La verdad, dudo mucho que el antichavismo, entendiendo por tal a su base social y no a los políticos que dicen representarlo, incurra alguna vez en el desatino de elegir a María Corina Machado como candidata para unas elecciones presidenciales. Es más, en justicia debo agregar que cualquiera de mis amigos antichavistas consideraría un insulto […]
La verdad, dudo mucho que el antichavismo, entendiendo por tal a su base social y no a los políticos que dicen representarlo, incurra alguna vez en el desatino de elegir a María Corina Machado como candidata para unas elecciones presidenciales.
Es más, en justicia debo agregar que cualquiera de mis amigos antichavistas consideraría un insulto que se le emparentara con el personaje. Digamos que no es nada personal: simplemente son muy pocos los que quieren aparecer retratados al lado de una de las figuras políticas más supremacistas, y por tanto más impresentables, de la política venezolana.
Recordemos el resultado de las primarias opositoras para elegir a su candidato presidencial de 2012: de un total de 3 millones 40 mil 449 votos, Machado apenas y superó los 110 mil, lo que equivale a menos del 4%. Capriles Radonski se llevó el 65%.
Aun cuando en política también juegan el azar y la necesidad, se pensaría que la diputada Machado es cosa del pasado. Un obstáculo salvado. Una de esas candidaturas que a lo sumo cumplen la función de amenizar la contienda, por más que lleguen a producir cierto pavor en el grueso del electorado, más sensato de lo que pudiera pensarse, pero que a fin de cuentas no inspira mayores sobresaltos, como sucede con los despropósitos que sabemos irrealizables.
Para decirlo rápido, podría concluirse que María Corina Machado, en reñida pelea con Arria y Medina, fue para las primarias opositoras lo que María Bolívar para las elecciones presidenciales.
Sin embargo, he aquí que el tal obstáculo es hoy el camino.
Más allá de todo chiste, lo que hemos presenciado durante las últimas dos o tres semanas es la progresiva, y todo apunta que indetenible, «machadización» de Capriles Radonski, lo que sin duda es signo de que algo debe andar muy mal por los predios de Primero Justicia.
Pongámoslo así: hace dos o tres meses Capriles Radonski hacía un denodado esfuerzo no sólo por parecerse a Chávez, sino por apropiarse y resignificar algunas de las ideas-fuerza del chavismo.
Un esfuerzo del cual podía esperarse uno u otro resultado, pero en el que se reconocía una apuesta por la audacia política. Y usted podrá pensar lo que quiera de un adversario que recurre a la mímesis, tan cercana a la trampa, a la pantomima. Pero un adversario político audaz es uno que merece respeto, y eso está fuera de toda discusión.
Antes del 7 de octubre, Capriles Radonski era un candidato «progresista», que coqueteaba con la «izquierda», preocupado por lo «social». A Chávez le cuestionaba, mucho más que su «ideología», el abismo entre lo dicho y lo hecho, su aparente desconexión con la realidad, lo abstracto de su propuesta de programa de gobierno, que ofrecía, según denunció reiteradamente, resolver los principales problemas de la humanidad, pero no la solución de los problemas concretos del pueblo venezolano.
Hoy día, mire usted las vueltas que da la vida, Capriles Radonski ha terminado siendo un gobernador derrotado por los problemas concretos del pueblo mirandino, y un candidato que denuncia ¡el castrocomunismo! contenido en el programa de gobierno de Elías.
Este anticomunismo trasnochado, tan característico de María Corina Machado, y asociado a fenómenos tristemente célebres, como Mujeres por la Libertad, el Frente Institucional Militar o CEDICE, por nombrar sólo unos pocos, siempre tuvo un lugar, y hasta cierto protagonismo, en el seno del antichavismo.
Habitués de las manifestaciones en Plaza Altamira, partidarios del golpe militar o fanáticos del neoliberalismo, lograron ejercer una influencia nada despreciable en el campo político opositor, que fueron perdiendo como consecuencia de las sucesivas y estrepitosas derrotas a manos del pueblo chavista.
Un anticomunismo trasnochado que siempre estuvo a medio camino, o más bien justo en el borde que separa la política más elitista de la anti-política más ramplona, y que afloró precisamente cuando se produjo la politización del pueblo venezolano. Si éste último es el agua y por tanto la vida de la democracia, el fulano anticomunismo siempre fue el aceite.
La audacia de Capriles Radonski, de su equipo de campaña para las elecciones presidenciales, consistió en reconocer esta realidad: con todo y sus limitaciones y sus fallas de origen (fundamentalmente de clase), al menos hizo el amago de hablarle a un pueblo politizado, y que se ha sentido convocado, movilizado por, y partícipe de la revolución bolivariana.
¿A qué obedece, entonces, este desplazamiento a los tópicos sobre el castrocomunismo? Además, ¿a quién está orientado este discurso?
«Nosotros no vamos a entregar Miranda al castrocomunismo», declaró Capriles Radonski el martes 20 de noviembre desde Valles del Tuy. Pero no es el pueblo tuyero, abrumadoramente chavista y refractario a semejante ramplonería discursiva, el destinatario de este mensaje.
Todo apunta a que esta «machadización» del discurso busca insuflar de ánimos a la base social opositora. Esto supone, en mi modesto juicio, no sólo un curioso, casi inexplicable, extravío de la estrategia de campaña de Capriles Radonski. Me refiero: inclinarse por un discurso que fue abrumadoramente derrotado en las primarias opositoras.
Pero lo que más llama la atención es lo que esto dice de la manera como la clase política opositora, incluso la «nueva», valora a su base social.
Suponer que para motivarlo a votar Capriles Radonski debe recurrir al manido recurso de la amenaza castrocomunista, es una clara expresión de subestimación del electorado antichavista, por cierto equivalente al menosprecio que históricamente la oligarquía ha profesado por las clases populares.
Volver sobre el discurso anti-totalitario, como lo ha hecho Capriles Radonski, y creer que ésta es la vía más expedita para «conectarse» con la base social opositora, es asumir que ella está compuesta por tarados mentales.
De estos asuntos los chavistas sabemos bastante. Somos expertos. Es que así nos trató siempre esa misma clase política, y por eso es que, de Chávez a esta parte, viven de fracaso en fracaso.
Buscando acabar con la mala racha, intentaron «conectarse» con nosotros: hablar como nosotros, remover nuestros malestares. Intentaron entendernos, pensar como nosotros. Eso fue lo que hizo Capriles Radonski durante la campaña para las presidenciales.
Pero en el camino ya no supo más cómo «conectarse» con los suyos. Por eso ya es incapaz de hablarle al 65% que lo hizo candidato. Ahora le habla al 4% o menos que votó por María Corina Machado.
Por eso hoy está estregado a ese discurso pavoso y patético sobre el anticomunismo que, parafraseando al mismo Capriles Radonski, ya es parte del pasado.
Quién lo diría.