Parte del «arte» del análisis económico-político, consiste en identificar y diferenciar los fenómenos coyunturales de aquellos estructurales en los que la crisis operante desde 2008 se manifiesta de manera no idéntica. Esta labor de separar y unir funciona como antídoto contra las visiones catastrofistas y tranquilizadoras a la vez, ya que exige comprender que si […]
Parte del «arte» del análisis económico-político, consiste en identificar y diferenciar los fenómenos coyunturales de aquellos estructurales en los que la crisis operante desde 2008 se manifiesta de manera no idéntica. Esta labor de separar y unir funciona como antídoto contra las visiones catastrofistas y tranquilizadoras a la vez, ya que exige comprender que si los fenómenos coyunturales no se pueden identificar directamente con los estructurales, tampoco los primeros pueden comprenderse en forma independiente de los segundos. Con esta lógica en mano, considero que desde hace aproximadamente un año y al menos hasta el día de hoy, venimos transitando un momento económico mundial con fuertes rasgos de desigualdad y no «catastrófico» en términos «globales», dentro de la catástrofe general que desde el punto de vista estructural, constituye la crisis desencadenada en 2008 (más abajo me refiero más detenidamente a este aspecto). Considero que los recientes anuncios de Bernanke, en el sentido de disminuir los montos de emisión monetaria y de retirar anticipadamente el QE3 bajo el discurso de la solidez de la economía norteamericana, responden a una relativa identificación por parte de la FED de la diferencia coyuntura/»estructura» y aunque deben analizarse en distintos planos de posibilidad, podrían acabar prefigurando un cambio de tendencia de la situación en curso. La economía norteamericana viene creciendo a un promedio aproximado del 2,2% si se toman en cuenta los años 2010/11/12, posteriores a la caída 2008/9. Este valor lejano al promedio de 3,3% de décadas recientes, expresa sin duda una recuperación económica pero débil e incapaz de recuperar lo perdido durante la caída de 2008/2009. Lo que en términos concretos significa que la desocupación disminuyó desde el 10%, encontrándose hoy alrededor del 7,6%, es decir en Estados Unidos hay aún 2,4 millones de empleos menos que cuando empezó la recesión. Volver a los niveles precrisis insumiría, a este ritmo, más de 9 años. Del mismo modo, el ingreso medio de los hogares, la producción industrial y los precios medios de las viviendas lograron una recuperación pero tampoco consiguieron volver a los niveles precrisis (ver acá). Para pensarlo en términos histórico-comparativos, el New Deal en los años ’30, sí logró recuperar la caída de los años anteriores (ver acá). La lenta recuperación de la economía norteamericana resulta además en extremo dependiente de los denominados QE (políticas monetarias expansivas) así como de la continuidad parcial de los estímulos fiscales y se combina además con un boom de los valores de la bolsa, con un muy bajo nivel de inversión de «ganancias» financieras y con una caída de las importaciones desde Estados Unidos. Este entrelazamiento de elementos en los aspectos de recuperación y en sus límites, da cuenta de la intersección de los factores de coyuntura y de «estructura», resultando el aspecto coyuntural, es decir, la propia recuperación, un factor de peso en el entramado de la economía mundial. En consecuencia, si bien existe una mejora evidente, dista mucho de ser suficiente para el retiro de los planes de estímulo (algo así sucedió en 1937 -ver también acá– aunque con una caída previa mucho más aguda y una recuperación mucho más sólida y la economía volvió a hundirse inmediatamente). El anuncio de una retirada anticipada más bien parece responder al hecho de que sobre la base de una mejoría leve, y debido a los problemas estructurales mencionados, la economía está en riesgo de quedar atrapada en una nueva burbuja financiera. Situación que en última instancia conlleva el riesgo del fin de la «desigualdad» y la renovada instalación de tendencias catastróficas globales poniéndose otra vez en relación directa la coyuntura con la «estructura».
Ahora bien, si esto es una especie de trampa, como el establishment norteamericano piensa en términos más inmediatos y como aprendió del ’37 y más aún de Lehman, los anuncios de reducción y retirada anticipada de los planes cumplen también el rol de un test para ver cómo reaccionan los mercados. Si reaccionan muy mal, como ha venido sucediendo desde los primeros anuncios con la inicial caída de la bolsa en Japón y con el derrumbe posterior de todas las bolsas del mundo debido a que la confirmación de Bernanke se combinó con la contracción del crédito en China, es probable que los anuncios se mitiguen o se retiren. Algunos indicios de esto ya empezaron a aparecer y más aún frente a la evaluación del crecimiento del segundo trimestre (1,7%), bastante por debajo del pronóstico. El sólo anuncio de la reducción de los estímulos provocó el aumento inmediato de la tasa de interés de los bonos norteamericanos que derivó en una tendencia al retorno de capitales hacia Estados Unidos, provocando escasez de divisas en los mercados externos y profundizando las presiones a la caída de los precios de las materias primas. Si la política se continuara o no resultara suficiente la retracción de la FED, es probable que en un plazo no tan largo la economía norteamericana retroceda cambiando el escenario que hemos definido como «desigual». En un escenario más intermedio y aún cuando la economía norteamericana lograra evitar una caída brusca en el más o menos corto plazo, podrían modificarse muchas variables en el panorama internacional reafirmándose la tendencia al retorno de capitales hacia los bonos del tesoro y agudizándose la caída de los precios de las materias primas, cuestión que por supuesto afectaría seriamente a América Latina y a los llamados «mercados emergentes» y con lo cuál se configuraría un nuevo escenario de la crisis en el que incluso podría permanecer la desigualdad, pero con más elementos «catastróficos».
Sobre desigualdad y momento «no catastrófico»
Cuando hablo de momento «no catastrófico» en términos «globales», quiero identificar una situación en la cual el riesgo de estallido financiero cotidianamente latente, fue en gran parte alejado de la escena económica mundial (amén de conatos como el de Chipre) desde que el Banco Central Europeo presentó el año pasado la promesa -sólo eso- de intervención en casos críticos y de inyección de liquidez a largo plazo en la zona del euro. No obstante, la recesión se profundizó poniendo en cuestión también el crecimiento de la economía más sólida del bloque, Alemania. La probabilidad decreciente del riesgo de catástrofe financiera configuró en Europa un rasgo de peso sobre la coyuntura, mientras que la continuidad y profundización de la recesión daban cuenta de los factores de crisis estructural.
Quedando la recesión confinada fundamentalmente a Europa, habiendo amainado el riesgo financiero en última instancia en el terreno internacional, con la economía japonesa estancada, Estados Unidos en proceso de recuperación con las características y límites señalados, China en una situación indefinida -acumulando contradicciones, con pronósticos de crecimiento cada vez menores, pero manteniéndose aún como factor contratendencial-, con una fuerte desigualdad en Latinoamérica con tasas de crecimiento altas en los países de la Alianza del Pacífico y Bolivia y un freno en las economías del Mercosur, se fue instalando, una situación de desigualdad y de cierto «equilibrio» determinado fundamentalmente por la recesión (sin estallido) en Europa y la recuperación relativa de la economía norteamericana.Tiendo a opinar que el hecho de que fenómenos novedosos, de orden fundamentalmente político como los de Bolivia, Turquía, Brasil y Chile (con la confluencia de los estudiantes junto a la mayor huelga de los trabajadores portuarios de los últimos años), hayan tomado protagonismo en los últimos meses, es en parte la resultante de lo que durante el último año y hasta ahora se ha demostrado como un momento económico mundial no «catastrófico» dentro de la catástrofe general abierta por la crisis de 2008. Los fenómenos mencionados son muy distintos entre sí y no creo que tengan, al menos a simple vista, un denominador común económico. El pronóstico de crecimiento para el PBI de Chile de este año (4,6%) es prácticamente idéntico a la media de la última década y el de Bolivia se encuentra claramente por encima de dicha media. Los casos de Turquía y Brasil son muy distintos en este aspecto, debido a que la desaceleración del crecimiento es clara. En Turquía el PBI creció 2,2% el año pasado, frente a un promedio de la última década algo superior superior al 5% y en Brasil el crecimiento fue del 0,9% frente a un promedio del 3,61% (datos calculados sobre la base de los valores del Banco Mundial) No obstante tanto para Turquía como para Brasil los pronósticos de crecimiento para este año son bastante superiores a los de 2012. En todo caso en ninguna de estas situaciones son crisis económicas catastróficas las que dan marco a estos fenómenos como sí lo fue por ejemplo, aunque salvando distancias, el caso del 2001 en Argentina. En última instancia tiendo a pensar que estos fenómenos (que por supuesto, son extremadamente complejos y no pretendo analizar aquí), también son en parte el resultado de una especie de choque particular entre factores de tipo coyunturales y factores de tipo estructural. Por ejemplo la inflación en Brasil que está en la base del intento de aumento del boleto y que junto con la posterior represión, fue el disparador del proceso, es un factor estructural que tiene por origen los programas de expansión monetaria de Estados Unidos que provocaron una entrada gigantesca de divisas buscando diferenciales de tasas de interés. Este aspecto fue progresivamente revaluando el real y haciendo perder competitividad a las exportaciones brasileñas. Para frenar el proceso el gobierno restringió la entrada de dólares, comenzando un proceso inflacionario que se profundizó con la tendencia a la salida de capitales producto de los recientes anuncios de la FED. De conjunto, coyunturas no catastróficas combinadas con elementos de fin de ciclo, parecen estar en la base del reanimamiento político de amplios sectores que durante ciclos de fuerte crecimiento obtuvieron relativamente escasos beneficios y tienen mayores exigencias y expectativas. Vale la pena recordar que los procesos de la Primavera Árabe comenzaron durante los primeros días de 2011 es decir, en un momento en el que, como subproducto de los estímulos estatales, se asistía a un proceso de recuperación económica mundial post 2008-9. Incluso en el caso de Túnez o Egipto, como antecedente, el crecimiento del PBI durante 2010 había sido más o menos alto. La inflación, que como factor estructural resultante de las formas particulares de la recuperación económica, generó un fuerte incremento en el precio de las commodities afectando el precio de alimentos fundamentales de consumo de esos países, se convirtió al menos bastante claramente en el caso de Túnez, en un factor de mucho peso.
Una hipótesis para reflexionar
Aunque aún no está claro si estamos a las puertas de un giro en la situación económica y siempre teniendo en cuenta como factor fundamental la persistencia de las condiciones estructurales de la crisis económica mundial, puede suponerse que no necesariamente una tendencia a la igualación de las condiciones de la crisis es decir una tendencia de convergencia hacia la catástrofe, resulta necesaria para una agudización inmediata de las contradicciones interestatales y de la lucha de clases.
Teniendo en cuenta los particulares niveles de internacionalización de la economía y en especial del sistema financiero y echando mano a los antecendentes que signaron las respuestas a la crisis desde su estallido en 2008, se podría concluir que fueron los momentos de mayor convergencia de la crisis, es decir cuando se estableció como fenómeno igualador, cuando mayores fueron las tendencias a la «cooperación» entre los Estados. En un sentido y considerando estos antecedentes, podría resultar previsible que en el caso de una mayor catástrofe económica y una mayor tendencia a la igualación, como hipótesis y al menos por un período de tiempo, nos enfrentáramos a una mayor «cooperación» entre los estados así como al intento de aplicar medidas de cierta coordinación. Desde el punto de vista de los fenómenos de la lucha de clases, aunque en muchos casos una crisis más coordinada y por lo tanto más directamente catastrófica, puede actuar como disparador (como sucedió en los ’30 en Europa y como sucede casi sin excepción en las postrimerías de las guerras), esto no implica una relación de necesidad. Incluso hay que tener en cuenta que la agudización de la crisis y en particular la desocupación, actúan como factores de disciplinamiento, por lo que no siempre ni necesariamente (sobre todo en situaciones de paz) tienden a agudizar el desarrollo de la lucha de clases, al menos de forma inmediata. No obstante este es un proceso muy complejo que seguramente tendrá características distintas según los países y los casos particulares.
Frente a la variante más catastrófica con tendencia a la «igualación», es posible suponer que en tanto se mantienen los rasgos estructurales de la crisis, coyunturas o períodos de mayor desigualdad determinen tanto la posibilidad de superiores enfrentamientos entre los principales países y potencias capitalistas (de hecho y aunque salvando las distancias, el estallido de la 2da. Guerra se dio en un momento de fuerte recuperación tanto de Estados Unidos como de Alemania) como que de nuevos fenómenos de la lucha de clases como los que estamos presenciando actualmente.
En esta variante, si por ejemplo Bernanke y el gobierno norteamericano decidieran retroceder en la disminución de los estímulos o si esa disminución fuera muy light y si por tanto el crecimiento moderado de la economía norteamericana se mantuviera por un período, sería probable que Estados Unidos continuara, aunque en escala claramente decreciente, traccionando importaciones desde China. Esta situación podría evitar una caída catastrófica de los índices de crecimiento chino (aunque como factor crítico, hay que alertar que el auge del crédito de gobiernos y prestamistas locales en China es un elemento de peso que sostiene el crecimiento de la economía generando a su vez una alta acumulación de deuda y serias presiones sobre el sistema financiero), cuyo pronóstico para este año (7,1%) está en el límite necesario para que las ciudades absorban a la población proveniente del campo. En un sentido se puede considerar que a cuánto menor velocidad se contraigan las exportaciones chinas hacia Estados Unidos, y en la medida que no estalle en China la burbuja crediticia, a menor velocidad se producirá el giro defensivo iniciado lentamente por la burocracia china hacia el mercado interno (anunciado hace ya tiempo). En la medida en que este escenario sea de más larga duración y continúe provocando una caída aún no catastrófica de las exportaciones chinas, Alemania podría seguir utilizando a China como su principal mercado de exportación que actúa como contratendencia a la grave recesión de la zona euro (de hecho Alemania es reticente a aplicar mayores penalizaciones comerciales a China cuestión que la enfrenta con sus socios europeos en un contexto en el que vienen incrementándose los roces comerciales entre la UE y China -ver acá-). La continuidad de una situación de este tipo podría agudizar menos las tensiones entre Estados Unidos y China y más las tensiones de Estados Unidos con Alemania, posibilitando un mayor fortalecimiento de las intenciones imperiales alemanas y mayores intentos de avance sobre los activos devaluados de la zona euro (aunque este no es todavía el caso, como se vio en una reciente solución de compromiso, algo así podría estar en planes como se señala acá). Pensado en un sentido similar, se podría suponer que un éxito relativo de los «Abenomics» (que en principio parece poco probable) podría, como plantean algunos analistas (ver acá), volver más ofensiva la política de Japón hacia China y Corea del Sur. Aunque esta última cuestión, va mucho más allá de un eventual fortalecimiento económico de Japón y se encuentra estrechamente vinculada a una definición de la política norteamericana hacia China y su reorientación hacia el Pacífico de lo que por ahora sólo hay reacomodamientos tales como el despliegue militar del año pasado en el norte de Australia o el creciente interés norteamericano por la Alianza del Pacífico, que buscaría contener a China cuya inversión creciente en los sectores mineros de América Latina se está diversificando hacia sectores de infraestructura como se señala acá. En última instancia, la posibilidad de que EEUU se reoriente finalmente hacia el Pacífico y defina una política clara hacia China depende en gran medida, como ya planteara Giovanni Arrighi en 2006 (Adam Smith en Pekín), de la posibilidad de Estados Unidos de salir del pantano de Medio Oriente cuestión que, como es sabido, se está tornando cada vez más compleja e imprevisible con crecientes roces alrededor de Siria incluyendo los que se manifiestan entre el denominado «Grupo de Amigos de Siria» por un lado y Rusia y China por el otro.
En última instancia y más allá de posibles pronósticos inmediatos esbozados más arriba, quiero señalar tanto contra las visiones catastrofistas como contra las visiones tranquilizadoras, que mientras las condiciones estructurales de la crisis abierta en 2008 se mantienen, no necesariamente un panorama de fuertes desigualdades y entre comillas, menos catastrófico, prefigura un escenario más pacífico.
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