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Sistema cerrado y revisionismo

El Marx sin ismos de Francisco Fernández Buey (III)

Fuentes: Rebelión

Subrayar, pregunta FFB, la inseparabilidad de los elementos integrantes de la «teoría marxiana» cimentados por lo que él mismo llamó «dialéctica materialista, critica y revolucionaria» no supone que estemos frente a un sistema de pensamiento cerrado. ¿No nos negamos con ello, en contra del verdadero espíritu de la ciencia crítica, a toda revisión? No, nos […]

Subrayar, pregunta FFB, la inseparabilidad de los elementos integrantes de la «teoría marxiana» cimentados por lo que él mismo llamó «dialéctica materialista, critica y revolucionaria» no supone que estemos frente a un sistema de pensamiento cerrado. ¿No nos negamos con ello, en contra del verdadero espíritu de la ciencia crítica, a toda revisión?

No, nos negamos, y no supone que estemos ante un sistema de pensamiento cerrado. Marx, en su obra de madurez, especialmente en sus escritos de los años sesenta y setenta, señala, muestra y defiende matizaciones, correcciones, reconsideraciones, revisiones si se quiere, de nudos sustantivos de su obra.

FFB da cuenta de algunos de ellos:

En primer lugar, Marx niega explícitamente que el suyo fuera un método filosófico suprahistórico «del que pueda hacerse uso como si se tratara de un pasaporte o de una ganzúa válidos para abrir todas las puertas del pasado y del presente ahorrándose el trabajo de la investigación empírica, concreta y determinada». Negación explícita, pues, de toda consideración de la obra de Marx como un método metahistórico en cuyo marco (eterno, no revisable) todo tiene que encajar. «Contra la absolutización del método» sería aquí el lema.

En segundo lugar, negación no menos explícita de que la historia progrese linealmente en dirección única y definida: situaciones históricas semejantes (estructuralmente semejantes si se quiere) pueden dar y han dado lugar a desarrollos y resultados muy distintos. El lema en este caso sería este: contra los excesos histórico-deterministas presentes en algunas exposiciones del propio Marx (por ejemplo, en su magnífica pero sesgada o errada carta a Joseph Weydemeyer de mediados de los cincuenta).

Las matizaciones y correcciones afectan a los tres elementos centrales del pensamiento marxiano: su filosofar crítico, sus análisis económico-sociológicos y su teoría de la revolución. Especialmente a este último punto. El mismo Marx tomaba buena nota de ello en su prólogo, de 1882, a la edición rusa del Manifiesto Comunista, donde subrayaba la limitación eurocéntrica de la primera edición del MC en 1847, donde aludía al cambio de papel de Estados Unidos en la historia mundial y donde adelantaba a una respuesta al posible paso de la comuna rural rusa a una forma superior de propiedad colectiva, la sociedad comunista. La tesis de Marx que FFB recuerda con énfasis: «Si la revolución rusa de la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se complementen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida a una evolución comunista».

Fue Karl Korsch, otro de los maestros del autor, el primero en darse cuenta de toda la importancia de este giro en la teoría marxiana de la revolución. KK atribuía ese giro a una pasajera inclinación de Marx por los populistas rusos. No era esa la consideración de FFB: «se trata de algo más que una concesión a los populistas; se trata de una revisión [la palabra es de FFB por supuesto] por el propio Marx de su teoría de la revolución proletaria en Europa que debe ponerse en relación, por una parte, con su estudio específico de la sociedad rusa iniciado a principios de la década de los setenta y, por otra, con la corrección del optimismo anterior acerca de la misión civilizatoria y progresista del industrialismo capitalista en las colonias». FFB proponía un plan de trabajo sobre este punto: comparar los artículos de Marx publicados en el New York Daily Tribune en 1853 sobre la dominación británica de la India (Inglaterra, la déspota y tiránica Inglaterra, como instrumento inconsciente del avance «progresista» de la Historia [2]) con los borradores de la carta del propio Marx a Vera Sassulich [3].

Hay una auténtica inversión de juicio en lo que se refiere al proceso mediante el cual los ingleses destruyeron las comunidades rurales de la India. FFB cita este impresionante y clarividente paso de Marx: «En lo que se refiere a la India oriental, por ejemplo todos, excepto sin Henry Maine y otras gentes por el estilo, saben muy que la eliminación de la propiedad común de la tierra fue allí tan solo un acto de vandalismo inglés, que no deparó progreso sino atraso a los pueblos nativos«.

No hay en lo anterior un tercermundismo avant la lettre desde luego. Demos a Marx lo que es de Marx, no más. Pero FFB destaca dos puntos esenciales:

1. Negativa hacer entrar con calzador hechos o acontecimientos nuevos en esquemas generales trazados, generados, a partir de otros hechos que conocemos relativamente bien (los rasgos del capitalismo europeo en su hogar inglés).

1.1. Primacía, pues, de la investigación empírica sobre la filosofía de la historia.

1.2. Reafirmación de la observación. Marx trabajó sobre los textos rusos con el mismo criterio y de la misma forma que lo hiciera décadas atrás con los «libros azules» ingleses.

2. La creencia, la idea mejor, de que el mantenimiento y desarrollo de determinadas instituciones sociales (las comunidades rurales rusas) no depende de supuestas leyes generales de la historia.

2.1. Depende de la forma que tome el conflicto social inherente a ellas, «de la actividad de los sujetos que luchan o asisten pasivamente a que se imponga lo que otros llaman «necesario». La historia no es, vale la pena repetirlo, en la razonable concepción del filósofo y activista FFB, un proceso sin sujetos.

3. Carácter inconcluso, abierto, de la obra de Marx. En especial, en lo que se hace a su teoría de la revolución. Esta se complica en la medida en que el mundo contemplado y tomado en consideración se amplía.

FFB finaliza este apartado, antes de las siguientes páginas dedicadas a la renovación del ideario, poniendo énfasis en la praxis política de Marx, nudo esencial del marxismo y de su propia evolución política (de la de Marx y también de la del propio FFB): «En 1848 y hasta en 1853, Marx, que fue siempre un «devorador de libros», apenas sabía otra cosa sobre Rusia, por ejemplo, que los tópicos en circulación entre los intelectuales europeos de entonces: su mundo era esencialmente -para los efectos de una política revolucionaria internacional- la Europa Occidental. En 1882.. su percepción del mundo y de la historia universal pasada y reciente se había beneficiado de las relaciones establecidas en la época de la Primera Internacional, de las informaciones que le proporcionaron numerosos corresponsales y visitantes, de sus lecturas norteamericanas y rusas, de las aficiones antropológicas, etc».

De su praxis política si quiere decir más apretadamente.

Notas:

[1] Paco Fernández Buey, «Nuestro Marx». Mientras tanto, 16-17, agosto-noviembre de 1983, pp. 57-80.

[2] Escribe FFB: «Marx no ignoraba entonces cómo la barbarie propia de la civilización burguesa pierde las formas honorables de la metrópoli para manifestarse en toda su desnudez en las colonias».

[3] Sacristán compartía el interés de su amigo por estos borradores del viejo Marx.

Anexo:

Este texto de Jenny Marx a Joseph Weydemeyer (en Francfort del Main), fechada en Londres, el 20 de mayo de 1850, era una de las cartas preferidas de Paco Fernández Buey que nunca dejó de valorar la importancia de la figura histórica y política de la compañera del revolucionario de Tréveris.

Querido Señor Weydemeyer:

Ha transcurrido casi un año desde que hallé, por parte de usted y de su querida esposa, una acogida tan amistosa y cordial, desde que me sentí tan bien y tan a mis anchas en su casa, y en todo ese prolongado lapso no he dado señal de vida alguna; callé cuando su esposa me escribió una carta tan amable, y permanecí muda cuando recibimos la noticia del nacimiento de su niño. Esa mudez a menudo ha llegado a oprimirse, pero la mayor parte de las veces era incapaz de escribir, y aún hoy me resulta difícil, muy difícil.

Pero la situación me obliga a tomar pluma en mano; le ruego que nos envíe lo más pronto posible el dinero ingresado o por ingresar de la Revue. Lo necesitamos mucho, muchísimo . Seguramente nadie podrá reprocharnos que jamás hayamos dado mucha importancia a cuanto hemos sacrificado y padecido desde hace años; al público se le ha molestado poco o casi nunca con nuestras cuestiones personales, ya que mi marido es sumamente sensible en estos asuntos, y prefiere sacrificar lo último antes de entregarse a la mendicidad democrática, como los grandes hombres oficiales. Pero lo que sí podía esperar de sus amigos, en especial los de Colonia, era una actividad diligente y enérgica en favor de su Revue . Podía esperar dicha actividad, sobre todo siendo conocidos sus sacrificios por el Rh. Ztg [i]. Pero en cambio, el negocio resultó arruinado en virtud de un manejo descuidado y desordenado, y no se sabe si lo que más daño causó fue la demanda del librero o la de los gerentes y conocidos en Colonia, o bien toda la conducta de la democracia en general.

Mi marido casi fue aplastado aquí por las más mezquinas preocupaciones de la vida cotidiana, y ello en una forma tan indignante que fueron necesarias toda la energía, toda la seguridad calma, clara y silenciosa en sí mismo de que es capaz, para mantenerle en pie en estas luchas de todos los días y todas las horas. Usted sabe, querido señor Weydemeyer, qué sacrificios realizó mi marido en esa época; invirtió miles en efectivo, se hizo cargo de la propiedad del periódico, persuadido por los honestos demócratas, quienes de otro modo hubiesen debido responder personalmente por las deudas, en una época en la cual quedaban ya pocas probabilidades de llevar la tarea a cabo. A fin de salvar el honor político del periódico, el honor civil de los conocidos de Colonia, dejó que echasen sobre sus hombros todas las cargas, entregó su máquina, entregó todos los ingresos, y hasta al partir prestó 300 táleros para abonar el alquiler del local recién arrendado, los honorarios atrasados de redactores, etc…. y se le expulsó violentamente.

Usted sabe que no nos hemos quedado con nada de todo ello; viajé a Francfort para empeñar mi platería, lo último que nos quedaba; en Colonia hice vender mis muebles, porque corría peligro de ver embargada la ropa y todo lo demás. Al iniciarse la infausta época de la contrarrevolución, mi marido viajó a París, y yo le seguí con mis tres hijos [ii]. Apenas aclimatado en París, fue expulsado, y a mí misma y a mis hijos se nos negó una permanencia más prolongada. Volví a seguirle allende el mar. Un mes más tarde nació nuestro cuarto hijo [iii]. Usted debería conocer Londres y las condiciones en que se vive aquí, para saber qué significa tener tres hijos y el nacimiento de un cuarto. Solamente en concepto de alquiler debíamos pagar 42 táleros mensuales. Estábamos en condiciones de solventar todo ello con nuestro propio peculio. Pero nuestros pequeños recursos se agotaron cuando apareció la Revue. A pesar de lo convenido, el dinero no llegaba, y cuando lo hizo fueron sólo pequeñas sumas aisladas, de modo que caímos aquí en las situaciones más terribles.

Le relataré solamente un día de esta vida, tal como fue, y usted verá que acaso pocos refugiados hayan pasado por situaciones similares. Puesto que las amas de leche son prohibitivas aquí, decidí, a pesar de constantes y terribles dolores de pecho y espalda, alimentar yo misma a mi hijo. Pero el pobre angelito mamaba de mí tantas preocupaciones y disgustos silenciosos, que se hallaba constantemente enfermo, padeciendo dolores día y noche. Desde que ha llegado a este mundo jamás ha dormido aún toda una noche, a lo sumo de dos a tres horas. Últimamente se sumaron aún a ello violentos espasmos, de modo que el niño fluctuaba constantemente entre la muerte y una vida mísera. Presa de esos dolores, mamaba con tal fuerza que mi pecho quedó lastimado y agrietado; a menudo la sangre manaba dentro de su trémula boquita. Así me hallaba yo sentada un día, cuando entró de repente nuestra casera -a quien en el curso del invierno habíamos pagado más de 250 táleros, y con quien habíamos convenido por contrato que el dinero de fecha posterior le sería abonado no a ella, sino a su propietario, quien le había trabado embargo con anterioridad-, negó el contrato, exigió las 5 libras que aún le adeudábamos, y puesto que no disponíamos de las mismas en el acto (la carta de Naut llegó demasiado tarde), entraron dos embargadores en la casa, trabaron embargo sobre todas mis pequeñas pertenencias, las camas, la ropa, los vestidos, todo, hasta la cuna de mi pobre niño, los mejores juguetes de las niñas, quienes se hallaban arrasadas en ardientes lágrimas. Amenazaron con llevárselo todo en un plazo de dos horas; yo yacía en el suelo, con mis hijos ateridos de frío y mi pecho dolorido. Schramm, nuestro amigo, acudió de prisa a la ciudad para procurarnos auxilio. Ascendió a un cabriolé, cuyos caballos se desbocaron; él saltó del coche, y nos lo trajeron sangrante a nuestra casa, donde yo gemía con mis pobres niños temblorosos.

Al día siguiente debimos abandonar la casa; el día era frío, lluvioso y encapotado, mi marido buscaba una casa para nosotros, pero nadie quería aceptarnos cuando hablaba de los cuatro niños. Finalmente nos ayudó un amigo; pagamos, y yo vendí rápidamente todas mis camas para pagar al boticario, al panadero, al carnicero y al lechero, quienes habían comenzado a temer a causa del escándalo del embargo, y que súbitamente se abalanzaron sobre mí con sus cuentas. Las camas vendidas fueron llevadas ante la puerta y cargadas en un carro, y ¿qué sucedió entonces? Ya había pasado mucho tiempo después de la caída del sol, y la ley inglesa prohíbe eso; apareció el casero con agentes de policía, afirmando que también podrían haber objetos suyos entre ellos, y que nosotros querríamos fugarnos a algún país extranjero. En menos de 5 minutos había más de 2 ó 3 centenares de personas observando atentamente frente a nuestra puerta, toda la chusma de Chelsea. Las camas volvieron, y se nos dijo que sólo a la mañana siguiente, después de la salida del sol, podrían serles entregadas al comprador; cuando de este modo, mediante la venta de todas nuestras pertenencias, estuvimos en condiciones de pagar hasta el último céntimo, me mudé con mis pequeños amores a nuestras actuales pequeñas dos habitaciones del Hotel Alemán, 1 Leicester Street, Leicester Square, donde por 51/2 libras semanales, hallamos una acogida humanitaria.

Perdóneme usted, querido amigo, el que el haya descrito con tanta amplitud y detalle tan sólo un día de nuestra vida aquí; es inmodesto, lo sé, pero esta noche mi corazón fluía en torrentes hacia mis trémulas manos, y alguna vez debía desnudar mi corazón ante uno de nuestros amigos más antiguos, mejores y más fieles. No crea usted que estas mezquinas penurias me han doblegado; demasiado bien sé que nuestra lucha no es una lucha aislada, y que aún pertenezco, en lo esencial, a los seres escogidos que han sido favorecidos por la fortuna, puesto que mi querido esposo, apoyo de mi vida, aún se halla a mi lado. Pero lo que realmente me aniquila hasta en lo más íntimo, lo que hace sangrar mi corazón, es que mi marido tenga que pasar por tantas mezquindades, que hubiese podido ayudársele con tan poco, y que él, que de buena gana y con alegría ayudó a tantos, haya estado aquí sin que se le prestase ayuda. Pero, como ya le he dicho, no crea usted, querido señor Weydemeyer, que le reclamamos nada a nadie, y si recibimos adelantos de alguien, mi marido aún se halla en condiciones de reembolsarlos con su fortuna. Lo único que podía reclamarle mi marido a quienes habían recibido de él más de un pensamiento, más de un enaltecimiento, más de un sustento, era que desplegasen mayor energía comercial y mayor actividad en su Revue. Tengo el orgullo y la audacia de afirmar de que se le debía ese poco. Tampoco sé si mi marido no ha ganado con toda la justicia 10 Sgr. [groschen de plata] con sus trabajos. Creo que con ello no se engañó a nadie. Eso me duele. Pero mi marido piensa de otro modo. Jamás, ni siquiera en los momentos más terribles, ha perdido la seguridad en el futuro, ni siquiera el más alegre humor, y estaba totalmente satisfecho cuando me veía alegre y cuando nuestros encantadores niños rodeaban, sonrientes, a su querida mamaíta. Él no sabe, querido señor Weydemeyer, que yo le he escrito a usted con tanta amplitud acerca de nuestra situación, y por ello no haga usted uso de estas líneas. Él sólo sabe que yo le he pedido, en su nombre, que acelere en lo posible la distribución y envío del dinero. Sé que usted sólo dará a estas líneas el uso que le inspirará a usted su amistad, discreta y plena de tacto, por nosotros.

Adiós, querido amigo. Transmítale a su esposa mis saludos más cordiales, y bese usted a sus angelitos de parte de una madre que ha vertido más de una lágrima sobre su bebé. Si su mujer estuviera dando el pecho, no le comunique usted nada acerca de esta carta. Sé hasta qué punto afectan todos los disgustos, y causan daño a la pequeña criatura. Nuestros tres niños mayores crecen magníficos, a pesar de todo. Las niñas son bonitas, florecientes, alegres y de buen humor, y nuestro gordito es un dechado de humor cómico y de las ocurrencias más graciosas. El duendecillo canta todo el día canciones cómicas con descomunal pathos y una voz de gigante, y cuando hace retumbar, con voz tremenda, las palabras de la Marsellesa de Freiligrath [iv],

Oh, junio, ven y tráenos acciones,

que nuevas acciones ansía nuestro corazón,

resuena toda la casa. Acaso sea el destino histórico de este mes, como el de sus dos desdichados predecesores, el de inaugurar esa lucha titánica en la cual todos habremos de volver a estrecharnos las manos.

Que le vaya a usted bien.

Jenny Marx

Notas

[i] Neue Rheinische Zeitung

[ii] Jenny, Laura y Edgar

[iii] Heinrich Guido

[iv] Ferdinand Freiligrath fue un escritor alemán que nació en Detmold en 1810. Su primera colección de poemas fue publicada en 1838 («Gedichte»); sus primeros poemas fueron notablemente influenciados por Los Orientales de Victor Hugo, obra que parcialmente tradujo él mismo al alemán. Debido a la represión política, Freiligrath introduce en sus escritos una crítica al sistema, siendo «Ein Glaubensbekenntnis», un obra publicada en 1844 de gran aceptación.

Al tener que abandonar Alemania conoció a Marx en Bélgica. En 1845 su obra «Ça ira!» era publicada. Después de vivir un tiempo en Londres, Freiligrath regresó a Alemania y trabajó para el Neue Rheinische Zeitung, cuyo editor general era el propio Marx, y Georg Weerth el editor cultural. En 1847, Liszt musicalizó su poema «O lieb, so lang du lieben kannst». En 1851 tiene que abandonar de nuevo Alemania y se convierte en director de la sucursal londinense del Schweizer Generalbank. Ferdinand Freiligrath falleció en 1876.

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.