«Las autoridades financieras del mundo desarrollado están nerviosas y la opinión pública de esos países no ve de buen grado que sus contribuciones tributarias se destinen a subvencionar a banqueros irresponsables e imprudentes al tiempo que deben someterse a políticas restrictivas que les reducen el empleo y los servicios sociales» La cita precedente no ha […]
«Las autoridades financieras del mundo desarrollado están nerviosas y la opinión pública de esos países no ve de buen grado que sus contribuciones tributarias se destinen a subvencionar a banqueros irresponsables e imprudentes al tiempo que deben someterse a políticas restrictivas que les reducen el empleo y los servicios sociales»
La cita precedente no ha sido extraída de ninguna crónica o información contemporánea, ni siquiera de la última década sino que corresponde a un trabajo de Osvaldo Sunkel,[1] elaborado hace casi 30 años. Algo que desde luego pone de relieve la similitud de situaciones o más bien dicho la continuidad y el actual agravamiento de situaciones que comenzaron a perfilarse a mediados del siglo pasado luego de la terminación de la llamada Segunda Guerra mundial.
Desde entonces se ha venido hablando de desarrollo a partir de las dos vertientes teóricas dominantes en el pensamiento económico una vinculada al desarrollismo poskeynesiano impulsada en Latinoamérica por Raúl Prebisch, durante largo tiempo Secretario ejecutivo de la CEPAL[2] y la otra al monetarismo neoliberal de Milton Friedman y la muy famosa escuela de Chicago. La primera pone énfasis en el desarrollo de las fuerzas productivas, industria, agricultura, infraestructura y aunque no ignora al factor humano, su presencia se integra como un recurso más de los factores productivos, mientras que en la corriente monetarista neoliberal aparecen con mayor fuerza la liberalización de los mercados de bienes y servicios y el desarrollo de los instrumentos financieros de carácter transnacional.
En ambas corrientes de origen estrictamente economicista el concepto de desarrollo se relaciona o está dirigido a sostener el crecimiento de la estructura productiva sin considerar de qué manera se distribuyen los réditos de esa producción en la sociedad que los genera. Pero tal vez por eso mismo se ha transformado en un inalcanzable mito, al que ha llegado la hora de renunciar definitivamente.
Porque además aunque se le haya agregado la palabra socioeconómico al vocablo desarrollo anteponiéndole lo social a lo económico no es que se haya intentado a mi entender darle prioridad conceptual a los objetivos sociales sino que en su incorporación han primado simples razones de eutonía. Es decir que en cualquier caso la importancia de los social se halla subordinada no al ser humano genérico como sujeto último del crecimiento económico sino como imprescindible instrumento de la producción y en consecuencia la sociedad o el estado no deberían desatender ni su atención sanitaria ni el acceso a niveles educativos que lo capaciten para ingresar a ese mismo sistema productivo y sin embargo son condiciones que tampoco se cumplen ni siquiera con el mezquino objeto de garantizar su continuidad.
De modo que el trabajo se ha convertido en una nueva esclavitud. No se trata ya de un medio para alcanzar el propio crecimiento o para realizar aportes personales al desarrollo de una comunidad sino de un fin que le permita al individuo tener apenas garantizada en muchos casos nada más que su propia supervivencia. El trabajo se ha transformado casi en un devorador de existencias, exigiendo del trabajador una entrega casi absoluta en la que el ocio, la recreación, el desarrollo de la propia creatividad, las artes plásticas, la música, las actividades manuales, la meditación, el deporte, la vida en familia, la amistad, el contacto con la naturaleza, han pasado a ser utopías casi absolutas o exclusivas de los pocos que logran hacer de alguna de ellas su propio medio de vida pero que al común de la gente le están absolutamente negadas.¿Cuando, donde, qué tiempo libre dispone un trabajador de nuestro tiempo para desarrollar otras vocaciones que las que le impone el rutinario y absorbente trabajo de la fábrica, la oficina, el taller, el servicio público o privado, cuya extensión horaria imagináramos en algún momento que la tecnología permitiría reducir?
Nada ha cambiado en realidad como nos lo recuerda Paul Lafargue[3] en «El derecho a la pereza» desde el momento en que Napoleón, allá por el 1807 escribía: «Cuanto más trabajen mis pueblos, menos vicios habrá»…»Yo soy la autoridad […] y estaría dispuesto a ordenar que el domingo, luego de la hora de la misa, las tiendas se abrieran y los obreros volvieran a su trabajo». ¿No se abren ahora acaso una gran cantidad de negocios no solo los sábados, en los que antes solo se trabajaba medio día y solíamos llamar «sábado inglés» sino también los domingo, misa mediante o no?
Pero existen otras filosofías de vida que nos empeñamos en ignorar. Una filosofía que han cultivado y siguen cultivando pese al avasallamiento de la cultura occidental los pueblos indígenas y que poco a poco han sido reivindicadas en algunos países como Bolivia y Ecuador e incorporadas a sus respectivas constituciones nacionales, el Sumak Kawasay, «buen vivir» o mejor aún «buen convivir» que se traduce en la necesidad de emprender un camino al bienestar general diferente al que el tan promocionado desarrollo parecía prometer, rescatando experiencias ancestrales que pongan nuevamente en valor y en primer término el bienestar y la calidad de vida de la gente, de toda la gente
Un buen vivir que exige una mayor armonía entre la sociedad y la naturaleza. «El buen vivir no es no es un simple regreso a las ideas de un pasado lejano, sino la construcción de otro futuro» dicen Eduardo Gudynas y Alberto Acosta[4] en que también caben muchos cuestionamientos de la sociedad contemporánea » posturas éticas alternativas que reconocen los derechos de la naturaleza, los aportes del feminismo como reacción a la dominación de base patriarcal y nuevas conceptualizaciones en áreas como la justicia y el bienestar humano» incorporadas en la constitución boliviana a partir de tres «principios ético-morales de la sociedad plural; ama qhilla, ama llulla, ama suwa (no seas flojo, no seas mentiroso ni seas ladrón)» Propósitos que el estado se compromete cumplir para «mejorar la calidad de vida (…) a través de la redistribución equitativa de los excedentes mediante políticas sociales de diverso tipo (…) para lograr el vivir bien en sus múltiples dimensiones»
En síntesis como agregan Gudynas y Acosta se trata… «de una visión que supere los estrechos márgenes cuantitativos del economicismo y permita la aplicación de un nuevo paradigma cuyo fin no sea los procesos de acumulación material, mecanicista e interminable de bienes sino que promueva una estrategia económica incluyente, sostenible y democrática»
Una visión que se ha mantenido inconmovible en gran parte de las estructuras indígenas pese a los embates del capitalismo occidental y que les ha permitido superar con llamativa unidad las excluyentes circunstancias que les han sido impuestas a lo largo de los más de 500 años de dominación europea y latinoamericana.
Se trata sin duda de una, aunque milenaria, original propuesta que busca contrabalancear los reiterados y ya evidentemente irreversibles fracasos de los proyectos desarrollistas y cuyo acento, de algún modo ya largamente experimentado por las comunidades indígenas está dirigido a las personas concretas en realidades concretas, procedente de pueblos que fueron largamente marginados e irrespetados y cuya cultura considerada inferior y primitiva se está imponiendo no solo en la letra de las constituciones de dos países del continente sino como una insoslayable alternativa orientada a solucionar los problemas de nuestro tiempo y de nuestro incierto futuro.
Pero solo si logramos independizarnos de nuestra prolongada adicción al dinero y de nuestro culto al dios epónimo será posible tal vez seguir avanzando en la construcción de un mundo promisoriamente más humano porque como dice García Lorca en La zapatera prodigiosa «Ay dinero, dinero sin manos y sin ojos debería haberse quedado el que te inventó» ¡Que el Sumak Kawasay le dé el golpe de gracia!
[1]. Sunkel, Osvaldo «América Latina y la crisis económica internacional» Grupo Editor Latinoamericano, Pág.44, 1985.
[2] CEPAL: Comisión Económica para la América Latina, una de las cinco comisiones regionales de las Naciones Unidas con sede en Santiago de Chile. Fundada con el objeto de contribuir al desarrollo económico de América Latina, coordinar las acciones encaminadas a su promoción y reforzar las relaciones económicas de los países entre sí y con las demás naciones del mundo
[3] Lafargue, Paul, periodista, médico, teórico político y revolucionario francés de origen cubano. (1842/1911)
[4] «El buen vivir más allá del desarrollo» E. Gudynas, ecólogo social uruguayo, investigador en el Centro Latino Americano de Ecología social (CLAES).y A. Acosta, economista ecuatoriano, profesor e investigador de FLACSO. Ex ministro de Energía y Minas y ex presidente de la Asamblea Constituyente del Ecuador.
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