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Charles Chaplin y el reencuentro con la quimera del oro

Fuentes: Rebelión

Los vientos glaciales de Alaska fustigan aún más el hipotérmico y flácido cuerpo de Charlot, un vagabundo cual judío errante peregrinaba por esas gélidas estepas en busca de fortuna en aquella época de «La quimera del oro» (The Gold Rush) de 1925 , una alegoría a esa eterna lucha de los hombres por descubrir el […]

Los vientos glaciales de Alaska fustigan aún más el hipotérmico y flácido cuerpo de Charlot, un vagabundo cual judío errante peregrinaba por esas gélidas estepas en busca de fortuna en aquella época de «La quimera del oro» (The Gold Rush) de 1925 , una alegoría a esa eterna lucha de los hombres por descubrir el sueño dorado, esa obsesionada avidez hacia la fortuna pero como no todo lo que brilla es oro, los gajes del oficio tienen un innumerable correlato de desazones y tormentos como cuando no se puede ser displicente con el hambre y para distraer a esas desalmadas tripas que ya llevaban días sin probar nada y rasgaban el filo de la locura, Charlot conocedor del hambre recurre a la imaginación más sublime priorizando a la sazón las necesidades existenciales, sacrificando uno de sus zapatos y poniéndolo a hervir en una olla con agua, para luego comérselo parsimoniosamente; sus cordones eran enroscados con el tenedor, degustando en simulacro de espagueti y los clavos de su zapato chupados como los huesos de un suculento pavo imaginario de diciembre.

Para Charles Spencer Chaplin, esta película fue considerada como uno de sus mejor aportes al cine mudo, como director y actor tuvo el mágico don de comunicarse con su público mediante el lenguaje de la imagen y relatar esa desgarradora injusticia social que se sentía por la arrogancia del poder económico, una verdadera producción cinematográfica de denuncia pero sin perder el carisma y el poder del humor en nuestro personaje, cualidad humana plasmada en el arte del celuloide junto a sus demás obras maestras de las cuales tres se quedaron grabadas en mi retina» Luces de la ciudad»(City Lights de 1931), «Tiempos modernos»(Modern times de 1936) y ésta última que ocupa mis pensamientos «La quimera del oro».

Chaplin de origen humilde nacido en los arrabales de Walworth, Londres el 16 de abril de 1889 sintió de cerca las vicisitudes de la pobreza. Desde su tierna edad experimentó la inclinación por las candilejas y no tardó en llegar el día en que mostrara sus innatos dotes, cuenta en su biografía que a la edad de cinco años tuvo que sustituir a la madre que había caído enferma y tras bambalinas, sintió el apoyo del padre para salir al escenario, así el pequeño Charles debutaba cantando una vieja canción «Jack Jones». Desde entonces se apoderó del escenario y conquistó laureles por su prolijo trabajo, tanto en Europa como en el continente Americano y a la vez poniendo en vilo y conturbando con sus películas el sueño del sistema de los Rockefeller y de ese monstruoso aparato de hacer fortunas con el sudor de los parias reclutados en manadas bajo los barrotes y los fierros de las industrias.

Pese al circunstancial itinerario de su vida, éstos rodajes pasaron a la posteridad y a casi una centuria de tiempo están más vigentes porque el mismo sistema inhumano al que cuestionaba sigue tozudamente fabricando más hambre, más niños abandonados como «El Chico» rodada en 1921 y al mismo tiempo estas realidades son materia prima y desafío para los artistas y trabajadores del séptimo arte en interpretar la causa de los vulnerables.

Recuerdo que allá por el 1969, año en que surgía la televisión estatal en Bolivia y era dispendioso el pequeño receptor, un filántropo jesuita con la proyectora de cine al hombro nos llevaba las imágenes del séptimo arte a nuestro parque del barrio Minero de San José proyectando en el muro de un cine de adobe sin techo y que nunca se terminó de construir, las imágenes en movimiento que encandilaron nuestras vistas y entre estas las joyas cinematográficas de Chaplin. Charlot vestido de chaquetilla corta con corbata y cuello postizo y de un singular sombrero hongo, jubón de fantasía, pantalón espacioso, con chapines caprichosamente largos y su peculiar andar de pingüino nos deleitaba y a la vez nos recordaba la explotación sin fruncir el ceño, sin perder la sonrisa que es el arma más fuerte que el acero a la hora de la sabiduría.

Chaplin se llevó muchos elogios y encomios a lo largo de su vida como la inspiración que le dedicaba en sus poemas y notas el vate peruano César Vallejo o los análisis acuciosos desde la vertiente rebelde de José Carlos Mariátegui respecto al vagabundo de Charlot y lo cierto es que este personaje que infunde inspiración está ahí vivo en sus imágenes y ademanes o tal vez en ese sugestivo y risueño gesto de su sonrisa que la heredaron sus hijas o estuvo presente con Geraldine Chaplin su hija mayor cuando la veíamos en noviembre del 1992 en Bolivia rodando la película junto a Jorge Sanjinés «Para recibir el canto de los pájaros» o tal vez está ahí en los cineastas tercermundistas que con altruismo llevan a cuestas el cine de denuncia frente al monopolio mercantilista de Hollywood o tal vez está ahí en la Declaración de Yotala en Sucre cuando 18 artistas y amantes del arte visual de Latinoamérica se reunieron el 21 y 22 de agosto del 2007 y entre sus proclamas manifestaban que » (… ) Unidos vamos lejos y separados nos vamos a la mierda y terminamos aceptando las migajas de producciones decididas en escritorios demasiado lejanos a nuestras realidades (…) creemos que es posible hacer cine en América Latina en modo eficaz, de alta calidad y con una idea solidaria.»

Lo cierto es que Charles Chaplin en el papel del vagabundo Charlot sigue recorriendo este mundo y de rato en rato nos da campanazos de conciencia y nos recuerda que: luz, cámara y acción son indisolubles al tiempo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.