Cinco años en la peor crisis en ocho décadas y el mundo financiero sigue sin cambios significativos. Aquí se localizó el epicentro del terremoto y las reformas a su sistema regulatorio debían impedir una nueva debacle. Pero el poderío del sector financiero y bancario ha impedido que se apliquen restricciones a su actividad especulativa. La […]
Cinco años en la peor crisis en ocho décadas y el mundo financiero sigue sin cambios significativos. Aquí se localizó el epicentro del terremoto y las reformas a su sistema regulatorio debían impedir una nueva debacle. Pero el poderío del sector financiero y bancario ha impedido que se apliquen restricciones a su actividad especulativa. La economía mundial enfrenta el riesgo de un nuevo derrumbe. La crisis actual sería apenas un preámbulo del nuevo Apocalipsis.
Primero los números. El tamaño del mercado mundial de derivados se estima en mil 200 billones (castellanos) de dólares, o 20 veces el tamaño de la economía mundial. La mayoría de las transacciones en ese gigantesco mercado, desde swaps de deuda y de tasas de interés hasta exóticos vehículos sintéticos de inversión, escapan a todo sistema regulatorio. Ese mercado no cumple ninguna función social o económica. Su razón de ser es la especulación pura.
La volatilidad, el comportamiento de manada y las expectativas no realizadas son rasgos característicos de este casino. La inestabilidad es la palabra clave en este terreno de apuestas peligrosas. Ni siquiera los agentes que participan en dicho mercado entienden su funcionamiento. Sus modelos de valoración de riesgo son engañosos porque reducen la incertidumbre a un problema de medición de probabilidades. El ejemplo más reciente es el de las pérdidas de más de 2 mil millones de dólares de JP Morgan en mayo, por haber cometido errores egregios
, según las palabras de su arrogante jefe Jamie Dimon.
Esa terminología esconde el hecho de que el banco hizo apuestas absurdas que salieron mal. Ese episodio llama la atención porque puede ser un presagio ominoso. Los principales bancos del mundo tienen niveles de exposición muy fuertes en este mercado en que cualquier cosa puede suceder, con graves consecuencias para la economía real.
Sin embargo, a la fecha no se ha establecido un nuevo régimen regulatorio para cambiar este estado de cosas. En 2010 Obama promulgó la ley Dodd-Frank. Es un documento de 2 mil 300 páginas con reglas que ya se aplican sobre los riesgos que pueden asumir los bancos y sobre las atribuciones de los entes reguladores. Pero sus dos componentes más importantes todavía no entran en vigor. Se trata de las restricciones sobre el mercado de derivados y la llamada regla Volcker.
El título VII de la ley establece que las operaciones sobre derivados deberán llevarse a cabo en mercados públicos, para que los precios sean conocidos y se garantice el cumplimiento de los contratos. Pero muchas de las reglas en ese título están siendo atenuadas por el cabildeo de los bancos y sus serviles amigos en la Securities Exchange Commission y la Commodities and Futures Trading Commission. En especial, las definiciones sobre los contratos de swaps constituyen terreno fértil para abrir ventanas por las que se pueda eludir la reglamentación.
El otro componente clave es la llamada Regla Volcker
, que prohíbe a los bancos realizar operaciones para su propio beneficio con recursos de sus clientes. Esta pieza regulatoria es de sentido común, pero para los bancos es una grave amenaza: afecta una de las fuentes más importantes de sus ganancias especulativas. Todavía no entra en vigor porque su reglamentación está siendo fuertemente debatida: el poderoso cabildeo de los bancos ya hizo crecer el capítulo sobre la regla Volcker de diez a 300 páginas, debido a la infinidad de excepciones y salvedades que permitirían a los bancos evadir esta prohibición.
Hubiera sido mejor reactivar una ley equivalente a la Glass-Steagall, que separaba claramente las actividades especulativas y de alto riesgo de las operaciones tradicionales de los bancos. Pero el restablecimiento de esa ley (derogada bajo Clinton) es algo que el sistema financiero combatiría con mucho más tenacidad y nadie en Washington está dispuesto a jugarse el pellejo político.
Según Bloomberg, sólo en el primer trimestre de este año los principales nueve bancos de inversión del mundo obtuvieron ganancias por 55 mil millones de dólares. Es evidente que para estos bancos el mercado de derivados es un espacio vital al que no están dispuestos a renunciar. Un nuevo descalabro en el mercado de derivados afectaría a todos los mercados financieros en Europa, comenzando con el de bonos soberanos. Por ello urge quitarse de encima la dictadura del capital financiero.
Mientras la economía real en Europa y Estados Unidos se hunde en una profunda recesión, los bancos han subvertido la voluntad popular a través del cabildeo. Sus cómplices son los partidos políticos: en Estados Unidos el Comité de Servicios Financieros de la Cámara de Representantes es el que más miembros tiene, porque se ha convertido en instrumento para allegarse recursos del complejo financiero-bancario y financiar campañas electorales. Los gobiernos en casi todo el mundo se inclinan ante sus amos financieros. La izquierda es la única que puede cuestionar este estado de cosas. Expropiar a los expropiadores, esa es la tarea.