El título de este breve artículo alude en tono irónico a la percepción que comienzan a tener de la situación europea las grandes empresas productoras y distribuidoras de alimentos y bienes de consumo; esas que nos surten, bajo sus diferentes marcas, de la mayor parte de los productos que componen nuestra cesta de la compra. […]
El título de este breve artículo alude en tono irónico a la percepción que comienzan a tener de la situación europea las grandes empresas productoras y distribuidoras de alimentos y bienes de consumo; esas que nos surten, bajo sus diferentes marcas, de la mayor parte de los productos que componen nuestra cesta de la compra.
Son esas empresas, las que tratan de anticipar el futuro y adaptarse a lo que vendrá para seguir obteniendo beneficios, las que más claro tienen algo que vengo repitiendo desde hace tiempo en artículos y charlas para desasosiego de la audiencia que suele mirarme como si fuera el quinto jinete del apocalipsis: que las clases medias van a ser las grandes damnificadas de esta crisis y de las políticas para «salir» de la misma que están implementando los gobiernos de la periferia europea y, en concreto y para lo que nos ocupa, los nuestros, éste y el anterior.
¿Y a cuento de qué viene esto? Pues a cuento de las declaraciones a un periódico alemán del responsable para Europa de la tercera mayor compañía mundial de productos de consumo, Unilever. Este señor, que debe saber de lo que habla porque su trabajo depende de seguir vendiendo más aunque la gente cada vez pueda comprar menos, no ha dudado en afirmar que «la pobreza vuelve a Europa» y que, por lo tanto, en su compañía se están replanteando su estrategia de negocio para Europa en un contexto de pobreza creciente.
Esa estrategia pasa, esencialmente, por lo que cualquiera que haya viajado por países pobres o de los denominados «emergentes» ha podido ver: la venta de productos básicos (de higiene personal, de limpieza, alimentos, etc.) en dosis individuales. Aunque no por ello el producto es más barato, más bien al contrario, sí que supone una parte menor del menguado presupuesto con el que el consumidor acude a realizar sus compras y le permite a la compañía mantener las ventas y sus beneficios facilitando el acceso al consumo a una parte de la población que quedaría excluida en caso de mantenerse los formatos tradicionales.
Lo cierto es que tampoco debemos atribuirle poderes sobrenaturales a este ciudadano. Basta con ver someramente cuál es la tendencia que viene experimentando la pobreza en Europa y, concretamente, en los países periféricos desde que se inició la crisis para comprobar que ni los de Unilever ni los que pronosticamos el incremento acelerado de la polarización social andamos muy desencaminados ni podemos atribuirnos especiales dotes para la clarividencia.
Así, según los últimos datos oficiales de Eurostat de febrero de 2012, en 2010 el 23,4% de la población de la UE-27, es decir, 115 millones de personas se encontraba en situación de riesgo de pobreza o exclusión social. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que el retrato es aún más escalofriante si tenemos en cuenta que el 27% de los niños menores de 18 años -esto es, lo que los de Unilever considerarán en sus estrategias de ventas como los consumidores del futuro- se encontraban en esa misma situación. Ese porcentaje de niños era aún peor para el caso de España, con el 29,8% de la población de esa edad en riesgo de pobreza.
Además, si se desglosa el riesgo de pobreza y exclusión social en las diferentes dimensiones en la que lo hace Eurostat encontramos, en primer lugar, que el 16% de la población de la UE-27 se encuentra en situación de riesgo de pobreza monetaria (esto es, la que se calcula exclusivamente considerando los ingresos monetarios) y ello a pesar de que la misma se calcula después de los efectos paliativos que han debido ejercer las transferencias sociales de los respectivos estados. Ahí España tiene el dudoso honor de ser, junto a Lituania, Rumanía y Bulgaria (¡ahí queda eso!), uno de los países con mayor porcentaje de población en afectada por la pobreza monetaria: el 21% de su población (la incidencia por Comunidades Autónomas puede verse en este estudio de EAPN).
Si atendemos, en segundo lugar, a lo que se denomina «privación material severa», esto es, personas que carecen de recursos económicos suficientes como para poder atender simultáneamente a 4 de estos 9 ítems: pagar el alquiler o una letra; mantener la casa adecuadamente caliente; afrontar gastos imprevistos; una comida de carne, pollo o pescado (o sus equivalentes vegetarianos) al menos 3 veces por semana; pagar unas vacaciones al menos una semana al año; un coche; una lavadora; un televisor en color; un teléfono (fijo ó móvil), la situación también es grave. El 8% de la población a nivel europeo (UE-27) se encuentra en esa situación siendo en España del 4%.
Y, por último, el 10% de la población europea vive en hogares en los que existe una intensidad laboral muy baja, lo que significa que los adultos de esos hogares trabajan menos del 20% de las horas de trabajo potencial que podrían trabajar. Aquí España se situaba en 2010 en la media de la UE-27 con el 9,8% de la población en esa situación y es de esperar que los datos hayan seguido empeorando como consecuencia del incremento continuado del desempleo.
Creo que no nos debería extrañar, por tanto, que ese sea el futuro que prevén empresas que dedican millones de euros a analizar estrategias de consumo y perspectivas de mercado, así que no seré yo quien les lleve la contraria por mucho que sigan mirándome como si fuera el quinto o el sexto jinete del apocalipsis.
Alberto Montero Soler ([email protected] ) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y presidente de la Fundación CEPS. Puedes leer otros textos suyos en su blog La Otra Economía.
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