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Por qué la película “Zero Dark Thirty” no resuelve la cuestión de la tortura ni purga de ella al sistema estadounidense

Una típica pesadilla estadounidense

Fuentes: TomDispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Si miran hacia atrás, se encontrarán con una pesadilla. Si miran hacia adelante, verán que la pesadilla son Vds.

Hay una particular pesadilla que los estadounidenses necesitan enfrentar: en la primera década del siglo XXI torturamos a la gente como parte de nuestra política nacional. Un día vamos a tener que enfrentar la realidad de lo que eso significó, del efecto que tuvo sobre sus víctimas y también sobre nosotros, nosotros, que justificamos, apoyamos o al menos permitimos que sucediera, pasivamente o con entusiasmo culpable (o inocente). Si no lo hacemos, la tortura no desaparecerá. No puede desaparecer como si se tratara del cuerpo de un prisionero político, ni eliminarla de forma radical enviándola simplemente a otra parte o pretendiendo que nunca sucedió o cerrando nuestros burocráticos ojos ante ella. Tras los hechos acaecidos, hay que abordar la tortura mirando fijamente la pesadilla que nos cambió y que, nos guste o no, ayudó a que nos convirtiéramos en lo que ahora somos.

El Presidente, el ganador del Premio Nobel de la Paz, ha dejado claro que no van a realizarse más investigaciones ni pesquisas, nada de nada, sobre la década de la tortura de EEUU. Su Departamento de Justicia no procesó ni a un solo torturador ni a ninguno de los que ayudaron a ocultar las pruebas de las prácticas de tortura. En cambio, sí se dictó una sentencia de cárcel para un ex agente de la CIA que se negó a ser entrenado para torturar y que fue de los primeros de la Agencia en admitir públicamente que el programa de torturas era real.

En cuanto a eso que pasa por juicios en nuestro campo-prisión en Guantánamo, Cuba, está prohibido revelar detalle alguno de las torturas, impidiendo así eficazmente que nadie pueda saber nada de lo que la CIA hizo con sus víctimas. Pero van y nos animan a hacer cuanto podamos por EEUU y, como Barack Obama señaló, a «mirar hacia adelante, no hacia atrás», con el mismo celo que, tras el 11-S, se nos animó a salvar a EEUU yéndonos de compras.

Mirando a los ojos de los torturados

La tortura no olvida a sus víctimas, ni tampoco olvida a una nación que la consiente. Como acto, gira alrededor del dolor, pero tiene mucho más que ver con la degradación y la humillación. Destruye a sus víctimas pero también degrada a quienes la perpetran. Lo sé porque, en el curso de mis veinticuatro años como agente del Departamento de Estado, hablé con dos hombres que habían sido torturados por aliados de EEUU, aliados que contaban al menos con la aprobación tácita de Washington. Mientras esos hombres estaban siendo torturados, los estadounidenses que conocían los hechos decidieron mirar hacia otro lado por razones políticas. Esos hombres no eran personajes de ficción sino complejos seres humanos de carne y hueso. Reúnanse con uno solo de ellos en algún momento y, se lo aseguro, nunca se pondrán a seguir las directrices del Presidente de mirar hacia adelante y olvidar.

El poeta coreano

La primera de las víctimas que conocí fue un poeta coreano. Me encontraba en Corea en aquella época como responsable de visados trabajando para el Departamento de Estado en la Embajada de EEUU en Seúl. Normalmente, a las personas con antecedentes penales graves no se les permitía viajar a EEUU. Sin embargo, hay una excepción en la ley para los delitos políticos. Fue inicialmente pergeñada durante los años de la Guerra Fría para los disidentes soviéticos. Hablé con el poeta cuando acudió a solicitar un visado para averiguar si su arresto había sido en efecto «político» y no una descalificación para viajar a EEUU.

Bajo la brutal dictadura militar de Park Chung Hee, el poeta fue torturado por escribir un verso contra el gobierno. Para los estadounidenses más jóvenes, Corea del Sur es la tierra del «estilo Gangnam», ropa de moda y electrónica muy cool. Sin embargo, a lo largo de la vida de Psy, una serie de militares autócratas gobernaron su nación contando con el apoyo de EEUU en aras de la «seguridad nacional».

El poeta me explicó con toda calma que una vez que su obra llamó la atención de los poderes fácticos, fue un día trasladado desde su apartamento a una pequeña celda subterránea. Poco después, llegaron dos hombres y le golpearon repetidamente en los testículos, sodomizándole con una de las herramientas utilizadas durante la paliza. No le hicieron pregunta alguna. De hecho, dijo, apenas le dirigieron la palabra. Aunque el dolor superaba su capacidad de descripción incluso como poeta, dijo que la humillación de verse abandonado tan indefenso le había acompañado durante toda su vida, destruido su matrimonio, enviándole al repetido y vacío alivio del alcohol e impidiéndole poner de nuevo la pluma sobre el papel.

Los hombres que le destruyeron, me dijo, entraron en la habitación, hicieron su trabajo y después se marcharon, como si tuvieran muchos más a quienes visitar ese día y debieran seguir adelante con sus cosas. El poeta fue liberado pocos días después y devuelto educadamente a su apartamento por la policía en un gesto progresista, como si el episodio de tortura hubiera terminado y debiera olvidarse.

El líder tribal iraquí

La segunda víctima de tortura con la que me encontré fue cuando estaba destinado en una base de operaciones de avanzada en Iraq. Era un líder bien conocido de los Hijos de Iraq, que eran miembros de tribus suníes que formaron parte de la muy discutible estrategia del comandante de la guerra de Iraq, el General David Petraeus, denominada «Despertar de Anbar», en función de la cual aceptaron dejar de matar estadounidenses y, a cambio del dinero que les pagábamos, volver las armas contra Al-Qaida. Eso ocurría en 2007. En 2010, cuando me encontré con el hombre, los Hijos de Iraq, al ser suníes, no tenían amigos en el gobierno de Nuri Al-Maliki, bajo dominio chií, en Bagdad, y EEUU estaba oportunamente permitiendo que sus amigos suníes desaparecieran y se esfumaran.

Una tarde pegajosa, tras el postre, el líder de los Hijos de Iraq me dijo que le habían sacado recientemente de la cárcel. Me explicó que el gobierno le había quitado de la calle durante el período previo a las recientes elecciones para que no utilizara su influencia política para interponerse en el camino de una victoria chií. Me dijo que la prisión donde le habían encerrado era una cárcel secreta controlada por cierta sección misteriosa de las fuerzas de seguridad iraquíes entrenadas por EEUU.

Le habían torturado agentes del gobierno de Maliki, con el apoyo de EEUU «en aras de la seguridad nacional». Unos hombres enmascarados le habían atado las muñecas y los tobillos y le habían colgado cabeza abajo. Contó que no le habían hecho preguntas ni exigido información alguna. Le habían azotado los testículos con una correa de cuero, después le golpearon las plantas de los pies y la zona que rodea los riñones. También le abofetearon. Le rompieron los huesos del pie izquierdo con una vara de acero, una barra que normalmente se utilizaba para reforzar el hormigón.

Fue muy doloroso, me dijo, pero el dolor lo había sentido antes. Lo que verdaderamente le marcó fue el sentimiento de impotencia absoluta. Un hombre como él, afirmó con un eco de orgullo, nunca se había sentido indefenso. Su fuerza estaba en su capacidad para controlar las cosas, para hacer frente a sus enemigos, para luchar y, si era necesario, ordenar a sus hombres ir a la muerte. Ahora, ya no podía dormir bien por la noche, sentía poco interés por la vida y las actividades habituales y muy poco placer. Me mostró las uñas de los pies ennegrecidas, así como los huecos en algunas zonas de sus pies, que todavía tenían una hendidura parecida a una barra con leves signos de muescas de metal. Cuando hizo una pausa y miró a su alrededor, pensé que casi podía ver la secuencia que estaba pasando por su cabeza.

Solo en la oscuridad

Me encontré con esos dos hombres torturados, que describieron sus experiencias de forma parecida, con varios años de diferencia y a miles de kilómetros de distancia. Todo lo que ellos tenían en común era que habían sido torturados y que se habían reunido conmigo. Desde luego que podían haber estado mintiendo o exagerando sobre lo que les había sucedido. No tengo forma de verificar sus historias porque en ninguno de los dos países se llevó a los torturadores frente a la justicia. Un hombre fue torturado al considerársele una amenaza para Corea del Sur, el otro para Iraq. Esos gobiernos «amenazados» figuraban entre las comparsas que EEUU mantiene, y eran conocidos torturadores que justifican regularmente esos actos horrendos, como también hicimos nosotros en los primeros años del siglo XXI en nombre de la seguridad. En nuestro caso, según se informó, las técnicas actuales de tortura se presentaron ante algunos de los funcionarios de más alto rango en la misma Casa Blanca, «legalizándose» después para llevarlas a cabo en «sitios negros» por todo el planeta y prisiones extranjeras.

Una nueva película ampliamente elogiada acerca del asesinato de Osama bin Laden, Zero Dark Thirty [*], empieza con una serie de escenas de tortura. Las víctimas son varios musulmanes sospechosos de pertenecer a Al-Qaida y los torturadores son miembros del gobierno estadounidense que trabajan para la CIA. Vemos a un prisionero atado a la pared, ensangrentado, con los pantalones bajados frente a una agente de la CIA. Vemos a otro al que se le obliga a tragar agua por la boca inundándole los pulmones hasta que agoniza de forma miserable (tortura que durante la Eda Media era denominada de forma exacta como la «Tortura del Agua», después se llamó «la cura del agua» y, más recientemente, «el submarino»). Vemos a hombres metidos a la fuerza en diminutas jaulas de confinamiento que nos les permiten ni estar de pie, ni tumbarse ni sentarse.

Esas son algunas de las técnicas de tortura contenidas «legalmente» en un informe del Inspector General de la CIA, algunas de las cuales les resultaban alarmantemente familiares a los hombres torturados con los que hablé, como podría ocurrirle a Bradley Manning, mantenido aislado, desnudo y sin dormir en las prisiones militares estadounidenses con la intención de quebrar su espíritu.

Las escenas de la película son brutales aunque desinfectadas. Con todo lo duro que resulta contemplarlas, no muestran nada más allá de la imposición del dolor. Con todo lo horrendas que puedan ser, el dolor se desvanece, los huesos se unen, las heridas curan. No, no piensen ni por un segundo que la esencia de la tortura es el dolor físico, no importa lo que Zero Dark Thirty implique. Aunque en muchos casos el cuerpo se cure, es mucho más complicado y difícil que las heridas mentales puedan cicatrizar. La memoria persiste.

El obsesivo debate en este país acerca de la eficacia de la tortura suena eternamente falsa: la tortura no funciona. Después de todo, no se trata solo de obtener información, en algunas ocasiones, como ocurrió con los dos hombres que me reuní, no se trataba en absoluto de información. En cambio, la tortura implica de forma invariable vergüenza y venganza, humillación, poder y control. Ahora te estamos abofeteando y te controlamos y quién sabe lo que vendrá después, ¿hasta dónde somos capaces de llegar? «Tú me mientes y yo te hago daño», dice un torturador de la CIA a su víctima en Zero Dark Thirty. Se deja que la víctima torturada imagine en qué forma van a herirle y con qué gravedad, casi siempre en medio de un proceso en el que asume la responsabilidad de crear su propio terror. Sí, en efecto, la tortura «funciona»: destruye a la persona.

Jalid Sheik Mohammed, acusado de ser el «cerebro» del 11-S, fue sometido al submarino 183 veces. El periodista de Al Jazeera Sami al-Haj pasó seis años en la prisión de la Bahía Guantánamo y afirmó: «Utilizaban perros contra nosotros, me golpeaban, algunas veces me colgaban del techo y no me permitieron dormir en seis días». Brandon Neely, policía militar estadounidense y antiguo guardia en Guantánamo, observó cómo un médico golpeaba a un preso al que supuestamente debía curar. Los agentes de la CIA torturaron a un ciudadano alemán, un vendedor de coches llamado Jaled al-Masri, al que atraparon en un caso de identidad errónea, y al que sodomizaron, pusieron grilletes y golpearon, manteniéndole en situación de privación sensorial total, mientras la policía estatal macedonia observaba, como averiguó la pasada semana el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos.

Otros, como el Tribunal de Derechos Humanos o el Comité de Inteligencia del Senado, pueden permitirnos vislumbrar la pesadilla de la política oficial estadounidense durante los primeros años de este siglo. Sin embargo, nuestro Presidente se niega a mirar atrás y sacar a la luz los hechos de casi una década; se niega a mirar de verdad hacia adelante y a renunciar sin ambigüedades y para siempre al uso de todo lo que pueda considerarse una «técnica de interrogación reforzada». Como también sigue apoyando firmemente a los precursores de la tortura: las «entregas extraordinarias» de sospechosos terroristas capturados a países aliados que se sienten perfectamente felices torturándoles y sometiéndoles a detenciones indefinidas por decreto, no podremos comprender bien lo que hombres como el poeta coreano y el líder tribal iraquí conocen bien en nuestro nombre: que somos torturadores, y a menos que estemos dispuestos a enfrentarnos a la pesadilla de en lo que vamos a convertirnos, eso mismo acabará transformándonos y consumiéndonos.

N. de la T.:

La película de Kathryn Bigelow «Zero Dark Thirty» se estrenará en España en enero de 2013 con el título de «La noche más oscura».

Peter Van Buren es un veterano que durante 24 años sirvió como Oficial de Servicio Exterior en el Departamento de Estado, pasó un año en Iraq dirigiendo dos Equipos Provinciales de Reconstrucción. Ahora está en Washington y además de colaborar regularmente en TomDispatch, escribe sobre Iraq, Medio Oriente y la diplomacia estadounidense en su blog We Meant Well. Después de la publicación del libro «We Meant Well: How I Helped Lose the Battle for the Hearts and Minds of the Iraqi People» (The American Empire Project, Metropolitan Books) en 2011, el Departamento de Estado inició procedimientos de despido, lo reasignó a una posición de preparación de tareas y lo despojó de su seguridad y de sus credenciales diplomáticas. A pesar de los esfuerzos del Proyecto de Responsabilización Gubernamental y de la ACLU (Unión Estadounidense por las Libertades Civiles), Van Buren se retiró del Departamento de Estado en septiembre de 2012.

Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175630/