite una expansión del mercado interno y un cambio de la distribución del ingreso, ya que la tasa de ganancia que está asociada a la tasa de interés disminuirá y los salarios aumentarán.
El sendero seguido por las variables valida el enunciado de teorema: el incremento del gasto público fijará las otras dos en otro nivel de equilibrio. El mismo movimiento de las variables permite mostrar que si se impone una restricción, por ejemplo la tasa de cambio fija, entonces el modelo no funciona, puesto que el incremento del ingreso será en gran parte absorbido por el aumento de las importaciones. Asimismo, si el Banco Central no baja la tasa de interés cuando se expande la masa monetaria debido al aumento del gasto público, no tendrán lugar el incremento de la inversión y el aumento inducido del ingreso.
El modelo permite sostener que el Banco Central no puede aplicar una política disociada de la del Estado, ya que así estaría alterando las condiciones de equilibrio, y que en ese caso el Estado deja de ser soberano en materia de política económica.
En el caso argentino, el derrumbe del modelo de la caja de conversión (la convertibilidad), a fines de 2001, puso claramente de manifiesto que si la tasa de cambio es fija y la masa monetaria está ligada a las reservas, ello implica una tasa de interés muy alta que tiende a destruir la inversión. Unos años antes de la crisis de 2001, Larry Summers, que presidía el Consejo de Economistas Asesores del presidente Clinton, y Robert Rubin, ministro de Economía, habían señalado que el tipo de funcionamiento de la convertibilidad no era sostenible, ni razonable para la Argentina. La mayor parte de los países que habían tenido una tasa de cambio fija como Tailandia, Corea, Indonesia o Rusia, la habían abandonado luego de haber padecido brutales crisis financieras.
Alan Greenspan, en su libro The Age of Turbulence, recalca que una caja de conversión, en el caso de Rusia en tiempos de Yeltsin, con una tasa de interés varias veces superior a la de la moneda de referencia, era un regalo a los capitales especulativos, una economía de la connivencia, ya que dichos capitales no corrían ningún riesgo con la tasa de cambio, y aprovechaban de manera incalificable la existencia de dichas tasas de interés que justamente eran indispensables para la sustentabilidad del modelo.
Los estudiantes de economía saben que en este caso la tasa de interés alta traba la inversión interna y la tasa de cambio elevada provoca una presión de las importaciones baratas sobre el mercado interno, lo cual llevará a una progresiva sustitución de los productos nacionales por dichas importaciones hasta que los déficit de la balanza comercial corroan las reservas y colapsen la paridad cambiaria.
Pero el pensamiento neoliberal considera que la moneda tiene que ser «cara» y «rara» para que sea «buena». Esto supone una tasa de interés elevada que no sólo es el «precio de la moneda» sino que también determina la tasa de ganancia y produce una distribución del ingreso favorable a los detentores de capitales líquidos y especulativos. La realidad muestra que esto no es así, ya que las «monedas fuertes» son las de las economías pujantes, y no las que tienen tasas de interés elevadas.
Los mismos que defendían la «convertibilidad» o la «tablita de Martínez de Hoz» son los abanderados de la «defensa de las reservas», alimentando los miedos y los fantasmas económicos como si el crecimiento económico fuera el fin del mundo.
Se puede concluir así que la posición del ex presidente del BCRA, Martín Redrado, no era la de «guardián de las reservas», como él pretendía, sino la de mantener una tasa de interés y una tasa de cambio altas, lo que favorecía la especulación y castigaba tanto a los asalariados como a los sectores productivos, y doblemente a las empresas agropecuarias.
Soberanía monetaria
La salida del sistema de la caja de conversión o de la tasa de cambio fija en los otros países que han sufrido crisis similares a la de Argentina, como Corea, Tailandia, Indonesia, Rusia, Brasil, fue acompañada, como en la Argentina, por una devaluación masiva que les permitió recuperar, en ciertos casos, la plena potestad de definir una política monetaria autónoma. Los modelos más estables, como el de Corea, optaron por una tasa de cambio subvaluada que permitía -y permite aún- un incremento de las exportaciones, una disminución de las importaciones, volver a tener excedentes importantes de la balanza de pagos, una tasa de interés baja, una inversión elevada, y una tasa de empleo próxima al pleno empleo. La arquitectura del nuevo modelo tuvo rotundos éxitos, puesto que permitió alcanzar todos estos objetivos simultáneamente. Probablemente el mayor logro, aunque éste sea producto de la casualidad, fue el de haber aislado sus sistemas financieros de la crisis de los grandes centros, Wall Street y la City, lo cual fue esencial para que algunos de los países emergentes señalados escaparan a la espiral recesiva que se desarrolla en los países industriales desde el naufragio del sistema financiero internacional.
La salida de la convertibilidad en la Argentina estableció, en un primer momento, una relación entre el gasto público, la tasa de interés, el tipo de cambio y la inversión, favorable para el crecimiento. Esto permitió un rápido incremento de la inversión y la progresiva, aunque parcial, reconstitución de la estructura productiva. La fuerte caída del de-sempleo conllevó asimismo a un restablecimiento de la demanda efectiva de los asalariados, lo cual permitió a su vez que resurgiera el círculo virtuoso demanda-tasa de interés-inversión, saliendo así de una economía financiada.
En una economía que se encuentra en una fase ascendente como es el caso de la economía argentina, la política a realizar es la de una baja de la tasa de interés y del tipo de cambio. Esto si las autoridades desean impulsar la inversión y obrar en aras de un proceso de redistribución del ingreso, como quedó claro en el funcionamiento del modelo de Mundell, y ése es el rol del Banco Central. Dicho modelo permite mostrar que su rol es el de garantizar la oferta monetaria, y asegurar el financiamiento de la actividad privada vía el redescuento de los créditos otorgados por los bancos, pero también el del gobierno, a través de los títulos de la deuda pública. La opción contraria lleva a establecer un equilibrio con una capacidad instalada ociosa, alta tasa de desempleo, crecientes problemas sociales y, a término, una destrucción de la estructura productiva que se adapta así a una situación de achicamiento de la economía.
Keynes, en su artículo Poverty in Plenty (La pobreza en la abundancia), en 1934, había evocado un problema similar, constatando que existía una gran pobreza que coexistía con ingentes cantidades de recursos, máquinas, mano de obra, proyectos de inversión, no utilizados, y que los sectores que llamaríamos hoy neoliberales proponían destruir para volver a un nuevo equilibrio, en un punto más bajo. «Buscar una escapatoria haciendo de tal forma que el aparato de producción sea menos productivo sería un error, ya que ello no constituye una solución definitiva. […] No debemos considerar que las condiciones de la oferta, las posibilidades de producción y de riqueza, como la fuente de nuestras dificultades. Y si existe un acuerdo sobre dicha aserción, se debe concluir que hay que buscar la solución del problema del lado de la demanda.»
En cierto modo, los argentinos nostálgicos del país dual del modelo agroexportador parecen tener el mismo desasosiego que los melancólicos rentistas ingleses de principios del siglo pasado
* Doctor en Ciencias Económicas Universidad de París.
Consejero regional de la Isla de Francia, Groupo Socialista – [email protected]
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-5866-2012-03-19.html