El formato del golpe de Estado en Venezuela ha cambiado. Como sucedió con la «técnica» del libro de Curzio Malaparte
1. El formato del golpe de Estado en Venezuela ha cambiado. Como sucedió con la «técnica» del libro de Curzio Malaparte. Hay que olvidarse del 18 de octubre del 45, cuando la alianza militares-AD se impuso porque Medina Angarita, un mandatario democrático que heredó el agotamiento de un proceso histórico, no combatió. Si lo hubiera hecho la «gloriosa revolución de octubre» habría fracasado. Hay que decir, por tanto, que en ese acontecimiento se impuso la ley de la gravedad.
El 24 de noviembre de 1948 Venezuela vivió la experiencia del golpe seco, contundente. La advertencia de Betancourt de paralizar el país -que el pueblo adeco se echaría a la calle para combatir a los golpistas- fue pura fantasía. Gallegos, con la dignidad civil que encarnaba, se hundió en medio de la traición de los mandos castrenses que le juraban lealtad y la ineficacia partidista para conjurar la aventura.
El 23 de enero de 1958 fue otra cosa: no fue un golpe. Fue el derrumbe de un régimen corrupto, carcomido por las ambiciones personales de sus jerarcas, que desató una reacción popular incontenible. Hubo durante la etapa que se inicia el 23 de enero numerosos intentos de golpes que no cuajaron. En el gobierno de Larrazábal los intentos fueron aplastados por la acción del pueblo y la oficialidad que se negó a actuar. Lo mismo pasó en el período de Betancourt, con intentos de la derecha y de fuerzas revolucionarias. Referentes como el «carupanazo» y el «porteñazo» fracasaron porque no había condiciones en el país.
2. El 4 de febrero de 1992 fue diferente. La derrota militar se transformó en triunfo político. La razón fue que el movimiento lo conformó la oficialidad joven de la Fuerza Armada imbuida por el ideal patriótico de Simón Bolívar. Es decir, una acción de tipo generacional y fuerte carga histórica que trascendía el episodio. Que irrumpió en un momento crucial para el bipartidismo sin liderazgo y con un proyecto agotado. El golpe final lo recibió la IV República por la vía electoral, cuando el 6 de diciembre de 1998 se impuso en las urnas, por amplia mayoría, Hugo Chávez. El rebelde derrotado militarmente el 4-F siete años atrás.
3. Otro formato de golpe fue el 11 de abril de 2002. Golpe con peculiares ribetes. En esa oportunidad la conspiración contra Chávez la motivó el odio de clase, la reacción de la ultraderecha a los cambios sociales y económicos y la participación descarada del gobierno de EE.UU. Así como el 4-F tuvo, entre otras, motivaciones patrióticas, el repudio al FMI, causante del Caracazo, el 11-A fue la revancha de factores transnacionales, la doctrina de seguridad gringa y grupos económicos y políticos desplazados del poder. Pero fue un golpe chapucero que inicialmente sorprendió y horas después, cuando el pueblo y la oficialidad leal reaccionaron -dato desestimado por los golpistas-, fracasó aparatosamente. A este fracaso siguieron otras modalidades golpistas. La más peligrosa, por sus implicaciones tecnológicas, fue el paro de la industria petrolera convertido en pulso entre el gobierno revolucionario y el implante foráneo en la estructura de poder que existía en Pdvsa.
También las manifestaciones de terrorismo, como las guarimbas liderizada por personajes con protagonismo en el actual proceso electoral, los exalcaldes Capriles y López. Al igual que la patética experiencia de los militares alzados en Plaza Altamira y los intentos por descalificar el sufragio, las sistemáticas denuncias de fraude, y la abstención en las parlamentarias, cuyo objetivo era crear un clima favorable al derrocamiento del gobierno por falta de legitimidad.
4. ¿Qué intentan ahora? No hay duda que sectores de la ultraderecha, grupos económicos y organismos de inteligencia de los EEUU, traman algo. Es ridículo imaginar que la elección del 7-O sea al estilo tradicional. Al contrario, es un episodio donde se dirime el poder como nunca antes se había visto. Que traspasa fronteras y se convierte en un acontecimiento que moviliza la intervención extranjera. Es una confrontación polarizada, con esta peculiaridad: de acuerdo a las encuestas -todas, sin excepción-, a 7 meses de la votación, el «polo Chávez» tiene una ventaja abrumadora sobre el «polo Capriles», hecho que desmoraliza y prende las alarmas en la oposición. ¿Qué hacer? Dilema opositor: ¿repetir la experiencia del 11-A, ahora en un contexto más ventajoso para Chávez, o apelar a otras modalidades?
¿En esta línea estaría la «guerra del agua»; la «guerra de la inseguridad»; la «guerra de la salud de Chávez»; la «propaganda basura»; las «asesorías foráneas» que crean angustia en la colectividad? ¿Cómo salirle al paso a estas nuevas modalidades golpistas? ¿Permaneciendo con los brazos cruzados o activando respuestas contundentes? La opción es clara: ¡Actuar!