Hay ahora en la Universidad de São Paulo carteles con la foto del ojo de un perro y las palabras «el abandono de animales es crimen», a los cuales complementa una estampilla que dice «estamos de ojo». Hay ahora en la Universidad de São Paulo torniquetes en todos lados, a veces como forma de guardar […]
Hay ahora en la Universidad de São Paulo carteles con la foto del ojo de un perro y las palabras «el abandono de animales es crimen», a los cuales complementa una estampilla que dice «estamos de ojo». Hay ahora en la Universidad de São Paulo torniquetes en todos lados, a veces como forma de guardar la plaza para los profesores, otras en la entrada de los distintos departamentos. A los domingos y feriados, los guardas se ponen en la portada principal -la única abierta- filtrando el pasaje de los ciudadanos a ese espacio que sería público, no se comprende bien por qué criterios.
Suena gracioso -es decir, tristemente gracioso-… la universidad pública debería ser, justamente, pública; un espacio donde se respira el saber, figurando entre los monumentos turísticos de la ciudad. Especialmente la primera de Brasil. Pero, todo al revés, los últimos acontecimientos en torno de la Universidad de São Paulo explicitan la simultaneidad de las tantas contradicciones en contra del saber: la polarización entre profesores y alumnos; la clara incapacidad de articulación de estos, evidente en sus debates; el vacío de entendimiento de la situación real, que lleva al vacuo de propuestas estratégicas y, consecuentemente , de tácticas eficientes. Y, de todo, lo más raro y sospechoso: la postura del rector, por días resguardado por fuerza policial delante de su oficina. Imposible pensar en situación más distanciada de una casa que cuida al saber.
A menos que la propuesta haya cambiado. De hecho, no espantaría mucho; al contrario, hablaría de la flaqueza de nuestras instituciones, especialmente las que podrían ayudarnos a alcanzar alguna emancipación real. Los alumnos deberían unirse a la defensa de la institución en cuanto casa pública del saber, por lo tanto mínimamente a salvo de intereses que van en su contra. Pero los reflejos de todo sobre todo son notables: la Facultad de Economía y Administración, por ejemplo, es seguramente una de loas instalaciones mejor conservadas y equipadas. La Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas, en compensación -bueno, no puede haber peor. Utilizando una triste imagen del sentido común, se podría decir que esta se mantiene pública, mientras la otra se privatizó ya hace mucho. Fue regalada con dineros, pero se sabe bien a que costo: al de la ceguera de sus niños. Muchos de ellos simplemente no entendieron que las discusiones de hace unos meses eran en torno del proyecto de privatización del pensamiento. Seguían discutiendo si los policías eran o no buenas-gentes, pulidos, o si perturbaban o no la vida en el campus. No se dieran cuenta de que jamás podrían discordar de su ostensiva presencia en la universidad pública, pues que no habían ni siquiera tenido en clase las materias o discusiones que les darían subsidios intelectuales e históricos para entender que todo uso de la fuerza visa solamente a habituar al empleo de la fuerza. No hay defensa si no hay antes ataque. Donde anduvo el rector, y también los docentes, para defender la cuestión central: ¡la enseñanza pública no puede acabarse! Cuánto retroceso de una sola vez, entregarse a la reversión neo-colonial, impedir cualquier trazo de sobrevida del proceso de nación, apagar la memoria del país y remilitarizarlo por sus entrañas -o sea, con el consentimiento del pueblo. ¡Cuanto vasallaje!
Pero silenciar temas tan delicados es algo común el la vida de nuestros jóvenes. El carácter no-revolucionario es institucionalizado en Brasil, histórico e de identidad: los alumnos de la Universidad de São Paulo, con el movimiento de huelga -que es no solamente su derecho, pero principalmente un instrumento para producir cambios– deberían tener en cuenta las responsabilidades que la utilización del instrumento implica. De esta forma, tenemos que no basta usar medios revolucionarios para que uno sea revolucionario, sino lo es verdaderamente el que tiene condiciones de arcar con las consecuencias de sus actos en la totalidad. Por eso se puede decir que en Brasil la revolución es imposible: no somos suficientemente responsables y queremos arcar con un mínimo de consecuencias. En el caso apuntado, hasta causa gracia que los alumnos involucrados en la huelga quieran aprobación en clases que no tuvieron, es decir, aprobación sobre contenidos de que no disponen en su acervo intelectual. La pregunta que se pone es: ¿pero para qué, aprobados? ¿Con qué finalidad? No les gustaría conocer estos contenidos? El hecho de las políticas toscas de la universidad -mejor diciendo, del entreguismo político- no cambia las necesidades de conocimiento. Son distintas arenas, que se tocan, no caben dudas, cuando el proyecto es privatizar la universidad pública, hasta porque se adivinan las finalidades epistemológicas iniciales de dicha privatización (tornar todo la enseñanza un brazo meramente mercadológico -el conocimiento como una commodity). Pero eso nada tiene que ver con la construcción del conocimiento de per se que exige, de todas maneras, la presencia de alumnos y de profesores y las clases que les hacen el ponte.
Igual, la transformación de los medios de comunicación en otra arena política, siempre abiertamente escandalosa, pero cada vez mas insostenible. Y ahí entonces reside el gran peligro. En la pierda de comodidad, la que viene es la fuerza. La misma que será, al que todo indica, llamada con aires de pura legitimidad para que alberguemos las coyunturalmente indecentes Copa del Mundo y Olimpiadas. Los chinos, al hospedar las suyas, enseñaron sus ciudadanos a no escupir en el suelo, a hacer la ola, a demostrar admiración con palmas. Nosotros seremos doctrinados a aceptar la presencia masiva de la policía que deberá «contener los marginales» para que el espectáculo transcurra fluidamente. Y también compraremos el discurso de que la fuerza debe permanecer un poquito más para que el orden se mantenga. Por lo tanto, militarizados el saber y el placer, aliñaremos los niveles interno y externo de nuestra libertad, pues igual sin saber no hay libertad real. Y, fíjense que interesante, no seremos llamados de dictadura por nadie; toda la movimiento será «entendida» como medidas prudenciales de seguridad y orden, una vez que hasta la Inglaterra, en nombre de cosa semejante, trató hace poco de censurar la internet, y los EEUU les pegaron a jóvenes de los movimientos de Ocupación (a ver qué van a hacer delante de la huelga general de 1er Mayo 2012). Inglaterra y EEUU, los países icónicos de la libertad. Bakunin en su tumba se revira, pero no importa: para mantener el orden el en cual se ha invertido trillones el mundo se tiene que conformar.
Acciones críticas como la del Pinheirinho (desalojo a pancadas de moradores sin techo) o la insistencia de la comunicación social sobre las tragedias «pseudo-naturales», como los desmoronamientos de moradas en terrenos no apropiados para construcción hacen igualmente parte del amplio proceso de desesibilización que está en curso y que nos va preparando para el «entendimiento» (o lobotomía, como lo prefieran) de que la catástrofe y la violencia son hechos normales en nuestras vidas, tanto como la música de pésima calidad, el azúcar excesivo que le roba el gusto ao cacao, los electrodomésticos hechos para durar pocos meses. Así que, en un mundo en que todas esas aberraciones son naturalizadas, que nos manden policías sobre las cabezas porque eso mismo es lo correcto.
La fuerza vendrá, es casi cierto.
PS: después de muy poca discusión, fue votado en la Universidad de São Paulo un proyecto que corta por la mitad el tiempo de estudio de los posgrados strictu sensu (maestrías y doctorados), los cuales deberán ser abonados a partir de ahora.
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