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Vacíos y sin poder

Fuentes: Rebelión

La expresión «vacío de poder«, no sirve para aplicarla en las democracias republicanas como la venezolana. Ni a ninguna otra. Quien insiste en ello es un ignorante o un farsante con malas intenciones. «Vacío de poder», sirve en filosofía política para referirse, única y exclusivamente, a la falta ocasionada por la muerte de quienes ocupaban […]

La expresión «vacío de poder«, no sirve para aplicarla en las democracias republicanas como la venezolana. Ni a ninguna otra. Quien insiste en ello es un ignorante o un farsante con malas intenciones.

«Vacío de poder», sirve en filosofía política para referirse, única y exclusivamente, a la falta ocasionada por la muerte de quienes ocupaban el trono en un país gobernado por una monarquía absoluta, es decir por un rey o una reina. Es, por tanto, una categoría en desuso porque lo que indica ocurría mucho antes de que se concibieran las constituciones republicanas escritas, con la división de los poderes y se eligieran a los gobernantes mediante los votos.

El Estado moderno es un sistema de poder expuesto detalladamente en cada constitución, lo que impide que exista vacío de poder, porque éste, el poder, es concebido como una relación simbólica entre seres humanos iguales y soberanos y no entre un ser divino (el Rey) y otro profano (el pueblo). En palabras de Claude Lefort: el poder en la democracia moderna es un «lugar vacío» que ocupa un ser humano por un tiempo determinado y bajo determinadas condiciones impuestas por el soberano que es el pueblo.

Es una lógica simple: un lugar vacío no pertenece a nadie en particular y puede ser ocupado por cualquiera que reúna ciertas características y si logra el apoyo de un sector mayoritario del pueblo.

En las monarquías absolutas no había leyes escritas por hombres y mujeres de pensamientos autónomos y organizados en comunidades por consenso, sino leyes impuestas (a sangre y fuego) por hombres que eran «elegidos» por Dios y que obedecían por tanto a designios divinos. Por ello, quien ocupaba el trono era dueño o dueña del «lugar del poder», absoluta y vitaliciamente. Dueño de todo: el trono, la cama, los vestidos, la espada, etc. Su cuerpo era sagrado porque estaba ungido por Dios. Su palabra era indiscutible por ser ley divina. Sus deseos y aspiraciones eran códigos tácitos de su poder absoluto que extendía hasta donde le permitieran su ejército, sus riquezas y sus agallas.

Para tener una idea de lo que esto significaba, recordemos que a comienzos del siglo XX, el médico venezolano Felipe Guevara Rojas, era uno de los dos galenos hispanoamericanos que podían tocar el cuerpo de la reina de Inglaterra porque era miembro del Real Colegio de Médicos de Londres (el otro había sido Vargas). Y todos recordamos el escándalo mediático que se armó cuando Chávez besó a la reina de España en su primer viaje a ese país a comienzos del siglo XXI.

¿Y cuándo se generaba el vacío de poder? Al morir el rey o la reina, porque con él o ella moría también su poder. Es decir, el lugar del poder quedaba vacío literalmente y volvía a repetirse el ciclo: el Papa ungía a otro rey o reina que ocupaba de nuevo el trono, con su cuerpo venerable, sus pensamientos irrefutables, sus caprichos hechos leyes, etc., hasta que la muerte lo separara del trono y éste quedaba vacío.

Una vez concebidas las constituciones republicanas, con tres poderes independientes y sus respectivas normas, el poder así constituido nunca está vacío, porque ya no es una persona quien se apropia vitaliciamente del poder, sino que son distintos seres humanos quienes «ejercen» durante un tiempo determinado y bajo determinadas condiciones establecidas por las leyes «un poder» que el pueblo les delega mediante el voto. De manera que el «soberano» ya no es el rey o la reina, sino el pueblo. Si uno de esos seres humanos se ausenta (parcial o indefinidamente) de su cargo, lo sustituye quien esté autorizado por la constitución y las leyes. Y si comete falta grave puede ser revocado del cargo por quienes le delegaron el poder. Y si nunca se ausenta ni falla, tendrá la oportunidad de permanecer en el cargo hasta que se acabe su mandato y ser reelecto.

Ni siquiera en una revolución moderna existe vacío de poder, porque en ellas la sustitución del poder «constituido» por el poder «constituyente» es una transición en la que permanecen vigentes las viejas leyes hasta que son sustituidas por las nuevas, de manera que nunca nadie puede decir «ahora el poder soy yo», como hizo Carmona en el 2002, sino que se tiene que instalar una asamblea constituyente para sustituir la vieja constitución por una nueva.

Vacíos de sentido y sin poder están, en Venezuela, quienes añoran volver a Miraflores engañando al pueblo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.