Durante décadas la derecha cavernícola española asumió como bandera la lapidaria frase de Unamuno: «¡Que inventen ellos!». Después, para desesperación del intelectual, aplicaron todo el rigor que conocían en llevar su sentimiento trágico de la vida hasta el paroxismo de los pelotones de fusilamiento, provocando que el cansado rector vitalicio de la Universidad de Salamanca […]
Durante décadas la derecha cavernícola española asumió como bandera la lapidaria frase de Unamuno: «¡Que inventen ellos!». Después, para desesperación del intelectual, aplicaron todo el rigor que conocían en llevar su sentimiento trágico de la vida hasta el paroxismo de los pelotones de fusilamiento, provocando que el cansado rector vitalicio de la Universidad de Salamanca acabara muriendo de tristeza tras comprobar como esa legión de tullidos surgida de la fusión entre la sacristía y el cuartel para crear la nueva España, echaba mano a la pistola cada vez que oía hablar de cultura.
En la actualidad, los herederos genéticos de aquella rancia estirpe han sabido adaptarse a unos tiempos donde las comunicaciones y las redes sociales han venido a sustituir a los viejos saberes de la Física y la Mecánica. De este modo, el ¡que inventen ellos! de ayer ha terminado actualizado en un ¡que informen ellos! gracias a alguna tormentosa lluvia de ideas precipitada durante algún sesudo seminario de la Fundación Faes. Eso sí, los imaginativos neocons se han apresurado a distanciarse del sincero antieuropeismo de Don Miguel, para revestir el mensaje con las pomposas galas del europeísmo más neoliberal. Y siempre, como sus predecesores, con la mirada puesta en los designios de Berlín.
El PP tuvo ocasión de experimentar su nueva consigna durante los difíciles días del 11 de marzo de 2004. Entonces, José María Aznar, ese estadista cuyas miras estaban a la altura de la mesita donde George Bush junior apoyaba sus pies, consiguió convencer a los españoles de que solo bien lejos de los comunicados oficiales podrían encontrar algo de luz sobre la sangría de Atocha. Qué informen ellos, parecía entonar con solemnidad el impagable Ángel Acebes cada vez que repetía el mantra de la autoría etarra para deleite hipnótico de los Pedro J. Ramírez y Federico Jiménez Losantos. Fue así como a los españoles no les quedó más remedio que buscar fuera, en las noticias que emitía BBC o en los avances del New York Times, los datos que concordaban con los indicios del sentido común.
Hoy, pese a las nefastas consecuencias que la táctica tuvo para el PP entonces, Mariano Rajoy sigue empeñado en recuperarla con su enrocamiento en el silencio o el sonsonete simplista. Ahí están para perseverar en la fórmula esos Hermanos Calatrava de la economía que son Cristóbal Montoro y Luis de Guindos, insistiendo en sus chistes fáciles sobre parados vagos, funcionarios de cafelito o nefastas influencias de ZP en las arcas de la bolchevique Generalitat Valenciana. Grotescos comunicadores, en suma, que nos vuelven a invitar a buscar fuera lo que no hallamos en nuestros diarios oficiales. Y así, mientras el presidente omite el debate y los documentos, los españoles se ven obligados a refrescar sus dotes de idiomas para buscar la verdad de su calvario en la versión en inglés de alguna descuidada web ministerial, o en los parlamentos de Alemania, Holanda o Finlandia.
En cualquier caso, las manifestaciones que estos días recorren las calles de España parecen cuestionar, una vez más, la efectividad de la estrategia. No en vano, los españoles tienen experiencia desde los tiempos de Radio Pirenaica en el arte de buscar fuera de los cauces oficiales la respuesta a sus sinsabores. Las expeditivas señales de humo de los gases lacrimógenos con que las fuerzas de orden intentan redireccionar los flujos informativos, son una evidencia de las limitaciones de estos mutismos gubernamentales.
Tal vez por esto algunos sabios del lugar ya esbozan nuevas estrategias para cambiarlo todo sin mudar en nada. Una de las que se perfilan es la de convertir en panacea un gobierno de concertación o el gran pacto nacional. La duda es si su alumbramiento será antes o después de un posible adelanto electoral. Por lo pronto, el rey ya se ha reunido con Alfredo Pérez Rubalcaba, el nuevo Caballero de la Mano Tendida. Le une con Rajoy su visión de Estado. También la agónica convivencia de sus partidos en consejos de administración como los de Bankia. Ahora solo falta que comiencen a ensayar los coros celestiales.
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