La agricultura orgánica marca tendencia en las grandes ciudades del mundo y de América Latina. Y las favelas brasileñas no podían estar ausentes.
Para practicar la horticultura no se necesita vivir en el campo. Eso lo saben, desde La Habana hasta Buenos Aires, cientos de miles de personas que se dedican a la agricultura urbana. Ahora la tendencia llega a las «favelas» de Río de Janeiro.
La huerta puede prosperar en el centro de la ciudad, en jardines, terrenos elevados, techos, balcones y azoteas de las viviendas de comunidades pobres de Brasil, las favelas.
Una iniciativa pionera toma fuerza en dos de estos barrios, Babilônia y Chapéu Mangueira, en la zona de Leme, sur de Río de Janeiro.
La huerta forma parte del programa Río Ciudad Sustentable, que lleva a cabo el Consejo Empresarial Brasileño para el Desarrollo Sostenible (CEBDS), y hoy ya tiene 16 habitantes que se ofrecieron voluntarios para aprender, durante cinco meses, las técnicas de cultivar un cantero doméstico.
La agricultura orgánica marca tendencia en las grandes ciudades, dijo Marina Grossi, presidenta del CEBDS. «No solo por la búsqueda de una alimentación orgánica, sino porque se acortan las distancias y se generan ingresos».
En Cuba, la experiencia tiene más de dos décadas y un éxito rutilante. El año pasado, su cosecha de hortalizas y hierbas aromáticas superó el millón de toneladas, mientras el total nacional de producción hortícola fue de 2,2 millones de toneladas.
El sector emplea unas 300.000 personas, y los productos se venden sin intermediarios. Se crían también animales y aves de corral y la capacitación incluye mejora del suelo, gestión del agua y manejo agroecológico de plagas.
A partir de 2007, el gobierno cubano decidió extender esta producción a áreas suburbanas, principalmente en pequeñas fincas organizadas en cooperativas.
Brasil, con 192 millones de habitantes, es una potencia agropecuaria mundial, motorizada por su dinámico agronegocio exportador. Pero hay apenas 120.000 agricultores urbanos, y algo más de la mitad reciben apoyo del gobierno para sostener sus huertas y abastecer su propio consumo y mercados locales.
«Hicimos un relevamiento para saber qué comen los habitantes de Babilônia y Chapéu Mangueira. Y nos decidimos por un sistema de producción continua en agroecología», sin fertilizantes ni pesticidas químicos, explicó a Tierramérica el coordinador del curso de agricultura orgánica, Suyá Presta.
En un mismo cantero se logra la máxima diversificación. «Cada semana se colocan varias plántulas para que nunca falte producción», dijo Presta.
Luiz Alberto de Jesus, de 52 años y habitante de Babilônia, es uno de los alumnos del curso. Tiene un balcón en un segundo piso, donde comparte la huerta con otros cuatro vecinos.
«Cuando oía hablar de alimentación orgánica, no sabía de qué se trataba. La producción no tiene misterios, en una superficie mínima se puede hacer un cantero. Yo pensaba que necesitaba un gran terreno para plantar…», explicó.
En su huerta hay lechuga, rúcula, berro, pimienta, romero, menta y tomate cereza. La primera cosecha se hará en febrero, y los aprendices de agricultor la esperan con ansia.
«Quiero concientizar a la gente para que use productos orgánicos. Voy a transmitir esta información a los jóvenes y a los niños», dijo.
En 1990, Argentina inauguró el exitoso programa Pro-Huerta, de pequeña agricultura orgánica urbana y rural. En 2005, la experiencia se implantó en Haití y, gracias a ella, hubo familias que sortearon el hambre cuando el terremoto de 2010 demolió la capital y otras ciudades.
Entre las estrategias de soberanía alimentaria de Venezuela, gran importador de alimentos, el intento comenzó en 2004.
No hay cifras consolidadas del volumen de alimentos de las unidades de producción agrícola (UPA) urbana y periurbana, ni de la cantidad de consumidores o de personas que trabajan en ellas.
Pero los volúmenes nacionales de producción hortícola para un mercado de 29 millones de habitantes permiten estimar que la agricultura urbana no pasa de abastecer a unos miles o quizás unas decenas de miles de familias.
Distintos datos oficiales señalan unas 20.000 UPA urbanas registradas, de las cuales 2.400 se habrían consolidado y otras 4.000 estarían en proceso de lograrlo. En 2011, el gobierno invirtió en este sector 2,5 millones de dólares, según el Ministerio de Agricultura y Tierras.
En Caracas y en ocho estados, sobre todo del norte, se plantan hortalizas, hierbas aromáticas y medicinales. Algunas incursionan en frutas -bananas, papayas, naranjas, mandarinas- y en elaboración de abono orgánico.
Pero en la ecuación venezolana juegan otros factores.
El Banco de Desarrollo de la Mujer de Venezuela (Banmujer) decidió financiar este tipo de esfuerzos para combatir la feminización de la pobreza y la pérdida de las raíces agrarias de las poblaciones pobres que se mudan del campo a pueblos o a ciudades.
En 2010, 47 por ciento de sus microcréditos eran agrarios y «muchos son urbanos y periurbanos», dijo su presidenta, Nora Castañeda, a Tierramérica. «Ya tenemos productoras cuyo trabajo es ese y lo hacen con una fuerza increíble», agregó.
«Una de ellas, una usuaria campesina violentada durante más de 20 años por su marido, nos vino a dar un curso de cómo producir humus», relató.
«Para ella, lo más importante no es ser la productora que es hoy», sino haber «superado la situación de violencia, gracias a una base económica que la hiciese fuerte y que la valorara, incluso por sí misma».
La autoestima fue también señalada por la carioca Reina Maria Pereira da Silva, de 58 años, que se inspiró con el curso del CEBDS y planifica un huerto en su casa.
«Es un aprendizaje nuevo. Nunca es tarde y esto hasta eleva mi autoestima; yo me siento más capaz. Es una delicia cosechar alimentos saludables que yo misma planté», se entusiasmó.
«Siempre me gustó sembrar, pero no sabía cómo. Hay técnicas y planificación hasta de la hora en que se debe cosechar en verano e invierno. Todo va a ser para consumo propio y para donar a las escuelas», explicó a Tierramérica.
Para 2050, 90 por ciento de la población de América Latina vivirá en ciudades. Hoy, 111 millones de personas de la región habitan barrios hacinados como las favelas, indica la Organización de las Naciones Unidas.
La demanda de alimentos va a ser mayor y habrá menos gente que los produzca en las zonas rurales.
Así, la huerta citadina es una «estrategia de emancipación y parte del eje de la curva social» para mejorar la calidad de vida de las ciudades, afirmó el coordinador de agricultura urbana y periurbana de la Secretaría Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional de Brasil, Hélio Tomaz Rocha.
El funcionario defiende su implantación en predios ociosos de regiones metropolitanas que, cuando no son aprovechados, terminan acumulando escombros, basura y asentamientos informales, o se vuelven blanco de especulación inmobiliaria.
Con todo, Rocha admite que la agricultura urbana no se ha consolidado como política pública. «Sabemos que funciona, hay espacio en las ciudades, pero no está formalizada. Si bien sigue el camino de la sustentabilidad, requiere fomento inicial», señala.
El Estado comenzó a financiar estos proyectos en 2003, y muchos beneficiarios están incluidos en el programa de transferencia de ingresos Beca Familia.
Hasta 2010 se habían invertido casi 20 millones de dólares, mediante convenios con alcaldías y gobiernos estaduales que beneficiaron a 74.000 personas que trabajaban en huertas urbanas.
Treinta y ocho por ciento de los proyectos se concentran en estados del sudeste, 30 por ciento en el sur, y el resto se reparte en otras regiones, excepto el norte y el Nordeste.
Este año se invertirán cerca de cinco millones de dólares en 42 iniciativas seleccionadas en una convocatoria anual. La mayor parte estarán en el Nordeste, donde se inscribieron 17 municipios.
* Nota realizada con aportes de Humberto Márquez y Estrella Gutiérrez (Caracas) y Patricia Grogg (La Habana). Este artículo fue publicado originalmente el 22 de septiembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.