Definir este tiempo de catástrofe social con algún concepto aglutinador es complicado y hasta aventurado, pero tal vez el término privatización, entendido como la colonización de lo público, de lo que nos pertenece y beneficia a amplias mayorías sociales, por parte de intereses privados, minoritarios y exclusivos, sirva como eje central de la deriva del […]
Definir este tiempo de catástrofe social con algún concepto aglutinador es complicado y hasta aventurado, pero tal vez el término privatización, entendido como la colonización de lo público, de lo que nos pertenece y beneficia a amplias mayorías sociales, por parte de intereses privados, minoritarios y exclusivos, sirva como eje central de la deriva del sistema. Privatización como fenómeno tentacular, generador de distancia social, que transforma las rentas de los trabajadores en beneficios del capital y extingue derechos, y que podemos desglosar en tres aspectos interrelacionados: la privatización del poder político, la privatización de servicios públicos y la privatización de espacios públicos.
Hablar de privatización del poder político es remitirnos a la agresiva ejecución de medidas dictadas por instituciones internacionales no elegidas democráticamente, llegando incluso a la ocupación directa de los gobiernos por parte de tecnócratas cercanos a empresas y bancos, confundiéndose personajes públicos y privados, que tan pronto dirigen un ministerio como participan en algún consejo de administración. No gobierna el pueblo, tampoco los políticos tradicionales, ni siquiera sus partidos. No existe democracia real y se ha volatilizado hasta su anticuado disfraz. El poder político se ha privatizado.
Esta privatización política se vincula a la privatización de servicios públicos, como la sanidad. Con los zorros al cuidado del gallinero es fácil asaltar y desguazar nuestro estado de bienestar. Constructoras e inmobiliarias, que echaron luego ancla en el sector eléctrico, posan ahora su ávida mirada en los hospitales, con ayuda de sus servidores políticos. Se ponen a disposición del sector privado las historias clínicas de los pacientes, y las reformas de la administración pública persiguen facilitar la penetración del sector privado y la implantación de sus peligrosos criterios del beneficio a toda costa. Por su parte, la privatización del espacio público se traduce en su colonización, en forma de patrocinio de estatuas, plazas y estaciones de metro; y simultáneamente, en la confusa percepción del espacio privado como público por parte de la ciudadanía, como sucede con los centros comerciales, paraíso del ocio del consumo. El reto: revertir este perverso proceso, defender y recuperar el protagonismo de lo público, del Estado protector, defensor de las mayorías sociales.
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