En abril de 2011 escribí un artículo con este título (It is the German banks stupid), en el que sostuve que la razón primordial por la que Europa estaba permitiendo una crisis de deuda totalmente evitable que iba a engullir a la Periferia era el lamentable estado de los bancos alemanes, así como la determinación […]
En abril de 2011 escribí un artículo con este título (It is the German banks stupid), en el que sostuve que la razón primordial por la que Europa estaba permitiendo una crisis de deuda totalmente evitable que iba a engullir a la Periferia era el lamentable estado de los bancos alemanes, así como la determinación del gobierno alemán de no hacer nada que pudiera dejar al descubierto la precaria situación de esos bancos. Llamé a eso la Gran Encrucijada Bancaria: cómo lidiar con las deudas públicas de la Periferia sin poner al descubierto los agujeros negros de la banca privada alemana (y aunque menos, francesa). En ese artículo, manifesté mi opinión de que los poderes que cuentan en Francfort y en Berlín andaban muy ocupados y preocupados con la banca alemana:
«Sólo que lo hacen en secreto, a puerta cerrada, luchando por encontrar una solución a la Gran Encrucijada Bancaria a espaldas de los pueblos de Europa y lejos de los focos de la opinión pública. Sus deliberaciones se hallan ahora en una nueva fase, inducida por la crisis de la deuda griega. O mucho me equivoco, o la crisis de Grecia, por monstruosa que resulte para los parámetros griegos, no es sino una preocupación muy menor para los países europeos superavitarios. Una suma bruta situada entre 200 y 300 mil millones de euros podría reestructurarse muy fácilmente, o al menos resultar de una u otra manera perfectamente abordable. Su relevancia tiene que ver con la oportunidad que brinda a Alemania para revisar completamente el desastre que es el sistema bancario europeo. La reestructuración de la deuda griega, con sus repercusiones para los bancos europeos, es un útil estudio de caso: un ensayo general, una excusa para empezar un proceso en el que se tome más en serio la Gran Encrucijada Bancaria.»
Desde que escribí eso ha corrido mucho agua bajo los puentes. La deuda griega fue reestructurada casi un año después (y pronto volverá a reestructurarse), y lo que es más importante, las pérdidas bancarias han sido masivamente transferidas a los contribuyentes de la Europa septentrional por estas dos vías: a) acuerdos gargantuescos de «préstamos» de rescate con cuatro países de la Eurozona (Grecia, Irlanda, Portugal y, ahora, Chipre más un país harto más significativo, España); b) las políticas LTROs [1] del BCE han bombeado liquidez por un monto de 1 billón de euros hacia bancos de la Eurozona en su mayor parte insolventes.
Trágicamente, esa transferencia de «dolor» a gran escala de los bancos a los contribuyentes a través de las instituciones de la Eurozona no ha contribuido para nada a detener la crisis. ¿Y por qué habría de ser de otra manera? A falta de instituir las herramientas institucionales necesarias para revertir el efecto dominó, una mera transferencia de dolor de una entidad insolvente a otra no proporciona alivio alguno. De modo que nos encontramos ahora en una fase de avanzada desintegración del área de la moneda común. Hace sólo unos días, el propio BCE reveló la magnitud de ka desintegración: las empresas españolas pequeñas y medianas pagan tasas de interés que están, de promedio, 210 puntos básicos por encima de las que pagan las empresas alemanas comparables para conseguir empréstitos de hasta un millón de euros.
Si se recuerda que la idea de una moneda única en un mercado único era crear las condiciones para que se diera la convergencia de precios de bienes homogéneos (¡y la moneda tenía que ser el más homogéneo de todos los bienes!), un diferencial de 210 puntos básicos para empresas de rentabilidad comparable, ubicadas en la misma zona económica, no sólo bordea lo escandaloso, sino que es manifiestamente insostenible. Mientras los mercados funcionan apropiadamente, el «precio del dinero» (la tasa de interés) debería ser igual en las diferentes regiones de la misma zona monetaria cuando los prestatarios resultan similares en punto a credibilidad, rentabilidad, expectativas, etc. Cuando se constata un inmenso diferencial de 210 puntos básicos entre agentes comparables del sector privado, cortesía sólo de su emplazamiento geográfico, sabemos con certeza que nuestra unión monetaria ha dejado de funcionar.
No hay nada discutible o problemático en esa afirmación. Nuestros políticos saben que esa es, en efecto, la situación en la que estamos. Así lo dejaron dicho en la Cumbre de la UE del pasado mes de junio, cuando acordaron instituir una unión bancaria como medio de revertir el proceso de desintegración. Unas pocas semanas después, el Señor Draghi reveló también no albergar la menor duda al respecto, declarando categóricamente que el BCE actuaría decisivamente y anunciando un gran… anuncio para el venidero 6 de septiembre. ¿Qué habría que esperar? ¿A qué distancia se quedará el anuncio del Señor Draghi de lo que el quiere anunciar?
La cosa no ofrece duda: Draghi quiere que el BCE juegue una papel actuvo en la supervisión de la unión bancaria (supervisando los bancos de toda la Eurozona y, asimismo, haciéndose con el poder para liquidarlos si se juzgan insolventes). Sabemos eso, porque él mismo lo ha dicho, y porque ha expresado también una clara voluntad de intervenir asimismo en los mercados de bonos, especialmente en los de Italia y España, a fin de poner brida a los enormes diferenciales que impiden al BCE aumentar el suministro monetario a (o reducir los tipos de interés de) la Periferia. ¿Le permitirán hacerlo? ¿O se atravesará en su camino la oposición de Alemania?
Veremos. Pero de lo que ya tenemos indicios es de que, en efecto, se atravesarán en el camino de Draghi. El pasado 30 de agosto, el ministro alemán de finanzas dio el raro paso de escribir un artículo para Financial Times titulado How to protect EU taxpayers against bank failures [«Cómo proteger al contribuyente de la UE de las quiebras bancarias»]. Una lectura apresurada podría confundir al lector y llevarle a la conclusión de que el Sr. Schäuble está completamente a favor de centralizar la supervisión bancaria bajo los auspicios del BCE del Sr. Draghi. Pero es todo lo contrario. Leído con detenimiento, su artículo es un manifiesto a favor de que el BCE deje de jugar un papel decisivo en la supervisión y la liquidación bancarias. «No podemos esperar que un perro guardián europeo supervise directamente todos las entidades crediticias regionales -6.000, sólo en la Eurozona- de modo efectivo», scribía el ministro alemán de finanzas. Lectura descodificada: la supervisión nacional de los bancos seguirá tal cual. El BCE observará por encima de las espaldas de los supervisores nacionales, sin poderes efectivos para despedir a directores, imponer inyecciones de capital o, si es necesario, liquidar bancos. Dicho de otra manera: cuando el Sr. Schäuble sugiere que el BCE «debería centrar su supervisión directa en aquellos bancos que pueden significar un riesgo sistémico a nivel europeo», parece decir que la Deutsche Bank debe ser supervisada por el BCE, pero no las Cajas de Ahorro provinciales, Bankia, Dexia y todos los bancos, más pequeños, cuyos destinos están inextricablemente unidos a oros bancos grandes como la Deutsche Bank (incluidas sus propias filiales, a menudo en la sombra). [1] Eso monta tanto como sugerir que el BCE será un banco supervisor sólo de nombre. En una palabra: el ministro alemán de finanzas se lanzó a las páginas del Financial Times para paralizar al Sr. Draghi con la siguiente tesis, convenientemente camuflada: «El BCE tendrá un papel ceremonial como supervisor bancario, posiblemente con el encargo de supervisar los bancos españoles, italianos y griegos, pero en lo que hace a los bancos alemanes, se le dirá inequívocamente que se mantenga al margen. Los bancos alemanes no están sometidos a supervisión genuina, no-alemana. Punto.»
Análogamente con las compras de bonos que el Sr. Draghi sabe cruciales para que el BCE recupere cierto control sobre las tasas de interés pagadas por la Periferia. El gobierno alemán está deseoso de ver al Sr. Draghi hacer lo necesario para comprarle otro año de vida a la Eurozona (como hizo hace ahora un año con LTRO), pero no de arreglar el sistema de una vez por todas. Un solución definitiva daría impulso a una verdadera unión bancaria, y eso es lo que de ninguna manera quieren los bancos privados radicados en Francfort.
De manera, pues, que no se sorprendan ustedes cuando oigan al Sr. Draghi declarar que el BCE: a) tendrá un papel limitado en la supervisión bancaria; y b) comprará sólo bonos italianos y españoles a corto plazo, buscando rebajar los diferenciales de deuda con vencimientos inferiores a uno o dos años. La receta se la han dictado, y refleja un objetivo de todo punto singular: seguir a la diestra de los banqueros alemanes.
Conclusión
El área de la moneda común está rota. De hecho, ya no existe un área de moneda común, sino, más bien, un área en la que se usa la misma moneda. Para empezar a recomponer este sistema hecho añicos sin adoptar medidas radicales (como las que sugerimos nosotros en la Modest Proposal), el BCE tiene que convertirse en el equivalente de la FDIC [el instituto federal de garantía de depósitos norteamericano] y de la Fed, y debe, además, trabajar para convertir los mecanismos europeos de estabilidad financiera (EFSF-ESM) en la TARP europea. Al propio tiempo, tiene que lanzar una programa de flexibilización cuantitativa (QE) asimétrico destinado a la Periferia, a fin de restaurar los circuitos de una unión monetaria propiamente dicha.
Mucho me temo que, desgraciadamente, al BCE no se le permitirá hacer nada de eso. O yo ando muy equivocado, o el anuncio del Sr. Draghi el próximo 6 de septiembre [2] mostrará que el papel de supervisión bancaria del BCE, de todo punto crucial, es saboteado por una Alemania resuelta a mantener a flote la relación, tan promiscuamente insana, entre la banca privada alemana y los políticos alemanes. En lo atinente a la flexibilización cuantitativa (QE), al BCE sólo se le permitirá embarcarse en un programa de compras de manera limitada, que es como comprarle a la Eurozona un poco más de tiempo, durante el cual seguirá estancada.[2]
NOTA: [1] LTRO es la sigla de Long-Term Refinancing Operation, operación de refinanciamiento a largo plazo. Es un método de financiamiento iniciado por el Banco Central Europeo (BCE) en diciembre del 2011, por lo cual el BCE prestó a los bancos europeos que le solicitaran dinero a devolver en tres años a una tasa de interés de 1 por ciento. A finales de febrero del 2012, el BCE organizó una segunda subasta de préstamos a la banca, conocida como LTRO 2. Entre ambas operaciones de crédito, el BCE prestó a la banca europea cerca de 1,000 millones de euros. El objetivo del LTRO fue el financiamiento a baja tasa de interés otorgado por el BCE a la banca, en primer lugar para evitar el colapso del sistema bancario europeo, ya que la banca europea estaba teniendo dificultades para poderse financiar en los mercados. [N.T.] [2] No se equivocó en el pronóstico; fue tal cual lo predijo Varoufakis. [N.T.]. [3] En un artículo escrito después de publicar yo esta nota y aparecido también en el Financial Times, Wolfgang Münchau comenta que el Sr. Schäuble trata la unión bancaria como si fuera un medio para robustecer la competencia en el sector bancario (centrándose, pues, sólo en los grandes bancos), cuando la cuestión es supervisar sus estrategias especulativas y la envergadura de la insolvencia por ellos ocultada.
Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella