Las crisis económicas, por definición, tienen un carácter coyuntural, con principio y final. Nadie sabe cuándo acabará esta crisis, cuándo llegará el final. Luego, esto es algo más que una crisis. El sistema capitalista, a pesar de contar siempre con un «ejército de reserva», ha permitido, en otros tiempos, que una gran mayoría de la […]
Las crisis económicas, por definición, tienen un carácter coyuntural, con principio y final.
Nadie sabe cuándo acabará esta crisis, cuándo llegará el final.
Luego, esto es algo más que una crisis.
El sistema capitalista, a pesar de contar siempre con un «ejército de reserva», ha permitido, en otros tiempos, que una gran mayoría de la población permaneciera empleada.
El actual nivel de desempleo es desmedido y creciente. Los beneficios del capital se general al margen de la actividad productiva.
Por tanto, la ocupación laboral es ahora irreversible: El sistema que ha funcionado durante décadas está agotado.
El sistema actual está agotado, aquello que ha permanecido, con sus más y sus menos, durante 150 años no da más de sí.
No tenemos repuesto.
El futuro se presenta incierto.
Existe una clase dominante que explota a otra clase dominada.
Existen, como siempre, unos estamentos privilegiados (políticos, medios de comunicación, deportistas de elite, etc.) como mamporreros de la clase dominante.
Existe una clase trabajadora que necesita el salario para subsistir.
No existe lo que el sistema denomina clase media.
La solución a los problemas actuales sería colectivizar la economía, es decir, nacionalizar la producción de bienes y servicios.
El camino que llevamos es el contrario, es decir, el de la privatización.
Los problemas no se solucionarán acorto o medio plazo.
El Gobierno actual nos está hundiendo en la miseria.
Su argumento para permanecer es que le han votado unos cuantos millones.
Es decir, los gobiernos, sean más o menos corruptos, se legitiman en las urnas.
La solución a nuestros problemas es no votar. Que decidan sobre el futuro los que mandan. ¿Qué otra posibilidad cabe? (ver los tres últimos «silogismos»).
La democracia bien entendida es el gobierno del pueblo.
Los gobiernos actuales defienden los intereses de un reducido número de personas en contra de los intereses populares.
Esta no es nuestra democracia, esto es una oligarquía.
El actual modelo de representación parlamentaria, es una fachada para el mantenimiento de dominación de unos pocos sobre la mayoría.
Nosotros somos mayoría.
Por tanto, estamos dominados por esos pocos.
La ley está hecha para someter, controlar y castigar a las clases populares.
Los ricos, los corruptos y los desclasados quedan fuera de esas mayorías populares.
Luego, los ricos, los corruptos y los desclasados no serán castigados por sus delitos.
Los gobiernos, en un sistema como este, se convierten en el gabinete de gestión de la clase dominante.
Nosotros no somos clase dominante.
Luego, este no es nuestro Gobierno.
Haciendo gala de la más pura contradicción, los políticos se presentan a las elecciones para representar al pueblo soberano, mintiendo u ofreciendo lo que luego no cumplen.
Cuando son elegidos se olvidan de las promesas y se convierten en un bloque aislado y privilegiado.
Por tanto, es mentira que sean nuestros representantes.
Nacen un sin fin de movimientos sociales.
Su ineficacia es manifiesta.
Desistir de ellos e intentar llevar a cabo otro tipo de medidas.
La ineptitud intelectual lleva a confundir lo deseable con lo posible.
Lo posible está limitado por la ignorancia o la ingenuidad.
Seamos realistas y luchemos con las armas disponibles.
Las acciones y las protestas que hoy día se llevan a cabo, protagonizadas por esos movimientos sociales a los hacemos referencia, no son eficaces.
Los poderosos se burlan de ellas y refuerzan su poder.
Luego, habrá que buscar nuevas fórmulas y nuevas acciones más eficaces (repito).
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