Hace falta tener mucho miedo a ser tildado de populista para no reconocer elocuencia y verdad en dos de las consignas que más se vienen gritando en las calles. A saber: «no es crisis, es capitalismo» y «no es una crisis, es una estafa». Del mismo modo, y aunque vivamos en tiempos de poca broma, […]
Hace falta tener mucho miedo a ser tildado de populista para no reconocer elocuencia y verdad en dos de las consignas que más se vienen gritando en las calles. A saber: «no es crisis, es capitalismo» y «no es una crisis, es una estafa». Del mismo modo, y aunque vivamos en tiempos de poca broma, hace falta tener poco sentido del humor para no reconocer que, junto al rodillo implacable con el que en nombre de «la crisis» se van aplastando todas las conquistas sociales, emergen, también, aspectos tragicómicos.
Tal es el caso, por ejemplo, de la reciente normativa del Banco de España en la que se fija en un mínimo de dos milímetros el tamaño de la famosa «letra pequeña» que rige los contratos financieros. Como es sabido, la disposición ha surgido a raíz del escándalo de las acciones preferentes, una estafa en forma de contrato legal que ha perjudicado a miles de clientes de entidades bancarias.
La regulación oficial de la letra pequeña viene a reconocer los abusos cometidos bajo su amparo desde tiempos inmemoriales, y ya solamente por eso podría ocupar una posición destacada en una imaginaria Historia Universal de la Burocracia.
La paradoja cómica, sin embargo, es que el lugar en el que la disposición se hace valer es, ni más ni menos, que el Boletín Oficial del Estado, la publicación de la letra pequeña por antonomasia. Prueba de ello son las casi cien páginas de letra pequeña con las que el BOE acaba de legitimar el último gran paquete de medidas antisociales.
Pero, tal vez, la dimensión más tragicómica del asunto se podría ilustrar imaginando en una misma escena a los hermanos Marx del célebre gag «La parte contratante de la primera parte» junto a un sesudo Michel Foucault tratando de desmontar el modo como el poder se aposenta y se enrosca en el lenguaje jurídico.
Y es que nada sería en sí misma la letra pequeña sin la retórica obtusa del propio lenguaje jurídico. Como tampoco nada sería del capitalismo sin su utilización persuasiva de los números redondos…
Letra pequeña y números redondos, ¡dos elementos constitutivos de una realidad ficcional que juega cada día con las condiciones de la existencia de la inmensa mayoría de personas!