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Toda una orgía de desinformación

Festival de odio contra Venezuela

Fuentes: Counterpunch/Al Jazeera

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

La semana pasada se produjo un auténtico festival mediático de odio contra la Venezuela de Hugo Chávez, en el que compitieron por ver quién detestaba más al presidente algunas de las más influyentes publicaciones de ambos lados del Atlántico. Incluso para las pautas de animadversión a las que estamos acostumbrados, resultaba impresionante.

Resulta interesante, porque Venezuela es uno de los pocos países del mundo cuyas noticias reciben un tratamiento similar en los medios de comunicación más liberales (como la Radio Nacional Pública, NPR, o el New Yorker) y en Fox News o cualquier informativo de derechas (como veremos más adelante).

El episodio más divertido procede de El País, que el jueves publicaba en primera página una fotografía de un hombre, supuestamente Chávez, acostado en una cama de hospital y con la boca llena de tubos. Pronto se descubrió que la foto era absolutamente falsa. ¡Vaya! El periódico, que es la publicación española más influyente (y con mucho peso también en América Latina), tuvo que retirar sus diarios de los kioscos y emitir una disculpa pública. Pero, como denuncian los venezolanos, no se disculparon ante el presidente ni ante su familia. Tampoco resulta sorprendente, pues El País odia a Chávez profundamente.

El New York Times, por su parte publicó otra perla de odio en la sección de Colaboraciones. Perro muerde a hombre; no hay nada de especial, han estado haciéndolo durante casi 14 años, sin ir más lejos hace tres meses. En este caso era bastante poco original, ya que comparaba al gobierno de Chávez con cierta novela de realismo mágico latinoamericano. El artículo contenía bastante poca información, pero al no tener que aportar datos, los autores podían permitirse afirmar que «la productividad del país estaba cayendo» y que soportaba una «enorme carga de deuda externa». Pero la productividad no se ha reducido con Chávez; de hecho, el PIB real per cápita, muy influido por el crecimiento de la productividad, ha crecido un 24 por ciento desde 2004. Por el contrario el PIB per cápita disminuyó durante los veinte años anteriores a la llegada de Chávez. En cuanto a la «enorme carga de deuda externa», la de Venezuela equivale al 28 por ciento del PIB, con un interés equivalente a alrededor del 2 por ciento del PIB. Si esta cifra les parece enorme, digamos que estos chicos carecen del sentido de la cantidad.

Probablemente los autores se limitaron a seguir una regla de uso general: puedes decir prácticamente todo lo que quieras de Venezuela, mientras sea negativo, y normalmente nadie se lo cuestiona. Las estadísticas y los datos cuentan poco cuando los medios de comunicación se dedican a presentar una imagen fea.

Esto es especialmente cierto en el caso del artículo de Jon Lee Anderson publicado en el número del 28 de enero del New Yorker, «Slumlord: What has Hugo Chavez wrought in Venezuela?» (Señor de los suburbios: lo que Hugo Chávez ha sembrado en Venezuela). En él menciona de pasada que «los venezolanos más pobres están ligeramente mejor hoy en día». ¿Ligeramente? De 2004 a 2011, la pobreza extrema se redujo dos terceras partes y la pobreza general a la mitad. Y estos indicadores solo hablan de acceso al dinero, sin tener en cuenta el acceso a la sanidad con que cuentan ahora millones de personas, o que se ha duplicado el número de matrículas universitarias, gratuitas para muchos. Los beneficiarios de pensiones públicas se han triplicado y el desempleo se ha reducido a la mitad del que existía cuando Chávez llegó al poder.

No debería ser necesario hacer hincapié en que la reducción de la pobreza venezolana, el crecimiento de la renta real (ajustada a la inflación) y otros datos básicos no son cuestionados por los expertos, ni siquiera los de instituciones internacionales como el Banco Mundial o la ONU. Incluso los economistas de la oposición utilizan los mismos datos cuando se oponen al gobierno. Solo periodistas como Anderson evitan que cifras y hechos comúnmente aceptados interfieran en su historia.

Anderson ha dedicado muchos miles de palabras, en una de las principales revistas literarias del país, a retratar el lado oscuro de la vida en Venezuela: ex policías, okupas y prisiones horribles. «Una espesa línea oscura de excrementos humanos corría por un muro exterior y el patio de dentro era una pantano de aguas residuales y basura de varios pies de profundidad». Hace uso de más de diez años de visitas a Venezuela para colmar al lector de sus recuerdos más repugnantes de la sociedad y del gobierno. El artículo está acompañado de una serie de fotografías sombrías y deprimentes en blanco y negro, de personas con aspecto desgraciado en entornos desagradables. Yo no podía evitar pensar en todos esos sondeos internacionales que siguen encontrando a los venezolanos entre las personas más felices de América Latina y de todo el mundo. ¿Cómo puede ser que Anderson no encontrara ni uno solo de esos venezolanos?

Estoy a favor del periodismo que muestra los peores aspectos de cualquier sociedad. Pero lo que convierte a esta pieza en una nueva chapuza barata de un periodista de pacotilla es la conclusión que el autor extrae de su estrecha parcela intencionadamente parcial de la realidad venezolana. Por ejemplo: «Los venezolanos son víctimas de su afecto por un hombre carismático… Después de casi una generación, Chávez deja a sus compatriotas con muchas preguntas sin contestar y una sola certeza: la revolución que intentó llevar adelante nunca llegó a realizarse. Comenzó con Chávez y con él, probablemente, terminará».

¿De verdad lo cree? Lo cierto es que no parece que vaya a ser así. Hasta el adversario de Chávez en la elección presidencial de octubre, Henrique Capriles, tuvo que prometer a los votantes que mantendría e incluso ampliaría los programas sociales de la era Chávez que han mejorado el acceso a la sanidad y a la educación de los venezolanos. Pero Chávez le derrotó por el amplio margen de 11 puntos porcentuales. En las elecciones celebradas dos meses después, en diciembre, el partido de Chávez incrementó el número de gobernadores, de 15 a 20, de los 23 estados venezolanos. Durante la mayor parte de la campaña preparatoria para esas elecciones Chávez ni siquiera estuvo en el país.

Pero lo más apabullante de todo es la parcialidad de las informaciones del New Yorker. Imagínese, por ejemplo, escribir una artículo sobre los Estados Unidos y el fin de la presidencia de ocho años de Clinton entrevistando a los sin techo y los desposeídos, a los torturados en nuestras prisiones, los desempleados y las pobres madres solteras que luchan por sacar adelante a sus hijos. ¿Cree que podría decir impunemente que esto es «lo que Clinton ha sembrado en América»? ¿Sin mencionar que el desempleo estaba en mínimos que no se veían desde la década de los sesenta, que la pobreza se redujo drásticamente, y que fue el ciclo empresarial expansivo más prolongado de la historia de Estados Unidos?

Esta es una comparación imperfecta, pues muchas personas fuera de Estados Unidos conocen cosas del país y no se tragarían una historia tan parcial. Y también porque las mejoras de la era Clinton duraron poco: explotó la burbuja del mercado de valores creando una recesión en 2001; las ganancias que produjo la recuperación posterior fueron principalmente al bolsillo del 1 por ciento más rico de la población y luego estalló la burbuja inmobiliaria, causando la mayor recesión desde la Gran Depresión, de la que aun nos estamos recuperando.

En la actualidad, las cifras de desempleo están considerablemente por encima del nivel que tenían el primer año de mandato de Clinton y la pobreza ha vuelto a crecer espectacularmente; podrías llevarnos otros diez años recuperar el pleno empleo. Por el contrario, en Venezuela el progreso no se ha detenido: ahora que la mayoría de la población se ha acostumbrado a compartir la riqueza petrolera del país, no solo mediante programas del gobierno, sino principalmente gracias a un mayor nivel de empleo y de renta en el sector privado, no existe vuelta atrás. Tal vez esto no sea suficientemente «revolucionario» para Anderson, pero es suficiente para que los venezolanos sigan reeligiendo a su presidente y a su partido.

En cuanto a los medios de comunicación, resulta realmente notable el derroche de animadversión hacia Chávez y su gobierno de toda la gama de medios occidentales. ¿Cómo es posible que un presidente elegido democráticamente que no ha matado a nadie ni invadido ningún país tenga peor prensa de la que tenía Saddam Hussein, salvo los meses anteriores a la invasión de Iraq? ¿Incluso cuando ese presidente está luchando por salvar su propia vida?

La información propagada por los medios de comunicación occidentales ha sido eficaz. Ha convencido a la mayor parte de la gente de fuera de Venezuela de que el país está gobernado por una especie de dictador que lo ha arruinado. Afortunadamente, los venezolanos tienen acceso a más información sobre su país que los extranjeros, que se basan en unos medios de comunicación sesgados y a menudo inexactos. Así que siguen reeligiendo al presidente y al partido que ha mejorado sus vidas, para mayor disgusto de los principales medios de comunicación y sus acólitos.

Mark Weisbrot es economista y codirector del Center for the Economic and Policy Research. Es autor, junto con Dean Baker, de Social Security: the Phony Crisis.

Este artículo apareció originalmente en Al Jazeera

1. Respuesta humorística al El País: http://www.facebook.com/photo.php?fbid=480793311976780&set=a.293712560684857.70625.277116679011112&type=1&theater

Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/01/31/venezuela-hate-fest/